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Trece años después, todavía siento el sol de esa mañana colándose por la cortina de velo, calentándome la piel mientras mi vida cambiaba para siempre. Era 2012, y yo aún era Andrés, un tipo de 29 años atrapado en mi propia timidez. Medía 1,80, era trigueño, tenía el pelo corto y un cuerpo algo gordito que nunca supe si abrazar o esconder. Mi culo era redondo, algo que siempre quise tapar con jeans ajustados, y mi piel apenas tenía vello, dejándome expuesto y vulnerable. Esa mañana en Bogotá no fue cualquiera; fue la primera vez que me animé a encontrarme cara a cara con un hombre después de meses chateando con él en un chat gay, masturbándome como loco frente a la cámara mientras él me miraba, y el recuerdo aún me calienta.
Todo arrancó con esa llamada de Skype. Estaba en mi apartamento, el café hirviendo en la cocina, cuando su cara llenó la pantalla.Era Armando, ese señor de 53 años, un ingeniero agrónomo casado de Montería, que con esa voz grave y ese acento costeño que me había tenido sobándome la verga durante meses. Nos conocimos en un chat gay, un rincón caliente de internet donde yo, temblando de nervios, y él, un macho seguro, empezamos a escribirnos cosas calientes. Luego pasamos a Skype, y ahí me la pasaba masturbándome frente a la cámara, la verga chiquita dura como piedra mientras él me miraba con ojos de cabrón, sobándose la suya y gruñendo por el micrófono hasta hacerme acabar con la leche chorreándome. Pero esa vez fue diferente. "Estoy en Bogotá. Vamos a desayunar, que quiero verte de una vez", soltó con esa seguridad que me ponía la verga dura al instante. No pensé; dije "sí" con la boca seca y las manos sudadas, colgué y salí corriendo con el corazón a mil.
En menos de media hora estaba en el centro comercial Galerías, frente a una cafetería tranquila donde él ya me esperaba. Era 1,69 de puro macho, grueso como un toro, varonil hasta los huevos, con el pelo canoso brillando bajo las luces y una cara que decía "te voy a partir". Me miró como si ya me estuviera desnudando, y yo apenas pude probar el café, con los nervios haciéndome un nudo en las tripas. Hablamos poco; él era seco, directo, y después de unos minutos dejó unos billetes sobre la mesa y dijo: "Vamos". Lo seguí ansioso, sin chistar.
Caminamos un par de cuadras en silencio, mi corazón latiendo como tambor y las piernas temblándome como gelatina. De repente, paró frente a una droguería. "Esperame aquí", ordenó, y entró. Me quedé afuera, mirando a mi alrededor, con el culo apretado de puro nervio. Cuando salió, traía una bolsita en la mano y no dijo nada, solo siguió caminando. Sabía que eran condones y lubricante, y eso me puso la cabeza a mil.
Llegamos a su apartamento, un lugar pequeño cerca de Galerías. Una cama pegada a la ventana, una cocina sencilla y un balconcito chiquito. El sol entraba por la cortina de velo, calentando la cama como si supiera lo que iba a pasar. Él abrió la puerta del balcón y gruñó: "Ven". Lo seguí, con el culo temblando. Nos apoyamos en la baranda, mirando la calle calma. Encendió un cigarrillo, soltó el humo tranquilo y me miró de reojo. "No tenés que hacer nada que no querás", dijo con esa voz que me llegaba hasta los huevos, "pero si te quedás, quiero que lo gocés hasta el fondo". Asentí sin saber qué decir. Mi cabeza era un torbellino, pero mi cuerpo ya estaba gritando que me quedara a mamarle todo.
Entramos y nos sentamos en la cama, pegados. No tenía idea de qué hacer, las manos me sudaban y el corazón me quería salir por la boca. Entonces él se inclinó, su aliento caliente me rozó el cuello y me metió un beso que me partió la cabeza. Fue mi primer beso con un hombre, y juro que me voló los sesos. Su lengua se metió en mi boca, dura, caliente, y yo temblé como virgen mientras me chupaba los labios con ganas. Sus manos, grandes y ásperas, me agarraron el cuerpo como si fuera suyo, palpándome el culo redondo y las tetitas que apenas tenía. Yo le toqué torpe, ansioso, sintiendo su piel dura y caliente debajo de la camisa.
Me arrancó la camisa sin cuidado. Se paró un segundo, me miró con una sonrisa de cabrón y gruñó: "Mírate, tan rico, tan culo pa’ mí...", mientras sus manos me sobaban el pecho desnudo, pellizcándome los pezones hasta hacerme jadear. Me sentí expuesto y me encantó. Después se desnudó él, y la luz pegó en su cuerpo de macho viejo, grueso y poderoso. Le bajé los calzoncillos con las manos temblando, y ahí salió su verga: 23 centímetros de pura monstruosidad, gruesa como mi muñeca, dura y palpitante, con las venas marcadas como si fuera a reventar. Me quedé sin aire, esa cosa era tremenda, y yo quería mamársela hasta ahogarme.
Sin pensarlo, estiré la mano y la agarré. Estaba caliente, pesada, y se puso dura como piedra entre mis dedos sudorosos. La pajee lento, sintiendo cada vena hinchada, el glande gordo y rojo asomándose como una amenaza. Él suspiró, metió una mano en mi pelo corto y me empujó para abajo. Me dejé llevar, mi lengua lamió esa verga como si fuera un manjar, chupándole el tronco, bajando a mamarle los huevos peludos, grandes como ciruelas, mientras lo pajeaba con las dos manos. Era tan grande que no me cabía entera, la punta sobresalía como un trofeo, y me la metí en la boca. Primero tímido, lamiendo el hueco de la punta, chupando el líquido salado que ya salía, luego abrí la boca al máximo y la chupé hasta que me dolió la mandíbula, la garganta apretada por esa carne dura. Él gruñó, un sonido de macho que me puso la verga chiquita dura como nunca, goteando en los calzoncillos. Nos miramos, sus ojos clavados en mí mientras yo temblaba con esa bestia entrando en mi garganta, las arcadas subiéndome pero sin parar.
Él tomó el control, moviendo las caderas pa’ metérmela más, sus manos agarrándome la cabeza como si fuera suya, empujándome hasta que sentí el glande gordo rozarme la campanilla. El cuarto se llenó de ruidos húmedos, mis chupadas desesperadas, saliva chorreándome por la barbilla, y sus gemidos de macho en celo. No sabía bien qué hacía, pero me entregué como loco, mamándosela hasta sentir las arcadas, la lengua lamiéndole el tronco mientras mis manos le apretaban los huevos llenos. Mi verga chiquita se me paró tanto que me dolía, empapándome la ropa interior, pero no me importaba; estaba perdido en esa verga que me estaba rompiendo la boca.
Me detuvo, me puso de pie y me arrancó el bóxer sin cuidado. Cuando la tela cayó, mi verga diminuta quedó a la vista, una cosita casi femenina, flaca y corta, nada frente a la bestia de él. Él sonrió con ganas, el pecho inflado, y gruñó: "Mirá lo que sos junto a mí, tan frágil, tan suave... una nenita pa’ que te coja", mientras sus dedos me sobaban el vientre, bajando a apretarme el culo hasta dejarme marcas. Sentí vergüenza y me calenté tanto que casi me corro ahí mismo, mi piel ardiendo bajo sus ojos de macho dominante.
Se tiró en la cama, apoyado en los codos, y me ordenó: "Vení acá, subite encima, quiero sentirte mientras me la chupás hasta el fondo". Obedecí temblando, trepándome en 69 con las piernas flojas. Mi cara quedó justo sobre su verga, esa cosa gigante palpitando, y mi culo quedó abierto frente a su boca. Él no tocó mi verga chiquita; fue directo a mi culo virgen, metiéndome los dedos con ganas, sobándome el hueco apretado, abriéndomelo mientras yo gemía fuerte. "Qué culo tan rico y apretado tenés, virgen pa’ mí", decía feliz, metiéndome dos dedos hasta el fondo, haciéndome temblar mientras me estiraba. Yo no paraba de mamársela, chupándole esa verga como loco, el sabor salado volviéndome un animal, metiéndomela más y más hasta que las arcadas me hacían lagrimear, pero no podía parar, quería tragármela entera.
Me detuvo otra vez, me quité y me paré, con las piernas como gelatina. Él se paró atrás de mí, su verga dura rozándome el culo, y dijo: "Es hora, te voy a partir". Sacó de la bolsita un frasco de KY y unos condones Today. Abrió uno y se lo puso mientras yo estaba tieso, cagado de miedo pero con el culo latiendo de ganas. Me puso de rodillas en la cama, luego en cuatro, el culo abierto pa’ él. Se paró atrás y empezó a lubricarme el hueco. El KY estaba helado, me dio un escalofrío, pero se derritió rápido al tocar mi piel caliente; sus dedos se metieron en mi culo, uno, luego dos, estirándome el hueco virgen mientras yo gemía fuerte, el culo apretado chupándole los dedos.
Lo vi agarrar su verga, lubricarla con el KY, el condón brillando con ese gel frío. Puso su mano derecha en mi espalda baja, empujándome pa’ que arqueara más, mi culo abierto como ofrenda, y con la izquierda apuntó esa bestia a mi hueco. Lo sentí entrar un poco, la punta gorda abriéndome el culo como si me fuera a romper en dos. Dolía como nunca, pero me calentaba tanto que gemí como loco, el culo temblándome mientras me partía. No entró ni la mitad de esa monstruosidad cuando el miedo me ganó. Me quité de un salto y me puse a llorar, las lágrimas chorreándome mientras mi culo latía vacío.
Armando se calentó mal. Se fue al baño puteando bajito, y oí cómo se pajeaba bajo la ducha, el agua salpicando mientras se sacaba la leche que yo no pude tomar. Quise entrar con él, desnudo y con el culo todavía húmedo, pero apenas me vio cruzar la puerta salió rápido, se secó y me dejó ahí. Me duché en dos segundos, el agua fría pegándome sin piedad.
Salí secándome, y él ya estaba vestido, con cara de enojo. Me acompañó afuera sin mirarme siquiera. Me subí a un taxi, y el viaje a casa fue puro silencio, vergüenza quemándome adentro. Cuando llegué, vi su mensaje en Skype: "Qué cagón sos, con esa verguita de mierda no das pa’ nada". Me recriminó mi miedo, se burló de mi hombría chiquita, y nunca más supe de él.
Quise complacerlo, tragarme esa verga entera y dejarlo seco, pero me costó años animarme. Esa mañana me marcó, me dejó el culo caliente y la cabeza revuelta hasta que, mucho después, me hice Andrea. Pero esa es otra historia.