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Comenzó con ponerme boca arriba, mi cuello en el borde de la cama. Abrió mis piernas, me dió dedo duro. Mi cabeza colgaba esperando que su miembro entrara en mi boca.
La idea de que llegara a mi garganta me ponía ansiosa, tanto de gusto como de incomodidad. Y es que aunque lo he hecho Miles de veces, con él y con otros, sé que debo trabajar en mi técnica.
Así estuvo por 10 minutos.
Me puso boca abajo. Me puso un gag para que no pudiera cerrar mi boca. Me amarró las manos y luego mis piernas. No podía moverme. Me dió nalgadas, me jaló el pelo.
Me puso boca arriba y yo ya sentía que me faltaba el aire porque no había descansado de la garganta y ya estaba de nuevo jadeando.
El climax por sus dedos en mi clítoris fue intenso y largo.
Me besó. Dijo que me quería.
Puso su miembro muy cerca a mi vagina.
Yo lo deseaba dentro.
Él me hizo esperar... Yo no me había dado cuenta de que mis lágrimas seguían saliendo. Ahogada, casi, le suplicaba con mi mirada que me penetrara. El climax llegó de nuevo. Me soltó, me abofeteó. Y por fin me penetró. Una perra obediente al final recibe su recompensa.