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La madrugada en Bogotá era fría y silenciosa, con solo el murmullo de algunos carros y el ocasional ladrido de un perro callejero rompiendo la calma. Carlos salió de su oficina con el cuerpo agotado, sintiendo el peso de varias horas de trabajo sobre sus hombros. Se ajustó la chaqueta y metió las manos en los bolsillos mientras caminaba hacia el parqueadero. Tenía prisa por llegar a casa, el deseo de una ducha caliente y unas horas de descanso lo llamaban con insistencia. Sin embargo, algo en su mente lo mantenía alerta, una inquietud que no lograba ignorar. Sacó su celular del bolsillo y, sin pensarlo demasiado, abrió la conversación con Andrea. Habían hablado más temprano, con la promesa de verse pronto. Con un leve suspiro, escribió un mensaje corto: "Salí del trabajo. ¿Sigues despierta?" Pocos segundos después, la pantalla se iluminó con la respuesta de Andrea. "¡Amor! Qué alegría saludarte. Estoy muy feliz porque hoy sales a vacaciones y aún más emocionada por nuestro viaje a Providencia. ¡No puedo esperar!" "Además, he estado pensando en algo que podríamos hacer allá…" "Carlos, mi amor, he escrito este relato para ti, imaginando nuestro próximo viaje a Providencia. Sé que ahora mismo estás cansado, yendo en la ruta de regreso a casa después del trabajo, pero quiero que leas esto y, con cada palabra, sientas mi deseo por ti. Espero que te caliente, que te haga pensar en todo lo que haremos cuando estemos juntos en esa isla paradisíaca. Quiero entregarme a ti, vivir contigo esta fantasía donde la pasión y el placer nos envuelvan bajo el cielo estrellado. Aquí está mi historia, nuestra historia… Déjame contarte un cuento que imaginé para nosotros en esa isla a donde iremos donde la arena blanca se extiende bajo nuestros pies, las palmeras se balancean con la brisa cálida y el sonido de las olas acompaña cada susurro entre nosotros... Soy yo, Andrea, tu mujer, tu princesa oscura envuelta en deseo. Mi piel canela brilla bajo el sol ardiente, cada curva de mi cuerpo esperando por ti. Mis caderas anchas te invitan, mis tetitas pequeñas y duras se erizan al imaginar tu tacto. Hoy me he transformado en una Blancanieves perversa, llevando mi peluca negra corta que enmarca mis ojos cafés llenos de lujuria. Mi disfraz de lencería es un sueño hecho carne: un corsé azul y rojo ceñido a mi cuerpo, realzando mi silueta y dejándome expuesta justo donde quiero que me mires. Las transparencias amarillas insinúan lo que hay debajo, jugando con la luz y con tu imaginación. Los accesorios blancos en mis brazos, como guantes delicados o mangas de princesa caída, dan un aire de inocencia rota. Mis piernas, largas y firmes, se adornan con medias y ligueros que me hacen ver como una traviesa doncella que solo espera ser tomada. Esa mañana cuando llegué a la recepción del motel y allí, como una sorpresa deliciosa, me esperaba el disfraz que habías dejado para mí. Lo tomé entre mis manos con una mezcla de emoción y deseo, imaginando tu reacción al verme vestida así. Mi piel se eriza, la anticipación me enciende, y la humedad entre mis piernas crece con cada segundo que pasa. Sé que te enciende esta mezcla de dulzura y pecado en mi mirada, que te vuelve loco verme así: tierna, traviesa, pero tan tuya. Mi culito ya está mojado, palpitante, listo para recibirte. Ven, mi cazador, ven por mí. Imagínate, amor, una noche de la próxima semana, cuando ya estemos en Providencia. Siempre me han calentado nuestras historias y más aún esas de doncellas atadas, castigadas, con sus cuerpos expuestos en la naturaleza. Me veo así, con las muñecas marcadas por cuerdas, mi piel húmeda temblando bajo la luz de la luna, tarareando un lamento que inventé, un eco entre las palmeras. Quiero ser ‘la castigada’, la sometida y penetrada bajo el cielo nocturno, y contigo lo haré real, sexy y lindo, como me gusta. Te llevo a un rincón oculto de la playa, mi amor. Eres como un Cazador, con manos fuertes y ojos oscuros, yo gordita y alta, con curvas generosas, voz como la brisa que juega con las olas. Es nuestro juego. ‘¿Tiemblas, Andrea?’, me dices, rozándome mi brazo. ‘Es lo que quiero contigo’, te respondo, con mi voz atrapada de excitación. ‘Si algo sale mal, lo paro’, me dices, tu voz grave resonando mientras tus ojos me devoran, sabes cómo me enciendes. Ahí, bajo la sombra de una palmera, atas unas cuerdas al tronco resistente, preparando una hamaca improvisada. ‘‘Mantén puesto todo el disfraz, quiero verte así mientras te hago mía’, ordenas con voz firme, y mi piel se estremece de anticipación. Me muerdo los labios, sintiendo la presión de la tela ajustada contra mi piel caliente. Mi faldita se levanta apenas con la brisa, revelando mis nalgas temblorosas de deseo. Mis pezones duros y mi piel erizada delatan mi excitación mientras tus ojos me devoran, hambrientos. Atas mis muñecas con tu correa de cuero, y tú, mi hombre hermoso, delgado pero con esa presencia que me derrite, me tomas con tus manos firmes listas para guiarme. ‘¡Camina!’, ordenas, y me llevas a la hamaca, alzándome hasta quedar suspendida sobre la arena. ‘Abre las piernas’, añades, sacando un látigo de tiras suaves. Los azotes empiezan, y mi agujerito se moja con cada golpe. De espaldas y con la brisa salada acariciándome la piel, el cuero marca mi piel canela: mi culo redondo, mi espalda, luego mis tetas, líneas rojas cruzándome. Cuento: 15, 16… Me miras y dices: ‘Mira cómo le gusta’, y ves mi clítoris hinchado bajo la el hilo, tu pelo corto con canas brillando bajo la luna mientras asientes. 27, 28… Los azotes bajan a mis muslos, y llego a 55. No suplico, lo aguanto por ti, mi cuerpo ardiendo, gimiendo mientras me vigilas. Me desatas, y mis brazos caen pesados. Luego me expones. Me alzas sobre una roca plana, atas mis muñecas a las raíces expuestas de un árbol cercano, mis pies en la arena tibia. Me retuerzo, resbalando a veces, mi cuerpo colgando mientras pateo el aire. ‘Mira cómo se mueve’, dices, pero tú, con la experiencia de ser mi Amo, me cuidas, asegurándote de que esté bien. Jadeo: ‘No puedo respirar’, y me bajas, tus manos sosteniéndome contra tu piel pálida. Entonces, amor, te dejo tomar el control. Me rodeas con tus brazos, haces a un lado la diminuta tanga, como una cortina que se abre y apenas deja expuesto el culo de Andrea, me atas más fuerte contra la roca, las piernas abiertas, amarradas a las raíces, las manos juntas al otro extremo. Mi cuerpo queda doblado, mis tetas rozando la piedra cálida, mi culo expuesto y chorreando. Te pones frente a mí con tu verga dura cerca de mi boca, pasándola por toda su cara antes de hacer círculos en mis labios como si fuera un labial, y yo la chupo mientras me miras, es perfecta, te lo digo mientras la trago entera, mi lengua lamiendo mientras gimo. ‘¿Estás bien?’, preguntas, yo asiento con mis ojos cerrados, perdida en el placer. Luego vas detrás, y siento tu verga empujando mi culo. ‘Relájate’, susurras, tu presencia firme asegurándote de que sea obediente. Me penetras, y gimo fuerte, mi culo mojándose más mientras me follas a pelo. Me corro, temblando bajo las cuerdas, y tú terminas casi al tiempo llenando de leche mis entrañas. Me desatas, y me abrazas, mi cabeza contra tu pecho, tu voz grave susurrándome: ‘Mi Princesa’. Cuando Carlos terminó de leer, su respiración estaba agitada. Sintió su verga endurecerse dentro de los pantalones, la imaginación disparada por cada palabra de Andrea. Su deseo por ella crecía con cada imagen que su mente recreaba, cada sensación que evocaba la historia. Apenas llegó a casa, dejó caer la chaqueta, se apoyó contra la puerta y sacó su miembro, acariciándose con avidez mientras repasaba en su cabeza cada detalle del relato. Cerró los ojos y se dejó llevar, imaginando el calor del cuerpo de Andrea, su piel suave, su voz jadeante llamándolo "amor". Sus movimientos se volvieron más intensos, sus gemidos llenaron la habitación vacía hasta que finalmente llegó al orgasmo, su cuerpo sacudiéndose con espasmos intensos mientras su leche brotaba caliente entre sus dedos. Jadeó, su respiración entrecortada, sintiendo el último estremecimiento recorrerlo antes de dejarse caer en la cama, satisfecho y con el nombre de Andrea aún en sus labios. Exhausto y satisfecho, sonrió, sabiendo que pronto la tendría en sus brazos para hacer realidad cada una de sus fantasías.