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Cumplimos 25 años de matrimonio, y en unos días, 29 años de conocernos. A la fecha, asumo que hemos superado muchas pruebas como pareja en la que la tolerancia y la vida íntima mantienen un protagonismo relevante. Desde la primera vez que tuve la oportunidad de verla, su belleza, estética y sensualidad me cautivaron. En un principio, sin proponérselo, me enseñó a confiar en mis capacidades y talento siendo ella mi primer referente respecto de la constancia y la frase “Cuidado con lo que deseas, porque lo puedes lograr” junto con la correspondiente “ley de la atracción”. Nuestra historia está llena de muchos aciertos y cambios extraordinarios, cada uno mejor que el otro y son evidentes al disfrutar de gratitud, prosperidad, abundancia, éxito y calidad de vida.
Hemos sido muy buenos administrando las decisiones económicas aún cuando se han presentado inconvenientes ya superados. Hoy puedo decir “confieso que he vivido, hago lo que me gusta y me pagan por hacerlo”. Es una mujer muy bella que siempre se ha caracterizado por cuidar su físico y la mejor elección en el vestir, silueta que destaca sus curvas, la firmeza de un bello busto y nalgas exquisitas tanto a la vista como al tacto. Debo confesar y aceptar que mis pensamientos, fantasías y fetiches tienen un común denominador, exclusivamente ella. Esto es, aunque haya sufrido por su proceder cuando esa parte que se deja como pareja por descifrar, se identifica para escudriñar y sorprenderse al encontrar una mujer exquisitamente sexual con capacidad y disponibilidad al placer total sin prejuicio o mojigatería.
Esos recuerdos invitan a buscar en mi memoria cuáles han sido los momentos de nuestra historia donde se evidenciaba lo bandida que podía ser al disfrutar los espacios de infidelidad vividos sin mesura, inclusive con la idea de romper definitivamente su decisión de “amarnos para toda la vida”.
Cuando la conocí, seguro estaba que yo no era su único pretendiente y que vivió su aventura de adolescente deseada y cortejada, tan así era que, en medio de la atracción que sentía por ella, la incertidumbre era inmensa. Una noche regresé a casa en la madrugada, después de viajar desde una ciudad a otra y para mi sorpresa, la encontré en compañía de dos hombres; la novedad fue que, seguramente, según mi justificación mental, recientemente llegaban de su reunión de amigos y dañé el momento con mi presencia. Nunca descalifiqué esa escena, pero en mis pensamientos quedó la sensación de que debí reclamar por su inadecuado proceder. Con el paso del tiempo en algo que ha sido recurrente para los dos, la excusa de estar en espacios académicos que permitan fortalecer el perfil profesional, viví la etapa más amarga de nuestra relación y allí concluí lo siguiente:
Cuando una mujer pregunta, ¿dónde estás, ¿con quién?, ¿qué haces, ¿a qué hora regresas? no es porque sea una mujer celosa y controladora. Realmente corresponde a las acciones de verificación que administra para poder cometer sus picardías. Dicho y hecho, descubrí además que es una mujer que se deslumbra por el lujo, el poder y la capacidad para hacer las cosas con cinismo sin medir las consecuencias de su actuar. Tan así es que, en alguna oportunidad en un encuentro casual en un supermercado, el propietario de uno de los restaurantes que frecuentábamos le indaga sobre su amante como si realmente él oficiara como su pareja permanente. Fueron momentos muy duros y recuerdo que llegué a culparme por esa realidad del momento en la que consideré que fracasaba como esposo y merecía mi suerte. En algún espacio donde el diálogo fluyó le indagué sobre cuál sería su decisión con la esperanza de encontrar una respuesta a mi favor, por los antecedentes vividos como pareja, encontrándome con la contundencia de un “déjame pensarlo”. En términos claros, permíteme que me siga cogiendo hasta que me canse de él o se canse él de mí, mientras tanto, hoteles y restaurantes de lujo y viajes clandestinos se consolidaron. Muchos meses después, aparece nuevamente un día en nuestro apartamento, se instala y yo no la rechacé.
Alguna exsuegra me dijo “el que es nunca deja de ser” y su sabiduría es innegable. Años después de aparentemente superar nuestra crisis matrimonial y por un largo periodo de tiempo ella fue la merienda de uno de sus compañeros de trabajo construyendo una relación hipócrita de parte de su amante quien la disfrutó a placer y en la cual por acuerdo mutuo se convirtió en una deliciosa mujer viviendo el poliamor. Sufrí como el estúpido que soy, al escuchar sus llamadas clandestinas mientras viajábamos en familia de vacaciones a la costa y otra ciudad turística del interior del país, inclusive viviendo la ansiedad de que la llamara a su celular y la conexión bluetooth del vehículo la delatara constantemente.
En medio de todo lo que ha pasado, debo aceptar que concibo el morbo siendo ella mi principal fetiche, me encanta demasiado, realmente es exquisita en la cama, en el sofá, la sala, la cocina o en el motel donde el escenario le permite exhibir su erotismo de una manera espectacular, un deleite total en su máxima expresión, sinónimo de placer, sensualidad, elegancia, con recurrente incertidumbre y complicidad en la intimidad. Las cosas han cambiado, recientemente se dedica mucho a la espiritualidad y difícilmente programará concederme a lo que me acostumbró con grata sorpresa, ver como la cogen y la cojo cual protagonista porno que disfruta del sexo duro con un preámbulo que me encanta cuando se dedica, previo a su encuentro, a preparar su cuerpo, vestuario, lencería y tacones con el propósito de degustarla toda sin remordimiento.