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—Ve hasta el jacuzzi… pero hazlo gateando.
Andrea no dudó. Apoyó sus manos sobre la alfombra mullida y comenzó a avanzar lentamente, moviendo las caderas con descaro, como una gata en celo que anhela ser tomada.
Carlos tomó el celular y, desde atrás, capturó cada segundo de su provocador recorrido. La forma en que sus generosas nalgas se contoneaban a cada paso era hipnótica, y entre ellas, apenas asomaba el plug, un brillo sutil que delataba su sumisión absoluta.
La imagen en la pantalla era perfecta, pero verla en vivo era aún mejor. Carlos lamió sus labios con anticipación, siguiéndola con pasos lentos, disfrutando del espectáculo que ella le ofrecía con naturalidad y deseo.
Andrea abrió la llave del jacuzzi, sintiendo el agua tibia comenzar a llenar la enorme tina. Mientras esperaba, tomó el frasco de líquido para burbujas y vertió una generosa cantidad, viendo cómo la espuma comenzaba a formarse lentamente sobre la superficie.
Detrás de ella, Carlos colocó el celular en una posición estratégica, asegurándose de que todo quedara perfectamente grabado. Su mirada no se apartaba de Andrea, de su cuerpo aún adornado con su rubia cabellera, los tacones y la cadena que lo reclamaba como suyo.
Sin hacer ruido, comenzó a desvestirse con rapidez, desabrochando la camisa y dejándola caer al suelo, seguido por su pantalón y ropa interior. Su piel, caliente por la excitación, se erizó ante la expectativa de lo que vendría. Andrea, concentrada en el jacuzzi, no notó nada. Seguía moviendo sus dedos en la superficie del agua con la sensualidad que le era natural, sin saber que, cuando se girara, lo encontraría completamente desnudo y listo para tomar lo que le pertenecía.
Carlos, con una sonrisa segura y un brillo de complicidad en los ojos, se acercó a la mesa donde había dejado su billetera. Era una billetera de cuero negro, gastada por el uso pero siempre ordenada, con cada cosa en su lugar. La abrió con familiaridad, deslizando sus dedos por uno de los compartimentos internos, justo donde siempre guardaba la llave.
Allí, en un pequeño bolsillo oculto detrás de las tarjetas de crédito, estaba la llave plateada. La sacó con cuidado, sintiendo el frío del metal contra sus dedos. Era una llave pequeña, casi delicada, pero con un significado enorme. Carlos la sostuvo entre el índice y el pulgar, mostrándosela a Andrea por un instante antes de acercarse a ella.
—Siempre está aquí —dijo con voz suave, casi como un susurro—, justo donde la necesito.
Andrea lo miró, sus ojos oscuros brillando de anticipación mientras el agua del jacuzzi caía en gotas por su cuerpo. Carlos se acercó más, la llave en una mano y la otra posada en su cadera, listo para liberarla de la jaula de metal que ceñía su piel. El momento era íntimo, cargado de significado, y ambos lo sabían.
Carlos, con una sonrisa llena de complicidad, sostuvo la pequeña llave plateada entre sus dedos, observando cómo Andrea se mantenía de pie frente a él. Aún no estaba dentro del jacuzzi; el agua tibia y burbujeante seguía llenándose en el fondo, pero la atención de ambos estaba completamente enfocada en el momento que estaban a punto de compartir.
La jaula de metal, fría y firme, aún ceñía su pequeño pene, un recordatorio tangible de su sumisión. Andrea permanecía quieta, respirando suavemente, mientras Carlos se acercaba con la llave en la mano. Sus ojos no se apartaban de los de ella, como si quisiera capturar cada reacción, cada pequeño temblor de su cuerpo.
—Espera —dijo Carlos, su voz baja pero cargada de autoridad—. No te muevas.
Andrea obedeció, conteniendo la respiración mientras Carlos se acercaba más. Con movimientos precisos, insertó la llave en la cerradura de la jaula de metal. Un clic suave pero audible resonó en la habitación, y la jaula se abrió, liberando su sexo de su presión constante. Carlos la retiró con cuidado, dejando que el metal frío se deslizara por su cuerpo antes de dejarla caer al suelo, donde se unió al resto de la ropa abandonada.
Andrea sintió un escalofrío recorrer su espalda, no por el frío, sino por la sensación de estar completamente expuesta y vulnerable ante él. Carlos posó sus manos en sus caderas, sintiendo el calor de su piel bajo sus palmas.
Andrea no hizo ningún gesto que rompiera la intensidad del momento. Simplemente se quedó allí, inmóvil, dejando que la sensación de liberación la inundara por completo. Sus labios carmesí permanecieron entreabiertos, no para hablar, sino para respirar hondo, para saborear el aire cargado de deseo y anticipación que los rodeaba. Sus ojos, oscuros y llenos de complicidad, se encontraron con los de Carlos, transmitiendo sin palabras que estaba disfrutando cada segundo de aquel instante.
El agua tibia del jacuzzi seguía fluyendo, su sonido relajante contrastando con la tensión eléctrica que existía entre ellos. Las burbujas se acumulaban en la superficie, creando una espuma suave que parecía querer envolverlos en su intimidad. El aroma dulce del líquido de burbujas flotaba en el aire, mezclándose con el calor que emanaba de sus cuerpos.
La jaula de metal ya no estaba, pero su ausencia era tan palpable como su presencia lo había sido antes. Andrea podía sentir el eco de su liberación, una sensación que la hacía consciente de su vulnerabilidad y, al mismo tiempo, de su poder para despertar el deseo en Carlos. No necesitaba moverse, ni hablar, ni asentir. Solo disfrutaba, entregándose por completo al momento, a la mirada de Carlos, a la promesa de lo que estaba por venir.
Carlos la observaba con los ojos llenos de una mezcla de deseo y posesividad que hacía que el corazón de Andrea latiera con fuerza. Su mirada era intensa, como si quisiera memorizar cada detalle de ella en ese instante.
Carlos, con una mirada llena de intensidad y posesividad, observó a Andrea de pies a cabeza, deteniéndose en el lugar donde la jaula de metal había estado hasta hace unos momentos. Ahora, liberado, el diminuto miembro de Andrea, depilado perfectamente y delicado, se mostraba vulnerable y expuesto. Carlos sonrió con una mezcla de satisfacción y deseo, como si estuviera redefiniendo mentalmente lo que veía.
—Desde ahora —dijo con voz suave pero firme, mientras posaba un dedo bajo su barbilla para levantar su rostro y que lo mirara a los ojos—, esto no es más que un pequeño clítoris. Algo tierno, delicado, y que existe solo para recibir placer, no para darlo. ¿Entendido?
Andrea no respondió con palabras, pero su expresión lo decía todo. Sus ojos brillaban con una mezcla de sumisión y excitación, aceptando la nueva realidad que Carlos estaba creando para ella. Él deslizó su mano lentamente hacia abajo, acariciando su piel con suavidad, hasta detenerse justo en el lugar que ahora redefinía.
—Un pequeño clítoris —repitió, como si quisiera asegurarse de que las palabras quedaran grabadas en su mente—. Algo que existe para que yo lo explore, lo disfrute y lo haga mío. Nada más.
Andrea sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, no por incomodidad, sino por la intensidad de las palabras de Carlos y la manera en que las decía. Era como si, con cada sílaba, estuviera moldeando su realidad, redefiniendo su cuerpo y su papel en aquel juego que ambos compartían.
Carlos sonrió, satisfecho con la reacción de Andrea, y continuó acariciándola con suavidad, como si estuviera reafirmando su nueva identidad, con dominio y delicadeza a la vez, extendió su mano hacia Andrea. Sus dedos, firmes pero suaves, se posaron con precisión sobre el nuevo clítoris de Andrea, tomándolo entre el índice y el pulgar con apenas la presión necesaria para hacerla consciente de su toque. Era un gesto deliberado, lleno de intención, como si quisiera reafirmar su control y, al mismo tiempo, explorar esta nueva dimensión de su cuerpo.
Andrea contuvo la respiración por un instante, sintiendo cómo el contacto de Carlos desencadenaba una oleada de sensaciones. No era un agarre fuerte, sino más bien una caricia firme, un recordatorio de que aquella parte de su cuerpo ahora pertenecía a él, a sus deseos y a sus reglas. Carlos la miró a los ojos, asegurándose de que ella estuviera completamente presente en el momento.
—Tan pequeño y delicado —murmuró Carlos, moviendo ligeramente sus dedos en un gesto casi exploratorio—. Perfecto para recibir atención, para ser cuidado… y para ser disfrutado.
Andrea no pudo evitar un ligero temblor, no de incomodidad, sino de excitación. La manera en que Carlos hablaba, la forma en que lo tocaba, todo contribuía a que se sintiera más sumisa, más entregada a él. Sus labios carmesí se entreabrieron, pero no dijo nada; no hacía falta. Su mirada y su respiración entrecortada eran suficientes para comunicar lo que sentía.
Carlos continuó acariciándolo suavemente, como si estuviera reafirmando su posesión sobre esa parte de ella. Cada movimiento de sus dedos era calculado, diseñado para recordarle a Andrea su nuevo lugar en el mundo.
El jacuzzi, ahora lleno de espuma blanca y burbujeante, emanaba un aroma relajante que invitaba a sumergirse en su calor. Las luces tenues de la habitación se reflejaban en la superficie del agua, creando un ambiente íntimo y sensual. Andrea, todavía bajo la mirada intensa de Carlos, comenzó a prepararse para entrar. Con movimientos lentos y deliberados, se inclinó para deslizar los tacones rojos de sus pies, uno por uno, dejándolos a un lado con cuidado. Luego, alzó las manos para recoger su cabello, atándolo suavemente en un moño desordenado que dejaba al descubierto su cuello y sus hombros.
Desnuda, con solo la espuma y el agua como testigos, Andrea dio un paso hacia el jacuzzi, sintiendo cómo el vapor tibio envolvía su piel. Carlos la siguió, también desnudo, su cuerpo mostrando la tensión y el deseo que sentía. Juntos, entraron al agua, sintiendo cómo el calor los envolvía por completo. La espuma burbujeante se adhirió a sus cuerpos, ocultando y revelando al mismo tiempo, creando un juego de sombras y luces que añadía un toque de misterio al momento.
Andrea se reclinó contra el borde del jacuzzi, mirando a Carlos con una mezcla de devoción y anticipación. Él se acercó a ella, deslizando una mano por su pierna bajo el agua, sintiendo la suavidad de su piel mientras la espuma jugaba alrededor de ellos. El ambiente era perfecto, y ambos sabían que lo que estaba por venir sería inolvidable.
Con una sonrisa llena de complicidad y deseo, Carlos se acercó aún más a Andrea mientras ella se inclinaba ligeramente hacia adelante, apoyando sus manos en el borde del jacuzzi. La espuma burbujeante se adhería a su piel, creando un contraste sensual con su tono canela. Con movimientos suaves pero firmes, Carlos posó sus manos en sus caderas, sintiendo la calidez de su cuerpo bajo el agua tibia.
—Relájate —murmuró Carlos, su voz baja y cargada de intención, mientras sus dedos se deslizaban hacia sus nalgas. Con delicadeza, las apartó suavemente, revelando el lugar donde el plug había estado. La luz tenue de la habitación se reflejaba en su piel, creando un brillo sutil que contrastaba con la espuma blanca.
Andrea contuvo la respiración por un instante, sintiendo cómo Carlos tomaba el plug entre sus dedos. Con un movimiento lento y deliberado, comenzó a extraerlo, sintiendo cómo se deslizaba fuera de ella, centímetro a centímetro. La sensación era intensa, una mezcla de alivio y excitación que hacía que su piel se erizara. Carlos lo hizo con cuidado, asegurándose de que cada movimiento fuera suave y preciso, como si quisiera prolongar el momento y hacerla consciente de cada detalle.
Finalmente, el plug quedó libre, y Carlos lo sostuvo en su mano por un instante, mirándolo con una sonrisa de satisfacción antes de dejarlo al borde del jacuzzi, donde quedó brillando bajo la luz tenue, junto a los tacones rojos que ahora descansaban en silencio. Andrea se enderezó lentamente, sintiendo la ausencia del objeto que había estado allí, pero sabiendo que su lugar sería ocupado por algo más en poco tiempo.
Carlos la miró con ojos oscuros, llenos de deseo y posesividad, mientras el agua tibia y las burbujas seguían envolviéndolos. El ambiente era perfecto, y ambos sabían que el verdadero juego apenas comenzaba.
Andrea se recargó en el borde del jacuzzi, sintiendo el contraste entre el calor del agua y la frialdad del mármol contra su piel desnuda. Carlos se acercó más, su cuerpo firme deslizándose bajo la espuma hasta quedar frente a ella. Su mano se posó en la pierna de Andrea, subiendo lentamente desde su rodilla hasta su muslo con una caricia lenta y calculada.
—Eres mía, Cosita —susurró con voz grave, hundiendo los dedos en su carne con leve presión.
Andrea cerró los ojos y se mordió el labio inferior, dejando escapar un suspiro tembloroso. Su piel reaccionaba a cada toque de Carlos, su aliento entrecortado delatando la intensidad del momento. Sentía la expectativa latir dentro de su pecho, la ansiedad por lo que vendría reflejada en cada fibra de su cuerpo.
Con un movimiento repentino, Carlos la tomó de la cintura y la jaló hacia él, haciéndola sentarse sobre sus muslos. Andrea jadeó al sentir su dureza presionando su entrepierna recién liberada. Sus pechos quedaron a la altura de su rostro, y Carlos no tardó en inclinarse para atraparlos con su boca, succionando con avidez los pequeños pezones endurecidos por la excitación.
Andrea entrelazó sus dedos en el cabello húmedo de Carlos, inclinando la cabeza hacia atrás mientras su respiración se volvía más errática. Los labios de Carlos recorrían su piel con lentitud, dejando un rastro de besos ardientes que la hacían estremecer.
De pronto, Carlos deslizó su mano entre los muslos de Andrea, acariciando su piel con lentitud, antes de apretar su pequeño clítoris con sus dedos firmes. Ella tembló, sus uñas clavándose suavemente en los hombros de su amante mientras su cuerpo se estremecía bajo su toque.
—Dime cuánto me deseas —exigió Carlos, con su boca aún rozando su cuello.
Andrea apenas pudo articular palabras entre jadeos.
—Te deseo… tanto, mi amor…
Carlos sonrió con satisfacción y continuó su exploración, deslizándose más abajo, hasta su pequeño hoyito. Andrea abrió más las piernas, ofreciéndose por completo, su pecho subiendo y bajando con cada respiración temblorosa. Carlos dejó que la anticipación se apoderara de ella, jugando con su desesperación antes de finalmente darle lo que anhelaba.
Andrea sintió el agua resbalar por su espalda mientras Carlos posicionaba su verga dura en medio de sus nalgas, sus manos recorriendo sus curvas con posesividad. Acarició la piel plegada y sensible donde antes había estado el plug, masajeándola con lentitud, preparando su cuerpo para lo que vendría.
Andrea arqueó la espalda y cerró los ojos un instante, su cuerpo tenso por la excitación. Sentía la respiración de Carlos sobre sus senos, la calidez de su aliento haciéndola estremecer.
—Relájate, Cosita —murmuró Carlos, y sin más preámbulos, comenzó a reclamar lo que era suyo.
El agua burbujeante amortiguó sus jadeos, pero la intensidad del momento quedó grabada en cada fibra de sus cuerpos. Carlos la sostuvo firmemente, guiándola con precisión y placer, asegurándose de que cada movimiento la llevara al límite del éxtasis.
Las burbujas estallaban a su alrededor, como si el propio jacuzzi vibrara con la energía que los consumía. Carlos mantenía su ritmo calculado, observando cada reacción de Andrea, cada espasmo de placer que recorría su cuerpo. El calor de su piel se mezclaba con el del agua, y la humedad en el aire hacía que cada roce se sintiera aún más eléctrico.
Andrea gimió al sentir la presión firme de Carlos sobre ella, su cuerpo entregado por completo a la dominación que él ejercía. Sus dedos se aferraron al borde del jacuzzi, como si necesitara anclarse a la realidad mientras su mente flotaba en el abismo del deseo.
Los ojos de Carlos brillaban con un fuego oscuro, saboreando cada momento, cada gemido, cada súplica muda en los labios de Andrea. El sonido del agua agitándose acompasaba sus movimientos, creando una sinfonía de placer y control absoluto.
Y en ese instante, cuando Andrea sintió que su cuerpo alcanzaba el orgasmo inevitable, Carlos la sujetó con más fuerza, asegurándose de que sintiera cada segundo de su entrega. La sensación la envolvió por completo, una ola de placer puro que recorrió su cuerpo desde su núcleo hasta la punta de los dedos. Su pequeño clítoris, libre por primera vez, vibraba con una intensidad desconocida, liberando una cascada de leche tibia dejándola sin aliento.
Un grito ahogado escapó de sus labios mientras su cuerpo se sacudía con espasmos incontrolables, la fuerza del orgasmo dominándola sin tregua. Su piel se estremeció, su respiración se volvió errática y su mente se nubló en un torbellino de éxtasis absoluto. Se aferró a Carlos, sus uñas marcando su piel, su necesidad de anclarse a él tan fuerte como la del propio placer que la consumía.
El agua caliente envolvía sus cuerpos como un capullo, mientras Andrea sentía cada contracción, cada escalofrío recorrerla con una intensidad feroz. Su primer orgasmo sin la jaula era algo completamente diferente, liberador y abrumador, una experiencia que grabaría en su memoria para siempre. Carlos, con una sonrisa de satisfacción, la sostuvo por su cadera, disfrutando del temblor de su cuerpo sacudido por el placer, con su oído entre sus senos, oyendo el corazón de Andrea que parecía salir de su pecho por la excitación.
—Así me gusta, Cosita… completamente mía —murmuró contra su oído, su voz ronca y satisfecha, mientras el semen de Andrea se diluía en la espuma del jacuzzi.
Andrea salió de la ducha lentamente, dejando que el agua escurriera por su piel antes de tomar una toalla. Frente a Carlos, comenzó a secarse con movimientos pausados y sensuales, recorriendo cada rincón de su cuerpo mientras él la observaba desde el jacuzzi. Tomó un frasco de aceite perfumado y vertió una pequeña cantidad en sus manos antes de deslizarlo por su piel, masajeando con lentitud cada curva, cada músculo relajado por el calor del agua.
En un rincón, la chimenea ardía con una intensidad controlada, sus llamas danzantes proyectaban sombras que se retorcían en las paredes como amantes enredados. El calor que emanaba no solo calentaba la piel, sino que también avivaba el deseo, recordando que el fuego es tanto destructor como creador. En la piel canela de Andrea, el reflejo de las llamas danzaba como lenguas de fuego que recorrían cada curva de su cuerpo, resaltando el brillo dorado de su piel perfecta, donde el aceite creaba un velo resbaloso que atrapaba la luz como si fuera un río de oro líquido deslizándose por su cuerpo. Cada movimiento suyo hacía que la luz titilara sobre su vientre, su pequeño clítoris, su gran culo, sus muslos y sus senos, creando un espectáculo hipnótico de luces y sombras que atrapaban la mirada de Carlos.
Andrea miró a Carlos, quien, desde el sofá, la observaba con una mirada fija, cargada de deseo y autoridad. La atmósfera en el apartamento se sentía densa, casi palpable, mientras la tensión entre ambos crecía. Carlos rompió el silencio con una voz profunda y cargada de intención:
—Ve al columpio, está allí, en la esquina. Quiero verte allí, ahora.