Guía Cereza
Publica tu Experiencia

Relatos & Experiencias

"Mi primer orgasmo múltiple"

Mi Primer Orgasmo Múltiple 

Mi primer orgasmo mpultiple fue en Medellín, una ciudad donde el calor sofocante y la bruma cálida envolvían cada rincón de mi piel. Desde temprana edad, siempre había sentido una curiosidad insaciable por mi cuerpo. Un deseo que no podía negar, una necesidad de descubrir cada pliegue, cada curva, cada misterio que envolvía las sensaciones más íntimas que apenas comenzaba a comprender.

Crecí entre dos mundos: mi madre, colombiana de alma vibrante, y mi padre, con su fría calma europea. Pero en aquel verano, lo único que importaba era el calor. No solo el calor sofocante de Medellín, sino el calor que comenzaba a arder dentro de mí, como una chispa que poco a poco se transformaba en fuego. Tenía quince años, y el deseo de explorarme ya estaba presente y me seguía desde hacía bastantes años. Era algo que me empujaba desde lo más profundo, como una llamada a la que no podía resistir.

Recuerdo esa noche perfectamente. Mis padres reían en la sala, sumergidos en sus conversaciones, mientras yo, inquieta y sedienta de descubrirme, me escabullía hacia el baño en busca de ese momento de soledad que tanto ansiaba. El agua caliente caía sobre mi cuerpo, envolviéndome, relajándome, y entonces, sin pensarlo, mis manos comenzaron a deslizarse sobre mi piel húmeda. Pero esa noche fue diferente. La espuma del jabón resbalaba lentamente por mi abdomen, trazando un camino directo hacia mi entrepierna. Y al tocarme allí, en ese punto preciso, una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo. Mi respiración se detuvo por un segundo. "Ahhh…", solté un pequeño jadeo, apenas audible.

Todo mi ser despertó de golpe, un despertar que no esperaba, pero que mi cuerpo había anhelado en silencio. Mis dedos, tímidos al principio, comenzaron a moverse con suavidad. El agua golpeaba mi espalda, el ruido del mundo exterior se desvanecía, y lo único que existía en ese momento era la sensación que crecía en mi vientre. "Mmmmmmm… sí…", gemí suavemente, sintiendo cómo mi cuerpo respondía.

Mis piernas temblaban ligeramente, mi corazón latía con fuerza, y mi mente se llenaba de imágenes, de fantasías, de deseo. Todo me arrastraba hacia un lugar que no podía controlar, pero al que no quería renunciar. La presión de mis dedos sobre mi clítoris aumentaba, y mi cuerpo empezó a reaccionar de formas que nunca había experimentado. "Oh… sí… más…", jadeé, cada vez más profundamente.

Mis pechos subían y bajaban, jadeos cortos escapaban de mis labios, y una necesidad urgente de seguir, de no detenerme hasta que esa sensación me consumiera por completo, dominaba mi mente. Mis gemidos, que al principio eran apenas audibles, se hicieron más fuertes, más intensos, mientras mis dedos seguían explorando ese punto exacto que parecía controlar cada fibra de mi ser. "Sí... más... ahhh...", exclamé, mi respiración entrecortada.

Y entonces sucedió. Mi primer orgasmo. Mi cuerpo entero se arqueó, un calor profundo me envolvió, y una ola de placer me atravesó, llevándose todo a su paso. "¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! Dios… sí…", grité enloquecida, mi espalda se curvó mientras un grito ahogado escapó de mi garganta, mezclándose con el sonido del agua. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si el universo entero hubiera desaparecido y solo quedara yo, flotando en ese mar infinito de placer. "Ahhh… sí…", gemí, cada vez más suavemente mientras la ola de placer se desvanecía poco a poco.

Cuando finalmente me relajé, mis piernas seguían temblando. El agua, que antes caía caliente, empezaba a enfriarse, pero yo no podía moverme. Mi mente estaba atrapada en ese instante, repasando cada detalle, cada sensación, preguntándome si todo había sido real.

"¿Esto se puede repetir?", pensé mientras intentaba recuperar el aliento.

Me acordé de las palabras de mi madre. Siempre me había hablado de la importancia de no reprimir lo que sentíamos, de que nuestro cuerpo es un templo y tenemos el derecho de explorarlo. Ella no era explícita, pero siempre me dejó entender que la libertad sexual era algo sagrado, algo que debía respetar. Aunque mi padre, con su carácter reservado, jamás habló de estos temas, me había dado un espacio para ser yo misma, para descubrir sin miedo, sin juicios.

Esa noche en Medellín, en ese baño, entendí que el placer no era solo físico. Era una forma de conectarme conmigo misma, de entender mi cuerpo, de explorar su poder. Mi primer orgasmo fue más que un descubrimiento sexual; fue un despertar. Supe en ese momento que no sería la última vez, que seguiría explorando, conociendo cada rincón de mi ser, buscando esa sensación que me había hecho sentir tan viva. "Ahhh… sí…", gemí, recordando la intensidad del momento.

Y así, con las piernas temblorosas y el corazón aún latiendo descontrolado, me quedé bajo el agua que ya empezaba a enfriarse, pero el fuego dentro de mí seguía ardiendo. Había sido un orgasmo clitoriano, lo sabía por las descripciones que había leído y escuchado. Sentí cómo mis músculos se contraían y liberaban rítmicamente, como un pulso que resonaba en cada parte de mi ser.

“¡Ahhh… sí… Dios!”, exclamé mientras mis dedos aún acariciaban mi entrepierna, tan sensible que cada roce parecía despertar una nueva chispa de electricidad. El agua fría golpeaba mi espalda, pero dentro de mí, todo era calor, ardor. "Mmmm… más…", murmuré para mí misma, necesitada de seguir, de continuar explorando ese abismo recién descubierto.

"Por favor… más, más, no te detengas…", gemía en mi mente, queriendo romper cada barrera de placer, deseando explorar cada rincón de mi deseo. Las palabras resonaban en mi cabeza, un eco de las fantasías que tanto había reprimido.

Mis dedos, ligeramente más confiados ahora, se movieron nuevamente hacia mi clítoris. La sensación era tan intensa que arqueé mi espalda involuntariamente. “Ahhh… sí… más fuerte… más…”, gemí en voz alta, dejando que el sonido de mi voz se mezclara con el del agua. La mezcla de frío externo y calor interno me llevaba al borde de la locura. Era como si mi cuerpo entero estuviera a punto de explotar en mil pedazos, un torbellino de emociones, de placer, de pura necesidad. Mis gemidos rebotaban contra las paredes del baño, ahogando cualquier otro sonido que pudiera haber en la casa.

"Mmmm… Dios… así… así…", jadeé, mientras mis piernas comenzaban a temblar de nuevo. El segundo orgasmo estaba tan cerca, tan profundo, tan devastador que todo mi cuerpo se tensaba, cada músculo, cada fibra.

"Ahhhh… Dios… ¡sí!", grité, incapaz de contenerme mientras la segunda ola de placer se apoderaba de mí. Mis piernas temblaban incontrolablemente, y mi mano, aún húmeda, seguía frotando mi clítoris con insistencia. Cada movimiento de mis dedos era una nueva descarga eléctrica, recorriendo cada rincón de mi ser.

El tercer orgasmo no tardó en llegar. Fue como una explosión salvaje, una liberación tan brutal que mi espalda se arqueó con violencia, y mi respiración se cortó por completo. "Ahhhhhhhhhhhhhhhh! ¡Más, mááááás!", gemí mientras las contracciones recorrían mi clítoris, mi vientre, mi pecho, todo mi cuerpo sacudido por el placer que parecía no tener fin.

"¡Sí, más, por favor…!", jadeé suplicándome, mientras la oleada de placer me arrastraba una vez más hacia el abismo. No había límites, no había control. Solo estaba yo, mi cuerpo, y el placer que lo consumía.

Sentí que mi clítoris palpitaba con una intensidad insoportable, cada pequeña caricia lo hacía vibrar como si controlara todo mi ser. “¡Ahhh… Dios… más…!", gemí, mientras las contracciones seguían recorriendo mi vientre, mis muslos, mis pechos. Todo era calor, todo era placer. Sentí como si mi cuerpo estuviera al borde de la destrucción, pero era una destrucción deliciosa, una devastación que me consumía.

"Ahhh sí… no pares…", imploraba mientras el calor se expandía desde lo más profundo de mí, mientras mis dedos se deslizaban frenéticamente sobre mi clítoris hinchado, como si lo exprimieran todo. Cada pequeño roce era como un látigo que sacudía mis entrañas, provocando más jadeos, más gemidos, y yo no quería que se detuviera. "Sí, más, más…máááááásssss”, gritaba sin vergüenza, perdida en el torbellino de sensaciones.

El agua fría seguía cayendo, pero dentro de mí el fuego seguía ardiendo. Mis muslos temblaban, incontrolables, mientras mis manos presionaban con más fuerza mi entrepierna. “¡Uuuuuuhhh sí! ¡Más fuerte!", grité. El placer era incontenible, violento, y me arrastraba hacia ese abismo donde ya no existía el tiempo ni el espacio, solo el deseo.

Entonces, una tercera ola de placer se apoderó de mí sin previo aviso, envolviéndome por completo. "¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh! ¡Dios sí! ¡Mmmmmmmm…!”, exclamé, mientras mi cuerpo se arqueaba y se sacudía. "¡Oh Dios, sí, sí!", mis labios murmuraban, mientras la marea de placer seguía arrasando con todo a su paso, empujándome hacia un clímax aún mayor.

Sentí como mi vulva pulsaba, caliente, vibrante, completamente entregada al deseo. Mi cuerpo entero era un instrumento del placer, con cada fibra vibrando al unísono. Las paredes de mi vagina se contrajeron, apretando contra el vacío, exigiendo más. Mis pechos, tensos y jadeantes, respondían al ritmo incesante de las contracciones que aún recorrían mi clítoris. "Sí… ahhh… más… por favor…", gemí mientras me aferraba al borde de la bañera, buscando estabilidad en medio de la tormenta que me consumía.

"¡Ahhh, sí! ¡Más!", grité una vez más, y entonces sucedió: mi cuarto orgasmo. "Ahhh… Dios… más…", jadeé con el rostro empapado en sudor, mientras una explosión de calor irradiaba desde mi vientre y recorría cada centímetro de mi piel.

Cada fibra de mi ser vibraba con una fuerza tan violenta que me sentía al borde del colapso, pero no podía detenerme. Mis dedos seguían insistentes, frotando con furia mi clítoris hinchado, más sensible que nunca. "¡Ohhh, sí! ¡Ahhh, por favor!", jadeaba sin aliento, mi espalda arqueada, temblando con cada onda de placer que me atravesaba. Era como si mi cuerpo no pudiera soportar más, pero al mismo tiempo, exigía seguir. El fuego interno, ese fuego insaciable, me consumía.

"¡Dios, sí! ¡Más! ¡Ahhhh!" grité, mi voz desgarrada por el éxtasis, mientras el orgasmo seguía sacudiendo cada músculo, cada nervio. Mi vulva palpitaba, hinchada y pulsante, mientras las contracciones me llevaban aún más lejos. "¡Ahhh, sí… más… más fuerte!", gemí con un grito desgarrador, mientras mi cuerpo entero se rendía al placer más brutal, una destrucción que solo quería prolongar.

El agua fría seguía cayendo, pero yo era puro fuego, puro deseo. Mis piernas temblaban incontrolables, mis tetas erguidas, duras, blanquecinas, tiernas, vibraban con cada espasmo de placer que recorría mi cuerpo. "¡Ahhhh… Dios, sí, más!" jadeé, mientras la ola interminable del orgasmo me arrastraba de nuevo. Mi mente se desvanecía en la intensidad, mis gemidos llenaban el aire, cada respiración era un grito en busca de más. Estaba llena del pálido aroma de la progesterona. Embriagada.

Sentía mientras caía una lágrima que mi clítoris, hinchado y expuesto, era el centro de todo mi universo. "¡Ohhh, por favor, no pares… más… más!", grité mientras mi cuerpo entero explotaba en otro espasmo brutal, dejando que cada parte de mí se desmoronara en esa infinita e insaciable necesidad de más placer irradiando calor por todo mi cuerpo, Al tiempo que mi vagina se contrajo rítmicamente, enviando pulsaciones de placer que recorrían cada músculo, cada nervio. "Ahhh… sí…así, rico, rico, ¡más!", gemí mientras mis pechos se movían al ritmo de las contracciones, cada ola de placer me hacía estremecer, vibrar con cada fibra de mi ser. "Ohhh… sí… no pares…", supliqué en un susurro desesperado, perdida en la intensidad sublime del orgasmo.

Mis manos temblaban mientras intentaba sostenerme, pero el placer me arrastraba una y otra vez a las profundidades, llevándome al borde de la locura. “¡Uuuuuuhhhh…qué delicia, más, más!", gritaba sin poder contenerme, mientras mi mano entera se metía en mi concha, cada caricia me llevaba más lejos, más profundo. Era demasiado, era sublime, un calor abrumador que me quemaba desde adentro. "¡Dios! ¡Sí! ¡Ahhh!", exclamé mientras mi cuerpo respondía sin control, un espasmo tras otro, mientras el fuego se propagaba más allá de lo que creí posible.

Y en ese momento, sentí que había llegado a un lugar más allá del placer físico, más allá de lo que alguna vez imaginé. "Ohhh… sí… sí…", susurré, mientras mi cuerpo seguía contrayéndose, cada latido de mi corazón se sentía como una explosión en mi pecho. Era como si el orgasmo me hubiera abierto las puertas a un nuevo entendimiento de mí misma, de mi cuerpo. Era poderosa, invencible. El éxtasis no solo estaba en mi piel, estaba en mi mente, en mi alma. Y sabía que podía seguir, que mi cuerpo era capaz de más, mucho más. "Ahhh… sí… más, por favor…Te lo suplico”, jadeé suplicándome a mí misma, queriendo continuar, deseando esa sensación interminable.

Pero por ahora, dejé que la calma se asentara sobre mí, que el placer se desvaneciera lentamente, como un fuego que arde hasta consumirse por completo. "Mmmm… ahhh…", suspiré con satisfacción. Mis piernas seguían temblando, débiles, y el agua seguía cayendo, fría y reconfortante, como si el mundo hubiera vuelto a la normalidad después de haber sido destrozado por completo. Me quedé allí, jadeando, exhausta, satisfecha, pero aún deseando más. "Sí…sííííi”, murmuré para mí misma, sabiendo que esto no sería el final, solo el principio.

Epílogo

Creo que fueron minutos los que trascurrieron, no estoy segura, cuando deslicé la mano por el espejo empañado. La humedad se desvaneció con cada movimiento, revelando lentamente mi reflejo. Allí estaba yo, frente a mí misma, después de haber dejado que mi cuerpo explotara en un clímax tras otro, una serie de orgasmos que parecían no tener fin. Mis labios estaban entreabiertos, aún hinchados, ligeramente entrecortados por el aliento agitado que no podía controlar. "Ahhh… sí…", susurré mientras observaba mi propio rostro, mis mejillas ardían, el rubor se había extendido desde mis tetas hasta mis pómulos, dándome ese aire de lujuria que jamás había experimentado antes.

El vapor del baño se mezclaba con la fragancia de hormonas desbicadas y piel, esa mezcla entre el calor corporal y el agua fría. Podía olerme a mí misma, el aroma de mi sexo impregnaba el aire, salvaje, intenso. "Dios…", murmuré al ver mis ojos, los más extraños en ese reflejo. Una mezcla de agotamiento y deseo, el brillo febril del placer aún atrapado en mi mirada. Las pupilas dilatadas, como si hubiera probado la droga más potente, la más adictiva. Era el placer lo que veía allí, el éxtasis aún latiendo en lo profundo de mi ser, reflejado en cada centímetro de mi rostro.

Y más allá de eso, vi la perversión, la necesidad que no se había apagado, ese instinto primitivo que me gritaba que siguiera, que mi cuerpo era capaz de más, de mucho más. Pasé la lengua por mis labios, sintiendo lo resecos que estaban, y sonreí. Había algo en esa sonrisa, algo más oscuro, más prohibido. La niña curiosa de quince años que había sido hasta hace unas horas se había desvanecido por completo, y en su lugar estaba esta mujer, esta criatura insaciable que había descubierto el poder de su propio placer. "Sí…", suspiré mientras observaba cómo mi cabello, enredado por la humedad y el sudor, caía sobre mi frente y mis hombros en mechones salvajes, reflejando lo que estaba ocurriendo dentro de mí.

Me miré las tetas pálidas en el reflejo. Mis pezones, erectos y duros, seguían vibrando con los ecos de los orgasmos que habían sacudido cada fibra de mi ser. "Ahhh… Dios…", susurré al notar cómo palpitaban. Cada parte de mí respondía al deseo, un deseo que no había imaginado tan profundo, tan degenerado. "Sí… sí…", me repetía, mientras mi mirada recorría cada detalle. Había algo en ese reflejo que no solo mostraba placer, sino una especie de perversión, una sed insaciable que me arrastraba más allá de lo que alguna vez creí posible.

Mis dedos temblorosos se deslizaron hacia mis pezones, los rodeé lentamente, disfrutando la sensación de tirarlos y estirarlos suavemente. "Ohhhhhhh…", gemí bajo mi respiración, cerrando los ojos por un momento, dejando que el placer resonara a través de mí una vez más. Esa imagen en el espejo —yo, completamente consumida por mis propios deseos— me hizo sonreír de manera oscura. "Esto es lo que soy…esta mujer es quién soy”, murmuré, fascinada por la intensidad que aún quemaba dentro de mí, como si no hubiera un final, solo una continuación de ese ciclo eterno de placer.

Acaricié mi cuello, para luego bajar lentamente las manos otra vez hasta mis tetas. No podía soltarlas. Eran suaves y tersas, pero la dureza de mis pezones contrastaba con esa suavidad, como pequeñas montañas de deseo. "Sí…", susurré. Me miré una vez más, con la convicción de que lo que había descubierto no era solo sobre placer, sino sobre control. El poder absoluto que tenía sobre mi propio cuerpo, sobre mi propio deseo.

Giré el rostro ligeramente, capturando mi perfil en el espejo. Me observé detenidamente y sonreí. Mis labios aún brillaban con el rastro de mis propios gemidos, hinchados y sensuales, como una marca imborrable de lo que acababa de vivir. "Ahhhhhhhhh…”, susurré, estrujando, apretándo mis pezones con más firmeza, con rabia, sintiendo el eco de los orgasmos recientes recorriendo mi piel.

Y entonces lo entendí. Había cruzado una línea que no tenía retorno, y ahora lo aceptaba. No había nada de lo que avergonzarse en esa imagen del espejo, nada que temer. Esa mujer era pura, estaba completa. Era mi depravación, y me deleitaba, para bien o para mal, en cada segundo de ello. Era yo.

Y, en ese momento, inesperadamente, sin entenderlo, mis caderas empezaron a moverse involuntariamente al ritmo de mis caricias. "Mmmm… sí…", suspiré, mi cuerpo todavía estaba sensible, cada roce era un recordatorio de los orgasmos recientes, pero al mismo tiempo, una promesa de más. Mi vulva seguía hinchada, caliente, exigiendo más atención, más contacto. "No puedo parar… no quiero…", pensé mientras mi otra mano descendía lentamente, entre mis mojados vellos del pubis, hacia mi entrepierna, buscando ese punto exacto que ya conocía tan bien.

"Sí… más…más”, susurré al rozar de nuevo mi enrojecido clítoris, que seguía palpitando, casi dolorosamente sensible. El reflejo en el espejo me mostraba completamente rendida al placer, los labios entreabiertos, los ojos entornados, mi cuerpo respondiendo con esa misma sed de más y más. La mujer en el espejo no era alguien tímida ni contenida. Era yo, desbordante, invencible, y absolutamente entregada a lo que mi cuerpo podía ofrecerme. "Lilith…sigue”, me murmuré, casi como una declaración de lo que me había convertido, mientras el placer volvía a aumentar, más rápido esta vez.

"Ahhh, más… sí… ¿otra vez…? Uhmmmm ¡Qué caliente eres zorra insacible!”, gemí con más fuerza, mientras mis dedos presionaban con intensidad, buscando ese punto exacto, suavecito y rico, llevándome hacia el borde una vez más, dejándome caer en la embriagadora oscuridad que me llevaría a un nuevo, dulce y delicioso orgasmo.

gardc-vanC

Soy mujer bisexual

visitas: 298
Categoria: Autosatisfacción
Fecha de Publicación: 2024-10-14 08:50:23
Más Relatos Por gardc-vanC
Compartir en:

0 Comentarios

No hay comentarios