Guía Cereza
por: Firecouple2021 Publicado hace 1 semana Categoría: Tríos 1K Vistas
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Hola a todos, somos nuevamente Martín y Jennifer. Este relato sucedió un par de años después de casarnos, cuando la rutina empezó a permear un poco en la relación de pareja. Entre la casa y el trabajo, poco a poco se fueron apagando las ideas febriles de experimentar el calor de nuevas compañías y experiencias. Aunque la llama del sexo nunca se apagó, nos dedicamos con intensidad a la monogamia, y bastaron nuestros cuerpos treintañeros para comernos de todas las formas posibles.

Jennifer se esmeraba en el gimnasio por conservar ese culo hermoso y me exigía que la reventara en cuatro con la debida autoridad. Siempre me ha sorprendido la facilidad con que soporta hasta las embestidas más desesperadas sin dejar salir más que leves y esporádicos gemidos que, aunque reflejan su placer, son el mensaje de que está siempre lista para más. Hago énfasis en sus nalgas porque esta sería, en gran parte, la causa de este inesperado relato, jajaja.

Para ese entonces, uno de mis mejores amigos, al que llamaremos Camilo, había pasado por esas rachas de soledad donde se trastea de pareja en pareja sin que nada funcione. Con el tiempo, los tres nos volvimos buenos amigos, y todos estábamos enterados de los desamores de Cami. Así, un buen sábado decidimos salir a tomarnos algo para desestresarnos de la rutina en el plan más “familiar” posible. Jennifer llevaba una blusa negra, translúcida en la parte del top, con escote, y una falda corta color salmón con medias veladas, tacones negros y un diminuto hilo negro. En realidad, se veía muy bella y sexy. Así empezó la noche en un bar disco entre shots de tequila y música. A Jennifer le encanta bailar, así que en los momentos en que sonaba salsa o merengue bailábamos los dos, y a veces yo le pedía que bailara con Camilo para no aburrirlo. Sin embargo, al entrar la noche, todo se volvió reguetón, oscuridad y calor. Jennifer nos bailaba a los dos y entre los dos, de espalda y de frente, nos bajaba y se reía; la pasábamos bien, todo como amigos, pero en ocasiones podía ver cómo le rozaba sus jugosas nalgas a Camilo mientras me tiraba miradas retadoras, tanto que él se ponía un poco nervioso. Pero él siempre ha sido muy respetuoso y amable, tal vez por eso todo acabó como acabó esa noche.

Eran las dos de la mañana y la rumba empezaba a morir en la mayoría de bares de la ciudad, así que decidimos irnos a descansar. Como Camilo no vivía cerca, ya se había decidido que se quedaría con nosotros, lo cual ya había pasado antes en salidas anteriores con amigos. En el taxi de vuelta podía sentir las ganas de Jennifer esa mirada que pedía sexo urgente. En ocasiones nos besábamos desinhibidamente, como si Camilo ya fuera parte del preámbulo de la faena.

Ya en nuestra casa, él entró al baño un momento y lo primero que hice fue meter mi mano bajo la falda de Jennifer para confirmar lo que ya sabía: Jennifer tenía su hilito empapado completamente, a tal punto que sus deliciosos jugos empezaban a escurrir por sus muslos. Solo a unos metros del baño empecé a masturbarla con una mano, mientras con la otra le metía mis dedos en la boca. Ella los chupaba con desesperación, aunque no duró mucho porque Camilo salió del baño y tuve que soltarla con mis dedos empapados y deseosos de más. Él se fue para su habitación y nosotros a la nuestra. Allí mi esposa me confesó que muchas veces pudo sentir el pene erecto de Camilo contra sus nalgas y, al preguntarle si lo disfrutaba, solo cerraba los ojos asintiendo con su cabeza. Así que le hice la inevitable pregunta: “¿Te lo quieres comer?”. A lo cual ella se quedó pensativa y me dijo: “No, pero me da mucho morbo”.

Así que le propuse que fuera al cuarto de él lo más rápido posible antes de que se durmiera. Le ordené ir con su pijama más corta para ver qué pasaba, a lo cual, para mi sorpresa, dijo que sí. Solo acordamos que de ningún modo se dejaría penetrar. Tenía una bata morada y muy corta, hasta el comienzo de las nalgas, así que, ante cualquier movimiento, la vista sería magnífica.

Mi juiciosa esposa tomó aire, salió derecho al cuarto de Camilo y lo saludó como si fuera normal mostrarle su culo. Yo, desde afuera, pude ver cómo se fue de espaldas hacia el clóset con la excusa de sacar una sábana, empinándose hasta que su bata se levantó, descubriendo su diminuto hilo ya desvanecido entre sus ricas nalgas. Él solo decía “gracias” sin poder modular más palabras. Así que mi esposa le preguntó si la había pasado bien y cómo estaba desde su último desamor. Jennifer me contó que se notaba triste y que la cara de Camilo cambió hasta el punto de casi llorar, por lo que ella se sentó a su lado y lo abrazó, sintiéndose mal por la pregunta. En ese punto nuestro plan parecía haber cambiado de rumbo totalmente, pero en un momento la tristeza se confundió con el deseo culpable y empezaron a besarse brevemente, hasta que él la detuvo, recordándole a Jennifer que era mi amigo. Ella solo lo miró y le dijo: “Si quieres seguir, Martín ya lo sabe y está de acuerdo”. Hubo una breve pausa indecisa hasta que Jennifer no aguantó y lo montó, estando él recostado sobre el cabecero de la cama, así, siguieron besándose con confusión, hasta que ella pudo sentir el pene erecto de Camilo saliendo de su bóxer. Ella lo tomó con una de sus manos y levemente puso su hinchado glande en contacto con su hilo, ya empapado de deseo, y empezó a masturbarlo suavemente con su vagina al compás casi romántico de sus grandes caderas. Mientras él apretaba sus nalgas con fuerza, Jennifer sabía que, de seguir así, Camilo acabaría penetrándola. Así que, según el plan, todo debería terminar en una espectacular y compasiva mamada para un amigo despechado. Sin embargo, antes de que ella decidiera cambiar la posición y comerse la verga rígida de Camilo, él estalló en un chorro descontrolado sobre el hilo de mi esposa y por todo su vientre, dejando su vagina envuelta entre sus propios jugos y el tibio semen de nuestro amigo.

Jennifer no se lo esperaba, pero rápidamente bajó hasta su pene palpitante y con su lengua acompañó la erección de Camilo hasta su último momento. Sin palabras de despedida, lo dejó y se fue a nuestra habitación, bañada con el aroma del sexo. Me miró con una risa nerviosa y me dijo: “Voy al baño y sigues tú”. En esos confusos segundos solo pude ver la evidencia del color blanquecino desparramado sobre su ropa interior y ese líquido ajeno y espeso que escurría por su abdomen. Mientras veía sus boca moverse, notaba sus labios rojos e hidratados con el miembro ya agonizante de mi amigo.

Ya podrán imaginarse lo que pasó después: follamos toda la noche. Todo fue sexo y gemidos a nombre de mi amigo, que seguramente escuchó culposamente nuestro turno de follar. Lo que pasó esa noche se habló una sola vez, culpando de todo a los shots de tequila, el reguetón y el culo de mi esposa, jajaja. Él se casó años después y seguimos siendo amigos. Creo que el hecho de que a mi esposa en realidad no le atrajera tanto y la personalidad de él no dejaron repetir esta situación, aunque siempre que le pregunto a mi esposa por el miembro de mi amigo dice “que no recuerda los detalles”. Así que creo que, al final, lo disfrutó bastante.

Gracias por detenerse a leer este relato, esperamos que les haya gustado y seguimos en la búsqueda de conocer personas con nuestros mismos gustos para vivir nuevas y más atrevidas experiencias. ¡Saludos!

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