Guía Cereza
Publicado hace 1 mes Categoría: Transexuales 139 Vistas
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Al llegar a la puerta de la habitación, Carlos introdujo la llave con la misma seguridad con la que la había dominado toda la noche. Un clic metálico rompió el silencio, y empujó la puerta, permitiéndole a Andrea entrar primero.

Adentro, la luz tenue iluminó una gran cama redonda con sábanas de satén rojo y un espejo en el techo que reflejaba cada detalle del lugar. Andrea tragó saliva, sintiendo su propia imagen observándola desde arriba, anticipando todo lo que estaba por suceder.

El ambiente estaba cargado de un perfume dulce y penetrante, un intento desesperado de disfrazar los recuerdos de quienes habían estado allí antes que ellos. Pero en ese momento, nada más importaba.

Carlos cerró la puerta tras de sí y se acercó con una mirada intensa.

—Aquí sí que te quiero completamente para mí, Cosita…

Carlos cerró la puerta con un portazo y de inmediato puso el seguro, dejando en claro que ya no había vuelta atrás. El sonido seco resonó en la habitación, como un sello que marcaba el inicio de todo lo que estaba por venir.

El ambiente en la habitación era denso, cargado de una tensión que parecía vibrar en el aire. Andrea se detuvo en el centro de la estancia, sintiendo cómo la mirada de Carlos la recorría de pies a cabeza, como si ya la estuviera desvistiendo con los ojos.

Pero en medio de la excitación, una pregunta cruzó fugazmente por la mente de Andrea: ¿por qué un motel? Carlos tenía su apartamento, un espacio donde ya habían compartido noches de pasión sin preocuparse por el tiempo o los ojos curiosos. ¿Por qué esta vez había elegido traerla aquí?

Miró a su alrededor. Las sábanas de satén, el espejo en el techo, el perfume dulce y penetrante que intentaba enmascarar el pasado de aquella habitación… Todo tenía una atmósfera distinta, casi teatral.

No tuvo mucho tiempo para pensar en ello. Carlos se acercó con paso seguro, atrapándola en su mirada oscura y hambrienta.

—No pienses tanto, cosita… Solo siente —susurró, tomando su rostro entre sus manos antes de besarla con la misma intensidad que los había consumido desde que salieron del Cine.

Carlos se acercó lentamente, sus pasos silenciosos sobre la alfombra gruesa. Andrea podía sentir el calor de su cuerpo acercándose, y su respiración se aceleró aún más. Con un movimiento suave pero firme, Carlos la tomó por la cintura y la atrajo hacia él, sus labios rozando su oído mientras susurraba:

–¿Lista para esto? –Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de una intensidad que hizo que Andrea temblara.

Andrea no respondió con palabras, pero su cuerpo lo hizo por ella. Se inclinó hacia Carlos, su respiración entrecortada, dándole permiso sin necesidad de hablar. Sus manos recorrieron su espalda con avidez, sintiendo el calor de su piel a través de la tela. Carlos no dudó ni un segundo; sus labios capturaron los de ella en un beso profundo y hambriento, un choque de deseo y urgencia, como si intentaran devorarse el uno al otro sin dejar espacio para el aliento.

Andrea podía sentirlo. Todo tenía una atmósfera distinta, casi cinematográfica. No era solo el cambio de escenario, el lujo exagerado de la habitación o el espejo en el techo que reflejaba cada uno de sus movimientos. Había algo más, algo en la forma en que Carlos la guiaba con tanta seguridad, en su mirada intensa, en la manera en que cerró la puerta con un portazo, como marcando territorio.

Él tenía un plan.

No se trataba solo de una noche más juntos. Andrea no podía precisar qué tramaba exactamente, pero lo sentía en su piel, en la forma en que su cuerpo reaccionaba ante él sin necesidad de palabras. Carlos siempre tomaba el control, pero esta vez parecía aún más decidido, como si esta noche tuviera un propósito específico, algo que ella aún no alcanzaba a comprender del todo.

En las pocas palabras que Carlos cruzó con el recepcionista, hizo un par de solicitudes que pasaron desapercibidas para Andrea. Atrapada en la mezcla de nervios y excitación, no se percató de esos detalles. Estaba demasiado concentrada en la intensidad de la mirada de Carlos, en el ambiente cargado de deseo y en la expectativa de lo que estaba por venir.

Un leve golpeteo interrumpió el silencio de la habitación. Carlos, sin soltarla del todo, dirigió una mirada fugaz hacia la pequeña puerta de servicio incrustada en la pared, una abertura discreta de unos 40 por 40 cm, diseñada para garantizar el anonimato de los huéspedes.

Con calma, se separó de ella y abrió la puertita. En su interior, tal como lo había solicitado, estaban un pequeño trípode para el celular y el cable para conectarlo al televisor. Carlos los tomó sin decir palabra, con una expresión satisfecha, y cerró la compuerta con un movimiento preciso.

Andrea, aún sumida en la vorágine de sensaciones, apenas registró el intercambio. Su mente estaba demasiado ocupada con la presencia imponente de Carlos, con el peso de su deseo y con la anticipación de lo que estaba por suceder.

Carlos caminó con paso seguro hasta la mesita de noche, donde colocó el pequeño trípode con precisión. Sus movimientos eran firmes y calculados, como si ya hubiera hecho esto antes. Sacó el celular de su bolsillo, lo encajó en el soporte con un solo gesto y ajustó el ángulo, asegurándose de que captara toda la habitación, especialmente la gran cama redonda y el espejo en el techo que duplicaba cada detalle.

Andrea lo observaba en silencio, su respiración aún acelerada. Carlos desbloqueó el celular, accedió a la cámara y activó el modo de grabación.

La pantalla parpadeó con el inicio de la filmación, reflejando en tiempo real la escena que estaba por desarrollarse. Con una sonrisa de satisfacción, Carlos se giró hacia Andrea, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y dominio absoluto.

—Ahora sí, cosita… —murmuró, acercándose de nuevo a ella, listo para comenzar.

Carlos se aseguró de que el celular captara cada ángulo antes de actuar. Con un movimiento rápido, la levantó en brazos y la llevó hacia el espejo en la pared, colocándola justo frente a él. La imagen reflejada le devolvió a Andrea su propio rostro: los ojos brillantes de deseo, la respiración agitada, el sonrojo ardiente que teñía su piel.

Carlos la sujetó firmemente contra el espejo, su cuerpo presionándola con fuerza calculada, como si quisiera fundirla con el cristal. Sus manos comenzaron a recorrerla con lentitud, deslizándose bajo su ropa, marcando el ritmo de su dominio.

—Mírate —le ordenó en un susurro ronco, su aliento caliente rozándole la oreja—. Mírate mientras te toco.

Andrea obedeció sin cuestionar, sus pupilas dilatadas clavadas en su reflejo. Cada caricia de Carlos la hacía temblar, cada roce bajo la tela se sentía más intenso con la imagen duplicada frente a ella. Sobre sus cabezas, el espejo en el techo capturaba cada detalle, multiplicando la escena hasta el infinito.

Carlos no se apresuró. Disfrutó unos segundos más explorándola con sus manos, asegurándose de que cada toque quedara registrado en la grabación. Luego, con una sonrisa satisfecha, deslizó sus dedos por su muñeca y la tomó con firmeza.

—Ven aquí, cosita —susurró, guiándola con paso decidido.

Andrea dejó que la condujera, su cuerpo aún tembloroso por la excitación. Frente a la gran cama redonda, justo en el centro de la habitación, se alzaba un tubo de pole dance reluciente, iluminado tenuemente por las luces cálidas del cuarto. Carlos la llevó hasta allí, posicionándola de espaldas al metal frío.

—Sujétate —ordenó con voz grave.

Andrea obedeció, sus manos rodeando el tubo mientras la cercanía de Carlos y el reflejo en los espejos la hacían sentirse completamente expuesta.

Carlos soltó el trípode por un momento y tomó el celular de Andrea con movimientos seguros. Desbloqueó la pantalla y se lo entregó de nuevo, inclinándose lo suficiente para susurrarle al oído con una mezcla de autoridad y deseo.

—Busca I’m a Slave 4 U, de Britney —ordenó, su voz firme, cargada de intención.

Andrea tragó saliva, con los dedos algo temblorosos al navegar en su celular. Sentía la mirada de Carlos sobre ella, expectante, exigiéndole obediencia sin necesidad de repetir la orden. Cuando encontró la canción y presionó play, el ritmo sensual y provocador llenó la habitación, envolviéndolos en una atmósfera aún más electrizante.

Carlos sonrió con satisfacción.

—Eso es… —murmuró, deslizando sus manos por su cintura—. Ahora, baila para mí.

Carlos tomó de nuevo el celular que seguía grabando y caminó con calma hasta el borde de la cama. Se sentó con las piernas ligeramente abiertas, su postura relajada pero expectante. Con precisión, ajustó el trípode frente a Andrea, asegurándose de que captara cada movimiento, cada gesto, cada detalle del show que estaba a punto de comenzar.

La música seguía envolviendo la habitación, el ritmo provocador vibrando en el aire. Carlos se recostó apenas, apoyando los codos en sus muslos mientras la observaba con una mezcla de dominio y deseo.

—Ahora sí, cosita… —dijo con una sonrisa ladeada, dando un par de golpecitos sobre su propia pierna, como si marcara el ritmo—. Dame un buen espectáculo.

Andrea sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que todos sus movimientos quedarían grabados, que la mirada de Carlos y la lente del celular serían testigos de cada segundo. Se mordió el labio, respiró hondo y, aferrándose al tubo, comenzó a moverse al compás de la música.

Andrea cerró los ojos por un instante, respiró hondo y dejó que la música la envolviera. El ritmo hipnótico de la canción llenó la habitación, su sensualidad palpable en cada beat. Frente a Carlos y la lente del celular, ella era el espectáculo, su cuerpo una obra cuidadosamente preparada para seducir y complacer.

Se aferró al tubo con una mano, sujeta con la misma mezcla de nerviosismo y sumisión que le hacía vibrar el estómago. Con un movimiento lento, arqueó la espalda, dejando que su larga peluca rubia cayera hacia atrás, resaltando su cuello adornado con la cadena dorada que Carlos le había colocado.

«Sé que puedo ser joven, pero también tengo sentimientos…»

Su cadera comenzó a moverse en un vaivén suave, acompasado con la letra, deslizándose lentamente alrededor del tubo. Sus labios pintados de carmesí se entreabrieron, como si la canción hablara por ella, como si las palabras fueran su confesión secreta.

«Soy una esclava para ti… No puedo resistirlo, no puedo controlarlo…»

Andrea llevó las manos a los tirantes de su camiseta negra, estirándolos antes de dejarlos caer por sus hombros, dejando a la vista el brasier rojo y la curva de sus senos pequeños pero firmes. Sus pezones, apenas ocultos por la tela, reaccionaban al roce del aire y a la mirada intensa de Carlos.

Él la observaba con una sonrisa de aprobación, su cuerpo relajado en el borde de la cama, pero su mirada ardía de deseo y dominio. Andrea sintió su poder sobre ella como un peso delicioso, como una promesa implícita en cada caricia que aún no llegaba.

«Cariño, ¿no quieres bailar sobre mí?»

Giró sobre el tubo con un movimiento fluido, arqueando la espalda para exhibirse mejor, para asegurarse de que el reflejo en los espejos y la cámara captaran cada detalle. Sus manos recorrieron lentamente sus muslos envueltos en charol antes de subir por su propio torso, dibujando su silueta con las yemas de los dedos, como si disfrutara su propio cuerpo bajo la mirada de Carlos.

Llevó una mano a la cadena en su cuello y la jaló con delicadeza, recordándose a sí misma a quién pertenecía. La jaula metálica entre sus piernas apretaba contra su piel, recordándole su posición, su entrega.

Con cada nota, Andrea perdía el miedo, dejándose llevar por la música, por la sensación de ser observada, adorada. Estaba lista para entregarse por completo, y Carlos lo sabía.

Andrea se movía con sensualidad, sintiendo cómo la mirada de Carlos la devoraba. Deslizó lentamente la chaqueta de jean por sus hombros, dejando que cayera al suelo sin apuro. Sus manos recorrieron su propio cuerpo, apreciando la textura del corsé ceñido a su cintura, acentuando cada curva con sus movimientos.

Sus dedos encontraron los broches del corsé y, con un chasquido tras otro, fue liberando la presión de la prenda. Al aflojarse, su pecho subió y bajó con más libertad, dejando escapar un suspiro cargado de anticipación. Finalmente, dejó caer la prenda junto a la chaqueta, quedando con el diminuto brasier de encaje rojo que apenas contenía sus senos.

Se giró con lentitud, dándole a Carlos una vista completa de su espalda arqueada y su trasero realzado por los leggings de charol. Con un movimiento pausado, desabrochó los tirantes de su camiseta y los dejó deslizarse por sus hombros. El corazón de lentejuelas que decía Bitch quedó a la vista por última vez antes de que la prenda cayera al suelo.

Andrea levantó la mirada, encontrándose con los ojos ardientes de Carlos. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa mientras sus manos recorrieron sus propias caderas, deslizándose por los costados de los leggings. Los agarró por la pretina y, con un movimiento deliberadamente lento, fue bajándolos centímetro a centímetro, dándole la espalda a Carlos con descaro, asegurándose de que su mirada se fijara en su gran culo. La tanga de hilo, apenas un susurro de tela, contrastaba provocadoramente con su piel canela, delineando cada curva con una insinuación descarada.

Los leggings resbalaron por sus piernas, pegándose a su piel hasta quedar amontonados en sus tobillos. Se inclinó ligeramente para quitárselos, asegurándose de hacerlo con la elegancia provocativa que la situación ameritaba. Ahora solo quedaban su brasier, la diminuta tanga y, por supuesto, los tacones rojos que la hacían ver aún más imponente y deseable.

Con un suspiro, llevó las manos a la espalda y desabrochó el sujetador. Lo deslizó lentamente por sus brazos y lo dejó caer, liberando sus senos pequeños pero firmes. Su piel erizada delataba su excitación, su vulnerabilidad bajo la atenta mirada de Carlos y el ojo implacable de la cámara.

Finalmente, sus dedos recorrieron el borde de su tanga. Jugó con la tela unos segundos, estirándola con suavidad antes de bajarla lentamente, dejando al descubierto la jaula metálica que apretaba contra su piel y el plug que se mantenía firmemente en su lugar.

Ahora estaba completamente expuesta, con solo los tacones rojos adornando su cuerpo, su respiración agitada y su piel en llamas. Carlos la observó con una sonrisa de satisfacción. Andrea temblaba ligeramente, pero no de vergüenza, sino de deseo puro. Sabía que el verdadero espectáculo apenas comenzaba.

Andrea se arrodilló lentamente frente a Carlos, su mirada encendida de deseo y sumisión. La peluca rubia ondulada enmarcaba su rostro, dándole un aire glamoroso y provocador. La cadena dorada con la placa en forma de corazón descansaba sobre su pecho, la palabra «Cosita» brillando bajo la tenue luz de la habitación, un recordatorio de a quién pertenecía en ese momento.

Sus labios carmesí se entreabrieron en una silenciosa invitación, mientras sus pestañas largas y negras, realzadas por el rímel, parpadearon con un toque de picardía. Desde su posición, alzó la mirada hacia Carlos, esperando su siguiente orden, su siguiente movimiento, completamente entregada al juego que él había orquestado.

Carlos la observaba desde arriba, deleitándose con la imagen de Andrea sumisa y entregada de rodillas ante él. El show había sido perfecto, cada movimiento capturado no solo por la lente del celular, sino también por su memoria, grabado en lo más profundo de su mente.

Andrea lo miraba con devoción, sus ojos oscuros brillando de deseo y rendición. Sus labios, aún pintados de carmesí, se entreabrieron suavemente mientras tarareaba el coro de la canción en un susurro sensual:

«I’m a slave for you…»

 

La melodía seguía en loop mientras ella había transformado el baile en una ofrenda, una entrega total a Carlos, quien sonrió satisfecho, sabiendo que ella era completamente suya.

Carlos la contempló por un instante, deleitándose en su entrega total. Luego, con voz firme y cargada de deseo, le ordenó:

—Ve hasta el jacuzzi… pero hazlo gateando.

AndreaSissyCol

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