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"Lujuria Lésbica en el Sauna"

Introducción

(Saunabaed, Berlin)

El ambiente en el sauna era denso, casi sofocante, cargado de una energía que parecía, extrañamente, latir con cada uno de mis suspiros. Las paredes de madera, de un tono cálido y dorado, parecían arder con un resplandor que atrapaba la luz de la única lámpara en la esquina, acentuando cada curva y cada sombra en la habitación. El aroma que llenaba el aire era una mezcla intoxicante de pino, sudor y algo más profundo, una fragancia casi animal que me envolvía y hacía que cada inhalación fuera un acto de entrega.

La madera del sauna, probablemente cedro rojo, tenía ese color característico, una mezcla de rojo y dorado que se oscurecía ligeramente con el calor y la humedad. Podía, facilmente, sentir el calor de la madera bajo mis pies desnudos, una calidez que se extendía hasta las paredes, que parecían palpitar con el calor acumulado. Era como si el sauna estuviera vivo, respirando conmigo, cada latido sincronizado con el ritmo lento y pesado de mi corazón. Cada panel de madera tenía sus vetas únicas, esas líneas oscuras que serpenteaban por la superficie, un recordatorio de la naturaleza salvaje y primitiva de este espacio.

El sudor, en cuestión de minutos, se deslizaba lentamente por mi piel, cada gota rodando desde mi cuello hasta mis voluptuosas tetas, dibujando líneas húmedas que seguían la curva de mis tetas. Mis pezones, erectos y sensibles, captaban cada gota que pasaba por ellos, provocando una mezcla de placer y expectación que me hacía jadear suavemente. Podía sentir cómo la humedad se acumulaba en la parte baja de mi espalda, formando pequeños ríos que se unían en mi coxis antes de continuar su descenso hacia el calor entre mis muslos y entre los glúteos. Cada gota de sudor que caía de mi pecho se sentía como una caricia invisible, como si el propio aire del sauna estuviera conspirando para aumentar mi deseo, para hacerme arder más.

Me recosté contra la pared, sintiendo el calor de la madera impregnarse en mi espalda, un calor que no solo venía del sauna, sino de la propia excitación que me consumía. El aroma del sudor y el pino se mezclaban en mi nariz, creando un perfume embriagador, casi abrumador, que llenaba mis sentidos y me hacía sentir más conectada con mi propio cuerpo. El sauna era un santuario, un lugar donde podía ser completamente yo misma, donde podía dejarme llevar por el calor, por la humedad, por la necesidad creciente que se apoderaba de mí.

Mi mano subió lentamente por mi vientre, siguiendo el rastro de sudor que brillaba en mi piel, hasta alcanzar mis tetas. Al apretar mis pezones hinchados, irrigados de sangre palpitante, sentí cómo el placer se disparaba, un relámpago que viajaba desde mis endurecidos pezones hasta mi clítoris, intensificando el calor, de una manera sobrehumana, entre mis pálidas piernas. Mis tetas, amoldables a cualquier mano que las deseara, estaban empapadas en sudor, y se movían con cada respiración, cada gemido que escapaba de mis labios. 

En esos momentos, sentí cómo el sudor se deslizaba entre mis pechos, acumulándose en el valle entre ellos, mezclándose con mi propia humedad. 

Misteriosamente, la madera crujía suavemente bajo mi peso, como si también estuviera viva, respirando conmigo, absorbiendo el calor de mi cuerpo y devolviéndolo en forma de una calidez que se sentía como un abrazo.

El aire era tan espeso que cada respiración se volvía un acto de devoción, un esfuerzo consciente para mantener el control mientras mi cuerpo exigía más, mientras mis dedos se deslizaban más abajo, encontrando la humedad que se acumulaba, irresistiblemente, entre mis blandos muslos. No podía resistir la tentación de tocarme, de explorar cada rincón de mi propio cuerpo mientras el calor del sauna me envolvía por completo. Era imposible no querer hacerlo. Cada toque, cada caricia, se sentía amplificada por el ambiente, por la madera caliente bajo mi piel, por el aroma que me rodeaba, por el sudor que se deslizaba por cada centímetro de mi cuerpo. Es cierto que, afortunadamente, estaba completamente sola en el sauna, pero al mismo tiempo, me sentía más conectada con mis deseos que nunca antes.

Por ejemplo: mis manos, es cierto, temblaban, pero no de miedo. Era algo más oscuro, más intenso. Una furia desatada, un hambre salvaje que rugía en mi vientre, una fiebre que ardía desde lo más profundo de mi ser, subiendo como un fuego incontrolable, amenazando con devorarme por completo. 

Cada latido de mi corazón (que parecía que se arrancaría del pecho) era un estallido de lujuria pura, una descarga de placer que se extendía por todo mi cuerpo, empapando mi ropa interior hasta el último rincón de mi ser. Podía sentir cómo el encaje negro, ajustado y provocativo, se adhería a mi piel sudorosa, abrazando con sus lazos hasta mis caderas con una presión que rozaba lo insoportable, pero era precisamente esa incomodidad la que me mantenía más viva, encendida, ardiendo.

El encaje se apretaba contra mi piel, y cada uno de sus pequeños trazos de satén rozaba la entrepiernas de mis muslos, enviando corrientes eléctricas que hacían que mi respiración se volviera más pesada, más entrecortada. El diseño floral del encaje, que parecía inocente a simple vista, era en realidad una obra maestra de la perversión. Sus bordes ásperos mordían suavemente mi carne, despertando mis sentidos, haciéndome estremecer con cada mínimo movimiento. Estaba diseñado con su qué.

Mis pechos subían y bajaban en un ritmo frenético, mis pezones endurecidos se frotaban contra el borde del sostén, también de encaje, que parecía diseñado para torturarme de la manera más exquisita. Cada roce, cada leve contacto, era un recordatorio constante de la lujuria que me consumía, de la fiebre uterina que me mantenía en un estado perpetuo de excitación, un estado del que no quería, ni podía, escapar.

El calor del sauna se mezclaba con el fuego que ardía en mi interior, y el sudor resbalaba por mi cuerpo, empapando el encaje que ahora se pegaba a mi vulva con una precisión dolorosa. Sentía cada fibra de la tela rozar contra mis vaginales labios. Cada movimiento era una promesa de más placer, de más tormento. La humedad se filtraba a través del encaje, intensificando la fricción, haciendo que cada pulso de mi clítoris se sintiera como una explosión que me sacudía hasta el núcleo.

Mi mano temblorosa no pudo resistir más, y se deslizó hacia abajo, siguiendo el camino de sudor que recorría mi abdomen hasta llegar al borde de mi braga. Mis dedos se encontraron con la suavidad empapada del encaje, y un gemido involuntario escapó de mis labios al sentir cuán húmeda estaba. 

El contraste entre la delicadeza de la tela y la brutalidad de mi necesidad era devastadora, y no podía evitar deslizar un dedo más adentro, sintiendo la calidez de mi propia humedad, el pulso frenético de mi deseo. ¡Oh, sí, sí, sí! Sentía cómo cada caricia se convertía en una explosión de placer. ¡Más, más! Me decía mientras el encaje se apretaba más contra mi piel, acentuando la presión en mi clítoris, en mis labios hinchados, que se frotaban deliciosamente contra la tela. ¡No pares, sigue, sigue!

Con extremado cuidado, acomodaba mi mano de manera que mis dedos pudieran explorarme sin prisa, sin lastimarme, dándome solo el placer que tanto ansiaba. (A veces la excitación me hace perder el control de la situación y me desconcentro, con consecuencias de daño en mi cuerpo.) Mi dedo índice fue el primero en aventurarse, entrando despacio, abriendo camino entre la suavidad de mis pliegues. Sentía cómo mis paredes internas se adaptaban a mi tacto, la humedad ayudando a deslizarlo más adentro. ¡Oh, Dios, sí! ¡Es tan , tan rico! Mi concha me apretaba con fuerza, pidiendo más, y yo no podía negármelo.

Cuando el segundo dedo se unía, abría suavemente mis labios menores con el pulgar, separándolos con una ternura cargada de lujuria. ¡Ah, sí, qué caliente estaba! Mis dedos se movían lentamente, sintiendo cada curva, cada pulso de mi deseo. Me aseguraba de mantener la mano en un ángulo que evitara presionar demasiado, dejando que mis caderas guiaran el ritmo, moviéndose hacia mí, buscando más. ¡Oh, sí, justo ahí, sí, sí! La presión de mi propio cuerpo me hacía estremecer, el plug en mi culo vibrando con cada movimiento, sincronizándose con mi corazón, con el placer que brotaba desde lo más profundo de mi ser.

Sentía mi útero como un límite sagrado, un lugar donde no debía aventurarme, y lo respetaba, pero no sin antes explorar cada milímetro a su alrededor, asegurándome de que mis dedos me dieran todo el placer que pudiera soportar. Mis dedos se deslizaban más rápido, entrando y saliendo, mientras mis gemidos se intensificaban, llenando la habitación con mi placer. ¡Sí, sí, sí, más! Mi mano se mantenía firme, controlando cada movimiento, mientras

Cada vibración, cada pulso, hacía más difícil concentrarme, pero también intensificaba mi propia excitación, hasta que estaba en un ciclo de placer sin fin, perdida en ese momento de lujuria desenfrenada. ¡Oh, no pares, sigue, sigue! Mis dedos se movían frenéticamente, buscando liberar ese clímax que sabía que estaba a punto de estallar, mi cuerpo respondiendo a su propio calor, a su deseo, mientras me arqueaba hacia mí misma, mi conchita apretando mis dedos con fuerza, derramando mi jugo caliente en un torrente que me consumía por completo.

Mi mente era un torbellino, atrapada en la lucha entre la sutileza de la tela y la brutalidad de mi deseo, pero no podía detenerme. Necesitaba más, mucho más. Cada vez que mis dedos se hundían más profundo, el calor de mi humedad se mezclaba con la fricción del encaje, y una voz en mi cabeza gritaba que no podía parar, que esto era solo el principio. ¡No pares, ahora no! Mientras pensaba en lo desesperada que estaba por sentir más, por saciar esa necesidad que me consumía desde dentro, Sabía que estaba al borde, que solo necesitaba un poco más para caer en ese abismo de placer donde todas mis inhibiciones se desvanecerían por completo. "¡No pares!", me decía, "¡No te detengas ahora!" "¡Justo ahora no!”

Cada fibra de mi ser clamaba por más, por un alivio que se negaba a llegar. Pero eso solo avivaba el fuego, lo hacía crecer, expandirse, hasta que me sentí a punto de explotar.

El sudor y la humedad se mezclaban, creando una sensación resbaladiza que hacía que mis dedos se movieran más fácilmente, aumentando la fricción, haciendo que mi cuerpo se arqueara de placer. Mis gemidos se hicieron más fuertes, más desesperados, mientras mi mano se movía con una urgencia que solo podía ser alimentada por la fiebre carnal que me consumía.

Era un círculo vicioso, una espiral de placer y dolor que me arrastraba cada vez más profundo en el abismo de la lujuria. Cada vez que pensaba que no podía soportar más, que estaba a punto de romperme, el placer se intensificaba, la presión aumentaba, y el encaje que una vez había sido una segunda piel ahora era una prisión, una tortura exquisita de la que no quería escapar.

Mi piel ardía con el calor del sauna, pero lo que verdaderamente me consumía era el deseo insaciable que palpitaba en mi clítoris, en mis pezones, en cada rincón de mi cuerpo. Sentía la presencia de algo más, una energía que se alimentaba de mi lujuria, haciendo que el encaje húmedo y pegajoso de mi ropa interior se fusionara con mi piel, como si fuera una extensión de mi propio ser.

Mis dedos de la mano izquierda, temblorosos y más ansiosos que nunca, se deslizaban por mi abdomen, trazando el camino del sudor que caía desde mis tetas hasta la cinturilla de mi braga, la cual, tal como les decía, se había vuelto una prisión húmeda y deliciosa, atrapando cada gota de deseo que se escapaba de mi interior. Por su parte, el calor que emanaba desde mi vientre era tan, pero tan intenso, que parecía tener vida propia, reclamando cada parte de mi ser, hasta que sentí que no resistiría más. Que me iría inexorablemente al carajo del más profundo deseo.

Entonces con mis dos manos tomé esa pequeña prenda de lencería y la metí entre mis labios vaginales. La violenta fricción del encaje sobre mi clítoris enviaba fortísimas descargas de placer que viajaban, dando golpes, por mi espina dorsal, haciéndome gemir de una manera que no podía controlar. "¡Ay, sí, sí!" Cada movimiento, cada pequeño roce, me acercaba más a un abismo de placer incontrolable, una caída libre que no quería detener. "¡No pares!" El desencajado sonido de mis propios gemidos se mezclaba con el ritmo de tambor frenético de mi corazón, formando una sinfonía de deseo que resonaba en toda la sauna. "¡Ah, shit.!" Con la sensación de estar al borde del clímax, mis dedos se deslizaron más abajo, encontrando la humedad caliente que se acumulaba en mi clítoris palpitante, y no pude evitar un gemido ahogado al sentir el contacto. "¡Ah, sí, más, más!" Mi cuerpo entero se tensó, mi espalda se arqueó, y supe que no podría contenerme por mucho más tiempo.

Con una precisión desesperada, mis dedos se movieron para liberar mi clítoris del capuchón que lo cubría, utilizando mis uñas para deslizar suavemente la piel hacia atrás, exponiendo por completo el punto más sensible de mi cuerpo. "¡Oh, Dios, sí!" Gemí al contacto directo con el aire caliente del sauna lo cual provocó que mi clítoris palpitara aún más intensamente. "¡Ay, no pares, más!" Lo froté con las yemas de mis dedos, sintiendo la textura suave y húmeda contra mi piel. Cada caricia, cada roce, era una explosión de placer que me hacía temblar. "¡Ah, sí, fóllame más fuerte!" El ritmo de mis dedos se aceleró, y el calor que emanaba de mi clítoris parecía incendiarme desde dentro. "¡Explotaré, sí!" Estaba tan cerca, tan cerca de perderme en ese abismo de placer absoluto.

Y todo, el calor, el sudor, el aroma del pino, mis gemidos desesperados, mi mandíbula apretada, mi ojo derecho palpitando, conspiraba para hacerme perder el control, para llevarme a un lugar donde solo existía el placer, donde mi cuerpo y mis deseos eran lo único que importaba. "¡Más, más, más!" Sin duda, quería más, necesitaba más, y no había nada que pudiera detenerme.

Capítulo Cero

(Horas antes)

Sabía que este reconocido sauna público de Berlín estaba reservado solo para mujeres, y que a esa hora del domingo estaría vacío. Sin embargo, el simple hecho de estar en un lugar público, sabiendo que alguien podría entrar en cualquier momento, siempre me había excitado. Pero hoy, decidí llevar las cosas un paso más allá. Había comprado un plug anal de última generación, diseñado para responder a mis niveles de excitación. Los sensores anales reaccionaban a cada contracción, ajustando las vibraciones automáticamente, y la idea de probarlo aquí, en este lugar, me llenaba de una excitación que apenas podía controlar.

El plug estaba hecho de un material tan suave y flexible que se adaptaba perfectamente a las curvas y mucosas internas de mi recto hasta tocar el borde del colon, estimulando cada punto sensible con una precisión exquisita. La base estaba diseñada para quedarse firmemente en su lugar, presionando contra la entrada de mi ano, asegurando que no se moviera sin importar cuán intensas fueran las vibraciones o mis movimientos. Elegí este plug porque sabía que se ajustaría a la perfección a mi cuerpo, aumentando la presión y la vibración conforme mi deseo se intensificaba.

Cuando entré al sauna, el vapor comenzó a envolverme, y pequeñas gotas de sudor comenzaron a formarse en mi piel. No tenía mucho tiempo, y la idea de que alguna clienta pudiera entrar en cualquier momento solo avivaba el fuego dentro de mí. Me mantenía alerta. Temblando de adrenalina. Con un suspiro de anticipación, me quité la toalla, dejando que el calor abrazara mi cuerpo semi desnudo. Me quité las bragas. Abrí mi bolsa con manos temblorosas, no por nervios, sino por la intensa excitación que crecía dentro de mí. El plug anal que había elegido para esta ocasión era de un tono negro brillante, su superficie lisa y reluciente prometía deslizarse con facilidad en mi interior.

Saqué, tal como lo había planeado, el lubricante, un gel translúcido que se sentía frío al tacto, pero con un aroma dulce y especiado, como una mezcla de vainilla y canela, que llenó mis sentidos. Apliqué una cantidad generosa en el plug, disfrutando del contraste entre la frescura del lubricante y el calor que ya irradiaba de mi piel. El primer contacto del plug con mi ano fue un choque de sensaciones, un estremecimiento recorrió mi espina dorsal cuando la punta se encontró con mi piel, fría y suave, presionando suavemente. Comencé a insertar el plug lentamente, sintiendo cómo se deslizaba con una facilidad deliciosa, adaptándose a cada curva interna, llenando cada espacio con una presión suave pero constante. Era como si estuviera hecho a medida para mí, envolviendo cada centímetro de mi recto con su presencia vibrante, alcanzando incluso los rincones más profundos de mi recto hasta encontrarse con el colon.

La sensación era tan intensa que me encontré cerrando los ojos, enfocándome en cada pulso del dispositivo. Las vibraciones iniciales eran un suave cosquilleo, pero sabía que este plug era especial. El control remoto descansaba en mi mano, pero lo mejor estaba por venir.

Me senté lentamente en la banca caliente de madera, sintiendo cómo la superficie dura y lisa se ajustaba al contorno de mis nalgas. Mis glúteos, redondeados y firmes, se acomodaron sobre la madera, pero no sin una ligera incomodidad. El calor del sauna hacía que la piel de mis mejillas se tornara más sensible, percibiendo cada centímetro de contacto con la madera. El plug anal dentro de mí, ya encendido, enviaba pequeñas vibraciones que se intensificaban con cada movimiento, haciendo que mi cuerpo se tensara de placer.

Para hacer el asiento más cómodo, tomé la toalla que había usado antes y la doblé cuidadosamente, colocándola bajo mis nalgas. El tejido suave de la toalla proporcionó un alivio bienvenido, pero la presión del plug contra el banco todavía se sentía, amplificando las sensaciones a medida que mis glúteos se presionaban contra la base del dispositivo. Cada vibración que recorría mi recto enviaba un ligero temblor a través de mis mejillas, haciéndome consciente de cada músculo que se contraía y relajaba en respuesta.

Mis caderas se movían ligeramente, casi involuntariamente, ajustando la posición del plug dentro de mi recto, haciendo que la base se deslizara contra la entrada de mi ano, enviando oleadas de placer por todo mi cuerpo. El lubricante que había usado antes de insertarlo tenía un aroma dulce y ligeramente especiado, que mezclado con el sudor de mi piel creaba una mezcla embriagadora. Afortunadamente, la textura suave de la toalla absorbía parte de la presión, pero el calor de la madera debajo de ella se transmitía a mi piel, envolviendo mis nalgas en un calor húmedo y constante. Podía sentir cada curva de mi trasero adaptándose al banco, pero con el plug proporcionando una presencia firme y deliciosa, que me hacía sentir increíblemente consciente de mi cuerpo. A cada pulsación, a cada roce, el plug respondía aumentando la intensidad de las vibraciones, provocando que mis músculos se contrajeran y liberaran, en un ciclo de placer interminable.

Las gotas de sudor bajaban por mi cuerpo, mezclándose con mi propia humedad, y yo, embriagadoramente, seguía cada gota con mis dedos, acariciando mis tetas, mis costillas, dejando que cada parte de mi cuerpo se convirtiera en un terreno de placer absoluto. 

Mientras mis dedos recorrían mi hundido abdomen, el plug seguía vibrando y vibrando, aumentando el placer hasta que me vi incapaz de contener los gemidos que escapaban de mis labios. El placer se intensificaba con cada segundo que pasaba, y mi cuerpo entero temblaba en una mezcla de calor, sudor y lujuria, consumida por la necesidad insaciable de más.

Cada gemido que escapaba de mis labios era un eco de la tormenta de placer que se desataba dentro de mí. ¡Ay sí! ¡Sí, más, más, más! Me susurraba mientras mis dedos, ahora temblorosos, descendieron aún más, trazando un camino por la humedad de mi reducido abdomen, sintiendo cómo el calor del sauna se mezclaba con el fuego que ardía en mi interior. El plug seguía su danza infernal dentro de mi culo, vibrando en un ritmo implacable que hacía que cada músculo de mi cuerpo se tensara y liberara en un ciclo interminable de deleite.

Deslicé una mano hacia mis muslos, sintiendo cómo la piel resbaladiza se pegaba a mis dedos, mientras mi otra mano acariciaba mi clítoris, nuevamente, hinchado, y con cada roce enviaba descargas eléctricas por la extensión completa de mi columna vertebral. ¡Ay Dios, guau, que delicia, no puedo detenerme! ¡No quiero detenerme, es imposible! Las vibraciones del plug se intensificaban con cada segundo que pasaba, sincronizándose con los movimientos de mis dedos que se deslizaban por mi clítoris, haciéndome gemir aún más fuerte.

Mi respiración, ya de por sí agitada, se volvió aún más rápida, más entrecortada, y mi cuerpo se arqueó mientras el placer aumentaba en intensidad. Sentía como si una ola gigante se estuviera formando dentro de mí, creciendo, acumulándose, lista para estallar en cualquier momento. ¡Ay Dios! ¡Por favor, más, más, más! Gritaba en el calor del sauna que se volvía insoportable, mezclándose con el sudor y la humedad que emanaba de mi entrepierna, creando un ambiente sofocante que me empujaba hacia el borde más profundo y absoluto del placer. 

El maldito plug dentro de mí pulsaba y pulsaba con una precisión exquisita, golpeando cada punto sensible en mi recto y enviando vibraciones que resonaban en mi clítoris, amplificando cada sensación. ¡Sí, así! ¡Sí, más! Mis dedos se movían frenéticamente, acariciando, frotando, buscando liberar el torrente de placer que amenazaba con consumirme por completo. ¡Ay sí, ya no puedo más! ¡Estoy tan cerca!

Capítulo Uno

Hasta que de pronto la puerta del sauna se abrió, y el suave chirrido de las bisagras cortó el silencio sofocante del vapor, enviando una ráfaga de aire frío que acarició mi piel caliente y bañada de sudor. Mi corazón se detuvo por un instante, solo para latir, posteriormente, con una fuerza renovada y salvaje cuando vi esa figura entrar, envuelta en una toalla blanca que contrastaba con su piel bronceada, resplandeciente bajo la luz tenue del sauna. Mi respiración se volvió errática, el aire se me escapaba en suspiros entrecortados, mientras mis dedos continuaban rozando mis pechos con una suavidad que me hacía arder. El plug dentro de mí seguía vibrando, enviando ondas de placer que se estrellaban contra mi voluntad, provocando espasmos involuntarios en mis caderas que luchaba por contener. La mezcla de miedo y excitación era abrumadora, una dualidad que me mantenía al borde de la desesperación.

La pálida mujer berlinesa que había entrado era alta y esbelta, con un porte que irradiaba confianza y una sensualidad latente. (Superaba con seguridad el metro ochenta y más, mucho más) Su cabello castaño muy claro estaba recogido en un moño alto, del que caían algunas doradas hebras sueltas, acariciando la piel de su cuello y sus delicados hombros. Su cuerpo, apenas cubierto por la blanca mullida toalla húmeda, dejaba entrever unas curvas seductoras que se insinuaban bajo el algodón empapado. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese breve instante, sentí cómo el tiempo se detenía. Noté su sorpresa al verme ahí, tan expuesta, con mis piernas ligeramente separadas, mis pechos erguidos por el placer y la humedad, y mi cuerpo vibrando al ritmo del plug que me consumía por dentro. Pero la sorpresa en sus ojos rápidamente dio paso a algo más, una chispa de reconocimiento y deseo, un deseo que reflejaba el mío, pero que llevaba consigo una sombra más oscura, más profunda, como si ambas supiéramos que lo que estaba por suceder nos arrastraría más allá de cualquier límite.

Noté su sorpresa al verme ahí, tan expuesta, con mis piernas ligeramente separadas, mis pechos erguidos por el placer y la humedad, y mi cuerpo vibrando al ritmo del plug que me consumía por dentro. Mi rostro, sin embargo, contaba una historia mucho más intensa, una que solo yo podía sentir con cada fibra de mi ser. Mis mejillas estaban enrojecidas, ardiendo con el fuego del deseo que me recorría. Sentía cómo el calor subía desde mi cuello, hasta mis pómulos, como si mi piel no pudiera contener la pasión que se desbordaba en mi interior. El sudor, ese testigo silencioso de mi lujuria, se deslizaba por mi frente, formando pequeños riachuelos que bajaban por mis sienes, uniéndose con las gotas que se formaban en la línea de mi cabello, empapando los mechones oscuros que se pegaban a mi piel.

Mis ojos, que en ese momento, eran una mezcla de devoción y lujuria pura. Brillaban intensamente, casi como dos esmeraldas pulidas, reflejando la luz del cuarto y la intensidad de lo que estaba sintiendo. Las pupilas dilatadas hablaban de la profundidad de mi excitación, mientras mis pestañas, humedecidas por el sudor, se unían en pequeños grupos, creando sombras sobre mis mejillas.

Mis labios, esos labios que tanto habían saboreado su cuerpo, estaban entreabiertos, rogando por más. Podía sentir la sequedad en ellos, agrietados ligeramente por la respiración rápida y entrecortada que no podía controlar. Mi lengua, desesperada por humedad, se asomaba tímidamente, lamiendo las comisuras de mi boca, tratando de mitigar esa sensación abrasadora que me embargaba. ¡Ah, cómo deseaba que sus labios se encontraran con los míos en ese instante, calmando la tormenta de deseo que rugía en mi pecho!

El cabello, que normalmente caía en suaves ondas, ahora estaba desordenado, pegado a mi cuello y también a mis hombros producto del sudor. Cada mechón parecía atrapado en el caos de mi propia pasión, creando un marco salvaje para mi rostro, una cara que no podía ocultar lo que estaba sintiendo. Las venas en mi cuello latían con fuerza, marcando el ritmo frenético de mi corazón, mientras mis ojos, medio cerrados por el éxtasis, se enfocaban solo en ella, en la reacción que mi cuerpo le provocaba.

Mis manos, que habían recorrido cada centímetro de mi piel, ahora se aferraban a la toalla y a la banca de madera, buscando un ancla en medio de la tormenta que era mi deseo. Podía sentir el calor de mi cuerpo intensificarse con cada vibración del plug, un calor que se extendía desde mi vientre hasta mi pecho, hasta el punto donde mis pezones, rígidos y sensibles, clamaban por más contacto, por más caricias. Estaba perdida en ese ciclo de placer interminable, y mi rostro, cada rasgo de mi expresión, lo mostraba sin reserva.

Sentí su mirada recorrer cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose en mis piernas, subiendo lentamente por mis muslos hasta mis caderas, siguiendo el rastro de sudor que se deslizaba entre mis pechos, que seguía acariciando con una lentitud exasperante. Podía ver cómo su respiración se aceleraba, cómo sus labios se entreabrían mientras me observaba, como si estuviera devorando cada uno de mis movimientos. Su toalla resbaló un poco, dejando al descubierto su clavícula y la curva superior de una de sus tetas, pero no hizo ningún intento por cubrirse. De hecho, parecía deleitarse en mi mirada, en la forma en que mis ojos se posaron en su piel desnuda, en la promesa de lo que podía ocurrir en ese espacio prohibido.

Su voz, cuando finalmente habló, fue suave pero cargada de una intención clara, un susurro que parecía vibrar en el aire pesado del sauna.

— ¡Vaya! No esperaba encontrar a alguien aquí…Por la hora —dijo, su tono bajo, casi un murmullo, pero cada palabra era un eco cargado de deseo, un subtexto que no necesitaba explicación. No respondí de inmediato, mis ojos fijos en los suyos, mi cuerpo aún vibrando de placer, mientras mis manos seguían sus propios deseos, deslizándose por mis tetas, mis costillas, mi escuálido estómago plano, recorriendo la curva de mis caderas con una lentitud que me hacía hervir por dentro. Parecía una enferma. Mi lengua apenas contenía el deseo de saborear el sudor que resbalaba por mis labios, mezclándose con el aroma denso y almizclado del vapor caliente.

—Tampoco… yo... esperaba compañía, —respondí, y mi voz era apenas un susurro, ahogada por el placer que me recorría como un torrente incontrolable. Sentía mis labios temblar de excitación, mi respiración transformándose en jadeos, mientras el plug dentro de mí vibraba y vibraba con una intensidad casi insoportable, presionando justo en los puntos más sensibles de mi ano. Cada onda de placer me hacía arquear las caderas involuntariamente, como si mi cuerpo ya no me perteneciera, como si fuera un títere de las sensaciones que lo azotaban sin piedad. Estaba enregada.

Ella dio un paso hacia adelante, sus ojos nunca abandonaron los míos, la chispa en su mirada se intensificó, convirtiéndose en una llama que amenazaba con consumirnos a ambas. La tensión entre nosotras se podía cortar con un cuchillo, el aire cargado de una electricidad palpable que hacía que cada poro de mi piel se abriera, liberando aún más sudor, aún más esencia.

—Parece que interrumpí algo —dijo, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios, que no lograba esconder el deseo que se apoderaba de su cuerpo. No negué lo evidente, simplemente continué moviendo mis caderas ligeramente, haciendo que el plug enviara más vibraciones por mi cuerpo, cada pulso me acercaba más al abismo. Podía sentir mi vagina pulsar con cada ola de placer, el calor invadiendo mi bajo vientre, extendiéndose hacia mis muslos, hacia mi pecho, hacia mi garganta, sofocándome en una marea de lujuria que no tenía fin.

El plug dentro de mí aumentaba su intensidad con cada pensamiento sucio que cruzaba por mi mente. Podía sentir cómo se sincronizaba con mi excitación, vibrando con un ritmo frenético que me hacía perder la noción de dónde estaba, de quién era. Todo lo que importaba era ese placer oscuro que me consumía, que me arrastraba cada vez más hacia un clímax que sabía sería devastador.

Mis dedos comenzaron a temblar mientras seguían acariciando mis tetas, mis uñas raspando ligeramente mi piel sudorosa y enviando descargas de placer por mi columna. Mi cuerpo ardía, cada pulso del plug en mi ano resonaba en mi interior, pero sabía que necesitaba más, algo que llenara el vacío que palpitaba en mi vagina.

—Tampoco… yo…esperaba esto —le susurré como pude, con mi voz ronca y entrecortada de deseo—, pero no puedo decir que no lo disfrute…

Ella soltó la toalla, dejándola caer al suelo, revelando un cuerpo que parecía esculpido por los dioses, cada curva, cada línea, irradiando una perfección que hacía que mi propia lujuria se intensificara hasta el borde de la desesperación. Mi mirada recorrió su cuerpo con hambre, deteniéndose en sus pechos firmes, en la curva de sus caderas, en la forma en que su piel brillaba bajo la luz tenue, bañada de sudor y deseo.

La intensidad del momento era abrumadora; mi cuerpo respondía sin que pudiera controlarlo; cada movimiento era una súplica muda por más, por un placer que amenazaba con desbordarse. El miedo y la vergüenza se disolvieron, reemplazados por una necesidad primitiva de ser vista, de ser deseada, en mi estado más vulnerable y excitado.

—Haz… lo que quieras conmigo —susurré, con mis labios apenas capaces de formar las palabras, mi cuerpo temblando de anticipación, listo para cualquier cosa que ella decidiera hacer. Mi clítoris latía al ritmo del plug, mi vulva pulsaba con una necesidad desesperada, y mis ojos, fijos en los suyos, imploraban por ese toque que sabía que me llevaría al borde, y luego más allá.

—Pero antes… —dije, con mi voz temblando por el placer que ya se desbordaba— hay algo más en mi bolso, al lado de la puerta. Saca el vibrador… El vibrador… necesito más… más.

Su sonrisa se amplió; y un destello de perversión cruzó su rostro mientras sus ojos seguían fijos en los míos. Caminó lentamente hacia el bolso, sus anchas caderas balanceándose con una gracia que hacía que mi cuerpo ardiera aún más. Tenía un culo infernalmente maravilloso. 

Mientras tanto, el plug en mi culo vibraba con una fuerza renovada, respondiendo a la anticipación de lo que estaba por venir. Podía sentir cada fibra de mi ser encendida, mi vulva palpitando, anhelando el segundo vibrador que sabía que llenaría ese vacío que ardía en mi interior.

Ella se agachó junto a mi bolso, con sus movimientos deliberadamente lentos, torturándome con la espera. Qué delicia era ver ese cuerpo desnudo, hermoso. Cuando sus dedos finalmente encontraron el vibrador, lo sacó lentamente, mostrándomelo con una sonrisa que era pura malicia.

—¿Esto es lo que quieres? —dijo en un tono bajo, casi burlón, mientras se acercaba de nuevo a mí, el vibrador en su mano, sosteniéndolo justo fuera de mi alcance.

—Sí… sí… por favor, necesito sentirlo dentro de mí —respondí, con mi voz ronca por el deseo, mis caderas ya empujando hacia adelante en un intento desesperado de alcanzar ese placer que me estaba siendo negado.

Ella no respondió; simplemente se arrodilló ante mí, con sus ojos fijos en los míos mientras encendía el vibrador. Me miró con sus ojos anglosajones. Haciendo que el zumbido bajo del dispositivo llenara el sauna, con una promesa de lo que estaba por venir, y el sonido por sí solo casi me hizo correrme allí mismo.

—Abre las piernas para mí, —susurró, con su voz siendo un comando suave pero irresistible.

Obedecí sin dudar, separando mis muslos con una urgencia desesperada, exponiendo mi vulva húmeda y palpitante, un abismo abierto de deseo que clamaba por ser llenado. La abrí tanto que hasta sentí un leve tirón en la zona muscular. Cada fibra de mi ser ardía; mi clítoris hinchado y sensible temblaba con anticipación, mientras mi cuerpo entero se ofrecía a su voluntad, sometido al fuego que ella había encendido en mi interior.

Ella se arrodilló frente a mí, su mirada fija en mi sexo expuesto, devorándome con esos ojos verdes oscuros que brillaban con lujuria pura. El vibrador en su mano emitía un suave zumbido que resonaba en el aire, mezclándose con el latido frenético de mi corazón. Sentía mi respiración volverse más pesada, cada inhalación un gemido contenido, cada exhalación un suspiro de necesidad.

—Estás muy mojada… Uhmmm… una delicia—murmuró, acercando el vibrador a mi vulva sin tocarla aún, provocándome con la proximidad, con la promesa de un placer que estaba al borde de estallar. Mis caderas se movían por sí solas, intentando acercarme al vibrador, buscando ese contacto que sabía que me llevaría al límite.

—Por favor… —suplicaba, con mi voz quebrada por la desesperación—, hazlo, no puedo esperar más. — Mételo…mételo.

Ella sonrió, una sonrisa que era puro dominio, sabiendo que me tenía completamente a su merced. Lentamente, muy lentamente, acercó el vibrador a mi clítoris, dejándolo apenas rozar mi piel, enviando una descarga eléctrica a través de mi cuerpo que me hizo gritar.

—Oh, sí… así… así —gimoteé, con mi cuerpo convulsionando al sentir el primer contacto, la primera ola de vibración que se extendió desde mi vulva hacia cada rincón de mi ser. La sensación era tan intensa, tan cruda, que apenas podía mantenerme consciente, mis caderas empujando hacia adelante, buscando más, necesitando más.

Ella, jugando, deslizó el vibrador a lo largo de mis labios vaginales, hacia arriba y hacia abajo con el zumbido recorriendo cada pliegue, cada curva, empapándose en mi humedad, en mi necesidad… Mis dedos se enterraron en las toallas y la madera, con mis uñas arañando la blanca tela de algodón mientras intentaba aferrarme a algo, cualquier cosa, para no perderme completamente en el abismo de placer que se abría bajo mí.

—¿Te gusta así? —su voz era un susurro cargado de perversión, mientras movía el vibrador en pequeños círculos, apenas tocando mi clítoris, enviando olas de placer que me hacían retorcerme.

—Sí, sí… por favor, más fuerte… más, más —jadeé, con mis ojos cerrándose mientras el placer se volvía demasiado, demasiado intenso, cada onda vibratoria golpeando directamente en mi centro, haciéndome sentir como si fuera a explotar de un momento a otro.

Ella no dudó. Aumentó la presión del vibrador contra mi clítoris, empujándolo con más fuerza, haciéndolo vibrar directamente sobre ese punto tan sensible que me hizo gritar de placer. Mis caderas se movían frenéticamente, empujando contra el vibrador, buscando más de esa fricción, más de esa sensación que me estaba destrozando y construyendo al mismo tiempo.

El plug en mi culo vibraba en sincronía, cada onda de placer amplificándose por el doble de estímulo, enviando un fuego líquido a través de mis entrañas que me quemaba desde adentro. Podía sentir cómo mis paredes vaginales se contraían, cómo mi vulva palpitaba, llena de una necesidad desesperada por liberar toda la tensión que se había acumulado.

—Te ves tan… hermosa así, —murmuró, su voz un susurro cargado de lujuria— completamente a mi merced, completamente perdida en el placer.

Sus palabras me atravesaron, encendiendo aún más mi deseo, haciéndome querer entregarme por completo, sin reservas, sin pensar en nada más que en el placer que ella me daba, en el clímax que estaba por alcanzarme.

—Por favor… Hazme tuya… —mi voz era apenas un susurro, un gemido entrecortado por la intensidad de las sensaciones que me invadían. Sabía que estaba cerca, tan cerca, pero aún necesitaba ese último empujón, esa última chispa que me haría caer en el abismo.

Ella sonrió, inclinándose sobre mí, su aliento caliente contra mi oído, mientras movía el vibrador más rápido, más fuerte, cada movimiento enviando descargas de placer directamente a mi cerebro.

* * *

El pulso del placer sigue latiendo en mi interior, no se detiene, no se calma. Es una corriente constante que me electrifica, que me mantiene en un estado de excitación perpetua. Mis dedos todavía resbalan sobre mi clítoris, ya empapado de mi propio jugo; cada caricia enviando una nueva oleada de calor por mi espina dorsal. El plug en mi culo vibra con una constancia ahora más tranquilizadora, una promesa de más placer, de más lujuria, de más. ¡Oh, sí! Tengo hambre de sexo. Siento el estómago vacío de placer.

—No pares… —repito, con un gemido suave, arrastrando las palabras como si de ellas dependiera mi cordura. Mis piernas se entrelazan con las suyas; mi cuerpo aún tembloroso busca el calor de su piel, el roce de sus pechos contra mi espalda. Sus dedos, hábiles, vuelven a encontrar mi vulva, esta vez con más ternura, como si supiera que el clímax me ha dejado al borde del abismo, tan sensible que el más leve contacto me hace temblar.

—Eres insaciable, Lilith… —susurra, su voz ronca de placer y agotamiento, pero sus manos no se detienen; sus dedos y el vibrador siguen explorando mi carne, deslizando suavemente sobre los labios vaginales aún hinchados, húmedos, abiertos. "Sí, me corro... ¡Oh, Dios, no pares!" Mi cuerpo responde a cada toque, a cada presión, y siento cómo mi clítoris, ya casi dolorosamente sensible, vuelve a palpitar bajo su toque, cómo la vibración del plug en mi ano se intensifica nuevamente, anticipando el próximo estallido.

—No puedo evitarlo… Te necesito tanto… — Mi voz es apenas un susurro, casi una súplica, mientras mis dedos siguen acariciando mi propio clítoris, mientras sus manos se unen a las mías, aumentando la presión, llevando mi cuerpo nuevamente al límite.

El sudor corre por nuestras pieles, mezclándose con el aroma de nuestro sexo, de nuestros orgasmos que todavía flotan en el aire, creando una atmósfera tan densa que es casi tangible. Su aliento caliente roza mi cuello, sus labios encuentran la piel sensible detrás de mi oreja, mordisqueando suavemente, cada toque un fuego más que se enciende en mi vientre.

—Quiero verte correr cariño… —susurra, y su voz es una orden que no puedo desobedecer, que me arrastra de nuevo al ciclo interminable de placer.

Mis caderas empiezan a moverse por sí solas, siguiendo el ritmo de sus dedos, buscando más, necesitando más. La vibración en mi culo se vuelve más intensa, un latido constante que se sincroniza con los movimientos de sus dedos y los míos sobre mi clítoris, cada pulsación un paso más cerca del clímax que ya empieza a construirse de nuevo en mi interior.

—¡Oh, Dios…! ¡Sí, sí, sí! —jadeo desalleciente, mis caderas empujando contra sus manos, mi cuerpo ya tan cerca del borde que casi puedo saborear el estallido que se avecina. Mi clítoris palpita bajo nuestros dedos, tan hinchado y sensible que cada roce me arranca un gemido, una súplica por más.

—Me gustaría verte correr, Lilith… Lo deseo tanto y quizá más que tú —susurra, su voz, siendo un susurro cargado de lujuria que hace que mis piernas tiemblen, que mi ano se contraiga alrededor del plug vibrante, amplificando cada sensación, llevando mi excitación a un nivel que roza el dolor.

—¡Sí, sí, más! —gimo, mi cuerpo sacudiéndose involuntariamente mientras el placer comienza a acumularse, a girar en espiral dentro de mí, una corriente de calor que se propaga desde mi clítoris hasta mi pecho, hasta mi garganta, hasta mis labios que se abren en un grito de puro éxtasis.

—No pares, por favor, no pares… —mi voz se quiebra, mis manos se aferran a sus muñecas, guiándola, asegurándome de que no se detenga, de que me lleve hasta el final, hasta ese punto donde el placer se convierte en dolor y el dolor en placer.

El orgasmo llega como una explosión, un estallido que me arranca de la realidad y me lanza a un abismo de puro gozo. Mis caderas se arquean, mi cuerpo entero se estremece, y el plug en mi culo vibra con una furia incontrolable, amplificando cada contracción, cada espasmo de mi vulva que se aprieta alrededor de nuestros dedos, empujando el vibrador hasta tocar el fondo del útero, que se inunda con el torrente de placer que fluye de mi cuerpo.

—¡Me corro! ¡Me corroooo! ¡Me corrooooo! —grito, con mi voz desgarrada por la intensidad del clímax que me destroza, que me consume. Mis dedos se aprietan sobre mi clítoris, moviéndose frenéticamente mientras mis caderas empujan contra sus manos, buscando más, necesitando más. El plug anal vibra con tal fuerza que siento que mi cuerpo va a romperse, que mi mente va a estallar en mil pedazos, pero no puedo detenerme, no quiero detenerme.

El sudor corre por mi piel, mezclándose con el jugo de mi orgasmo que empapa nuestras manos, nuestras piernas y todo mi cuerpo en una sinfonía de lujuria que no tiene fin. Mis gemidos se transforman en gritos, en súplicas por más, mientras mi cuerpo se sacude, mientras el placer se convierte en una tormenta que me arrastra, que me destroza y me reconstruye al mismo tiempo.

Cuando finalmente el clímax empieza a desvanecerse, cuando mi cuerpo finalmente empieza a relajarse, quedo desplomada sobre ella, jadeando, temblando, completamente exhausta. Pero el plug sigue vibrando, una caricia suave que me mantiene en un estado de excitación latente, un recordatorio de que la fiebre uterina nunca se apaga realmente, que siempre arde en algún lugar de mi interior, esperando el próximo estallido, la próxima ola de placer.

—Por favor… no pares…no pares—susurro, mi voz, apenas un susurro, todavía perdida en la niebla de placer que nubla mis sentidos, todavía atrapada en la vorágine de deseo que nunca se sacia. Y aunque estoy exhausta, aunque mis músculos tiemblan y mi respiración es irregular, todavía quiero más. Siempre quiero más.

Capítulo Dos

El sauna, sin quererlo, se había convertido en un templo profano de placer, lleno del exquisot sonido de nuestros gemidos entrelazados, con un eco de la lujuria que nos consumía. Después del orgasmo, quedé tendida en la banca de madera caliente que emanaba un calor sofocante, amplificando cada caricia, cada contacto entre nuestros cuerpos resbaladizos, bañados en sudor y deseo. Ella, la diosa que me dominaba, se arqueaba sobre mí, posicionando su trasero redondeado, firme y reluciente frente a mi cara, una visión hipnótica, perfecta en su forma y en la manera en que se movía con la cadencia de una danza letal.

Mis manos se aferraban a sus caderas suaves, resbaladizas por el sudor, sintiendo cada músculo tenso bajo mi toque. Su piel era una mezcla de satén y fuego, cálida y húmeda, y mi boca no podía resistirse a seguir el rastro de gotas que se deslizaban por sus pliegues, un recorrido que empezaba desde la curva de su trasero hasta los pliegues íntimos de su conchita. Esa conchita que latía y palpitaba contra mis labios, sus labios vaginales suaves e hinchados, húmedos por el deseo que manaba de ella en oleadas que empapaban mi rostro.

El sudor se mezclaba con el aroma penetrante de su vulva ardiente, un almizcle embriagador que llenaba el aire denso del sauna, atrapándome en un ciclo de deseo insaciable. Cada respiro que tomaba estaba lleno de ella, de su esencia, y el sabor de su concha en mi lengua era una mezcla de marina sal y un dulzor metálico, un néctar adictivo que no podía dejar de beber.

Mis labios recorrían con devoción cada pliegue de su carne, absorbiendo su humedad, mientras mi lengua exploraba cada rincón, cada curva, cada centímetro de su piel, entregada completamente a mi adoración. El calor de su carne era sofocante, y el sudor que corría por su cuerpo resbaladizo era como el aceite que alimentaba el fuego de nuestra pasión.

Mientras, de espaldas, su concha seguía frotándose contra mi boca, sentía cómo sus caderas se movían con una fuerza imparable, aplastando mi rostro contra su carne resbaladiza. Acomodaba, como podía, una toalla bajo mi nuca para no perder la magia del momento. Se sentía mejor. Cada movimiento suyo me envolvía en un torbellino de sensaciones, el calor de su piel húmeda mezclándose con el sutil roce de los pelos de su pubis, ¡qué delicia!, que cosquilleaban mis labios. ¡Oh Dios, sí, sus pelos! ¡Uhmm, deliciosos! Los rubios pendejos ensortijados que rodeaban su vagina se sentían suaves, finos, pero presentes, delineando el contorno de su vulva con una textura casi sedosa, que añadía una capa extra de intimidad y cruda realidad a este encuentro carnal. Sus caderas no cesaban, se movían con una precisión que delataba su necesidad, su urgencia. ¡No pares, por favor! La presión de su concha contra mi boca era tal que podía sentir cómo cada pelo de su pubis se adhería a mi piel, mientras el aroma profundo y natural de su cuerpo me invadía, mezclado con el sabor salado de su sudor. “¡Oh, qué rica estás!”, susurraba mientras mis labios se movían con devoción, atrapando cada gota de su esencia, mientras mis manos se aferraban a sus muslos, sintiendo cómo los músculos se tensaban bajo la piel. ¡Sí, sí, sí, así, no pares!, gritaba, y cada gemido que emitía se convertía en una vibración violenta que recorría mi cuerpo, intensificando mi deseo y la conexión que compartíamos en ese momento de placer desenfrenado.

Mi lengua se deslizaba sin freno, con deseo abrasador, a medida que me hundía más profundamente entre sus delicadas nalgas, encontrando el pequeño anillo oscuro y apretado de su ano. ¡Ahh, sí! Ese diminuto orificio, tentador, rodeado por una corona de piel rugosa pero suave, me llamaba, me invitaba a explorarlo. No podía evitar saborear cada uno de los pliegues que lo rodeaban, contando mentalmente las finas líneas que se revelaban bajo la luz tenue. Eran, las más pronunciadas, alrededor de cinco, perfectamente delineadas, añadiendo una textura deliciosa que hacía mi lengua cosquillear de anticipación. ¡Qué delicia sentir cómo mi lengua rozaba esas rayitas, una por una!

El aroma que emanaba de su cuerpo era intenso, una mezcla de su sudor y el calor de la lujuria que impregnaba el aire a nuestro alrededor. ¡Dios, sí! El sabor de su piel era salado, crudo, con un toque de amargor que se mezclaba de manera deliciosa con el sudor que recubría sus pliegues. No podía resistirme a seguir lamiendo, succionando, mientras mi lengua acariciaba el borde de su orificio, y mi boca se llenaba del calor de su cuerpo. Mis labios se ajustaban perfectamente a ese pequeño hoyito anal, y abriendo con mis dedos sus mejillas, succionaba con suavidad, provocando un gemido ahogado de su parte.

Mi lengua seguía explorando, sintiendo cómo su ano se relajaba bajo mis caricias, cada pliegue revelando un nuevo rincón por descubrir. El anillo de su ano, aunque inicialmente tenso, cedía ante las caricias húmedas que le ofrecía, abriéndose lentamente, como una flor que se desplegaba en la calidez del sol. La textura rugosa de su piel contrastaba con la suavidad de mi lengua, creando una sensación exquisita que hacía que mi cuerpo se arqueara de placer. ¡Ahh, qué increíble! Era como si su cuerpo entero se entregara a mí, suplicando por más, rogando por cada caricia húmeda que le daba. Mi boca no podía detenerse, succionaba, mordía suavemente, mientras mi lengua presionaba cada vez más profundamente, explorando cada rincón escondido de su cuerpo.

"¡Sí, sí... más, más, más!” Gritaba y su voz se quebraba en gemidos desesperados, y yo, obediente, redoblaba mis esfuerzos, mi lengua moviéndose frenéticamente y alternadamente entre su ano y su clítoris, mientras mis dedos exploraban con avidez cada rincón de su trasero. Sentía cómo su cuerpo temblaba, cómo se estremecía bajo mi toque, y el sabor de su jugo se intensificaba, volviéndose más dulce, más denso, mientras el sauna se llenaba de su aroma, de nuestra lujuria compartida.

Con una gracia felina, ella comenzaba a cambiar la posición, girándose en 180 grados sobre mí. Ya no estaba de espaldas. Buscaba quedar de frente. Primero, se inclinó ligeramente hacia un lado, alzando una pierna mientras su trasero aún rozaba mi rostro, el contacto se mantenía, pero la tensión en el aire aumentaba. Sentía cómo su peso se distribuía con una precisión exquisita, cada movimiento diseñado para mantenerme al borde de la desesperación. Sus manos tocaban la banca de madera a ambos lados de mi cabeza, dándome una vista maravillosa de sus pechos colgando.

Con un solo movimiento fluido, giró su cuerpo, y su trasero que había estado presionando mi cara se elevaba solo lo suficiente para darme un respiro momentáneo, y luego comenzaba a descender de nuevo. Mientras lo hacía, su pierna se levantaba y giraba sobre mi cabeza, permitiendo que su cuerpo girara sobre mí como una pantera acechando a su presa. Podía sentir cada músculo trabajar, cada fibra de su ser mover su piel cálida contra la mía.

Lentamente, su trasero se apartó de mi rostro, dejando un rastro de calor y humedad en su estela, mientras ella rotaba sobre mi cuerpo. El sudor resbalaba por la curva de sus nalgas firmes y seguía su recorrido por sus muslos tensos. Giraba su otra pierna sobre mi cabeza, completando el movimiento. En ese instante, me encontraba frente a frente con su concha húmeda, que ahora descendía directamente sobre mi boca.

Mi vista se llenaba con la imagen de sus labios vaginales, hinchados y empapados de deseo, abriéndose como una flor en plena floración, mientras se acomodaba sobre mí. Podía ver cada detalle de su piel húmeda y brillante bajo la luz tenue del sauna, cada pliegue, cada pelo ensortijado, cada curva, y gota de sudor que se mezclaba con su néctar. Mis labios temblaban de anticipación al sentir la calidez de su vulva, nuevamente, tan cerca, sabiendo que estaba a punto de perderme en ella una vez más.

Pero el espectáculo no terminaba ahí. Mientras se asentaba con firmeza sobre mi rostro, podía ver cómo sus pechos, grandes y redondeados, se movían al compás de su cuerpo. Esos senos magníficos, coronados por pezones oscuros y duros, se balanceaban con un ritmo hipnótico que seguía cada respiración profunda que tomaba. Cada vez que ella exhalaba, sus pechos se elevaban y caían, como si estuvieran en un baile propio, sus pezones marcando el compás con cada movimiento. El sudor que cubría su piel se acumulaba en las suaves curvas de sus tetas, formando gotas que brillaban a la luz del sauna antes de caer lentamente, deslizándose por su piel, acariciando sus costados antes de perderse en el vacío.

Mis manos, hambrientas por más contacto, no podían resistirse a la tentación de esos pechos que pedían ser adorados. Lentamente, mis dedos se movieron hacia ellos, rozando primero la parte inferior, sintiendo la firmeza de la carne bajo la suavidad de su piel. La sensación de tener esos senos en mis manos, llenándolas por completo, me hacía sentir un poder casi primitivo, como si en ese momento estuviera tocando algo sagrado. Apreté ligeramente, sintiendo cómo sus pezones se endurecían aún más bajo mi toque, y ella dejó escapar un gemido bajo, lleno de deseo, que resonó en mis oídos como la melodía más dulce.

Cada movimiento de mis manos sobre sus pechos era una declaración de adoración. Mis dedos trazaban círculos alrededor de sus pezones, explorando cada centímetro, cada vena que se marcaba bajo su piel por el calor del sauna y la intensidad de su excitación. Podía sentir cómo su cuerpo respondía a cada caricia, cómo sus pezones se hinchaban aún más, demandando mi atención, y no pude evitar inclinar mi cabeza hacia uno de ellos, mi boca ansiando el contacto.

Cuando mis labios finalmente envolvieron su pezón, sentí su cuerpo tensarse, sus caderas empujando hacia abajo con más fuerza, aplastando su concha contra mi boca, obligándome a saborearla más profundamente. Mi lengua jugueteaba con el pezón, lamiendo y succionando con un ritmo que se sincronizaba con las vibraciones del plug en mi culo, creando un ciclo de placer que me envolvía por completo. Cada vez que succionaba, sentía cómo su cuerpo reaccionaba, cómo su piel se erizaba bajo mi toque, cómo sus gemidos se volvían más intensos, más urgentes.

La mezcla de su sudor y su esencia me embriagaba, el sabor salado de su piel y el dulzor de su néctar se mezclaban en mi boca, creando una combinación tan deliciosa que no quería detenerme. Podía sentir cómo su calor me envolvía, cómo su cuerpo se movía sobre el mío con una necesidad que reflejaba la mía propia, como si estuviéramos conectadas en un ciclo interminable de placer y deseo.

Mis manos, que habían estado ocupadas con sus pechos, se movieron instintivamente hacia su delgada cintura, agarrándola con fuerza, guiando sus movimientos mientras mi lengua se deslizaba entre sus labios vaginales, explorando cada pliegue, cada rincón oculto de su concha que latía de deseo. Podía sentir cómo sus jugos se deslizaban por mi barbilla, mezclándose con mi propio sudor, creando un río de lujuria que nos unía en un solo cuerpo.

Ella seguía moviéndose sobre mí, sus caderas balanceándose con una gracia casi felina, mientras yo me perdía en la adoración de su cuerpo. Mis dedos encontraron su clítoris, hinchado y pulsante, y lo acaricié con una ternura desesperada, sintiendo cómo se estremecía bajo mi toque. Mis labios succionaban con más fuerza, mis dientes rozando suavemente su piel, mientras mi lengua no dejaba de moverse, de explorar, de adorarla en cada sentido posible.

Podía sentir cómo su cuerpo se acercaba al borde una vez más, cómo sus gemidos se volvían más desesperados, cómo sus caderas se movían con más urgencia. Cada vez que su concha se apretaba contra mi boca, podía sentir el poder de su deseo, la intensidad de su necesidad, y eso solo me hacía querer darle más, hacerla mía por completo.

Mis dedos se movían con más rapidez, mi lengua trabajando en perfecta sincronía, hasta que finalmente, con un grito desgarrador, la sentí estallar una vez más. Su cuerpo temblaba sobre el mío, sus caderas sacudiéndose en espasmos violentos mientras su jugo caliente me inundaba la boca, cada gota un elixir que saboreaba con avidez.

Ella se derrumbó sobre mí, sus pechos presionando contra mi piel, su cuerpo exhausto temblando con los últimos ecos de su orgasmo, mientras yo seguía acariciándola, mi boca bebiendo hasta la última gota de su néctar, mis dedos acariciando suavemente su clítoris, prolongando su placer tanto como pudiera.

Sentía su respiración pesada contra mi cuello, su aliento cálido mezclándose con el aroma del sauna y el sudor que cubría nuestros cuerpos. Sabía que no había terminado, que este era solo un momento de calma antes de la próxima tormenta de placer que se avecinaba, y mi cuerpo, mi mente, mi alma, todo estaba listo para recibirla una y otra vez, en este ciclo interminable de lujuria y éxtasis que habíamos creado juntas.

Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, a punto de romperse bajo la presión del éxtasis inminente. El plug dentro de mí vibraba con una intensidad que resonaba en cada rincón de mi ser. La sensación era tan abrumadora que parecía que mi cuerpo estaba a punto de explotar. "¡Oh, Dios, sí, más!" Con cada contracción interna, el plug presionaba justo en los puntos más sensibles de mi ano, haciendo que mi cuerpo se estremeciera involuntariamente.

Cuando el orgasmo de mi querida “Anónima” llegó, fue como un torrente imparable, un estallido de placer que me consumió completamente. "¡Me corro! ¡Oh, sí, me corrooo!" gritaba ella yo sentí cómo el plug respondía a cada espasmo, intensificando sus vibraciones, haciéndome perder la noción del tiempo y el espacio. Todo mi ser se concentró en esa sensación única, en la mezcla de dolor y placer que se fusionaban en un clímax brutal. 

El sudor goteaba de mi piel, mezclándose con las gotas de orina que se escaparon de mi cuerpo sin control. Fue un instante de vulnerabilidad extrema, donde mi cuerpo se rindió por completo a las sensaciones que lo asaltaban. El calor y la humedad lo envolvieron todo, haciendo que la atmósfera se volviera aún más densa, más cargada de lujuria. 

Epílogo

(El beso café)

A medida que el clímax se desvanecía lentamente, el plug comenzó a deslizarse hacia afuera, empujado por las contracciones involuntarias de mi recto. Sentí un cosquilleo extraño y algo vergonzoso en mi ano, como si el dispositivo estuviera extrayendo algo más que placer. El último tirón, cuando el plug finalmente salió, fue acompañado por un pequeño gemido de alivio y un leve sonido húmedo que delataba la humedad y el residuo que había dejado dentro de mí. "¡Oh, Dios, sí! Era mierda".

Me sonrojé intensamente al darme cuenta de que no solo era la humedad de mi excitación, sino también un rastro leve de caca que había quedado en la base del plug. El olor a mierda que se mezcló con el aroma del sudor y el sexo me hizo bajar la mirada, pero al mismo tiempo me sentí extrañamente expuesta y real, como si toda la experiencia me hubiera despojado de cualquier máscara, dejándome en mi forma más cruda y auténtica.

Cuando el plug salió completamente de mi ano, la mirada de ella cambió, pasando de la satisfacción a una curiosidad oscura y perversa. La pequeña mancha marrón en la base del dispositivo era inconfundible, un rastro de la experiencia extrema por la que acabábamos de pasar. En lugar de apartar la vista con disgusto, sus ojos se encendieron con una chispa de lujuria aún más intensa, como si esa pequeña imperfección añadiera un nuevo nivel de excitación a la escena. 

Sin decir una palabra, ella tomó el plug con sus dedos, observando detenidamente la mezcla de lubricante, fluidos y obscuros restos de caca que cubrían la base. El silencio en el sauna se hizo aún más denso, cargado de un morbo que apenas podía soportar. Podía sentir mi rostro ardiendo, mi vergüenza mezclándose con una perversa curiosidad, preguntándome qué haría a continuación. Y entonces, con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas, ella acercó el plug a su boca. "¡Oh, Dios, sí!" 

—"¿Ves esto?" —me dijo en un susurro, con su voz cargada de una satisfacción retorcida. "Es parte de ti, Lilith, parte de lo que acabamos de compartir... y no voy a dejar que nada se desperdicie."

Mi respiración se detuvo cuando vi cómo sacaba lentamente su lengua, rozando la superficie del plug, lamiendo los restos con una mezcla de lujuria y dominio. La sensación de vergüenza se mezcló con un calor que subió desde lo más profundo de mi ser, un deseo oscuro que apenas podía contener. Su lengua jugaba con el residuo, saboreándolo, deleitándose en lo que para otros sería repulsivo, pero que para nosotras se había convertido en un acto final de entrega total.

Ella sonrió mientras su lengua recorría la superficie del plug, sus ojos fijos en los míos, buscando mi reacción. No pude evitar estremecerme, la intensidad de lo que acabábamos de hacer todavía reverberaba en mi cuerpo. Y antes de que pudiera decir algo, ella inclinó su rostro hacia el mío, acercando su boca a la mía. "Es tu turno," me susurró, y pude oler la mezcla de fluidos en su aliento, una esencia cargada de la realidad más cruda de nuestro encuentro. 

En ese momento, mi mente se nubló, superada por el deseo y la sumisión. Sin pensarlo, acerqué mis labios a los suyos, saboreando el rastro de lo que acababa de lamer. El sabor era fuerte, salado y agrio, un recordatorio visceral de lo profundo que habíamos llegado. Sentí su lengua invadiendo mi boca, compartiendo ese residuo, convirtiéndolo en un símbolo de nuestra conexión, por más retorcida que fuera. 

Los gemidos de ambas llenaron el espacio mientras nuestras lenguas se entrelazaban, degustando la mezcla de sabores de la mierda que era tan cruda y tan auténtica que casi me hizo perder el sentido. La sensación de sus labios, el roce de su piel contra la mía, todo se intensificó hasta que ya no hubo nada más que ese momento, tan sucio como sagrado, donde los límites se habían disuelto por completo. 

Nos quedamos allí, enredadas, con la realidad de lo que habíamos hecho aún palpable en el aire denso del sauna. La tensión y el placer habían alcanzado un nuevo nivel, uno que no había imaginado, pero que ahora, después de todo, se sentía inevitable. "¡Más, más, más!" Parecíamos gemir, una y otra vez, mientras el sudor goteaba de nuestros cuerpos, la oscuridad de nuestra lujuria continuaba ardiendo, más fuerte que nunca, un fuego que sabía que ninguna de las dos apagaría fácilmente.

A pesar de la vergüenza momentánea, había algo liberador en la sensación de haber cruzado todos los límites, de haberme entregado tan completamente al placer que incluso lo más primitivo y sucio de mi cuerpo formaba parte de ese éxtasis.

Delicadamente, segundos después, "Anónima" dejó caer su cabeza sobre mis tetas, ambas jadeando, sudorosas y satisfechas, y, absolutamente, envueltas en el calor pegajoso del sauna y la caca que cubría nuestras bocas y rostros. 

Todo lo que quedó fue la suave vibración residual del plug, que seguía resonando en mi memoria, una reminiscencia de la intensidad del placer compartido, de la realidad visceral que habíamos creado juntas en ese espacio cerrado y cargado de deseo.

Fin

gardc-vanC

Soy mujer bisexual

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Categoria: Lésbicos
Fecha de Publicación: 2024-09-04 02:12:46
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