Guía Cereza
Publicado hace 1 mes Categoría: Transexuales 186 Vistas
Compartir en:

Mientras salían del cine, Andrea sintió la adrenalina palpitando en su pecho. Carlos la tomó de la mano y, sin darle opción a protestar, la guió hacia la salida. Subieron a un taxi, y él le susurró al oído con una sonrisa oscura:

—Esto apenas comienza, Cosita.

Carlos dio la indicación con voz firme al conductor:

—A Amarte Suite, en Chapinero.

Andrea sintió un vuelco en el estómago, no de miedo, sino de pura expectación. La forma en que Carlos tomaba el control la derretía. Mientras el taxi arrancaba, él la atrajo hacia sí, apoyando una mano firme sobre su muslo.

—Quiero verte bien dispuesta cuando lleguemos —murmuró contra su oído, su aliento caliente erizándole la piel.

Andrea tragó saliva y asintió, sintiendo cómo su cuerpo respondía de inmediato.

El trayecto era corto, pero Carlos no parecía dispuesto a desperdiciar ni un solo minuto. Su mano se deslizó por el borde de su falda, levantándola apenas, jugando con la tela, con la promesa de algo más.

—Me encanta cómo te ves así… toda mía.

Carlos deslizó su mano con descaro entre los muslos de Andrea, acariciando su entrepierna cubierta por los ajustados leggins. La presión de su palma firme se hizo notar sobre la jaula metálica de castidad, que parecía a punto de estallar. Andrea soltó un suspiro tembloroso, sintiendo cómo el calor se acumulaba entre sus piernas. Carlos apretó un poco más, disfrutando de la sensación de su piel caliente bajo el metal frío.

—Mmm… tan atrapadita y tan desesperada —susurró con voz ronca, pegando sus labios al cuello de Andrea.

Ella se estremeció al sentir el beso ardiente que Carlos dejó sobre su piel. Luego otro, y otro, mientras su lengua dibujaba círculos sobre su cuello, arrancándole suspiros cada vez más profundos.

—Sientes cómo late… —murmuró Andrea con un hilo de voz, temblando de deseo.

Carlos sonrió contra su piel y presionó un poco más, frotando la jaula con la palma abierta, marcando su dominio.

—Sí, amor… lo siento, y me encanta.

El taxista, con una sonrisa pícara, echaba miradas discretas por el retrovisor. No podía evitarlo. Cada gemido suave que escapaba de los labios de Andrea lo hacía sonreír con picardía.

—La están pasando bueno, ¿no? —comentó con tono divertido, sin apartar la vista del camino.

—Mucho mejor de lo que imaginas, amigo —respondió Carlos con una seguridad que hizo a Andrea estremecerse aún más.

Andrea sintió la vergüenza calentarle las mejillas, pero Carlos no se inmutó. Al contrario, con una sonrisa confiada, deslizó sus dedos sobre la jaula de castidad una vez más, apretándola con firmeza. A diferencia del taxi anterior, donde la timidez la consumía, esta vez Andrea sintió algo distinto. Su rostro aún ardía, pero la excitación la inundaba con más fuerza. Cada vez que el taxista sonreía por el retrovisor, en lugar de querer esconderse, sentía un escalofrío de placer recorrerle el cuerpo. El morbo de ser vista, de saber que alguien más era testigo de cómo Carlos la dominaba, solo la encendía más.

Carlos notó el cambio en su respiración, cómo su cuerpo reaccionaba sin resistirse. Sonrió con satisfacción y presionó aún más la palma abierta contra la jaula, sintiendo el calor intenso de su entrepierna atrapada.

—Mmm… te gusta, ¿verdad? —susurró en su oído, mordiendo su lóbulo con picardía.

Andrea cerró los ojos y exhaló temblorosa.

—Sí… mucho… —confesó en un hilo de voz, estremeciéndose cuando Carlos deslizó los labios por su cuello nuevamente.

El taxista soltó una risita baja, disfrutando el espectáculo en silencio.

—Definitivamente este paseo se puso interesante… —murmuró, sin dejar de sonreír.

Andrea no pudo evitar reír un poco también, sintiendo su propia travesura. La vergüenza que la había paralizado antes se desvanecía, reemplazada por un placer nuevo, intenso… y delicioso.

El taxista soltó una risita y negó con la cabeza, como si ya hubiera visto de todo en sus años al volante. Su sonrisa no era de burla, sino de complicidad, disfrutando el momento como un espectador silencioso de un juego travieso que no le molestaba en lo absoluto. No dijo nada más, pero sus ojos en el retrovisor hablaban por sí solos: entendía perfectamente lo que ocurría en el asiento trasero y lo aprobaba con diversión.

—Disfruten, que la noche es corta.

Andrea se mordió el labio, entre avergonzada y excitada por la situación. Carlos aprovechó su distracción para morderle el cuello con más pasión, provocando que ella soltara otro suspiro que hizo al taxista sonreír aún más.

Las luces de la ciudad pasaban fugaces a su alrededor, pero para Andrea, el tiempo parecía haberse detenido entre las manos dominantes de Carlos y la mirada divertida del conductor. Su respiración era entrecortada, sus piernas aún temblaban levemente por lo sucedido en el baño. El trayecto fue breve pero intenso.

El taxi no se detuvo en la entrada principal del motel, la llegada era clandestina, casi prohibida para una pareja como ellos. En lugar de eso, tomaron un desvío discreto hacia el parqueadero subterráneo, oculto bajo la construcción de la estructura del metro elevado de Bogotá. La entrada era estrecha y oscura, una rampa descendente que parecía tragarse los autos en su camino al anonimato. La iluminación parpadeante daba al lugar un aire lúgubre, apenas suficiente para ver las manchas de aceite en el suelo y los charcos de agua estancada que reflejaban distorsionadamente las luces tenues.

El ambiente estaba cargado de humo, humedad y el aroma rancio de motores viejos. En los rincones, figuras difusas se movían entre las sombras, entrando y saliendo de autos sin cruzar miradas ni palabras. Andrea tragó saliva, sintiendo su pulso acelerarse aún más al darse cuenta de lo clandestino de la situación.

El taxi los dejó en un espacio apartado frente a la pequeña recepción. Carlos sacó un par de billetes y los deslizó al conductor sin decir nada, agradeciendo la complicidad durante el viaje. Andrea abrió la puerta del taxi y sintió el aire frío de la noche envolverla mientras bajaba del auto. Carlos la tomó de la muñeca y la guió sin prisa pero con firmeza hacia el counter, donde un hombre de mediana edad los miró con la indiferencia de quien ha visto de todo.

Sin decir palabra, el recepcionista les deslizó una llave con un número grabado.

—Vamos, cosita. No quiero esperar más —dijo Carlos con voz firme.

La tomó sin dudar y continuó avanzando por un pasillo alfombrado en tonos oscuros hasta llegar al ascensor. Cuando las puertas se abrieron, un aroma a limpiadores fuertes invadió sus sentidos, mezclado con un dejo de perfume barato, la estela invisible de alguna prostituta que había dejado su rastro en el aire, impregnando el espacio con un sutil eco de sexo y oscuridad.

Apenas las puertas del ascensor se cerraron, Carlos la acorraló contra la pared acolchonada y se lanzó sobre su boca con una voracidad que la dejó sin aliento. Sus labios se fundieron en un beso intenso, húmedo, desesperado, como si quisiera tragársela entera. Andrea apenas pudo reaccionar antes de sentir su lengua abrirse paso entre sus labios, explorándola sin piedad. Carlos la sujetó por la nuca con una mano firme, manteniéndola en su dominio, mientras la otra se deslizaba con ansias por su cintura, aplastándola contra su cuerpo.

El espacio reducido del ascensor amplificaba el calor entre ellos. Cada movimiento de Carlos era urgente, posesivo, devorándola sin darle tregua. Sus bocas se separaban apenas para recuperar el aliento, solo para volver a encontrarse en un choque hambriento de lenguas y jadeos entrecortados. Andrea se aferró a su camisa, sintiendo que sus piernas temblaban de deseo. Carlos mordió su labio inferior antes de succionar su lengua con un gemido gutural, como si estuviera probando su dulzura.

—Mmm… me encanta cómo me besas, cosita —susurró contra sus labios, sin soltarla ni un segundo.

Andrea apenas pudo responder, su piel ardiendo bajo el dominio de Carlos, mientras el ascensor ascendía lentamente, dándoles unos segundos más de ese frenesí antes de que la noche realmente comenzara.

Se abrieron las puertas del ascensor y Carlos no la soltó ni un segundo. Su mano firme en la muñeca de Andrea la guiaba con paso seguro por el pasillo enmoquetado, donde cada luz tenue proyectaba sombras alargadas en las paredes. El latido acelerado en su pecho se mezclaba con el eco de sus propios tacones golpeando suavemente la alfombra.

Cada paso la acercaba a lo inevitable, su piel erizándose bajo la expectativa de lo que vendría a continuación.

Al llegar a la puerta de la habitación, Carlos introdujo la llave con la misma seguridad con la que la había dominado toda la noche. Un clic metálico rompió el silencio, y empujó la puerta, permitiéndole a Andrea entrar primero.

Adentro, la luz tenue iluminó una gran cama redonda con sábanas de satén rojo y un espejo en el techo que reflejaba cada detalle del lugar. Andrea tragó saliva, sintiendo su propia imagen observándola desde arriba, anticipando todo lo que estaba por suceder.

El ambiente estaba cargado de un perfume dulce y penetrante, un intento desesperado de disfrazar los recuerdos de quienes habían estado allí antes que ellos. Pero en ese momento, nada más importaba.

Carlos cerró la puerta tras de sí y se acercó con una mirada intensa.

—Aquí sí que te quiero completamente para mí, Cosita…

Carlos cerró la puerta con un portazo y de inmediato puso el seguro, dejando en claro que ya no había vuelta atrás. El sonido seco resonó en la habitación, como un sello que marcaba el inicio de todo lo que estaba por venir.

AndreaSissyCol

Soy transexual, transito por el género Ver Perfil Leer más historias de AndreaSissyCol
Publica tu Experiencia

🍒 Pregunta Cereza

¿Por qué crees que más personas jóvenes se identifican hoy como bisexuales? Un reciente estudio revela que 1 de cada 4 jóvenes entre 18 y 24 años se identifica como bisexual.

Nuestros Productos

Disfraz Golden Deer

CEREZA LINGERIE $ 147,900

Set Lyra

CEREZA LINGERIE $ 68,900