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El bar del hotel tenia esa iluminación tenue y envolvente que invitaba a la intimidad. un hombre de 40 años, vestía una camisa blanca con las mangas remangadas y el primer botón desabrochado. Había llegado por trabajo, pero el día había terminado y solo quería a un trago para relajarse.
Ella, de 42, llevaba un vestido negro que resaltaba sus curvas naturales. Estaba casada, pero esa noche su esposo estaba en otra ciudad por negocios. No buscaba nada, pero algo en la mirada de aquel hombre la hizo detenerse un segundo mas de lo normal.
Sus miradas se cruzaron en el reflejo del espejo detras del bar. El sonrió levemente, levantando su copa en un gesto silencioso de invitación . Ella, con la seguridad que da la experiencia, se acerca con su copa de vino en la mano.
La conversación fue fluida, llena de insinuaciones disfrazadas de palabras casuales. Hablaron de viajes, de gustos personales, del sabor de aquel vino que ella bebía. Cada roce involuntario sus dedos rozando al tomar una servilleta, su rodilla tocando la de él al cambiar de postura encendía una chispa q. Se descubrieron en cada rincón, sin prisa, sin reservas. En esa habitación, por unas horas, el mundo exterior dejó de existir.