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Samuel revisó el mensaje en su teléfono con curiosidad. Había tenido unas cuantas experiencias haciendo masajes de relajación y de drenaje linfático en unas pocas semanas trabajando en un local de estética, pero esta vez la solicitud era diferente. Una pareja casada, Daniel y Victoria, querían un masaje relajante, pero el tono del mensaje dejaba entrever que buscaban algo más.
Al llegar al apartamento, Samuel fue recibido por Victoria, una mujer alta, delgada, morena, de caderas amplias y glúteos hermosos, ella tenía una inescrutable mirada que escondía una mezcla de nerviosismo y anticipación. Daniel, su esposo, se presentó con una sonrisa cálida, aunque también se notaba en su postura cierta tensión contenida.
—Gracias por venir, Samuel —dijo Victoria, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja—. Queremos algo especial esta noche, algo que nos haga sentir vivos.
Samuel asintió con profesionalismo, aunque por dentro sentía un leve cosquilleo. Pidió a Victoria que se recostara sobre la camilla que ya estaba dispuesta, mientras Daniel permanecía a su lado, expectante. Su piel desnuda resplandecía bajo la tenue luz, revelando cada curva perfectamente delineada.
Samuel decidió hacer un masaje a cuatro manos con Daniel, guiándolo para deslizar sus manos junto a las suyas por la espalda desnuda de Victoria. Al principio, los movimientos fueron suaves y medidos, recorriendo con lentitud cada músculo, cada curva de su cuerpo. Victoria estaba estremecida y extasiada sintiendo esas cuatro grandes manos explorándola, alternando entre firmeza y delicadeza, entre curiosidad y regocijo. Un escalofrío de placer recorría todo su cuerpo, un magnetismo creciente iba y venía desde sus pies, sus piernas y muslos, subiendo por su espalda cuello, escapando en pequeños gemidos contenidos que se deslizaban de su garganta. Su piel se erizó bajo cada caricia, su cuerpo respondiendo de manera instintiva a la mezcla de presión y suavidad se movía levemente buscando las manos de sus amantes. Entonces su mente se perdió en la sensación, dejando que el deseo la envolviera poco a poco.
Los dedos de Samuel y Daniel se deslizaron desde sus hombros hasta la parte baja de su espalda, descendiendo hasta la curva de sus caderas, trazando líneas sensuales sobre su piel caliente. Victoria arqueó levemente la espalda, su respiración se tornaba cada vez más profunda. Ella, evidentemente excitada, abrió sus piernas luego de darse media vuelta, esperando alguno de los dos iniciara a estimularla en su sexo. Daniel dirigió su mirada a Samuel, incitándolo a acariciar a su mujer, lo cual no tardó en hacer el joven masajista, luego de colocarse lubricante sobre su mano.
Victoria entonces ya era un mar de placer desbordado, esto era una sensación que hacía muchos años como pareja no sentían en medio de la monotonía de sus días.
Samuel, atento a cada reacción, tomó las manos de Daniel y lo guio a recorrer el contorno de los glúteos y muslos firmes de Victoria, masajeando con precisión y devoción, sintiendo cómo el deseo latía entre los tres. La respiración de la pareja se entremezcló, llenando la habitación con un ambiente cargado de excitación y expectativa.. Fue entonces cuando Daniel no aguantó las ganas, se desnudó completamente y con su miembro erecto ya hace tiempo decidió penetrar a su hermosa esposa. Ella sin saber qué hacer en medio de tanta excitación pidió a Samuel acercarse para poder masturbarlo. Samuel tembló al contacto y un suave suspiro se escapó de sus labios, además sintió cómo Daniel observaba cada movimiento, con los ojos oscuros encendidos por una mezcla de deseo y expectativa.
A medida que la escena avanzaba, la tensión de los orgasmos venideros se hizo palpable, entonces ya con un preservativo en su miembro, Samuel es relevado por el esposo, quien decide meter su pene en la boca de su esposa y dejarle la vagina ya bien abierta al joven masajista. Él, extasiado de la piel de aquella hermosa morena, luego de estar entrando y saliendo de manera lenta en el cuerpo de Victoria decide aumentar su bombeo, ya que presentía por el nivel de gemidos en el ambiente que esos cuerpos estaban próximos a derramarse, fue así que el esposo se descargó en la boca de Victoria, y Samuel y Victoria se juntaron en un abrazo mientras sus cuerpos temblaban de placer.
Cuando Samuel pasó a Daniel, sus manos encontraron un cuerpo tenso, pero poco a poco lo fueron relajando, dejando una energía cálida y electrizante en el aire. Victoria, ahora sentada junto a ellos, acarició el brazo de su esposo con lentitud, y en su mirada había una clara señal de invitación, podrían volver a magnetizarse de esa forma, o dejarse llevar por los relajantes movimientos del masaje.
La noche se transformó en un juego de caricias, besos y deseo compartido. La barrera del pudor se desvaneció, dejando solo la pasión pura y ardiente de tres personas explorándose con una intensidad que los consumiría por unas horas más.
Esa noche, Samuel no solo ofreció un masaje, sino que guió a Daniel y Victoria en una experiencia que marcaría un antes y un después en su intimidad.