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Ya en el motel, habiendo aclarado de que se trataba la noche y de que no, mi esposa se adelantó por la escalera para cambiarse de ropa. Mirarla subir por ellas fue todo un espectáculo. Desde ese ángulo se lucían sus nalgas y piernas de potranca forradas hasta la mitad del muslo por su vestido blanco. Es lo que más me gusta de ella, además de su bello rostro, y lo que más llama la atención de otros.
Con esa vista le pregunté al amigo que le parecía lo que se iba a cenar esa noche. El me contestó que ella estaba en su mejor momento. Eso dio pie una breve plática donde descubrí que muchos años antes de conocerla, ellos habían tenido un pequeño coqueteo de adolescentes, pero que la madre de ella, quien ahora es mi suegra, había cortado el asunto de tajo. Nunca hubo un beso, mucho menos sexo, me dijo, pero habían mantenido comunicación reciente, no más de un año atrás. Le dije que estaba al tanto de eso y que por eso estábamos ahí esa noche. - Se que te gustan sus tetas pequeñas y su piel blanca, pero que sobre todo te quedaste con ganas de agarrarle las nalgas. También se que a ella le gusta tu abdomen y que te prometió un día dejarte tocarle el culo. Hoy se lo vas a penetrar- le dije.
Así entramos a la habitación mientras ella se cambiaba en el baño. Mi mujer había preparado un atuendo púrpura de tanga de hilo con apenas un triangulo diminuto por delante. Arriba tenía una bata traslúcida de cuello redondo que dejaba ver sus tetas y su figura completa. Ahí sentados la esperábamos y el me preguntó que hacer, yo le indiqué que esperara la señal para acercarse. Y en esas estábamos cuando ella salió despampanante y se aproximó para sentarse en mis piernas. La sentí tibia y un poco nerviosa. Era la primera vez que se mostraba ante él de esa manera. El también estaba nervioso y se apuró a decirle que se veía hermosa. - No seas cursi- le dijo ella riendo - mejor dime que estoy buena-. El correspondió con otra risa y le dijo que si, estaba mucho más buena de lo que la recordaba, ahora que estaba hecha toda una mujer. Fue ese momento en el que se pasó de mis piernas a las de él sin que yo me lo esperara. La química entre ellos era evidente y al instante ya el acariciaba el muslo interno de ella mientras se besaban con sensualidad. La mano de él subía y bajada del muslo de mi mujer como buscando la señal para continuar y esta llegó con el abrir de piernas de mi esposa. Sus dedos por fin acariciaron la humedad de su tanga y ella gimió bajito. Mi excitación comenzaba a dispararse con la naturalidad que todo iba fluyendo. Así seguiríamos por varias horas pero les cuento un poco más en la siguiente publicación.