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Era una tarde tranquila cuando Jorge recibió el mensaje de Patricia. Habían hablado varias veces sobre su rutina de ejercicios, y ella, con su tono persuasivo habitual, lo invitó a su casa para una sesión de entrenamiento personalizada.
—Hoy estoy sola, así que no habrá distracciones —escribió Patricia, acompañando el mensaje con un emoji de guiño que dejaba poco a la imaginación.
Jorge aceptó sin pensarlo demasiado. Sabía que no sería un entrenamiento cualquiera. Llegó puntual a la casa de Patricia, un lugar elegante y con toques de sofisticación que reflejaban su personalidad. Ella lo recibió en ropa deportiva ajustada que resaltaba su figura, pero incluso en esa simplicidad, Patricia tenía una forma de irradiar sensualidad.
—Bienvenido, entrenador. ¿Por dónde empezamos? —dijo con una sonrisa juguetona mientras lo guiaba al patio trasero, donde había colocado una pequeña estación de entrenamiento.
La sesión comenzó de forma profesional. Jorge le indicó algunos ejercicios básicos para calentar, corrigiendo su postura y sugiriendo variaciones. Sin embargo, la tensión en el aire era palpable. Cada vez que Patricia sostenía su mirada o hacía un comentario aparentemente inocente, Jorge sentía que el entrenamiento tomaba un giro diferente.
Tras una serie de ejercicios, Patricia se detuvo, secándose el sudor de la frente con una pequeña toalla.
—¿Te importa si me refresco un poco? —preguntó, aunque no esperó respuesta antes de dirigirse hacia la casa.
—Claro, adelante. —Jorge intentó sonar despreocupado, pero había algo en su voz que lo delataba.
Patricia desapareció por unos momentos, y Jorge continuó recogiendo las pesas y ajustando el equipo. Cuando regresó, llevaba puesta una camiseta suelta que dejaba al descubierto parte de sus hombros y piernas, aún brillantes por el sudor.
—¿Podrías ayudarme con algo en el baño? Hay una ducha que no está funcionando bien —dijo, con un tono de voz que sugería más de lo que decía.
Jorge la siguió hasta el baño, un espacio amplio y decorado con azulejos en tonos claros. Patricia cerró la puerta tras él y se inclinó para revisar la supuesta ducha defectuosa. Cuando se giró para mirarlo, la chispa que había estado creciendo durante toda la tarde se encendió de golpe.
—La verdad… creo que no era la ducha lo que necesitaba arreglar —susurró mientras daba un paso hacia él.
Jorge no dijo nada; no había necesidad. Patricia se acercó aún más, colocándole una mano en el pecho, y lo besó, lenta pero intensamente. Él respondió, rodeándola con sus brazos y apoyándola contra la pared del baño. El sonido del agua de la ducha comenzó a mezclarse con el eco de sus respiraciones y las risas nerviosas que surgían entre beso y beso.
La ropa cayó al suelo en un abrir y cerrar de ojos, y el espacio estrecho del baño se convirtió en el escenario perfecto para liberar la tensión acumulada. Patricia, con su seguridad habitual, tomó el control del momento, guiando a Jorge con movimientos que denotaban experiencia y deseo.
El agua de la ducha los envolvía, pero no apagaba el calor entre ellos. Jorge descubrió en Patricia una mezcla de pasión y ternura que lo sorprendía con cada gesto, mientras ella se entregaba al momento como si no existiera nada más allá de esas paredes.
Cuando finalmente salieron del baño, Patricia lo miró con una sonrisa cómplice mientras se ajustaba una bata.
—Definitivamente, este fue el mejor entrenamiento que he tenido en años.
Jorge rió, dejando caer su toalla sobre uno de los muebles.
—Creo que deberíamos hacer esto más seguido… por tu progreso físico, claro.
Patricia lo besó una vez más antes de guiarlo hacia la sala, donde ambos compartieron un momento de tranquilidad y conversación, sabiendo que su conexión no era solo física, sino también una complicidad que ambos estaban dispuestos a seguir explorando.
