La ninfula es una figura mítica que irradia una belleza única, combinando la suavidad de la naturaleza con la gracia del alma humana. Su presencia es etérea, como una danza ligera entre los elementos, reflejando una serenidad que cautiva a quien la observa. Cada movimiento de su ser parece estar en perfecta armonía con el entorno, como si el viento mismo la acariciara. Su belleza no es solo visual, sino que emana de su esencia, de la pureza y fuerza que la rodean. Es un símbolo de la conexión profunda entre lo terrenal y lo celestial. Asi reconozco es palabra, ninfula.
Ver a la ninfula es un destello de deseo en el aire, su cuerpo se curva como la luna entre las sombras, deslizando su ser con una elegancia que arde en silencio. Cada paso es un susurro de promesas, un baile entre lo prohibido y lo divino, que deja el alma suspendida. Su presencia es un hechizo irresistible, donde la mirada se pierde y el cuerpo arde sin querer. Me transporto a años atrás, donde su cuerpo era muy deseado por mi, esa provocación de deseos carnales que un hombre no piensa quizás en sus 5 sentidos, pero es tan emotivo volver a sentirse de menos años y desear a alguien de manera imaginativa.