Guía Cereza
por: Firestarter Publicado hace 6 meses Categoría: Hetero: General 1K Vistas
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Tuve una experiencia que considero bastante afortunada en un viaje reciente a Minca, Magdalena. Hace un tiempo había ido a Minca y me gustó mucho porque, a pesar de su cercanía con Santa Marta, tiene un clima muy agradable. Suele estar lleno de extranjeros hippies europeos, pero aun así es un paraje muy chévere.

Fui a un hostal llamado Chill Out, donde te ofrecen habitaciones independientes con llave propia sin problema y a un precio bastante económico. Llegué algo cansado el primer día, así que salí a cenar a un restaurante turco alrededor de las 8 pm. Justo ahí me encontré con un grupo de amigos que estaban charlando. El grupo estaba formado por dos chicas belgas, un chico de la India y una chica alemana. Nos entendimos en inglés, aunque ninguno lo hablaba a la perfección. Me hicieron muchas preguntas sobre Colombia y, al parecer, no tenían hotel, pues pensaban acampar. Estaban buscando una opción de hospedaje barata, así que los ayudé a conseguir una buena tarifa en una habitación compartida en el mismo hostal donde me estaba quedando. Nos despedimos con gusto.

Tuve la impresión de que una de las chicas era más amistosa que el resto, pero no tenía otras intenciones y, además, tenía dolor de cabeza. Así que no pasó nada y me fui a dormir. Sin embargo, al día siguiente me levanté muy temprano, como suelo hacer cuando no duermo en mi casa. Salí a dar una vuelta, compré algo para desayunar y me quedé mirando el paisaje desde el balcón del hostal por un rato.

Eran ya como las 7 am. Estaba escuchando música, distraído y sentado en una silla en el balcón, cuando me saludó la alemana del grupo, Johanna. Supongo que estaba en el mismo plan de buscar desayuno, así que subió, charlamos un momento y decidimos buscar algo ligero para comer. A esa hora era complicado porque la mayoría de los lugares estaban cerrados, pero encontramos un café algo pretencioso. Yo tomé un jugo de naranja y ella un tinto. Durante nuestra charla, me comentó que una de las chicas, Manon, quería hablar conmigo en privado. Johanna me explicó que estaban buscando experiencias y que yo le había caído muy bien a Manon, insinuando que podría estar interesada en un affair pasajero. Le respondí que estaría más que interesado en cualquiera de ellas y le pedí que hablara bien de mí. Después de eso, compramos cafecitos para el resto del grupo y volví al hostal a hacer pereza hasta las 8. Luego, el grupo se unió a mí en el balcón y conversamos otro rato.

Ese día pasamos medio día juntos. Ellos se fueron a la playa y yo me quedé en un mirador leyendo. Ya entrada la noche, regresaron bastante tomados y, quién sabe, quizás algo más. En ese momento, Johanna y Manon me apartaron del resto del grupo. Hablamos un poco más sobre mi trabajo, el de ellas, etc., hasta que Johanna me hizo un gesto de complicidad y nos dejó solos.

Manon era muy amable y, aunque al principio se mostró tímida, pronto se puso bastante directa. En nuestro inglés básico, logramos expresar que nos gustábamos. Fuimos a mi habitación, al balcón específicamente. La charla se volvió más... caliente. Comenzamos a hablar sobre cómo eran los europeos y los latinos en la cama. Manon mencionó que quería ponerse cómoda y se quedó en topless. Permíteme describirla: tiene 28 años, ojos azules muy claros y cabello rubio oscuro. Su espalda es ancha, pero no es obesa; más bien, es resultado de mucho ejercicio. Sus senos, medianos y firmes, parecían operados aunque no lo estaban, y su trasero era firme y bien formado. Nos dimos muchos besos y la conversación se volvió algo romántica; esos detalles prefiero no contarlos.

Decidimos hacer el amor en el balcón. Ella comenzó a masturbarme suavemente por encima de mi pantalón corto, y yo también le acariciaba su monte de Venus, suave y con unos vellos delicados. Estaba a punto de hacerme sexo oral, pero como no soy muy fan de recibirlo, le propuse que yo se lo hiciera a ella. Se recostó sobre el balcón y le quité tanto su pantalón corto como su tanguita, de esas que se amarran con dos nudos a cada lado. Fue un momento delicioso. Su vulva era hermosa, sumamente blanca, con labios rosados y esos vellos suaves en su monte de Venus. Deliciosa en todo el sentido de la palabra. Mientras me deleitaba chupando, lamiendo y besando, ella me miraba desde arriba. Primero le di varios lengüetazos largos en los labios, y poco a poco fui abriendo su vagina para enterrar mi lengua hasta el fondo, luego la sacaba y chupaba su clítoris suavemente. Eso le encantó. Sentí que disfrutaba cada movimiento de mi lengua, tanto que se mojó. Debo decir que el mito del buen sabor que da la piña a ciertas partes es completamente cierto en las mujeres. Ella había comido y bebido piña esos dos días y su sabor era dulce y ligeramente salado. La sensación de humedad en su carnosita y sabrosa vagina era uno de los sabores más deliciosos que he probado. No sé cuánto tiempo estuve ahí, haciéndole oral, incluso me llegó a doler un poco el cuello por la posición. Ella gemía muy rico y ninguno quería parar: yo de darle lengua y ella de recibirla.

Después de que ella llegara al clímax moviendo las caderas y casi sepultando mi cara en su cuquita, se apartó agotada y se tumbó sobre la silla con las piernas abiertas, exponiendo su vagina completamente húmeda y rebosante de fluidos. Me levanté y me senté en la otra silla, y comenzamos a besarnos de manera obscena y morbosa, con mucha lengua, sonidos y humedad. No hablábamos mucho, solo se oían nuestros gemidos y respiraciones. Mi verga estaba a mil y quise hacerle el amor en el balcón, pero terminamos optando por entrar en la habitación y hacerlo sobre la cama.

Para mi placer, ella quiso ponerse encima de mí, algo poco común para mí, ya que las mujeres colombianas suelen preferir estar debajo del hombre. Al ser bastante musculosa (luego me explicó que le gusta hacer mucha escalada e ir al gimnasio), se introdujo mi pene con la facilidad que provocaba su vagina completamente húmeda. Empezó a moverse y tuve que hacer el mayor esfuerzo de mi vida para no venirme con solo el primer embate. La besaba y le acariciaba los pechos mientras el cuarto se llenaba de un calor delicioso y un montón de palabras y vulgaridades en francés salían de su boca, que en ese idioma son aún más excitantes que en español.

El placer apenas comenzaba. Ella parece practicar algo llamado “Kegel”, que fortalece los músculos de la vagina, lo que le permitía apretar y relajar durante la penetración, proporcionando un placer sin igual. No creo haber durado más de 5 minutos, así que me vine por completo dentro de ella, sin condón. La sensibilidad en la que ella estaba, sumada con la calidez de mi semen, la hizo retorcerse de placer. La cama quedó húmeda, bañada en nuestros fluidos: semen, flujo, saliva y sudor. Intercambiamos todo. Me gustó muchísimo y a ella también.

Terminamos exhaustos, nos abrazamos y nos cubrimos con una sábana, disfrutando de las palabras cariñosas y algo cursis que nos decíamos de vez en cuando, seguidas por pequeños besitos. Ella a veces soltaba palabras muy tiernas en francés y yo, en mi inglés, le decía lo maravilloso que había sido ese momento.

En los restantes cinco días no nos separamos. No creo haberlo mencionado antes, pero creo que es la primera vez que siento que hago el amor, más allá de simplemente tener sexo. Lo hicimos de todas las formas posibles, incluso en lugares públicos. Fue la mejor aventura de mi vida y, sin duda alguna, un momento que no quiero olvidar nunca.

Si me animo, más adelante escribiré un relato de esos cinco días, donde tuvimos el placer de ser exhibicionistas y voyeristas con su grupo de amigos. Fue un momento lleno de placer y morbo, una experiencia que quedó grabada en mi memoria para siempre.

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