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La tarde comenzó con algo tan simple como un café. Nos conocimos a través de la guía, una conversación que empezó tímida, como si ambos estuviéramos probando las aguas de algo que sabíamos podría ser mucho más profundo. Al principio, nuestras palabras fueron cautelosas, pero las miradas... esas hablaban por sí solas.
—¿Un café entonces? —me preguntaste con una sonrisa suave, casi como si no fuera una invitación, sino una promesa.
Nos sentamos en una mesa discreta, el ambiente de la cafetería acogedor, pero la atmósfera entre nosotros, electrificada. Mientras compartíamos risas y un par de anécdotas, yo no podía evitar notar cómo tus ojos brillaban cada vez que me mirabas, como si tuvieras secretos que no querías revelar aún. Tu perfume, suave pero envolvente, me rodeaba, creaba una especie de intimidad entre nosotros, algo tan sutil que me dejó preguntándome qué más habría detrás de esa mirada.
Las horas pasaron volando, pero algo había cambiado. La tensión ya no se podía ignorar. Cada palabra era un susurro, cada roce de nuestras manos una invitación. Al final, sin pensarlo demasiado, te tomé de la mano y la pregunta quedó flotando en el aire: ¿qué hacíamos después de esto?
—¿Vamos a seguir descubriéndonos? —dijiste, con una sonrisa que ya no era solo dulce, sino algo más, algo más atrevido.
Fue todo lo que necesitábamos para dejarnos llevar. Nos dirigimos al motel, un lugar donde las palabras quedaban atrás y los deseos podían expresarse sin restricciones. Allí, entre las sábanas y los vinos que compartimos, nos desinhibimos por completo.
Tu cuerpo cerca del mío, cada gesto se volvía más profundo, más intenso. Las risas se transformaron en suspiros, y pronto, el roce de nuestras pieles dejó de ser un juego. Me dejé llevar por la sensación de tu cuerpo respondiendo al mío, y, al tocarte, pude sentir cómo todo en ti se encendía, cómo cada parte de ti comenzaba a vibrar al ritmo de nuestro encuentro.
Recuerdo claramente el momento en que, al estar tan profundamente conectados, pude sentir algo más. Fue un momento en el que tus reacciones me sorprendieron, tu cuerpo reaccionó de una manera tan intensa que todo alrededor desapareció. Un suspiro, un gemido, y el conocimiento de que habías alcanzado una liberación completa, algo que jamás habíamos anticipado, pero que sentí con una claridad inconfundible. Tu entrega fue absoluta, y con ello, entendí que lo que compartimos esa noche fue más que físico: fue una verdadera conexión.
No nos lo dijimos en palabras, pero ambos sabíamos que algo había cambiado. La conexión, el deseo y la confianza que nos brindamos esa noche nos dejó un sabor a algo mucho más grande que una simple experiencia. La calidez de tu cuerpo, la intensidad de lo que compartimos, todo se quedó flotando en el aire mientras nos abrazábamos, sabiendo que esa noche era solo el principio.