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Relatos & Experiencias

"Colegiala Desvirgada"

Introducción

Turquía no era un lugar completamente desconocido, pero mis recuerdos de visitas pasadas eran vagos, distantes, apenas sombras de lo que ahora parecía ser una realidad abrumadora. Ahora, tenía dieciseis años, y todo me parecía extraño, casi hostil. La ciudad, con sus calles bulliciosas y su gente en constante movimiento, me envolvía en un mundo que no comprendía del todo. Estambul, con su caos ordenado y su vibrante energía nocturna, era un lugar en el que me costaba encontrarme a mí misma.

Cada mañana, antes de ir al colegio, me despertaba con la sensación de estar atrapada en un sueño del que no podía escapar. Mi tío, exhausto por su trabajo en la panadería, apenas me dirigía la palabra más allá de lo estrictamente necesario. Como les decía, iba al colegio con mi uniforme, un símbolo que debería haber representado estabilidad y rutina, pero que en mi caso solo acentuaba el aislamiento que sentía. El último año de secundaria debería ser un tiempo emocionante, lleno de expectativas, metas por alcanzar, ilusiones; sin embargo, para mí, significaba estar rodeada de extraños, intentando encajar en un mundo al cual no pertenecía.

El uniforme era incómodo, una falda que sentía demasiado corta, y una blusa ajustada que acentuaba las miradas que me seguían en los pasillos del colegio. Sabía que destacaba entre las otras estudiantes, no solo por mi apariencia extranjera, sino también por mi actitud reservada. Mi piel pálida y mis ojos verdes llamaban la atención, algo que no siempre deseaba. Mis piernas largas, que parecían nunca terminar, atraían miradas curiosas, aunque no entendía del todo el motivo. El acoso silencioso de las miradas me hacía consciente de mi cuerpo de una manera incómoda y perturbadora, y a veces, lo único que deseaba era desaparecer entre las sombras.

Cada día después de clases, caminaba de regreso a la pequeña panadería de mi tío. Las calles estaban llenas de vida, pero yo caminaba rápido, queriendo evitar cualquier tipo de contacto innecesario. Cuando llegaba a la panadería, el aroma a masa recién horneada me envolvía, pero no traía consigo el consuelo que uno esperaría. La rutina monótona de la vida en la tienda era sofocante, y la soledad se asentaba sobre mí como una niebla que no podía sacudirme.

Eso sí, las noches en Estambul eran otra cosa. Me quedaba sola en el apartamento, y la ciudad parecía despertar en cuanto caía el sol. Desde mi ventana, observaba cómo las luces de los clubes nocturnos comenzaban a parpadear, llamando a la vida a los que, como yo, buscaban una forma de escapar. La música, los murmullos y las risas resonaban desde las calles cercanas, y cada día la tentación de salir crecía.

Finalmente, una noche, no pude resistir más. Me aventuré fuera, dejando atrás el silencio opresivo del apartamento y sumergiéndome en las calles oscuras de Estambul. La libertad de estar fuera, en medio de las sombras y el caos, era embriagadora. Los callejones que antes parecían peligrosos ahora me ofrecían un escondite, un lugar donde podía ser invisible, observar y perderme sin que nadie me conociera o me juzgara.

Las luces de neón de los clubes me llamaban, las mujeres en las esquinas, los hombres que susurraban promesas veladas mientras la ciudad vibraba con un tipo de energía que nunca había experimentado. Cada noche me alejaba más de la panadería, explorando los rincones más oscuros de la ciudad, sintiéndome más viva que nunca, pero también más perdida.

Excepto por Mustafá, el tipo de la tienda de cerámica. Desde la primera vez que crucé su mirada, supe que había algo en él que me perturbaba profundamente. Su forma de mirarme, esa mirada oscura y penetrante, cargada de una lujuria descarada, me provocaba una mezcla de curiosidad y miedo. Siempre me observaba desde detrás del mostrador, sin disimulo, como si su deseo fuera una realidad tangible que se colaba entre las piezas de cerámica a su alrededor.

Por mi parte, cada vez que entraba a su tienda, sentía cómo su mirada se deslizaba por el metro setenta de mi cuerpo, deteniéndose en cada rincón, explorándome sin permiso. Sabía que esa sensación me envolvía en un peligroso juego de atracción y rechazo, pero había algo en su forma degenerada y pervertida de mirarme que me despertaba preguntas inquietantes. Era imposible no sentir el fuego en mi vientre cada vez que sus ojos se posaban en mí, como si estuviera expuesta, desnuda frente a él. ¿Por qué me ocurría eso? Era un misterio que deseba develar.

Mustafá tenía algo oscuro en su forma de ser, algo retorcido que lo diferenciaba de los otros hombres que encontraba en las calles de Estambul. No intentaba ocultarlo, al contrario, parecía disfrutar de hacerme sentir incómoda, de despertar en mí esas emociones confusas que no podía controlar. Su mirada me decía lo que quería: deseaba poseerme, pero no de una manera suave o romántica, sino de una forma cruda, animal.

A veces me preguntaba cómo sería estar con un hombre así, tan pervertido y desquiciado sexualmente. ¿Un sicópata? ¿Qué sentiría estar por primera vez con un hombre como él y que me toque la piel? Sabía que con él no habría suavidad, ni dulzura; solo un deseo feroz y dominante, como si estuviera dispuesto a consumirlo todo, a consumir mi voluntad. Imaginaba sus manos ásperas, tomando mi cuerpo con fuerza, sin pedir permiso, mientras su aliento caliente rozaba mi cuello. Sabía que no habría control, que con él todo sería un torbellino salvaje, una mezcla de dolor y placer que me haría perderme completamente. Eso lo tenía absolutamente claro, pero lo deseaba igual.

La idea de entregarme, por primera vez, a alguien como él me aterraba y, al mismo tiempo, me provocaba una excitación, enormemenete, oscura. El peligro que emanaba, esa energía sexual desbordante, era algo que me atraía, aunque me negaba a admitirlo del todo. ¿Sería capaz de soportar esa intensidad? ¿O me perdería en ella, destruida por el fuego incontrolable de su deseo?

Capítulo Uno

La brisa de esa noche era densa, cargada de promesas que flotaban sobre los techos de Estambul. Allí, en esa esquina perdida entre callejones, me sentía a la vez poderosa y desbordada por el deseo, como si la ciudad misma estuviera conectada con la fiebre que me recorría las venas. A los dieciseis ya sabía, exactamente, lo que deseaba. No era inocencia, era hambre de sexo guarro. Ese hambre insaciable que me hacía buscar lo prohibido, lo sucio, lo oscuro.

Apoyada contra la pared del club, mis muslos apenas cubiertos por la falda de colegio ajustada, sentía el peso de las miradas sobre mi cuerpo. Podía sentir el calor que irradiaba de mis propias entrañas, como si el deseo quemara la piel y los pulmones. ¡Ah, cómo me derretía la sensación de estar al borde del orgasmo. De ser observada con perversión y lujuria! De no saber si era el miedo o la excitación lo que hacía que mi pecho subiera y bajara con tanta fuerza.

Fue entonces cuando lo vi. Sus ojos de mirada dura, pervertida, me atravesaron, como una llama oscura que se clavaba en mis entrañas. Estaba allí, observándome, al otro lado de la calle mientras cerraba su tienda de cerámica, como si ya me conociera, como si hubiera estado esperándome. Alto, fornido, con una barba dura y esa mirada penetrante que se detuvo en cada centímetro de mi piel. Lo quería, desde el primer instante. Y esa noche lo necesitaba más que nunca.

Lo había visto tantas veces antes. Cada día de lunes a viernes, cuando iba al colegio, pasaba por esa tienda de cerámicas, y ahí estaba él, siempre observando desde la penumbra. Sus ojos oscuros y penetrantes me seguían cada vez que caminaba por la acera. Al principio, su mirada me inquietaba, pero con el tiempo se convirtió en algo que esperaba con ansias. Había algo en él, algo que me atraía, una mezcla de peligro y misterio que me hacía desear acercarme cada día un poco más.

Aquella noche, no pude resistirme más. Salí de casa con el pretexto de un paseo, pero en realidad sabía hacia dónde me dirigía. Caminé por las calles silenciosas, la luna brillaba tenue sobre la ciudad, y mi corazón latía con fuerza, no por el miedo, sino por la emoción. Iba a verlo, pero esta vez sería diferente. Ya no me limitaría a observarlo de lejos; esta vez quería más. Quería sentirlo. Quería acercarme a él, probar sus labios, entender qué era lo que me llamaba tanto de su oscuridad.

Mis pasos eran lentos, pero cada uno me quemaba por dentro, como si el suelo bajo mis pies estuviera encendido. Sentía un hormigueo recorrer mis piernas, subiendo hasta mi vientre, creando una presión que solo aumentaba cuanto más me acercaba a su tienda. Cuando lo vi frente a mí, apoyado en el marco de la puerta de su tienda con las llaves de los candados en su mano, sus ojos me atraparon de inmediato. No hizo falta decir nada, no necesitábamos palabras. Él sabía por qué había ido. Yo lo sabía y él, inexplicablemente, también.

Me acerqué a él, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Su mirada, oscura y cargada de deseo, era suficiente para hacerme temblar. No hizo ningún movimiento, pero lo sentí observándome con la misma intensidad que siempre había sentido desde lejos. 

"Sabes que no deberías estar aquí, a estas horas” murmuró con una voz que era pura electricidad, una advertencia envuelta en deseo.

"Lo sé…pero no me importa” apenas susurré, con mi voz temblando por la excitación. No podía resistirme más. Me acerqué a sus labios sin decir más, deseando ese primer contacto que había imaginado tantas veces. Mis dedos se enredaron en su cabello ensortijado mientras me aferraba a su nuca, y mi cuerpo, traicionero y necesitado, se arqueó hacia él, buscando más cercanía, más contacto. Lo quería cerca, lo necesitaba dentro de mí, rompiendo cada barrera que me mantenía en la inocencia, arrasando con todo lo que alguna vez creí saber de mí misma. Y él no opuso resistencia.

Entonces, después de ese beso, tomando mi mano, me dirigió a un cercano callejón abandonado, oscuro a esa hora. Lo seguí sin poner problemas. Mi corazón latía con fuerza, pero no era miedo. Era una mezcla de deseo y anticipación. El silencio de la calle acentuaba cada paso que daba junto a él, mientras mi mente se llenaba de lo que estaba por suceder.

Nuestros labios, nuevamente, se encontraron, y todo a nuestro alrededor desapareció. Su boca era caliente, demandante, como si estuviera desesperado por sentirme, por tenerme, y yo… yo no pude resistirme. Era imposible. Mi cuerpo se entregaba con cada roce de su lengua contra la mía, y sentí cómo mi razón comenzaba a nublarse por completo. Su lengua exploraba mi boca, mientras yo me aferraba a su cuello, lo necesitaba más cerca, lo quería dentro de mí, arrasando con todo lo que alguna vez fui.

Su barba áspera y espesa se sentía como un millón de pequeñas agujas que se clavaban en mi piel cada vez que rozaba mi cuello. El contacto era abrasivo, pero de una manera que me encendía por dentro. Sus labios, cubiertos por el vello oscuro y denso de su bigote, me besaban con una brutalidad que solo hacía que lo deseara más. Cada movimiento de su boca sobre mi piel era una mezcla de dolor y placer, una fricción que me hacía temblar, casi desgarrando el control que aún intentaba mantener.

Sentía cómo los pelos ensortijados de su barba se arrastraban por mi cuello, por mis mejillas, invadiendo cada rincón de mi piel con su rudeza. El contraste entre la suavidad de mi piel y la aspereza de su rostro me volvía loca. Cada caricia era una invasión de sensaciones, una tormenta salvaje que me arrastraba aún más profundo en el deseo.

Entonves, sus dedos, con esa mezcla de suavidad y firmeza, alcanzaron los botones superiores de mi blusa blanca. Sentí cómo los desabotonaba lentamente, primero uno, luego el siguiente, revelando mi blanquecina piel desnuda. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, su mirada oscura seguía cada movimiento, y cuando mis tetas quedaron al descubierto, sin el obstáculo de un sujetador, vi cómo sus ojos brillaban con una lujuria apenas contenida.

El roce del aire frío contra mi piel expuesta me hizo estremecer, pero fue su mirada, tan fija y hambrienta, lo que realmente me quemaba por dentro. Mi respiración se volvió pesada, casi imposible de controlar, mientras el deseo crecía, centrándose en cada punto de contacto que su mirada hacía en mi piel. Sentía mis pezones endurecerse bajo su mirada, anticipando el siguiente paso, mientras el calor en mi vientre se intensificaba con cada segundo que pasaba. Él sabía que andaba sin sujetador, y esa revelación lo incitaba aún más .

La sensación de estar tan expuesta, casi como un trofeo frente a sus ojos, me encendía de una forma nueva, más cruda, más intensa. Mis dedos temblaban, pero no había vuelta atrás. Quería más, quería sentir el calor de sus manos sustituyendo la blusa que ahora se deslizaba por mis hombros, cayendo al suelo en un susurro que apenas podía competir con los latidos acelerados de mi corazón.

Cuando su boca bajó hacia mi clavícula, mordiendo suavemente mientras su aliento caliente me envolvía, mi cuerpo cedió. El roce constante de su barba contra mi piel sensible era como un fuego que me recorría, cada pelo rascando y despertando algo primitivo dentro de mí. Mis gemidos escapaban sin control, y su risa baja y pervertida vibraba contra mi cuello, haciéndome sentir aún más vulnerable, completamente expuesta a su dominio .

Su barba se enredaba en mis cabellos, rozando mi oreja mientras sus dientes arañaban la piel, provocando escalofríos. Estaba atrapada en su juego, y el calor entre mis piernas se mezclaba con la humedad de mi ropa interior empapada. Cada segundo bajo su control, con esa boca peligrosa y esos labios cubiertos de pelos que me devoraban, me hacía caer más profundamente en el abismo de mi propio deseo.

“¡Fffffffffffffffff!” inhalé con los labios entrecerrados, dejándome llevar por la oscuridad que empezaba a envolverme. No había vuelta atrás, no quería detenerme. Cada movimiento de sus manos sobre mi cuerpo, cada caricia y cada mordisco me hacían sentir como si el mundo hubiera desaparecido, como si solo quedáramos él y yo, envueltos en una tormenta de placer que no podía detenerse .

Mi cuerpo se arqueaba hacia él, mientras sus manos hábiles seguían explorando cada rincón, cada centímetro de mi piel, provocando gemidos que llenaban la oscuridad del callejón.

La mano fría que apretaba mi cadera contrastaba con el ardor que se extendía desde mi vientre. ¡Lo necesitaba! Mi piel, sudorosa y ansiosa, se estremecía con cada roce de su dureza contra mi falda. Sabía lo que venía, lo sabía y lo anhelaba. El primer toque de su bulto bajo su pantalón sobre mi intimidad fue como una descarga eléctrica que sacudió mi cuerpo entero. La sentí enorme. 

Sentí cómo el bulto de su verga se apretaba más contra mi sexo, cubierto apenas por la tela fina de mi falda. Cada roce hacía que mi piel se erizara y que la humedad entre mis muslos creciera. El grosor de su miembro, firme y palpitante, presionaba contra mis vaginales labios hinchados, apenas separados por esas barreras de telas insignificantes, que ya no podían contener el calor que se irradiaba desde mi centro.

El bulto era enorme, duro y prominente, como si su deseo se manifestara con una fuerza animal, directo e imparable. Sentía la textura de sus pantalones rozando contra mí, pero lo que más me volvía loca era la presión constante y la excitación de lo que vendría después. Un gemido involuntario se escapó de mis labios, un sonido que reflejaba el placer creciente de ese contacto íntimo.

—Oh, sí…sí —gemí, arqueando mi espalda, presionando aún más mi sexo contra él, desesperada por sentir más. Su verga palpitaba debajo de esa barrera tan fina, y yo no podía pensar en otra cosa más que en lo cerca que estábamos de cruzar ese límite invisible. Cada movimiento de su cadera aumentaba la fricción, y mi cuerpo respondía con sacudidas suaves, completamente rendida a la sensación intensa que lo invadía todo .

—¡No pares!, susurré jadeante, mientras el calor que emanaba de nosotros envolvía todo mi cuerpo.

Mis pensamientos volaban desbocados. “Eres mía, gringuita” dijo en un gruñido, su voz llena de posesión y oscuridad. Y, es cierto, en ese momento, quería ser suya. Lo deeaba con toda mi alma.Totalmente de él. Mis piernas se abrieron por su propia voluntad, ofreciendo todo lo que tenía, todo lo que era. ¡Lo quería! Que me tomara allí, en ese callejón oscuro, bajo las luces de neón que teñían mi piel de rojo y púrpura. “¡Hazlo, ahora!” jadeé entre gemidos.

Como les dije, no había llevado sujetador porque sabía lo que quería provocar. Desde que salí de casa con la blusa ajustada del uniforme, mis pezones ya estaban endurecidos, presionando contra la tela como una invitación descarada. Quería que él lo notara, quería ver el brillo en sus ojos calientes cuando se diera cuenta de que estaba completamente desnuda bajo la blusa. Sabía lo que hacía, sabía que eso lo volvería loco. Lo deseaba más que nunca.Esa noche sería la noche en que me entregaría por primera vez a un hombre.

La idea de ir así, sin nada debajo, me había excitado más con cada paso que daba. Sentía cómo la tela rozaba mis pezones duros, enviando pequeñas descargas de placer a través de mi cuerpo. Sabía que en cuanto él viera cómo mis tetas se movían libremente bajo la blusa, sin ninguna barrera, no podría resistirse. Quería que me tocara, que me devorara que me chupara como un loco las tetas con los ojos antes de hacerlo con sus manos.

Mis tetas, blancas y suaves, destacaban bajo la luz tenue del callejón. Lo provocaba, sin decir una palabra, lo invitaba a tomar lo que sabía que ambos queríamos. Y cuando finalmente su barba áspera y ruda rozó mis pezones, fue como si todo mi cuerpo ardiera. Cada pelo de su barba se enredaba en mi piel sensible, cada roce hacía que mis pezones se endurecieran aún más. Cada movimiento de su rostro sobre mis tetas era como una descarga eléctrica, sus bigotes se enredaban en mi piel sensible, y mis pezones se erguían, ansiosos, como si esperaran con ansias ese contacto abrasivo. El contraste entre la suavidad de mi piel y la dureza de su barba era una tortura deliciosa.

Cuando finalmente su boca llegó a mis pezones, la sensación fue tan intensa que casi me arqueé hacia él. Era demasiado rico. Sus labios succionaban con fuerza mientras la barba rascaba la piel delicada de mis tetas, un roce que parecía multiplicar la sensación en cada nervio expuesto. Sentí cómo mi cuerpo respondía, mis pezones más duros que nunca y calientes se erizaban aún más con cada fricción de esa barba espesa y dura. Era una invasión brutal de sensaciones. 

Todo era increíblemente rico. El contraste entre la aspereza de su barba y lo sensible que estaban mis pezones me llevaba al límite. El calor que sentía en mi cuerpo era indescriptible, cada roce de sus labios y sus dientes en mi piel desnuda me hacía estremecer. Estaba tan caliente, tan húmeda, que mi mente apenas podía enfocarse en otra cosa que no fuera el placer que su boca me provocaba. Sentía cada uno de los pequeños pelos de su rostro rascando mis pezones, la combinación de dolor y placer me hacía gemir sin control, y mis caderas se arqueaban instintivamente, buscando más.

Mis pezones estaban tan duros, tan sensibles, que cada vez que sus dientes los rozaban, enviaba una descarga directa a mi vientre, y podía sentir el deseo acumulándose entre mis piernas, empapando mi ropa interior. Me estaba volviendo loca, no podía pensar en nada más que en lo mucho que lo deseaba. El calor entre mis piernas crecía, una necesidad insoportable que solo él podía calmar. Estaba completamente perdida en el placer. Embriagada. 

Mis manos no podían quedarse quietas, así que las deslicé por su nuca, enterrando mis uñas bien cuidadas y pintadas en su hirsuto cabello negro. Sentía cómo mi tacto lo encendía aún más, sus gruñidos ahogados mientras mi agarre se apretaba, hundiendo mis dedos en su cabellera. Lo deseaba aún más profundo, quería que su boca devorara cada parte de mí. Mis uñas rasgaban suavemente su cuero cabelludo, mientras él mordía y succionaba mis pezones con una brutalidad que me hacía temblar de puro placer.

Mi cuerpo temblaba, vulnerable, mientras su barba dura seguía rascando cada rincón de mi piel, y su lengua jugaba con mis pezones como si fueran suyos. Los gemidos escapaban de mi garganta, uno tras otro, sin control. No podía resistirme, no quería detener lo que su boca me hacía sentir.

Me arqueé contra la pared, gimiendo mientras sentía sus manos recorrer mi cuerpo, sus dedos jugando con la frontera de mis bragas húmedas. Su dedo tocó mi punto más sensible, apenas un roce, y solté un gemido largo, profundo, como si mi cuerpo estuviera a punto de explotar.

—¡Más fuerte! —grité, mi voz temblando con la urgencia del deseo. Él sonrió, con una sonrisa oscura, maliciosa, y su mano se deslizó, palpando, bajo mi falda. La presión, la fuerza, todo en él me decía que no había vuelta atrás, y eso solo me excitaba más. Me calentaba a mil.

Me giró, presionando mi pecho contra la fría pared. Sentí el primer contacto de su dureza, su aliento agitado en mi nuca. Sus manos abrían mi falda, y yo solo podía pensar en una cosa: ¡Lo necesito dentro, ahora! ¡Por Dios, sigue, sigue! Dejé escapar un grito cuando sentí el bulto de su verga apresado en su panatalon, empujar contra mí, cada centímetro de su cuerpo invadiendo el mío.

Mustafá, se detuvo un momento, con su respiración pesada, y sus ojos encendidos de deseo oscuro se fijaron en mí. Resopló exhalando de un golpe todo el aire retenido. Sus dedos temblaban, su excitación era palpable mientras comenzaba a desabrochar la hebilla de su correa, los pequeños clics resonando en el callejón. Cada segundo que pasaba sin tocarme, me hacía desearlo con más desesperación, mi piel ardía, mi cuerpo palpitaba de excitación. No quería perder la magia de la lujuria con una distracción que apagara la pasión.

Con movimientos torpes pero decididos, bajó el cierre de sus pantalones, su respiración entrecortada mientras sus manos buscaban el botón de la pretina. Sus dedos, temblorosos y llenos de urgencia, lo desabotonaron y abrió de un tirón la prenda, revelando el blanco de su calzoncillo que apenas contenía la erección imponente que tenía prisionera hasta ese momento.

“¡Wow!” dije en silencio, “¡Es enorme!”

Mis ojos se concentraron en la visión imponente de su verga, liberada finalmente del apretado calzoncillo que apenas podía contenerla. Era masiva, venosa, cubierta en una capa de grueso vello negro que emanaba un olor terroso, varonil, imposible de ignorar. La base estaba oculta entre las sombras del espeso bosque de pelos que adornaba sus peludas bolas, grandes y pesadas, que colgaban pesadas y repletas de espermios como una promesa del placer que vendría.

Su prepucio comenzó a retraerse lentamente, como si se resistiera a exponer la carne sensible que protegía con tanto esmero. Al descubrirse, el glande apareció, rosado y brillante, hinchado con el deseo reprimido. Una gota de líquido preseminal destellaba en la corona, brillando bajo la tenue luz. Me incliné lentamente, en cuclillas, sintiendo cómo mis músculos respondían, tensándose con cada movimiento mientras abría las piernas, ofreciéndome, pero sin dejar que mis rodillas tocaran el suelo. No quería herirme con las piedrecillas del callejón. La brisa ligera acariciaba mis muslos desnudos, y mi cuerpo reaccionaba a cada estímulo, encendido por la urgencia del momento. Lo sentía vibrando ante mí, esa verga dura, gruesa, sujeta entre mis dedos, que envolvían la base con firmeza.

Cada centímetro de su carne palpitaba con deseo contenido, el aroma fuerte y almizclado llenaba mis sentidos, un cóctel de poder y lujuria. No pude resistir la tentación: mi lengua, instintivamente, ansiosa, se acercó para recoger esa perla salada que brotaba por la uretra de su verga.

Cada vez que mis dedos recorrían su longitud, sentía cómo la temperatura aumentaba entre mis piernas chorriantes de jugos vaginales, el calor de la excitación crecía, y el contacto con su carne dura y palpitante enviaba descargas de placer a través de mi columna. El grosor de su miembro, la forma en que mis dedos se deslizaban sobre la piel estirada y firme, me hacía morder el labio, tratando de contener el gemido que ya luchaba por escapar de mi garganta .

El poder de ese momento, la crudeza de nuestros cuerpos llamándose el uno al otro, lo hacía imposible de ignorar. Sentía cómo cada segundo me acercaba más al límite de la razón, mientras mi cuerpo seguía inclinándose hacia adelante, y mis labios finalmente rozaban esa carne tan deseada.

El aroma que desprendía su polla era inconfundible: almizclado, fuerte, con tonos de cloro, lleno del crudo poder de su excitación. Mis fosas nasales se llenaron con esa esencia penetrante, y el calor entre mis piernas se intensificó, cada vez más humedecido por el deseo abrasador que ahora dominaba mi cuerpo. Era imposible resistirse a él. Lo deseaba todo. Quería su dureza, la calidez que emanaba de su piel mientras mis dedos recorrían cada centímetro de ese tronco pulsante y vigoroso .

No pude contener el gemido que se escapó de mis labios al sentir cómo su verga palpitaba bajo mi mano, como si suplicara por el contacto de mi boca, de mi lengua, de cada parte de mí dispuesta a rendirse ante él.

El líquido preseminal se deslizó lentamente desde la punta hinchada de su glande, envolviendo mis labios con su textura cálida y salada. Sentí cómo esa sustancia pegajosa comenzaba a acumularse, trazando un sendero viscoso que descendía por mi barbilla, goteando ligeramente hacia mi cuello. El sabor salado invadía mi boca, mezclándose con la humedad de mi propia saliva, creando una fusión de sabores que encendía mis sentidos.

Cada gota que resbalaba por mi piel era un recordatorio de su deseo, el líquido cubriendo mi rostro como un símbolo de su lujuria desbordante. Mis dedos acariciaban la longitud de su tronco, mientras mi lengua jugaba con la salinidad que cubría mis labios. El calor de su cuerpo irradiaba a través de su piel, y mis sentidos se agudizaban con cada roce, con cada trazo de mis dedos explorando su verga firme y palpitante.

Mis ojos permanecían cerrados, concentrada solo en la sensación del líquido corriendo por mi rostro, dejando una marca imborrable de nuestro momento íntimo 

Era como si mi cuerpo despertara a un mundo completamente nuevo, uno donde la línea entre lo prohibido y lo inevitable se desdibujaba con cada segundo que pasaba. Su tacto, mientras se l chupaba yse la chupaba, una y otra vez, me arrastraba hacia esa contradicción visceral, donde la inocencia que aún intentaba aferrarse a mí se desmoronaba, mientras el deseo comenzaba a dominarme. Sentía cómo cada caricia suya rompía mis resistencias, dejándome completamente expuesta y vulnerable, pero llena de una necesidad que nunca antes había sentido. Sabía que no había vuelta atrás; estaba perdida en un mar de emociones oscuras, arrastrada por una tormenta de placer que me hacía temblar, indefensa ante lo que él despertaba en mí.

La brisa nocturna seguía acariciando nuestras pieles, pero el frío había desaparecido. El calor que irradiaba desde mi centro, donde sus dedos por mis cabellos no dejaban de moverse, me envolvía en una fiebre que solo él podía calmar. Sentí su verga deslizarse por mis labios con una lentitud que parecía deliberada. El calor irradiaba desde la punta de su glande hasta mis manos que lo sostenían con firmeza. Estaba sedienta de verga. Hambienta de polla. El sabor salado de su líquido preseminal ya mojaba mis labios mientras lo succionaba, cada movimiento de mi boca provocando un gemido profundo en él. A medida que introducía más y más de su dureza, sentía cómo la cabeza de su miembro rozaba suavemente mi lengua, palpitante y tensa bajo la presión.

Cuando llegó al borde de mis amígdalas, mis ojos se cerraron, concentrándome en esa sensación de llenura, en el calor que llenaba mi boca, deslizándose cada vez más profundo. Su longitud firme rozaba mi paladar, provocando pequeñas sacudidas de placer mientras lo tragaba. El líquido salado, con sabor a café rancio, se mezclaba con mi saliva, haciéndolo más fácil de succionar mientras el grosor de su tronco llenaba completamente la cavidad de mi boca. 

Al mismo tiempo, sentía su polla palpitar entre mis dedos, caliente, llena de vida y ansiosa. Acaricié la base, sintiendo el grosor tenso bajo mi palma mientras mi lengua trazaba círculos suaves sobre la piel sensible de sus bolas, duras e inmensas, cubiertas de pelos oscuros que se erizaban con cada roce. Las lamía con devoción, cerrando los ojos para saborear el calor que desprendían, y el sabor salado y áspero se mezclaba con mi saliva, haciéndome jadear. Era una masa pesada, un peso delicioso que acariciaba con mi lengua, succionando con fuerza mientras mis labios se aferraban a esa suavidad oscura y velluda. Cada sonido que escapaba de mi garganta era un eco de placer compartido, lascivo y embriagante, que lo hacía gruñir con deseo.

Mis manos lo pajeaban con un ritmo lento, saboreando cada segundo en el que su verga se estremecía en respuesta. El líquido preseminal comenzó a deslizarse por mi barbilla, mezclándose con mi saliva, caliente y salado como el mar, y supe que su placer estaba cerca, a punto de explotar 

El aire era un susurro entre mis jadeos, y mis dedos, aún envolviendo la base de su verga, la guiaban más y más adentro de mi garganta. Mis labios se cerraban firmemente alrededor de su carne, sellando cada centímetro con un succionado lento pero poderoso. Cada vez que él empujaba hacia adelante, sentía la presión aumentar, su glande rozando el fondo de mi garganta, provocando una mezcla de ahogo y deseo incontrolable. El sabor amargo y salado de su preseminal seguía recorriendo como ríos indómitos mi lengua hasta mi barbilla, goteando ligeramente mientras mi boca lo devoraba con avidez .

El ritmo se intensificó, mis labios apretados marcaron el camino de su verga, succionándola con fuerza. La sensación de llenura en mi boca me hacía gemir alrededor de su grosor, mientras mi garganta comenzaba a relajarse, adaptándose a la invasión lenta pero constante.

Mi cuerpo vibraba, rendido por completo a la intensidad de sus movimientos. Sus dedos profundizaban en mí, empapados de mis deseos más oscuros, y cada empuje se sentía como una fusión de nuestras almas. La conexión física y espiritual entre nosotros era tan intensa que cada vez que se movía dentro de mí, parecía que nos fundíamos más profundamente en una sola esencia.

—Sigue… no pares... —gemí sintiendo el mete saca de su verga en mi boca, mi voz apenas era un susurro cargado de lujuria y súplica. Mi piel vibraba, como si cada roce suyo encendiera pequeñas chispas que explotaban dentro de mí, recorriendo mi cuerpo con una intensidad desconocida. Mi cadera se arqueaba instintivamente, siguiendo el ritmo implacable que él marcaba con su verga, dedos y su boca besando mi cabeza. Los gemidos de colegiala adolescente, escapaban de mis labios, y se perdían en la oscuridad del callejón, un eco de placer puro que nadie más podía entender.

No era solo él. Era el momento. La atmósfera cargada de humedad, los secretos de Estambul, y el calor entre mis piernas que me empapaba más con cada segundo. Lo deseaba tanto... más fuerte, más profundo, más sucio. Quería sentir cómo rompía todas las barreras, cómo deshacía lo que creía ser y creaba algo nuevo dentro de mí, hecho solo de deseo puro. La noche parecía vibrar con nosotros, como si las paredes del callejón fueran un testigo mudo de cada jadeo y cada embestida.

De pronto se detuvo. Me giró en 180 grados, dejándome contra la pared con la facilidad de un depredador manejando a su presa. Sentí su dureza presionando contra mis nalgas mientras sus manos separaban mis piernas, abriéndome a él. Me empujó hacia abajo, haciéndome inclinar para poder entrar más fácil. Los recuerdos de susurros pasados, de noches llenas de promesas de sumisión, se materializaban en ese momento. Yo era suya, completamente suya, y esa verdad me provocaba una excitación indescriptible.

Mis gemidos llenaban el aire mientras sus dedos volvían a deslizarse dentro de mí, esta vez sin prisa, buscando un ritmo profundo y constante. —No te detengas... sigue así... por favor, sigue… —rogaba entre jadeos, cada palabra un grito de placer y necesidad mientras una de mis manos dejaba de sostenerse en el muro para ir a estrujar uno de los pezones. Cada gota de sudor que se deslizaba por mi piel intensificaba la sensación del aire nocturno, fresco y húmedo, que contrastaba con el ardor que me consumía por dentro.

Mis caderas se movían por instinto, buscando más fricción con su verga chorriante, como si mi cuerpo ya no me perteneciera. Lo necesitaba tan adentro, tan profundo. Mi mente viajaba a relatos de sumisión, de mujeres atadas y dominadas, convertidas en esclavas del deseo, y en ese momento, yo era cada una de ellas. Quería serlo todo. Quería que él me llevara al límite y me dejara allí, a merced de mi propia lujuria.

—Te voy a romper en dos, zorrita blanca. Te voy a culiar como nadie lo ha hecho —gruñó con voz ronca, mientras sus dedos se abrían paso dentro de mí, su palma rozando mi clítoris estilando. El placer era insoportable, mi mente se disolvía en una nube de éxtasis salvaje. ¡Sí! ¡Más fuerte!, ¡Métela! Métela! le gritaba, y mis gemidos rebotaban en las paredes del callejón, mezclándose con el ruido lejano de la ciudad que no tenía idea de la tormenta de lujuria que se desataba aquí. Cada palabra suya, cada embestida, me llevaba más lejos. Mis piernas temblaban, el peso del placer amenazaba con derrumbarme, pero no quería detenerme. Quería más, deseaba todo.

En ese instante, sentí sus dedos deslizarse por mis caderas, su tacto firme y decidido, buscando los bordes de mis bragas mojadas. Cada contacto con el borde de la tela enviaba pequeñas descargas de placer a través de mi piel. El roce contra mis muslos me hizo cerrar los ojos, concentrada en cómo esa prenda, que ahora se sentía tan incómoda, pronto sería eliminada. Mi respiración se volvió más pesada mientras sus manos tomaban los lazos, jalándolos hacia abajo, liberándome de esa humedad pegajosa que empapaba la tela.

Al bajar la tanga, la presión del algodón empapado, pegado a mi piel, me hizo gemir bajo el aliento, y cuando finalmente dejó de tocar mi cuerpo, sentí una oleada de alivio y expectación. El aroma a hormonas, salado y profundo, llenaba el aire, un aroma que traía consigo la promesa del deseo más primitivo. Las bragas cayeron al suelo, empapadas, hediondas a un cóctel de excitación y calor corporal, como un océano de feromonas que no podían ser ignoradas .

Luego sentí me metía y sacaba los dedos mojados de mis jugos vaginales y, en su lugar, introducir, por fin, algo mucho más grande y duro. Su miembro, su maravillosa verga empapada por mi humedad, se deslizó entre mis piernas con facilidad. El primer empuje me arrancó un grito de satisfacción pura. ¡Dios, sí! Cada centímetro que entraba en mí me hacía perder más contacto con la realidad. Sentía cómo me llenaba por completo, invadiéndome, y solo podía pensar en cuánto más la deseaba.

Mis manos se aferraban a las paredes, mis uñas raspando el ladrillo mientras él seguía penetrándome. El placer crecía, hinchándose como una tormenta a punto de explotar. Mi cuerpo vibraba con cada empuje hasta que ya no pude más, y me rendí 

Mis piernas temblaban, mis muslos abiertos y temblorosos se ofrecían sin resistencia mientras sus dedos se adentraban más profundo, buscando cada rincón de mis caderas, enredando mis sensaciones en una espiral de necesidad. Cada empuje, cada roce encendía un fuego dentro de mí que me quemaba por completo. Sentía el calor en mi piel, el sudor resbalando por mi espalda, mientras mi corazón latía fuerte, a punto de estallar. El clímax estaba cerca, se aproximaba como una marea imparable, y yo lo esperaba, lo ansiaba.Lo necesitaba.

—Relájate... déjate llevar... —susurró, con su voz baja, profunda, como si cada palabra me envolviera en un manto de placer que me arrastraba aún más hacia el abismo. Mi cuerpo entero se relajó ante su orden, cediendo completamente a la presión de sus dedos, a la fricción húmeda que me estaba llevando al límite.

Y entonces, lo sentí llegar. Era, con dieciseis años, mi primer orgasmo follando con un hombre, y me golpeó como un maremoto arrollador, recorriendo mi cuerpo desde los dedos de los pies hasta la punta de mis cabellos, haciéndome temblar violentamente mientras el placer lo inundaba todo. ¡Ahhhhhhhhh, me corro, me corro!….grité desesperada. Mis gemidos llenaron el aire, mis manos se aferraban al muro con fuerza, mis uñas clavándose en el cemento mientras todo mi ser se desmoronaba bajo el peso del éxtasis. Sentía cómo cada músculo de mi cuerpo se contraía, cómo mi mente se desvanecía en la oscuridad del momento, perdida en la tormenta de sensaciones.

Pero no todo terminó allí.

El sacó su verga mojada y recorrió las mejillas de mi culo. Sentí su polla, rígida y firme, deslizándose por mi piel sudorosa, su miembro duro rozando entre mis nalgas mientras sus manos fuertes me sostenían, su cuerpo grande y musculoso cubriéndome como una sombra dominante. Lo escuché respirar con dificultad, su aliento caliente contra mi nuca, la barba raspando la piel de mi espalda con esa aspereza que me hacía estremecer. Podía oler el cuero de su cinturón tirado en el suelo, rozando mis pies, después de que lo desabrochara con una rapidez casi desesperada. Sus pantalones, arrugados en el suelo, eran la única barrera entre nosotros y el completo abandono al deseo.

Su camisa blanca estaba abierta, las mangas arremangadas hasta los codos, dejando ver los músculos tensos de sus brazos velludos mientras me manejaba con la precisión de alguien que sabe exactamente lo que quiere. El borde de su calzoncillo aún colgaba a edias de su cadera, un recordatorio de cómo me había empujado, inclinándome hacia adelante para que todo su cuerpo pudiera encajar con el mío. Su mano firme en mi nuca, presionándome contra la pared mientras me susurraba con una lujuria que me hacía estremecer.

—Voy a romperte en dos, zorrita blanca —gruñó una vez más, en mi oído, con su voz oscura, peligrosa, como un presagio de lo que estaba a punto de suceder.

Sentía su miembro, duro como una roca, deslizándose entre mis muslos húmedos, la cabeza rozando mis pliegues de labios vaginales, encontrando su camino con una facilidad que me hizo gemir. Y entonces, con un solo movimiento, se hundió, nuevamente, profundamente en mí. Un grito escapó de mis labios, no de dolor, sino de puro placer. Cada centímetro que se adentraba me hacía perder más contacto con la realidad, lo sentía llenándome completamente, invadiéndome con una brutalidad que solo me hacía querer más.

Sus embestidas eran salvajes, cada una más fuerte que la anterior, haciéndome gemir y gritar con una intensidad que nunca había experimentado antes. El sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba en el aire, junto con mis jadeos y sus gruñidos bajos, sus manos apretando mis caderas con fuerza, tirándome hacia él con cada empuje. Podía sentir cómo su pecho desnudo se apretaba contra mi espalda, su piel ardiente rozando la mía, intensificando cada sensación, cada movimiento.

—Eres mía, puta gringuita —gruñó nuevamente, su voz áspera y cargada de posesión. Y lo sentía, cada vez más y más adentro, llenándome más, hasta que pensé que no podría soportarlo. Pero lo quería, lo necesitaba. Mis caderas se movían contra él, buscando más, buscando todo lo que pudiera darme. Mi cuerpo no me pertenecía, era solo una extensión de su deseo, de su dominio sobre mí.

—¡Sí! ¡Así! ¡Más…máááááássssss! — grité, con mi voz entrecortada por los jadeos. Mi vaginita, húmeda y ansiosa, lo recibía con avidez, y cada vez que su verga entraba más profundo, sentía cómo me llenaba hasta los bordes. El calor entre mis piernas era abrasador, y la fricción de su miembro grueso contra mis paredes me hacía temblar. —¡Oh, Dios, más! ¡No pares! — gemí, mientras mis caderas adolescentes se movían instintivamente, buscando más de esa dureza que me desgarraba y me encendía a la vez.

Podía sentir la presión en cada empuje, cómo sus bolas pesadas y peludas chocaban contra mi piel, marcando un ritmo salvaje. El aroma terroso y masculino del turco se mezclaba con el sudor que cubría nuestros cuerpos, un olor que me volvía loca. Su barba rozaba mi cuello y su aliento caliente me quemaba la piel mientras gruñía en mi oído, su voz ronca y cargada de lujuria. —Te gusta, ¿verdad? ¡Te encanta sentir cómo te culeo! — murmuró, y su tono me hizo gemir aún más alto.

Cada centímetro de su verga me estiraba, su grosor me abría de una forma que nunca antes había experimentado. —¡Dios, sí! ¡Me encanta! — jadeé, sintiendo cómo mis paredes internas lo apretaban, tratando de mantenerlo dentro. Cada vez que él empujaba, sus bolas se estrellaban contra mí con fuerza, enviando descargas de placer a través de mi cuerpo. Podía sentir su tamaño en cada embestida, y el choque de su piel caliente contra la mía me hacía desearlo más, necesitaba más.

—¡Ahhhhhhhhh! —grité cuando una oleada de placer mezclada con un leve dolor me recorrió. Sentí un pequeño tirón dentro de mí, un roce que envió una punzada a lo profundo de mi ser. También un gemido gutural salió de su garganta, mientras su verga se hundía en lo más profundo, rompiendo el último rastro de resistencia dentro de mí. Un calor húmedo me envolvía, no sabía si era el sudor o si era mi propio cuerpo entregándose por

Y entonces, cuando pensé que ya no podía más, lo sentí venirse. Su cuerpo tensándose detrás de mí, sus embestidas haciéndose más profundas, más urgentes. Su respiración se volvió más pesada, sus dedos se clavaron en mi piel con más fuerza. Un gruñido bajo, animal, brotó de su garganta, y entonces lo sentí explotar dentro de mí, su miembro palpitando mientras me llenaba con su semen caliente. Ahhhhhhhhhhhh gimió aullando como una bestia herida. El calor de su eyaculación llenando mi interior, empapándome mientras sus caderas se seguían moviendo, sus manos aferradas a mi contura como si nunca quisiera soltarme.

El placer que lo envolvía lo hacía gruñir, su cuerpo grande y firme colapsando sobre mí mientras sus gemidos ahogados resonaban en mi oído. Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh gemía el bruto fuera de sí. Mis piernas temblaban, incapaces de soportar el peso de todo lo que acababa de suceder, mientras me dejaba caer contra la pared, sintiendo cómo sus últimas gotas me llenaban por completo. Estábamos enredados, su cuerpo cubriendo el mío, el sudor de ambos mezclándose en la penumbra del callejón.

Sentí cómo su moco de esperma caliente se deslizaba entre mis piernas, humedeciendo la delicada piel de mi concha. El calor se mezclaba con el frescor del viento nocturno, y un escalofrío recorrió mi columna. Mi cuerpo temblaba, aún sensible por cada espasmo que había estremecido mi carne. La sustancia viscosa bajaba por mis muslos, creando un contraste imposible de ignorar. Su semen me marcaba, como una evidencia del deseo descontrolado que me había arrastrado hasta este rincón perdido.

Me deje caer apoyando mi espalda en el muro. Una vez sentada en el piso. Abrí mis piernas ligeramente, sintiendo el líquido resbalando, empapando la falda del colegio que apenas me cubría. El aire de la noche hacía que el aroma de nuestro encuentro llenara el espacio. Esa mezcla de sudor, sexo y algo más profundo, primitivo. Cada gota, cada rastro, me recordaba que estaba atrapada en él.

De pronto, su voz grave y cargada de lujuria resonó en mis oídos mientras me extendía su mano y me levantaba del suelo. "Pásate mañana por la tienda antes del colegio, que te daré una buena culiada para que te vayas a clases más relajadita.” Lo dijo sonriendo, con esa seguridad dominante, mirándome desde arriba, con su pecho cubierto de pelos negros y ensortijados brillando con el sudor, dándole un aspecto aún más salvaje y su verga alaragada, pero flácida entre los dedos de su mao. Sus palabras encendieron algo dentro de mí, una mezcla de temor y deseo que me hacía vibrar por dentro.

Me acomodé, como pude, el uniforme escolar, sintiendo cómo su semen aún resbalaba entre mis piernas, cálido y viscoso, empapando la falda negra que apenas me cubría. No dije nada, pero mi cuerpo lo había dicho todo. Sabía que volvería, que deseaba más. Lo miré por última vez antes de levantarme completamente, mientras él se apoyaba en el muro del callejón, con esa sonrisa de depredador que prometía una mañana al día siguiente aún más salvaje.

Cada paso que daba alejándome de él, con mis muslos pegajosos, me recordaba lo que acababa de suceder. Sabía que lo vería mañana de nuevo, que me entregaría a él una vez más, esta vez sin reservas. Mi mente no podía dejar de recrear la escena: su cuerpo grande, inmensamente peludo, sus bolas negras inmensas, musculoso, y la forma en que me tomó sin miramientos, haciéndome suya sin ningún tipo de piedad. Me había marcado. No solo con su esperma resbalando por mis piernas, sino en cada rincón de mi cuerpo, donde el placer y el dolor se entrelazaban en una mezcla embriagante.

Mis caderas todavía sentían la dureza con la que me había empujado contra el muro, y mi piel ardía al recordar cómo me había tomado, salvaje y sin preguntar, como si ya le perteneciera. Sabía que lo deseaba más que nunca, y lo que me esperaba mañana me hacía temblar de excitación.

Me acerqué a la casa y panadería de mi tío, pero mi mente estaba ya perdida en lo que él me había prometido. "Te daré una buena culiada para que te vayas a clases más relajadita.” Las palabras rebotaban en mi cabeza mientras el deseo se acumulaba en mi pecho. No me importaba el dolor, ni el miedo. Ya no era una niña, ya no había vuelta atrás. La inocencia que creí que me protegería de sentir ese deseo desmedido, había sido arrancada de mí, junto con mi última resistencia.

Lo deseaba tanto, más de lo que nunca había deseado nada. Sabía que su fuerza me haría sangrar, sabía que me rompería por completo, y esa idea no me aterraba... al contrario, me calentaba.

En ese modo, tranquilamente, caminé el resto del camino saboreando la excitación, deseando que la noche pasara rápido. Mi cuerpo lo pedía a gritos, mis entrañas vibraban de deseo, sabiendo que pronto me estaría culiando de nuevo, que me llenaría hasta el fondo con su brutalidad. Mañana, en su tienda de cerámicas, volvería a entregarme a él, sin miedo, sin reservas, solo esperando que me llevara hasta donde nunca antes había llegado y mucho menos había imaginado.

gardc-vanC

Soy mujer bisexual

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Categoria: Hetero: Primera vez
Fecha de Publicación: 2024-10-15 09:27:59
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