Guía Cereza
Publicado hace 1 mes Categoría: Hetero: Infidelidad 2K Vistas
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Es lunes a mediodía.

La ciudad se muestra vibrante bajo un sol inclemente, y en un restaurante elegante del centro, la luz natural inunda el interior entre mesas de mármol.

Viviana, con un vestido ajustado de color verde esmeralda, entra al lugar.

Su cabello, recogido en un moño desordenado, sugiere la urgencia de una mujer que ha aprendido a disfrutar cada instante a pesar de su vida de casada.

Al llegar, saluda cortésmente al recepcionista y se dirige a una mesa discreta en un rincón, buscando evitar las miradas curiosas.

A los pocos minutos, llega Andrés, un hombre de mirada intensa, traje oscuro bien entallado y una corbata que añade color a su atuendo. La sonrisa contenida al reconocerla pone una chispa en la atmósfera, mientras ambos se sientan frente a frente, acomodando sus agendas y ordenando con naturalidad.

La conversación fluye con naturalidad sobre temas del trabajo, la rutina y anécdotas compartidas en un ambiente profesional. El murmullo del restaurante y la música de fondo refuerzan la sensación de intimidad en medio del bullicio citadino.

A medida que avanzan los platos y las copas se van llenando, en los ojos de Viviana se dibuja una mirada que trasciende la mera cortesía. Una tensión sutil se instala en el aire; los gestos se vuelven más deliberados, y cada pausa al hablar adquiere un significado no verbal.

Las manos de Andrés rozan levemente las de ella al alcanzar la botella de vino. Una corriente eléctrica recorre sus cuerpos ante el contacto inesperado. Viviana siente cómo su corazón se acelera mientras sostiene su mirada. Sin decir palabra, una comprensión mutua se establece entre ellos.

Llega el mesero con un poco de agua para ambos.

Al darse este la espalda, Viviana experimenta una cálida sensación en la parte interna de su muslo izquierdo. Traga saliva. Toma un poco de aire y luego estira su mano para beber del agua que recién ha traído el mesero.

Andrés sigue hablando y sonriendo, pero con un tono más lento. Su mano sigue su recorrido igual de lenta a su voz. Ya ha llegado hasta los panties de Viviana.

Ella ni siquiera recuerda que lleva ese día. 

El solo saber que esos cálidos dedos están palpando su ropa íntima la ponen a temblar. 

Mira a la derecha y luego a la izquierda. El lugar está lleno de personas, pero nadie les presta atención. Pero ella tiene un peso en el cuello como si cada par de ojos se le clavara.

Andrés sonríe y toma también agua son su mano visible, la otra mano ya está moviendo la tanga hacia un lado y sus dedos juguetones dibujando cruces, la forma de la letra S, una forma de ocho, luego círculos… Viviana no puede llevar la cuenta. 

Sus pensamientos se disipan, dando paso a un estado de conciencia elevado donde el tiempo parece detenerse. Las terminaciones nerviosas de su piel se encienden como chispas, cada caricia de Andrés se magnifica, enviando destellos de placer que recorren su columna vertebral.

Su respiración se torna entrecortada, los músculos se tensan en anticipación del clímax inevitable. El calor se intensifica en sus mejillas, una mezcla de rubor y energía contenida. Los latidos acelerados reflejan la adrenalina que corre por sus venas, preparándola para esa explosión final.

Él sigue hablando sin pausa. La mira fijamente, ni siquiera mira alrededor. Solo a ella, que ahora se muerde los labios y contiene sus propios jadeos. 

Su respiración se torna entrecortada, los músculos se tensan en anticipación del clímax inevitable. El calor se intensifica en sus mejillas, una mezcla de vergüenza y energía contenida. Los latidos acelerados reflejan la adrenalina que corre por sus venas, preparándola para esa explosión final.

Al menos dos dedos de Andrés están ocupándose de su vagina: uno está sobre el clítoris, moviéndose muy despacio y el otro hurgándole los labios íntimos. Entrando y saliendo. 

Finalmente, una ola arrasa con todo a su paso. Viviana arquea su espalda, soltando un suspiro que es a la vez alivio y éxtasis.

Sus músculos se relajan, y una calma profunda se asienta en su interior. Siente los latidos de su corazón lentamente regresar a su ritmo natural, mientras una sonrisa serena se dibuja en sus labios. La mirada de Andrés, cargada de comprensión y ternura, refuerza el lazo intangible que ahora los une.

Él saca su mano y se chupa los dedos, para luego tomar un poco de agua. En esas acciones no dejo de mirarla. 

El almuerzo, que comenzó como un encuentro profesional y casual, se transforma en un diálogo silencioso de emociones y deseos reprimidos. Cada mirada y cada pequeño gesto revelan la lucha interna entre el deber y la pasión, en un escenario donde lo prohibido se convierte en el motor de una conexión única.

Finalmente, ambos se despiden con la promesa tácita de retomar la conversación en otro momento, dejando en el ambiente la estela de un encuentro que, aunque breve, nunca podrá ser olvidado.

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