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Uno se pasa la vida subiendo y bajando. Bajando y subiendo. Sin saberlo, pasas más tiempo dentro de un ascensor que en muchos otros sitios. Por eso recuerdo una vez que decidí no perder el tiempo: era la primera vez que esa mujer subía a mi lado... y después de aquello no sería la última vez que se subiría. Ni a mi lado, ni tampoco en mí.
Iba a cerrar la puerta porque pensé que no había nadie en el rellano de la planta baja... pero alguien que pretendía entrar apareció por el dintel del ascensor. Casi noté su perfume antes que su mirada. Y cuando ella miró a mis ojos y me dijo si podía entrar en el ascensor, yo le dije que hiciera lo que ella deseara. Se lo tomó en serio y sonrió de una forma misteriosa con lo que yo intuí enseguida lo que iba a pasar momentos después.
Cuando entró en el ascensor el espacio era reducido y se acercó más a mí, pero el ascensor era para tres personas así que aún cabía alguien más. Dejé de mirarla a los ojos para echar la vista detrás suyo porque oí que alguien más se acercaba... así que pasé el brazo por encima de su hombro y cerré la puerta con malevolencia para evitar que nos quitaran esa intimidad. Ella notó mi rostro encima suyo y no se apartó: sonrió mientras su pecho mullido chocaba contra mi torso.
Noté que ella tampoco se quedó quieta: puso su mano en mis nalgas para no perder el equilibrio, pero lo hizo con fuerza… y el ascensor empezó a subir. No es lo único que subió. Comenzó a subir la temperatura, o eso decían nuestras glándulas que empezaban a sudar. Sin dejar de mirarnos encontré en su sonrisa la complicidad suficiente para darle un beso en el cuello y ver su reacción. Noté su mano en mi trasero apretando más fuerte aún… así que me decidí y desarreglé un poco ese vestido tan lindo que ella llevaba puesto: un vestido de una sola pieza, negro y ceñido a su cuerpo con curvas, pero que cedió poco a poco cuando toqué sus piernas y seguidamente empecé a meter mi mano bajo él.
No me esperaba que el calor de sus piernas se fundiera en humedad al llegar más arriba… y es que ella no llevaba ropa interior. Noté en la yema de mis dedos su delicioso flujo cuando llegué a su coño. Y no pude evitar meter mis dedos en él, que entraron con suavidad junto a un sollozo suyo de placer. Justo después mordió mi cuello y supe que era el momento de seguir subiendo en ese ascensor hasta arriba del todo: levanté la parte baja de su vestido hasta descubrir su vagina rasurada mientras el ascensor subía más y más. De nuevo, no era lo único que subía… así que ella agarró mi verga por encima del pantalón y abrió sus ojos al notarla dura y preparada. Desabrochó mi cinturón y saltó encima de mi cintura, justo cuando mi pene erecto salió de la ropa. Apenas un segundo duró antes de meterse dentro de ella. Yo la agarré de los pechos y la empotré contra el espejo del ascensor: pareciera que en lugar de dos personas hubiéramos cuatro en ese estrecho ascensor debido a ese reflejo. Y aún más: los pies de cada vecino que esperaban al ascensor se veían en la rendija que nos separaba de cada planta. Mientras subíamos y seguíamos subiendo, podíamos ver las caras de sorpresa de todos y cada uno de los vecinos: primero se daban cuenta de nuestro abrazo al aparecer en su planta pero después acababan con ojos de morbo y de fascinación al vernos ascender y darse cuenta de lo completo de nuestra envestida.
No tardé mucho en sentir mis ganas de explotar en su cálido movimiento y entre sus piernas, que se contorneaban como si ese ascensor fuera a desmontarse. Poco importó si la puerta era insonorizada o no, o si tuvieran que arreglar el ascensor al día después… pues lo cierto es que al llegar al último piso mi verga estalló junto con un grito de placer que seguramente escucharon el resto de vecinos que dejamos atrás.