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Era una tarde soleada en Cali, Colombia, cuando decidí llevar a mi perro al parque. Allí, en un establecimiento cercano, conocí a una pareja que llamó mi atención. Isabela, una rubia delgada con cirugías mamarias y un abdomen tonificado por el gimnasio, vestía un sencillo pero llamativo jean y una blusa fucsia que acentuaba su figura. Su cabello brillaba bajo el sol y su sonrisa era deslumbrante. Su esposo, Carlos, se acercó con una actitud confiada y me invitó a su mesa con una sonrisa cómplice.
La conversación fluyó entre risas y miradas cargadas de tensión. Hablamos de todo: desde nuestras aficiones hasta anécdotas divertidas. La química era innegable, y después de unas cervezas, Carlos sugirió ir a su casa en Pance. La idea me emocionó y, aunque sentía un ligero nerviosismo por estar con desconocidos, mi intuición me decía que debía disfrutar de la experiencia.
El trayecto en el auto fue electrizante; Isabela se pasó al asiento trasero para hacerme compañía. Su mirada era provocativa y sus gestos sutiles despertaban en mí una mezcla de deseo y curiosidad. Al llegar a su casa, la atmósfera se tornó intensa. Isabela me sorprendió al cambiarse a un bikini que realzaba aún más sus curvas perfectas. Con una sonrisa traviesa, me dijo: "Vamos al jacuzzi".
El agua caliente del jacuzzi era un refugio perfecto para la tensión acumulada. Isabela se movía con gracia, sus risas llenaban el aire mientras Carlos observaba desde un lado, disfrutando del espectáculo sin intervenir. La sensualidad de Isabela era hipnotizante; cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía que el deseo crecía entre nosotros.
Después de un rato en el jacuzzi, la química nos llevó a la habitación. Allí, la atmósfera se volvió aún más cargada de pasión. Isabela se entregó completamente al momento, mientras Carlos permanecía como un espectador emocionado. Aunque estaba algo nervioso por estar con ellos, cada caricia y cada susurro me hacían olvidar mis dudas.
Al día siguiente, después de una noche inolvidable llena de exploración y placer, para mi sorpresa, Carlos nos llevó desayuno a la cama. Con una sonrisa amable, me dijo: "Dúchate y sigue disfrutando de ella; Isabela se siente muy sola porque yo, como ingeniero civil, debo salir mucho por fuera de la ciudad". Sus palabras resonaron en mí mientras miraba a Isabela sonriendo junto a mí.