Guía Cereza
Publicado hace 1 mes Categoría: Transexuales 197 Vistas
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Al despertar la mañana siguiente, Andrea se sumergió en la penumbra persistente de la habitación sin ventanas, una oscuridad cálida que envolvía su piel desnuda como un amante invisible. Su cuerpo aún vibraba con los recuerdos ardientes de la noche anterior, cada músculo tenso y deliciosamente adolorido, impregnado de una satisfacción profunda que la hacía estremecerse con solo evocarlo. A su lado, Carlos dormía plácidamente, su brazo musculoso reposando sobre su cintura con una posesión instintiva, como si incluso en su sueño quisiera mantenerla anclada a él. Andrea se quedó en silencio, observándolo, deleitándose en la calma de su rostro, en el aroma masculino que emanaba de su piel y en el eco de su dominio que aún resonaba en ella. Una sonrisa traviesa curvó sus labios mientras deslizaba las yemas de sus dedos por su pecho desnudo, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo su tacto, preguntándose con un cosquilleo de anticipación qué placeres le depararía el día.

Carlos se removió lentamente, sus párpados abriéndose para revelar unos ojos oscuros que encontraron los de Andrea. Le dedicó una sonrisa perezosa, cargada de promesas tácitas, antes de estirarse y besar su frente con una suavidad que contrastaba con la intensidad de la noche anterior.

—Buenos días, Cosita —murmuró, su voz ronca por el sueño, mientras se desperezaba con un movimiento felino que hizo que los músculos de su espalda se flexionaran bajo la piel.

Se incorporó con calma y tomó el teléfono de la habitación, marcando a la recepción del motel con su tono adormilado. Pidió un desayuno ligero para ambos, asegurándose de recalcar que no incluyeran pan para Andrea, un detalle que la hizo sonreír por la atención que él siempre ponía en ella. Colgó y volvió a tumbarse a su lado, deslizando los dedos por la espalda desnuda de Andrea con un toque pausado y posesivo que encendió un calor sutil en su piel. Luego, se inclinó hacia la mesita de noche, tomando el cable que conectaba su celular al televisor. Apenas unos minutos después, un leve golpeteo resonó en la pequeña compuerta junto a la entrada —la misma por donde habían recibido el cable y el trípode la noche anterior—. Carlos se levantó con una tranquilidad magnética, abrió la compuerta y extrajo la bandeja con el desayuno, colocándola sobre la mesita cercana antes de regresar a la cama. Mientras Andrea se incorporaba, aún desnuda entre las sábanas de satín que se adherían a su piel como una caricia, Carlos conectó el celular al televisor. Buscó el control, sujeto por una cadena a la mesa, y con una leve sonrisa en los labios, pulsó play para reproducir el video de la noche anterior.

La pantalla cobró vida con una imagen que hizo que el pulso de Andrea se acelerara: ella misma, de pie frente al espejo, atrapada entre el cuerpo imponente de Carlos y su reflejo. Él sujetaba su cuello con una mano firme, mientras la otra deslizaba con tortuosa lentitud la chaqueta de jean por sus hombros, dejando su piel expuesta al aire. Los ojos de Carlos, exigentes y penetrantes, la obligaban a mirarse, a presenciar cada caricia que él le prodigaba. En la grabación, Andrea contenía el aliento mientras los dedos de Carlos recorrían su cintura, descendiendo con una precisión erótica que avivaba un incendio en su interior. Solo cuando él estuvo satisfecho con su sumisión, soltó su agarre y, con una orden muda en su mirada, le indicó que comenzara a moverse.

La música llenó la habitación en el video, y Andrea, con la respiración entrecortada, dejó que el ritmo la poseyera. Sus caderas se balanceaban con una cadencia provocadora, cada movimiento una danza de insinuación pura. Sus manos subían y bajaban por su cuerpo, delineando la curva de sus pechos, rozando sus pezones endurecidos antes de descender con languidez por sus muslos. Su cabello caía en cascada sobre sus hombros mientras giraba lentamente, sus movimientos sincronizados con la melodía, una mezcla de deseo y entrega absoluta. El striptease comenzaba: la chaqueta cayó al suelo, seguida del corsé que apenas contenía sus curvas y la diminuta tanga que Carlos había admirado con ojos hambrientos. La cámara capturaba cada detalle, cada gesto provocador, la forma en que sus dedos se deslizaban por su piel antes de dejarla completamente desnuda. Carlos, sentado en la cama en la grabación, observaba con deleite, mientras Andrea, ahora frente al televisor, veía su propia imagen rendirse al placer de ser suya.

—Mírate, Cosita —murmuró Carlos desde la cama, su voz grave y pausada vibrando en el aire, disfrutando cómo Andrea se perdía de nuevo en el recuerdo.

En la escena en el jacuzzi, Carlos, con movimientos calculados, retiró la jaula de castidad que había mantenido el deseo de Andrea prisionero toda la noche. Su piel reaccionó al instante, estremeciéndose bajo el toque firme de sus manos. Luego, sin apartar la vista de la cámara, deslizó con lentitud el plug que había estado dentro de ella, arrancándole un gemido ahogado que resonó en la grabación. Sumergida en el agua tibia, su piel brillaba bajo la luz tenue, cubierta de espuma que se deslizaba por sus curvas. Carlos se acercó por detrás, sus manos resbalando por sus hombros desnudos antes de hundirse con ella en el agua. Sus labios recorrieron su cuello con una lentitud tortuosa, mientras sus dedos exploraban su cuerpo sumergido, abriendo paso entre sus muslos. La cámara capturó cada jadeo, cada escalofrío, cuando él la levantó en sus brazos y la llevó al borde, donde su sumisión se volvió absoluta.

La grabación avanzó al columpio. Carlos la guiaba con manos seguras, posicionándola en una pose que exponía cada rincón de su cuerpo. En la pantalla, sus caricias eran una mezcla de reverencia y posesión, sus dedos recorriendo su piel aceitada, brillando bajo la luz. Andrea observaba la escena de la reja con la respiración entrecortada, su cuerpo reaccionando de nuevo a cada orden grabada, a cada toque inmortalizado. Podía ver cómo se arqueaba bajo sus manos, cómo sus gemidos suaves llenaban el aire mientras él murmuraba palabras de dominio contra su oído, empujándola al límite. El video capturó el momento en que su cuerpo temblaba en espasmos incontrolables, su placer estallando en una imagen de rendición total.

Andrea relamía sus labios, el calor creciendo entre sus piernas mientras veía su propia entrega. Carlos, atento a sus reacciones, tomó su mentón con delicadeza y giró su rostro hacia él, apartándola de la pantalla.

—¿Te gusta verte así? —susurró, su voz oscura deslizándose como terciopelo, mientras su pulgar trazaba su labio inferior con una presión que prometía más.

Andrea apenas pudo asentir, su aliento entrecortado traicionando la excitación que la consumía...

Pero el video no había terminado. La escena cambió a la ducha: Andrea, con el cuerpo aún resbaladizo por el aceite, era guiada por Carlos bajo el chorro de agua caliente. Sus manos resbalaban por su piel jabonosa, apretándola contra los azulejos fríos mientras sus labios devoraban su cuello. Cada roce, cada embestida bajo el agua, quedó grabado mientras él la tomaba con una mezcla de ternura y ferocidad, dejándola a su merced.

Luego, la cama: Andrea, exhausta y con el cabello húmedo, se derrumbó sobre las sábanas mientras Carlos se acomodaba a su lado. Su mano la envolvió con posesión, acariciando su cadera antes de besarla con una ternura que marcaba el fin de la noche. Pero justo antes de apagarse, el video mostró un último fragmento: Andrea, jadeante y con la piel encendida, miraba a la cámara. Sus ojos brillaban con entrega y emoción mientras susurraba, con voz temblorosa:

—Te amo, te amo, te amo.

La pantalla se fundió a negro, dejando un silencio cargado en la habitación. Andrea sintió un nudo en la garganta, sus ojos nublándose mientras procesaba la intensidad de su confesión grabada. De pronto, un sollozo feliz escapó de sus labios, y las lágrimas rodaron por sus mejillas, no de tristeza, sino de una alegría abrumadora.

Se veía en la pantalla como una estrella porno, una fantasía hecha realidad. Recordó las noches solitarias en su cuarto, con la pantalla de su laptop iluminando su rostro, envidiando a esas actrices que eran penetradas con una pasión que ella solo soñaba alcanzar. Ahora, allí estaba ella, expuesta, deseada, tomada con una intensidad que superaba cualquier video que hubiera visto. Era real, y era suya.

Carlos, atento a sus emociones, deslizó una mano por su rostro, limpiando las lágrimas con su pulgar.

—Cosita… —murmuró, su voz suave pero firme, tirando de ella hacia su pecho. La abrazó con fuerza, dejando que su calor la envolviera mientras besaba su frente—. Estás preciosa así, tan tuya, tan mía.

Andrea sonrió entre lágrimas, apoyando la cabeza contra él, dejando que su consuelo la anclara. Pero el hambre no se saciaba con recuerdos ni con lágrimas. Apartándose ligeramente, dejó que su mano explorara su propio cuerpo, sus dedos deslizándose por su piel canela con una caricia que pronto encendió un fuego en su vientre. Sus pezones se endurecieron bajo su toque, y sus dedos, húmedos tras rozar su lengua, encontraron el camino entre sus muslos. Se arqueó con un gemido, entregándose al placer mientras sentía el calor de Carlos a su lado, intensificando su deseo.

Andrea decidió tocarse junto a él, su mera presencia, inmóvil pero intensa, avivaba su deseo. Sus dedos recorrieron su piel con una caricia lenta, explorando cada curva, cada rincón que aún ardía por el recuerdo de la noche anterior. Su respiración se volvía más profunda, sus labios entreabiertos dejando escapar suaves suspiros mientras su cuerpo respondía con estremecimientos sutiles.

Buscando algo más, su mirada se desvió hacia la mesita de noche, donde yacía el plug que Carlos había usado con ella. Lo tomó entre sus dedos, acariciando su superficie lisa y brillante, su tacto despertando una corriente de anticipación en su interior. Lo acercó a sus labios, cerrando los ojos mientras lo lamía con ansia, saboreándolo como si fuera la cabeza de la verga de Carlos. Su lengua recorrió cada contorno, imaginando su grosor, su sabor salado y cálido llenándola, un gemido gutural escapando de su garganta mientras lo chupaba con devoción. Húmedo y resbaladizo por su saliva, lo llevó entre sus piernas, deslizándolo con lentitud contra su culo. El primer contacto le arrancó un jadeo, su cuerpo abriéndose para recibirlo como si él mismo la estuviera tomando. Se penetró con movimientos pausados al principio, sintiendo cómo la llenaba, su mente proyectando las imágenes del video: Carlos dominándola, sus manos marcando su piel. Sus gemidos llenaron la habitación mientras aceleraba el ritmo, embistiéndose con una mezcla de desesperación y placer.

Sin despegar los ojos de Andrea, Carlos dejó que su mano se deslizara con más intención por su propio torso, sus dedos rozando cada músculo tenso de su abdomen como si fueran brasas marcando su piel. Cuando llegó a su verga, dura como piedra y latiendo con una urgencia casi dolorosa, la tomó con firmeza. La visión de Andrea masturbándose frente a él —sus dedos hábiles hundiéndose entre los pliegues húmedos de su sexo, el leve temblor de sus muslos al arquearse— lo tenía al borde de la locura. Un gruñido ronco escapó de su garganta, profundo y animal, mientras su puño comenzaba a moverse sobre su erección. El ritmo era lento al principio, deliberado, como si quisiera alargar el tormento; cada apretón hacía que una gota de líquido preseminal brillara en la punta, resbalando entre sus dedos.

—Cosita… —murmuró, su voz ronca y cargada de lujuria, un susurro que resonó como una invitación mientras su mano se movía con más intención—. No pares.

Cada caricia de Carlos era un espectáculo: sus dedos subiendo desde la base hasta la punta, deteniéndose para presionar la cabeza hinchada con el pulgar, dejando que una gota de humedad se formara y brillara. Su respiración se volvía más pesada, los músculos de su brazo flexionándose con cada movimiento, sus gruñidos graves llenando el espacio entre ellos. Andrea, aún sin alcanzar el clímax, sintió cómo la mirada de él y el sonido de su placer amplificaban el suyo. Sus propios dedos se movían más rápido ahora, siguiendo el ritmo que él marcaba, su cuerpo temblando al borde del éxtasis pero sin cruzarlo todavía. El aire estaba cargado con sus respiraciones entrecortadas y el eco húmedo de sus manos contra la piel, una tensión compartida que los unía sin necesidad de tocarse.

Carlos se recostó más contra las almohadas, su cabeza inclinándose hacia atrás mientras mantenía los ojos fijos en ella, su mano acelerando el ritmo. Sus jadeos se volvieron más profundos, su mandíbula apretándose mientras el placer se dibujaba en su rostro. Andrea podía ver cómo se acercaba al límite, su cuerpo tensándose, los músculos de sus piernas endureciéndose bajo las sábanas. Con un gemido gutural, Carlos llegó al clímax, su semen derramándose sobre su abdomen en pulsos calientes, su mirada nunca abandonándola, posesiva y ardiente incluso en su liberación.

Exhausto, dejó caer la mano a un lado, su pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas. Una sonrisa perezosa curvó sus labios mientras la miraba, como si supiera que su placer había empujado a Andrea aún más cerca del suyo propio, dejándola temblando al borde, con el clímax aún por llegar.

La cama del motel crujía bajo el peso de sus cuerpos, las sábanas arrugadas y húmedas por el calor que habían compartido toda la noche. Andrea, con el deseo ardiendo en su interior, decidió tomar el control. Se giró con una mezcla de gracia y determinación, dándole la espalda a Carlos mientras sus rodillas se hundían en el colchón a ambos lados de sus caderas. La posición de vaquera inversa se desplegó ante él como un regalo: su espalda arqueada, la curva de sus nalgas elevándose frente a sus ojos, y el cabello cayendo en cascada por sus hombros, rozando la piel sudorosa de su columna.

Carlos, recostado contra las almohadas del cabecero, dejó escapar un gruñido bajo al verla, sus manos instintivamente buscando sus caderas. Andrea se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando las palmas en los muslos de él para estabilizarse, sus dedos clavándose en su carne mientras levantaba las caderas lo justo para alinearse con su erección. La anticipación vibraba en el aire, el calor de sus cuerpos mezclándose con el aroma almizclado del deseo que llenaba la habitación. Con un movimiento lento y deliberado, descendió sobre él, dejando que su sexo empapado lo envolviera centímetro a centímetro. Un gemido escapó de sus labios al sentirlo llenarla, la presión deliciosa estirándola mientras se acomodaba por completo.

Sin apartar la mirada de Andrea, Carlos dejó que sus ojos la devoraran completamente desnuda frente a él, iluminada por la luz artificial que bañaba la habitación, un resplandor frío y constante que no delataba si era mañana o noche. Ellos sabían que estaban en las horas tempranas, pero bien podría haber sido cualquier otro momento del día; el tiempo, en realidad, no les importaba. Sus senos eran muy pequeños, apenas montículos sutiles en su torso, coronados por pezones morenos que se erguían duros y oscuros, destacando bajo aquel brillo artificial. El sonido húmedo y obsceno del plug metálico deslizándose dentro y fuera de su culo llenaba el aire, un ritmo constante y deliberado que hacía que su cuerpo se arqueara ligeramente con cada movimiento. El jadeo entrecortado se le escapaba cada vez que el roce del metal estimulaba su “clítoris”, atrapado en una jaula que lo mantenía restringido y a la vista, húmedo con su propia excitación.

Carlos aceleró el movimiento de su mano, el roce de su piel contra su verga resonando en la habitación sin ventanas, un eco que se alineaba con los gemidos bajos de Andrea. Su verga palpitaba en su puño, las venas hinchadas marcándose bajo su agarre firme, y un calor abrasador trepaba por su espalda mientras la veía entregarse al placer. El sudor resbalaba por la curva de su cuello, deslizándose hasta perderse en el espacio entre sus pequeños senos, dejando un rastro brillante sobre su piel canela bajo esa luz que no distinguía día de noche.

Andrea, con un movimiento fluido y decidido, cambió de posición. Lentamente, extrajo el plug metálico de su culo, dejándolo a un lado con un leve sonido húmedo al caer contra la superficie. Se giró y se colocó sobre Carlos, ofreciéndole la espalda, sus piernas abiertas a cada lado de las de él, encajándose con una precisión instintiva. Clavó la cabeza en el colchón, el cabello rubio se desparramaba como una cortina desordenada, empinando su culo al máximo, exponiéndolo sin pudor. Con ambas manos, separó sus nalgas, dejando a la vista su agujero húmedo, dilatado y caliente, aún palpitante por su masturbación. El aire parecía cargarse con el calor que emanaba de ella, un aroma crudo y carnal llenando el espacio.

Carlos lo vio y, en su mente, se desplegó como una flor: los bordes de su ano, rosados y ligeramente hinchados por la fricción, se abrían como pétalos carnosos, brillantes por la humedad que resbalaba desde su interior. El centro, oscuro y profundamente invitador, parecía latir como el corazón de una corola, rodeado por esa piel tensa y suave que se arrugaba sutilmente hacia afuera, como si la flor se hubiera desplegado bajo un sol invisible. Cada pliegue era un detalle vivo, húmedo y resbaladizo, y el calor que desprendía lo golpeó como una ráfaga, haciendo que su verga se endureciera aún más en su mano, atrapado en la visión de esa ofrenda expuesta ante él.

Andrea, con un movimiento lento y provocador, abrió su culo con ambas manos, separando las nalgas con firmeza para exponer su entrada húmeda y caliente ante los ojos hambrientos de Carlos. Sus dedos se hundieron en la carne suave, dejando leves marcas mientras mantenía las nalgas bien apartadas, ofreciéndole una visión clara de su ano dilatado y resbaladizo, listo para recibirlo. Comenzó a descender con una lentitud casi cruel, guiando su cuerpo hasta que la punta de la verga dura de Carlos rozó su abertura. No se detuvo, ni siquiera dudó, dejando que su culo se tragara la erección centímetro a centímetro, los bordes de su ano estirándose alrededor de él en un abrazo húmedo y pulsante. Siguió bajando, implacable, hasta que sintió los huevos hinchados de Carlos, tensos y pesados, tocar el canto de su ano abierto, un contacto que la hizo estremecerse y a él gruñir de puro placer.

—Cosita… —murmuró Carlos, su voz entrecortada. Sigue así.

Andrea respondió con un gemido más alto, acelerando el ritmo. Sus nalgas chocaban contra el bajo vientre de Carlos con cada movimiento descendente, un sonido rítmico y húmedo que resonaba en la habitación del motel. Ella giró la cabeza ligeramente, lanzándole una mirada por encima del hombro, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de desafío y placer. El cabello se le pegaba al rostro por el sudor, y sus pechos pequeños, libres y oscilantes, con esos pezones morenos endurecidos, rozaban las sábanas cada vez que se inclinaba más hacia adelante. El control era suyo, y lo ejercía con cada balanceo, cada contracción deliberada de sus músculos internos que envolvían la verga de Carlos, haciéndolo gruñir y arquearse bajo ella.

Carlos, incapaz de solo observar, levantó las caderas para encontrarse con las de ella, profundizando cada embestida hasta que sus huevos golpeaban rítmicamente contra el metal de la jaula de Andrea. Sus manos subieron por su espalda, acariciando la piel resbaladiza antes de regresar a sus caderas, guiándola con más fuerza. La cama temblaba bajo ellos, el cabecero golpeando la pared con un golpeteo constante que marcaba el ritmo de su unión. Andrea se arqueó aún más, dejando que su cuerpo se moviera en ondas fluidas, sus muslos temblando por el esfuerzo pero sin detenerse. El placer crecía como una tormenta, sus jadeos mezclándose con los gruñidos de Carlos, el aire cargado con la tensión ambos se correrían, eso era inminente.

El placer alcanzó su punto álgido como un relámpago que los atravesó a ambos. Carlos, con un gruñido gutural que resonó en su pecho, se dejó llevar por el orgasmo, su verga palpitando con fuerza dentro del culo de Andrea. La leche brotó de él en una corriente abundante, caliente y espesa, llenándola hasta el borde en una sola embestida. Era tanta que no cabía dentro de ella; rebosaba como un río desbordado, escapando por los bordes de su ano dilatado con cada movimiento. Él la veía salir a borbotones, un flujo blanco y viscoso que se mezclaba con el sudor y la humedad de Andrea, formando una espuma cremosa que se acumulaba entre sus nalgas y goteaba sobre sus muslos. Cada embestida sacaba más, el sonido húmedo y resbaladizo amplificándose en la habitación.

Andrea, al borde de su propio clímax, comenzó a temblar violentamente, su cuerpo estremeciéndose como si una corriente eléctrica la recorriera. Su orgasmo llegó con una intensidad brutal, casi convulsionando; sus muslos se tensaron, sus manos aferraron las sábanas y un grito ahogado escapó de su garganta mientras su culo se apretaba instintivamente alrededor de la verga de Carlos, exprimiéndolo aún más. Las olas de placer la doblegaron, y cayó rendida hacia adelante, su rostro contra el colchón, el cabello pegado a su piel empapada de sudor. Pero incluso agotada, su culo no soltaba la verga de Carlos, aferrándose a ella como si quisiera retener cada último latido de su erección.

Carlos, jadeando y con el cuerpo temblando por el esfuerzo, sintió cómo su miembro, aún atrapado en ella, comenzaba a perder firmeza. Lentamente, su erección disminuyó, y cuando finalmente salió, lo hizo con un sonido resbaloso y obsceno, un "plop" húmedo que acompañó el último hilo de semen que se deslizó desde el culo de Andrea, ahora abierto y brillante, hasta el colchón. Ella permaneció allí, inmóvil salvo por pequeños espasmos residuales, mientras la mezcla de su placer compartido seguía goteando, dejando un rastro pegajoso entre ellos.

Con la respiración aún entrecortada y el cuerpo pesado por el éxtasis, Carlos se inclinó hacia Andrea, su voz baja y ronca rompiendo el silencio cargado de la habitación. —Cosita, es hora de despedirse —dijo, acariciándole la curva de la cadera con un roce suave pero firme—. Tengo un compromiso laboral esta tarde, y antes debo pasar por un almuerzo en casa de mi madre. —Hizo una pausa, mirándola con una mezcla de ternura y urgencia—. Tú tienes un poco más de tiempo, quédate si quieres.

Andrea asintió con una sonrisa cansada, sus ojos brillando aún con el resplandor del placer. Se levantaron juntos, los cuerpos pegajosos y sudorosos, y se metieron en la ducha. Fue algo rápido pero íntimo: el agua tibia corriendo sobre sus pieles, sus manos deslizándose brevemente por el cuerpo del otro para enjuagar el sudor y los restos de su encuentro. No hubo palabras, solo el sonido del agua y el roce de sus dedos, un último momento compartido antes de separarse. Carlos salió primero, envolviéndose en una toalla raída mientras ella dejaba que el agua le resbalara por la espalda unos segundos más.

Carlos se inclinó sobre Andrea, depositando un beso tierno en sus labios rosados, un contraste dulce contra la intensidad de lo que habían compartido. —Cosita, hasta pronto —murmuró antes de apartarse. Ella lo vio levantarse, ajustar su ropa con prisa y tirar de la puerta al salir, el sonido seco del cierre resonando en la habitación. Con la urgencia apretándole el pecho, Carlos bajó por las escaleras del motel a zancadas rápidas, saltando los últimos escalones para ganar tiempo. Llegó a la recepción, entregó el cable y el trípode al empleado aburrido detrás del mostrador, un tipo de mirada perdida que apenas levantó la vista. Pagó la cuenta con billetes arrugados que sacó de su bolsillo y dejó un mensaje breve para Andrea garabateado en un papel, algo que ella descubriría más tarde al salir. Sin mirar atrás, salió del motel, llamó un taxi con un gesto cansado y se marchó, el motor perdiéndose en la distancia.

Andrea, mientras tanto, se deslizó de nuevo entre las cobijas desordenadas, el colchón aún cálido y húmedo bajo su cuerpo desnudo. Inspiró profundo, saboreando el olor a sexo que flotaba en el aire, denso y crudo, una mezcla de sudor, semen y su propia esencia. Recordó el perfume de puta que había sentido al subir en el ascensor del motel cuando llegó, esa fragancia barata y empalagosa que impregnaba el lugar. Ahora, envuelta en las sábanas, sintió que ese perfume era el suyo. Había jugado el papel de puta para su amante, entregándose sin reservas, y en ese momento, con las piernas aún temblando y el cuerpo marcado por él, se sintió orgullosa. Una sonrisa lenta se dibujó en sus labios mientras cerraba los ojos, dejando que el recuerdo de la noche la envolviera como una segunda piel.

AndreaSissyCol

Soy transexual, transito por el género Ver Perfil Leer más historias de AndreaSissyCol
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