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Soy el culo de Andrés, el rincón oculto de su ser, un pasaje estrecho que guarda silencio hasta que el deseo lo despierta. Esta noche, siento una lengua tibia que me recorre y dilata, un soplo que me roza y me tienta, un cosquilleo húmedo que golpea mi entrada, ablandando mi resistencia como cera bajo el sol. Un dedo explora mis pliegues, un intruso audaz que me estira con lenta ferocidad, inundándome de un ardor que me doblega. Luego, otra caricia, otro roce indecente que me hace palpitar. Llega al fin la verga de Carlos, y mi mundo tiembla: me abre, me llena, me conquista, sumiéndome en un oleaje febril que me consume. Cada roce es un latigazo eléctrico que me recorre, un latido que me empuja al borde, y yo lo abrazo, lo guío, ansío su dominio mientras mi dueño gime.
Soy la verga de Carlos, el ariete de su pasión, un pilar de carne que arde por conquistar. Frente a mí, el culo de Andrés me desafía, su entrada apretada brilla como un trofeo. Su temblor cálido me acaricia, un susurro húmedo que me enciende, y me lanzo. Primero, su carne cede lentamente, mi glande abre paso con hambre feroz, sintiendo el estremecimiento de su rendición. Luego, el pequeño aro de carne me atrapa, un túnel ardiente que se ajusta y me envuelve. La atravieso con cada embestida, un vaivén que lo doblega y me exalta, su presión alimentando mi furia, su carne abrazándome con un calor que me devora mientras mi dueño gruñe.
Carlos cambia el ángulo, inclinándose sobre Andrés, profundizando la unión de sus cuerpos. Su verga, endurecida y palpitante, se hunde más hondo, provocando nuevos estremecimientos en la carne que la envuelve. Lo levanta por las caderas, obligándolo a apoyar los brazos, y entonces lo toma con más firmeza, dominando el ritmo. Primero lento, saboreando cada gemido de Andrés, cada espasmo que lo envuelve con ardor; luego más rápido, sus caderas chocando contra él con un estrépito húmedo y feroz. Andrés se retuerce, su culo lo aprieta con hambre, atrapando cada latido de su dureza.
Carlos lo gira de lado, su pierna elevada dándole un nuevo acceso, más profundo, más avasallador. Lo penetra con una cadencia que cambia, a veces con estocadas pausadas y deliciosamente crueles, otras con un ritmo vertiginoso que lo desgarra de placer. Su verga palpita en el interior estrecho, cada embestida deslizándose entre las paredes que se contraen con ansia, aferrándolo, succionándolo.
Lo alza sobre sus rodillas, arqueándolo para hundirse aún más en su interior, sintiendo la fricción apretada que lo devora, sintiendo cómo la entrada de Andrés lo reclama con cada espasmo. Luego lo hace girar nuevamente, colocándolo boca abajo, su torso presionado contra la cama, su trasero expuesto, ofrecido. Carlos se hunde hasta la raíz, succionado por el calor apretado que lo recibe con gula. Se inclina sobre él, mordiendo su nuca mientras su verga se desliza sin tregua, invadiéndolo en un frenesí que los consume. Andrés jadea, arqueándose para sentirlo más hondo, su propio placer latiendo con cada empuje.
Carlos lo voltea boca arriba, sus muslos abiertos entre sus manos, su entrada temblorosa y húmeda envolviendo su dureza con un abrazo desesperado. Lo embiste sin compasión, hundiéndose en su carne una y otra vez, hasta que todo es calor, todo es pulsión, todo es el choque de sus cuerpos que se buscan y se consumen. El cuerpo de Andrés tiembla con cada cambio de ritmo, una danza de piel y fuego que los devora. Y entonces, el tiempo se detiene.
Soy el culo de Andrés, y el último empujón me inunda, un torrente caliente de leche que me colma, desencadenando un espasmo que me sacude entera; mis paredes tiemblan, aprieto la verga de Carlos en un abrazo final, y mi dueño se arquea, su grito rasgando el aire.
Soy la verga de Carlos, y el estallido revienta en mí, un río de fuego que me vacía en él, su convulsión apretándome hasta drenarme, mi dueño rugiendo mientras me pierdo en su abismo.
Juntos colapsamos, él estremeciéndose bajo mi peso, su cuerpo aún temblando con los ecos de cada embestida. Su interior palpita, apretándome con una última contracción que extrae cada gota de mi ser. Me desbordo en su carne, mi semen inundándolo con un calor espeso que se desliza lentamente entre sus pliegues. Su espalda se arquea, sus piernas tiemblan, y un escalofrío lo recorre desde la médula hasta la piel. En ese instante, nos disolvemos en un solo latido compartido, un orgasmo que nos une en cenizas y éxtasis, dos almas rotas en un solo instante eterno, sus gemidos aún vibrando en el aire, el jadeo entrecortado de Andrés mezclándose con el gruñido profundo de Carlos, una sinfonía de placer que se extingue lentamente en la quietud del éxtasis.