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La noche en Cali comenzaba a envolvernos con su calidez y misterio. Estaba nervioso, pero también emocionado. Valeria y yo habíamos hablado de esto muchas veces, pero ahora, al estar aquí, en el club swinger, la realidad se sentía mucho más intensa. Tenía 42 años, y aunque había explorado mi sexualidad de muchas maneras, nunca había estado en un lugar como este. Ella, a sus 33 años, siempre había sido una mujer ardiente, dispuesta a vivir nuevas experiencias, y esa noche, lo íbamos a hacer juntos.
El club tenía un aire sofisticado, elegante, pero lleno de una energía palpable, casi eléctrica. Las luces eran tenues, las paredes adornadas con imágenes sugerentes y las voces, en su mayoría susurradas, parecían mezclarse con la música que nos rodeaba. La gente era discreta, casi cautelosa, y por un momento, me sentí como si estuviéramos entrando en un mundo paralelo, un mundo lleno de promesas, de sensaciones que aún no sabíamos cómo gestionar.
"Vamos, Andrés", me dijo Valeria, con esa voz suave pero decidida que siempre sabía cómo calmar mis inseguridades. "Quiero vivir esta experiencia contigo. Quiero ver hasta dónde podemos llegar."
La sensación de nerviosismo inicial se desvaneció cuando me tomó de la mano, guiándome hacia el privado. Un pequeño espacio aislado, más íntimo, donde la atmósfera se volvía aún más cálida, acogedora. Fue extraño al principio; esa sensación de ser observados, de estar rodeados de extraños que compartían el mismo deseo, provocaba una mezcla de vergüenza y excitación. Pero esa sensación pronto se transformó. Estaba con ella, mi compañera, mi confidente. Y eso me dio el valor para dejarme llevar.
Valeria se movía con una sensualidad que me cautivaba. No tenía miedo de mostrarse. Sus caricias eran suaves, pero llenas de una intensidad que me desconcertaba. Mientras la observaba, la incomodidad inicial desaparecía, y el deseo comenzaba a apoderarse de mí. En este lugar, no había espacio para dudas, solo para sensaciones. No sabía qué esperar, pero sentía que, juntos, podríamos manejarlo.
Mi cuerpo reaccionaba a la suavidad de sus besos, a la firmeza de sus manos sobre mi piel. De repente, las miradas, los susurros, los roces se convirtieron en una danza privada entre nosotros. Al principio, sentí un poco de vergüenza, pero todo eso se desvaneció cuando vi la forma en que Valeria se entregaba, tan segura de sí misma. Eso me dio la libertad para hacer lo mismo.
Cada vez que nuestros cuerpos se rozaban, la tensión se convertía en una corriente de deseo incontrolable. Lo que había comenzado como algo nervioso y tímido se transformó en una explosión de sensaciones. Me dejé llevar completamente, sin miedo, sin dudas. Valeria, llena de pasión, de pura energía, estaba disfrutando de cada toque, de cada suspiro. Era como si nos perdiéramos en ese lugar, en esa noche, donde solo existía el placer y el deseo compartido.
La vergüenza de al principio se convirtió en un recuerdo lejano, y lo único que quedaba era el placer puro de estar juntos, de haber dado ese paso hacia lo desconocido, sin miedo a nada. Cada beso, cada caricia, era un descubrimiento, una forma de explorar lo que nunca antes habíamos experimentado de esta manera. Al final, no importaba lo que sucediera alrededor, solo importaba lo que sentíamos el uno por el otro. Estábamos allí, juntos, entregados, y eso era lo único que importaba.