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Dos años después de su primer contacto con el mundo swinger, Jorge ya no era el joven inexperto que titubeaba frente a lo desconocido. Con 21 años, su vida había tomado un giro inesperado, lleno de aventuras que alimentaban su curiosidad y lo conectaban con personas que compartían su deseo por explorar límites.
Fue en uno de esos días de rutina universitaria cuando conoció a Patricia. Ella era madre de uno de los jugadores de un equipo juvenil que entrenaba en el coliseo local. Patricia, con su cabello oscuro perfectamente recogido y un cuerpo que delataba su disciplina en el gimnasio, había captado la atención de Jorge desde el primer momento. Pero lo que realmente lo atrapó fue su actitud: confiada, juguetona y con una chispa que prometía complicidad.
Después de varios encuentros casuales y conversaciones aparentemente inocentes, la tensión entre ellos se volvió imposible de ignorar. Patricia, siempre directa, fue quien dio el primer paso.
—¿Te quedas después del entrenamiento? Me gustaría hablar contigo… en privado —dijo con una sonrisa traviesa que no dejaba lugar a dudas.
Jorge asintió, intrigado. Cuando el entrenamiento terminó y el coliseo comenzó a vaciarse, Patricia lo guió hacia uno de los camerinos. El lugar estaba casi en penumbra, con las luces del atardecer colándose por las pequeñas ventanas. Era un espacio amplio, pero en ese momento, la atmósfera se sentía íntima, cargada de una energía eléctrica.
—¿Sabes? Me encanta este momento del día —dijo Patricia, apoyándose contra una de las bancas mientras cruzaba las piernas con elegancia—. La luz que se va apagando, la calma que queda después del movimiento... Y, claro, las posibilidades de que pasen cosas que nadie espera.
Jorge, que no solía quedarse sin palabras, se encontró atrapado en su mirada. Patricia se acercó lentamente, deteniéndose a pocos centímetros de él. Sus manos rozaron el pecho de Jorge, que aún llevaba puesta la camiseta ajustada del entrenamiento.
—Siempre me ha gustado la energía de alguien joven, lleno de fuerza y... ganas —susurró Patricia, sin apartar los ojos de los suyos.
Antes de que pudiera responder, Patricia lo besó, con una pasión y seguridad que lo hicieron olvidar dónde estaban. Jorge respondió al beso, envolviéndola con sus brazos mientras el deseo los consumía. Patricia, tomando el control de la situación, lo empujó suavemente hacia una de las bancas.
—Déjame a mí esta vez —dijo con una sonrisa pícara.
Se arrodilló frente a él, sus movimientos seguros y deliberados. Jorge se apoyó en la pared, dejando que Patricia tomara el control. Mientras el mundo exterior comenzaba a desdibujarse con la llegada de la noche, el camerino se convirtió en su refugio privado. Patricia lo exploró con una mezcla de delicadeza y atrevimiento, haciendo que cada segundo se sintiera eterno.
Los ecos de su respiración llenaban el espacio, mezclándose con el lejano sonido del tráfico que llegaba desde afuera. Jorge no podía evitar pensar en lo surrealista de la situación: el lugar, la hora, y la intensidad de lo que estaba ocurriendo.
Cuando todo terminó, Patricia se levantó con una elegancia que solo ella podía lograr. Lo miró con una expresión de satisfacción y complicidad, como si acabaran de compartir un secreto que nadie más podría comprender.
—Espero que te haya gustado el entrenamiento extra —dijo mientras se ajustaba el cabello y tomaba su bolso.
Jorge, todavía recuperándose, sonrió.
—Definitivamente... uno de los mejores.
Patricia se inclinó para darle un último beso antes de salir del camerino.
—Nos vemos pronto, Jorge. Esto apenas comienza.
Mientras la puerta se cerraba detrás de ella, Jorge se quedó en silencio, con una sonrisa en los labios y el corazón acelerado. Sabía que ese encuentro marcaría el inicio de algo más profundo, algo que estaba ansioso por explorar.
Continuará...