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Mi mejor pareja sexual es la única persona con la que he podido venirme a chorros, un ex a quien todavía le tengo cariño, pero a quien no le abriría nuevamente un hueco en mi cama ni porque ello significara condenarme o no al celibato eterno. Sin embargo, mi mejor experiencia sexual fue con un chico cuyo nombre y rostro están más bien desdibujados. No sabía besar, y aunque a mí me encanta me resultaba una falencia más graciosa que molesta, así que nunca lo comenté. A este sí lo recibiría en mi cama nuevamente.
Lo conocí cuando mi sexualidad acababa de despertar. El nivel de excitación con el que tenía que sufrir los días era casi insoportable. En un día normal podía masturbarme hasta cinco veces, así que no es de extrañar que cada vez que nos veíamos nos quedáramos follando tantas horas como el cuerpo (y el tiempo) nos lo permitiera. Solo el sol de la mañana nos obligaba a volver con desazón a la morronga rutina de la vida cotidiana.
Ahora bien, lo interesante de esta relación no era que nuestra conexión se basara en un enamoramiento adolescente, ninguno estaba enamorado; o en que nuestro intelecto hubiera despertado un grado de admiración tal que se sintiera hasta en piel, para nada; tampoco es que él fuera físicamente la representación perfecta del hombre idealizado por los deseos sexuales de mi yo adolescente, no. La conexión era puramente física. Nuestros cuerpos se entendían a la perfección en la esfera de lo sensible, estar desnudos era lo natural, lo cómodo, era… hogareño. Y yo sé que no son adjetivos para nada estimulantes, pero ese nivel de comodidad invitaba a la exploración. Con él, el sexo anal se convirtió para mí en casi un fetiche. La primera vez que sentí su lengua en mi culo se me aguaron los ojos de felicidad, me jodió la cabeza.
Una noche, mientras dormía después de la faena, me despertó el sonido de mis propios gemidos. Él, quien se había despertado quién sabe hacía cuánto tiempo, había estado acariciándome suavemente, con los labios y los dedos, cada rincón del cuerpo. ¿Cuántas zonas erógenas puede haber en un cuerpo de mujer acostado boca abajo?
Para sorpresa de nadie, cuando acariciaba mis nalgas, sentía corrientazos directos a mi vagina e incontrolables deseos de que me penetrara con fuerza; para mi extrañamiento, convirtió mis orejas en vaginas y su lengua en el mejor pene que he probado en la vida; pero, la sorpresa más grande fue descubrir un clítoris detrás de las rodillas, ¿es la zona más extraña para sentir excitación? No sé, yo creo que sí, y también creo que es la zona más extraña para tener un orgasmo, pero lo tuve.
Según él, al acariciarme mientras dormía, la intensidad de mis gemidos le permitieron descubrir las zonas más erógenas de mi cuerpo. Y que además estaba seguro de que mi piel era más sensible cada vez que estaba próxima a que me llegara el período (todavía no sé qué tan cierto sea eso). Al parecer, dedicaba mucho tiempo a pensar en cómo hacerme sentir más placer.
Huelga decir que ese nivel de conexión no lo volví a tener, y que después de que dejáramos de encontrarnos intenté replicar la experiencia sensorial con otra persona, pero fue un fracaso. Así que mis orgasmos de rodilla son ahora solo un vago y divertido recuerdo.