Guía Cereza
por: laura_gatita69 Publicado hace 3 semanas Categoría: Lésbicos 428 Vistas
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El viaje en el BMW de color azul de Alejandra discurría entre risas y el suave roce de su mano sobre mi muslo. Sabía exactamente lo que su mirada felina provocaba en mí, cómo sus dedos deslizándose por mi piel lograban encender cada rincón de mi cuerpo. La blusa ligera que llevaba me cubría apenas, permitiéndole espiar mi sujetador de encaje cada vez que el sol entraba por la ventanilla. Su respiración se volvía cada vez más pesada, y podía notar cómo la tensión entre nosotras crecía con cada kilómetro recorrido, cómo el deseo se acumulaba en el aire del coche. Y no podíamos esperar más. Se hizo la noche, y un cartel anunciando un área de descanso, fue nuestra parada, aquel lugar estaba desértico, así que Alejandra freno de golpe junto a un árbol. El coche quedó sumido en el silencio de aquella explanada desértica, rota solo por nuestras respiraciones aceleradas. Giré mi mirada hacia ella, su minifalda vaquera subía peligrosamente, dejándome ver más de su piel bronceada y caliente. La invitación era clara. Me incliné sobre ella y en un solo movimiento, tiré de su asiento hacia atrás. Alejandra sonrió, esa sonrisa que me volvía loca, y sin decir palabra me monte sobre ella, su falda subiendo más mientras sus manos comenzaban a recorrer mi pecho con un hambre contenido. Mi pecho respondía bajo sus dedos, endureciéndose, exigiendo ser liberado. Sentía cómo cada una de sus caricias dejaba una marca ardiente en mi piel, que sus dedos eran casi demasiado suaves, demasiado provocadores, y no podía hacer otra cosa más que suspirar contra su pelo. Su mano comenzó a deslizarse bajo mi blusa, levantándola lentamente, dejando que el aire fresco del bosque acariciara mi piel desnuda. Con una mezcla de urgencia y dulzura, se deshizo de mi blusa, revelando mi sujetador de encaje. Los ojos de Alejandra se iluminaron, y podía sentir su respiración volverse más pesada mientras sus dedos jugaban con los bordes de mi sujetador, pero no me lo quitó, si no que solo lo levantó sobre mis tetas. No me lo quitó, y cuando quise llevar mi mano a la espalda para soltar los broches, me detuvo. No le dí mas importancia porque cada roce, cada movimiento de sus manos encendía una chispa de fuego en mi cual mayor que la anterior. El silencio de aquella explanada hacía que todo se sintiera más íntimo, como si el mundo hubiera dejado de existir solo para nosotras. Mi respiración se entrecortaba, mis manos fueron directamente a sus muslos, subiendo, adentrándose bajo su minifalda, hasta encontrar el calor húmedo y caliente de su entrepierna. Ella jadeó, inclinándose hacia mí, sus labios buscando los míos con desesperación. El beso fue ardiente, húmedo, nuestras lenguas entrelazándose con el mismo ritmo frenético que nuestras manos exploraban nuestros cuerpos. Podía sentir la humedad de su vagina filtrándose a través de la tela de su tanga, y eso solo intensificaba la necesidad que me carcomía. Con un movimiento decidido, Alejandra deslizo aún más arriba mi sujetador, dejando mis pechos completamente expuestos a su mirada hambrienta. Su boca bajó por mi cuello, dejando un rastro de besos húmedos hasta llegar a mis pechos, donde su lengua comenzó a rodear uno de mis pezones, provocándome un gemido profundo que resonó en el coche, llenándolo con el eco de nuestro deseo compartido. Me aferré al asiento, mis caderas se levantaban ligeramente de la presión del deseo que me quemaba por dentro, y podía sentir cómo el coche se balanceaba levemente bajo nuestro peso. "Eres tan rica... me calientas tanto...". Murmuró Alejandra con su voz cargada de deseo, mientras sus labios envolvían mi pezón, succionándolo con una mezcla de suavidad y hambre voraz. El roce de su lengua y la calidez de su boca eran demasiado deliciosas, cada segundo aumentaba mi necesidad de ella. Estaba temblando de excitación. Mi mente se nublaba con cada lamida, cada mordida, y me perdí en el vaivén de sus caricias. Ella me observaba, y esa mirada lo decía todo: yo le pertenecía en ese momento. Mis dedos encontraron el borde del hilo de tu tanga, y las deslicé hacia abajo, revelando su humedad ante mis ojos. "Guau, estás bien mojadita Alejandra", susurré, apenas capaz de controlar mi propia excitación. Ella solo sonrió, mordiéndose el labio, y dejó que mis dedos entraran en ella. Alejandra se arqueó de inmediato, sus manos aferrándose al respaldo del asiento mientras yo aumentaba el ritmo, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada movimiento. El sonido de su respiración entrecortada me volvía loca, y la forma en que sus caderas se movían contra mis dedos me hacía perder la cabeza. "Sí... así... no pares", gimió, sus palabras eran una mezcla de súplica y orden. Su cuerpo se movía contra mis dedos, sus caderas buscando más, su piel ardiendo bajo mis caricias. La intensidad de sus gemidos llenaba el espacio del coche, creando una sinfonía de placer y lujuria que parecía hacer vibrar las ventanas. Mi propio deseo me impulsaba a ir más rápido, a darle lo que tanto quería y pedía. Mis dedos se movían más profundamente, con más urgencia, y el calor en el coche se volvía casi insoportable. Sofocante, era la palabra exacta mientras el aire se sentía denso, cargado del aroma de nuestro deseo. Podía oler el perfume floral de Alejandra mezclándose con el sudor y la esencia hormonal de nuestro placer compartido. Su mirada se encontró con la mía, sus ojos oscurecidos por la lujuria, y la forma en que me miraba, como si yo fuera lo único en el mundo que importaba, me hizo estremecer. Supe entonces que nada más existía, que cada respiración, cada caricia, cada segundo de ese momento, era solo nuestro. Me incliné hacia abajo, mis labios encontrando su cuello, lamiendo lentamente, saboreando el ligero sabor salado de su piel. Alejandra, se aferraba al asiento, mientras gemía con cada contacto, sus dedos enredándose en mi pelo mientras su cuerpo se entregaba completamente al placer. Mis labios descendieron, dejando un rastro húmedo hasta su vientre, y finalmente me deslicé más abajo, colocando mis labios sobre su vagina, besándola como si fuera un manjar que quería y mucho menos debía dejar escapar. La forma en que sus caderas se alzaban y cómo su cuerpo respondía tiritando a mis caricias me hacían saber que todo lo que estaba haciendo era correcto. El aroma de su excitación me golpeó primero, intenso, con una mezcla de sal y ese toque dulce que hacía que mis sentidos se revolvieran de placer. Mis ojos bajaron lentamente hacia su vagina, abierta como una flor en pleno esplendor. Los labios exteriores, carnosos y suaves, estaban empapados, brillaban bajo la luz tenue que se colaba por la ventanilla del coche. La humedad resbalaba por sus muslos, mientras mis dedos recorrían su piel, sintiendo cómo se abrían con facilidad, revelando su interior. Los labios interiores, de un tono más oscuro, parecían suplicar por más, hinchados y palpitantes bajo mis caricias. ¡Dios, era perfecta!. Mis dedos los abrían lentamente, mientras mi lengua seguía el rastro húmedo hasta encontrar su clítoris, esa pequeña perla hinchada que sobresalía ansiosa. Mi lengua lo acariciaba, y el sabor a sexo marino invadía mi boca. Era imposible detenerme, la suavidad de su piel se mezclaba con la textura mojada de sus jugos, un sabor inigualable que solo lograba excitarme más. "¡Más... sí... no pares!", gemía Alejandra, su voz entrecortada mientras su cuerpo se estremecía bajo mi lengua. Mis dedos exploraban su interior, adentrándose en ella con un movimiento lento pero decidido, abriendo su vagina aún más, notando cómo su humedad envolvía mis dedos. ¡Estaba tan mojada, tan lista para mí!. Su clítoris palpitaba contra mi lengua, y su sabor, esa mezcla de sal y deseo, me hacía delirar. "¡Sí... así... sigue... no pares!", gritó ella, sus gemidos llenando el coche mientras sus caderas se movían instintivamente, buscando más fricción, más placer. Su cuerpo temblaba, su piel resbaladiza bajo mis manos, mientras mi lengua seguía lamiendo, succionando su clítoris, llevándola al borde. Podía sentir cómo su cuerpo se preparaba para el clímax, como cada músculo se tensaba bajo mis dedos y mi boca. Mi lengua se movía rítmicamente, saboreando cada gota de su placer. Alejandra se arqueó, su espalda curvándose mientras sus manos apretaban el asiento y sus uñas se enterraban en el cuero, y yo no podía evitar sonreír contra su piel, disfrutando del poder que tenía sobre ella, de la forma en que podía hacerla temblar solo con mi lengua y mi boca. Su placer era mi placer, y cada vez que la escuchaba gemir, mi corazón latía más rápido, alimentando el fuego que ardía entre nosotras. "Mírame...", le susurré, levantando la mirada para encontrarme con sus ojos. Quería que viera lo que le hacía, quería que sintiera cada caricia, cada beso, como algo que la poseía por completo. La forma en que sus ojos se abrieron lentamente, llenos de deseo, me hizo sentir un cosquilleo por toda mi piel. Quería que viera cómo la devoraba, cómo cada movimiento de mi lengua la acercaba más y más al borde del clímax. Ella abrió los ojos, sus pupilas dilatadas de deseo, y cuando nuestras miradas se encontraron, un gemido profundo escapó de sus labios. "¡Sí, justo ahí, siiii!". No había nada más en el mundo que ese momento, solo Alejandra y yo, y el placer que compartíamos. Y entonces, finalmente, con un grito ahogado y un temblor incontrolable, se dejó ir... su orgasmo comenzó a construirse o en oleadas que me inundaban .Sentí cómo su cuerpo se tensaba, cómo cada músculo se preparaba para el clímax que se avecinaba, y con un último movimiento de mi lengua, "¡Ahhhhhhhhh!", gritó corcoveando su cuerpo. "¡Ohhhhhhh, Dios!", alcanzo a exclamar otra vez y se dejó ir, su cuerpo estremeciéndose mientras un grito de puro éxtasis escapaba de su garganta. "¡Sííííiíí... Oh sí, mááááás!". Sus manos se aferraron a mi pelo, sus dedos apretándome, jalándome desesperada y supe que había logrado llevarla al límite. La sostuve mientras se relajaba, mientras los temblores disminuían, y subí para besarla en la boca, un beso suave, lleno de amor y ternura, pero aún cargado de la intensidad de lo que acabábamos de compartir. Alejandra sonrió contra mis labios chorreando sus jugos, sus dedos acariciando mi rostro, y en ese momento supe que nada más importaba. Éramos solo nosotras dos, perdidas en una área de descansa desértica, rodeadas por el eco de nuestros suspiros y la promesa de que esto no era el final, sino solo el principio. Sentía que cada parte de mi cuerpo estaba viva, cada fibra vibraba con la energía de lo que acabábamos de experimentar. "Sabe jodidamente bien esa mezcla de sabores", murmuró Alejandra mientras aún saboreaba mis labios. La intensidad de su mirada me atravesó, y me vi obligada a responder con una sonrisa, aunque apenas podía respirar. La necesidad entre nosotras no cesaba, y supe que la noche prometía más de estos momentos robados, más deseo satisfecho solo por un instante antes de volver a encenderse. La promesa de lo que vendría me llenaba de una nueva ola de deseo, y sabía que ambas estábamos listas para continuar. Me recliné, mi cuerpo todavía tembloroso, y ella se acomodó a mi lado, sus dedos jugueteando con los bordes de mi tanga como si quisiera mantenerme justo en el borde del deseo. Alejandra me miró de nuevo, con esos ojos ardientes, y simplemente me susurró, "No vamos a parar aquí, ¿verdad?, ¿estamos recién empezando...?, ¿no es cierto?". Negué con la cabeza, mi pecho subiendo y bajando aún con la respiración pesada. No había ninguna intención de detenernos. El coche se llenaba del aroma de nuestro sudor, nuestro deseo, la promesa de que nuestros cuerpos se encontrarían una y otra vez. Cada toque, cada caricia, era un recordatorio de que el deseo no se apagaba, solo se transformaba, esperando el momento para volver a desbordarse. "Eso pensé", me dijo, y volvió a besarme, dejándome sin aliento, con el corazón desbocado, sabiendo que lo que habíamos comenzado era solo el inicio de una noche interminable. Sus labios se movían sobre los míos, y la forma en que sus manos aún exploraban mi cuerpo me hacía saber que no habría descanso, que el deseo nos consumiría hasta que no quedara nada más que la satisfacción completa de haberlo dado todo. Entonces, con una lentitud tortuosa, Alejandra deslizó una de las delicadas tiras de mi sujetador por mi hombro, dejando que la prenda se deslizara apenas lo suficiente para exponer más de mi piel. Antes de hacerlo, acercó su rostro y respiró el aroma de mi cuerpo y el del sujetador, inhalando profundamente, como si quisiera capturar mi esencia. La forma en que lo hacía, con una mezcla de ternura perversa, desesperación y posesividad, me hizo morderme el labio inferior, esperando, deseando más. "Uhmmm, para eso había dejado mi sujetador", pensé, "Para que pudiera olerlo y disfrutarlo, mira la zorra bien caliente". "Eres tan rica", me murmuró antes de inclinarse y presionar sus labios contra mi hombro descubierto. Sus besos eran húmedos, lentos, sus labios impregnados de la esencia del alcohol de la noche anterior y el sabor salado que compartíamos después de un día sin dormir. No habíamos pensado en cepillarnos los dientes, todo había sido demasiado inmediato, instintivo, una decisión loca y sin lógica, guiada por la hormona y la lujuria desbordante. Sus labios dejaban un rastro de fuego mientras bajaban por mi cuello, y el aroma de su perfume, con un toque floral mezclado con el sudor del bar, invadía mis sentidos. También podía percibir el amargo toque del alcohol en su boca, un sabor que se entremezclaba con la dulzura de su aliento y se volvía casi embriagador. Mi sostén aún colgaba de uno de mis hombros, una promesa latente. Podía sentir cómo mi pezón expuesto respondía al aire, endureciéndose, buscando el calor de su boca. Alejandra no se apresuró, me miró con una sonrisa oscura, sus ojos ardían con una intensidad que me hizo temblar de anticipación. Mi clítoris palpitaba, erguido debajo de la tela del tanga, anhelante de ser tocado, de ser adorado por esas manos que me acariciaban con tanto propósito. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, el deseo entre nosotras aumentaba, como si pudiéramos leer el hambre de la otra, como si cada mirada fuera una declaración de la lujuria que nos consumía. "Mmm... me encanta verte así, tan dispuesta, tan mía...", me susurró, y su aliento rozó mi piel, provocando una cascada de sensaciones que se extendieron por todo mi cuerpo. No podía evitarlo, mi piel ardía por ella. Alejandra bajó el tirante del otro hombro, y con un movimiento lento, la prenda cayó al suelo del coche. Mi pecho desnudo quedó expuesto a su mirada hambrienta, y me estremecí mientras su boca encontraba uno de mis pezones, rodeándolo primero con su lengua antes de atraparlo entre sus labios, chupándolo con una suavidad que contrastaba con la ferocidad de nuestros deseos. El aire en el coche se sentía espeso, cargado de algo primitivo y salvaje que nos conectaba a un nivel visceral. Mi cuerpo reaccionaba a cada uno de sus estímulos, mi humedad aumentaba, empapando mi tanga hasta el punto en que la tela ya no podía ocultar cuánto la deseaba y comenzó a mojar el cuero del asiento. "No sabes cuánto me excita verte así... tan vulnerable y tan llena de lujuria..." me murmuró entre besos, su voz resonaba profunda y ronca, mientras una de sus manos bajaba por mi vientre, buscando el borde de mi tanga. La sensación del algodón mojado contra mi piel me excitaba aún más, y cuando Alejandra deslizó sus dedos por el borde de la tela, juntando mis piernas para sacarlo con un gesto firme, un gemido suave escapó de mis labios. La suavidad del algodón empapado que rozaba mi piel encendía mi deseo aún más. El aire en el coche estaba impregnado de nuestro aliento, pesado, cargado de esa electricidad que solo se siente en los momentos más íntimos. Alejandra, con una precisión casi felina, recogió mi pequeño tanga entre sus dedos. Los movió despacio, dejando que su lengua rozara la parte más húmeda y cremosa de la tela, provocándome con cada uno de sus gestos. No pude evitar abrir las piernas, un movimiento que era casi involuntario, empujando mis caderas hacia ella, dándole mejor acceso. Alejandra sabía exactamente qué hacer. Sus manos firmes, ahora libres de mi tanga, deslizaron la tela húmeda por mi piel, me esparcía mis propios jugos por mi rostro, mi pecho, mis tetas y antes de que pudiera procesarlo, su lengua exploraba el rastro mojado dejado por el algodón del tanga. lo succionaba hambrienta. Cerró los ojos por un instante, inhalando profundamente mi esencia, un suspiro que parecía alimentar su propia lujuria. Podía ver cómo sus dedos, ansiosos, se movían hacia su propia vagina, tan mojada como el mío. El sonido de su respiración se mezclaba con los suaves jadeos que escapaban de mi boca. Me recliné de espaldas, deslizando mi cuerpo hacia abajo en el asiento, que ya había echado completamente hacia atrás. Estaba ahora a su completa disposición, lista para recibir todo lo que ella me diera. Podía sentir la humedad escurriendo entre mis piernas, cómo mi cuerpo se ofrecía a ella, y su sonrisa se ensanchó al darse cuenta de lo lista que estaba para ella. Sentí cómo la sangre se acumulaba en mi clítoris, cómo cada terminación nerviosa de mi cuerpo se encendía bajo su toque. Sus dedos acariciaron mi entrepierna sobre la tela empapada, moviéndose en círculos lentos que me arrancaron más gemidos. "Oh, por Dios... Alejandra... me tienes tan caliente" le susurré, mi voz apenas un jadeo, mi cabeza echada hacia atrás mientras el placer se acumulaba dentro de mí, mientras la tensión en mi vientre se hacía insoportable. "Sí... así, déjate ir..." me dijo, y finalmente, acomodó la tela de mi tanga, colgándolo al volante, y dejando que sus dedos se deslizaran directamente sobre mi piel, encontrando mi clítoris sin barreras. La sensación fue tan intensa que casi me desmayé, mis caderas comenzaron a moverse instintivamente, buscando más fricción, más contacto. Alejandra no perdió tiempo, sus dedos se movían en círculos precisos, aumentando la presión poco a poco, llevándome al límite con una facilidad que solo ella tenía. "Mírame...", me ordenó, y cuando nuestros ojos se encontraron, vi esa chispa de lujuria pura, esa posesividad que me hacía saber que en ese momento, yo era suya, completamente. Mi clítoris se hinchó aún más, mis jugos corrían por mis muslos creando un charco en el asiento mientras sus dedos jugaban con mi humedad, y cada movimiento de sus manos me acercaba más al precipicio. "Voy a hacerte mía...", dijo mientras sus labios se movían deseosos hacia mi entrepierna. Una y otra vez, chupando mi clítoris, haciendo que todo el aire abandonara mis pulmones. La sensación de su lengua acariciándome, succionando, mordiéndola, rodeando cada parte de mi clítoris me llevó al borde de la locura. Mis manos se aferraron a su pelo, empujándola más cerca de mí, mientras mi cuerpo se retorcía de placer, mientras el mundo se desvanecía y solo existíamos nosotras dos y el placer incontrolable que me estaba brindando. "Sí... así... no pares...", jadeé, mi cuerpo se sacudía con cada movimiento de su lengua, y sentí cómo una oleada de calor se apoderaba de mí, arrastrándome hacia un clímax tan intenso que casi me hacía llorar. Caían lágrimas de placer. Mi clítoris latía contra sus labios, y cuando el orgasmo finalmente estaba a punto de alcanzarme grité "¡Ahhhhhhhhh!", como si fuera una loca, pero era un grito de pura liberación, de puro placer. "Mmmmmmmm, eso es, mi amor... eres tan deliciosa...", murmuró, y sus palabras vibraban contra mi piel, mientras mi cuerpo seguía estremeciéndose bajo sus caricias. Mis piernas temblaban, y me aferré a ella para no caer. Estaba segura que si bajaba del coche me caía. Cada músculo de mi cuerpo se contrajo y luego se relajó, mientras el éxtasis recorría cada rincón de mí, dejándome temblando, vulnerable, pero más viva que nunca. Alejandra no dejó de acariciarme, no dejó de besarme, sus labios se movían por mis muslos, su lengua acariciaba cada pliegue, cada rincón de mi cuerpo, como si quisiera asegurarse de que cada parte de mí sintiera su amor, su lujuria. La sensación era abrumadora, el placer no cesaba, era como una ola tras otra, cada vez más profunda, cada vez más intensa, y sabía que no podía más, pero no quería que se detuviera. Finalmente, cuando mi cuerpo ya no pudo más, cuando mis piernas casi cedieron, Alejandra se levantó de mi vagina, me abrazó y me besó profundamente, sus labios se encontraron con los míos en un beso que era más suave, más dulce, pero aún cargado de deseo. Me aferré a ella, mi respiración todavía agitada, mis sentidos todavía sobrecargados, y supe que nunca había sentido algo tan poderoso, tan real. "No olvidare este polvo nunca Laura", susurró, y aunque sabía que ese día pronto acabaría, en ese momento no me importaba nada más que la sensación de su cuerpo junto al mío, de su amor y deseo lujurioso poseyéndome, haciéndome sentir completa. En el asiento del copiloto olía a nosotras, a sexo, a deseo satisfecho y a algo que aún ardía en el aire, algo que prometía más viajes y noches como esta, más momentos donde nos perderíamos la una en la otra, explorando hasta el último rincón de nuestros deseos. La mezcla de sudor, perfume y el aroma salino de nuestra piel era un testimonio de lo que habíamos compartido. Aquel área de descanso, la noche, el coche, y el deseo que seguía palpando entre nosotras hacían del momento algo eterno, algo que jamás olvidaría. Cada respiración, cada roce, cada gemido se quedaba grabado, prometiendo más, prometiendo un viaje sin fin al placer que nos envolvía y nos hacía olvidar todo lo demás.

Posdata: Que cachonda me he puesto recordando aquel día, perdonadme si ha sido muy largo, pero mientras lo escribía me venían recuerdos y tenia que plasmarlos. Tengo mas "aventuras" con Alejandra, que seguiré contando. Espero que os guste. Hasta la próxima. 

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