No sé exactamente por qué quiero contar esto, pero siento que necesito hacerlo. Tal vez porque lo tengo guardado hace años. Tal vez porque todavía estoy tratando de entenderlo. O simplemente porque ya no quiero esconderlo más.
Todo empezó una noche común. Estaba en casa, solo, con tiempo libre y ganas de relajarme. Como muchas veces, me metí a buscar porno. Nada especial, solo buscando algo que me ayudara a liberar tensión. Empecé a hacer scroll, mirando miniaturas, leyendo títulos, viendo cuerpos... hasta que algo llamó mi atención.
Era una mujer increíble. Un cuerpo espectacular, piernas largas, curvas marcadas, rostro delicado pero fuerte. Había algo en su forma de mirar que me enganchó. Le di clic sin pensarlo. Empezó el video y me dejé llevar. Su forma de tocarse, de moverse, me tenía con la piel erizada. Estaba completamente metido... hasta que, de repente, la cámara bajó y vi que tenía pene.
Me paralicé. Literalmente. Me sentí confundido, incómodo, como si de pronto estuviera viendo algo “prohibido”. Cerré el video de inmediato. Me quedé un rato en silencio, mirándome las manos. Me dije a mí mismo que había sido un error, que no me había dado cuenta, que no era para mí. Pero en el fondo... algo me había impactado. Y no solo por sorpresa. Me había gustado. Y eso fue lo que más me sacudió.
Los días siguientes fueron raros. Me encontraba pensando en esa imagen, en esa mujer. No podía sacarla de la cabeza. Me masturbaba con otros videos, como siempre, pero no sentía lo mismo. Como si algo me faltara. Como si lo que realmente quería estuviera en otro lado.
Hasta que no aguanté más. Abrí el buscador, escribí “chica trans” y me preparé para lo que fuera. No lo hice por morbo. Lo hice porque necesitaba entender lo que estaba sintiendo. Elegí un video, esta vez con toda la intención, y le di play.
Ella apareció en pantalla, acostada sobre una cama blanca, con lencería negra que le marcaba el cuerpo en todas las partes correctas. Tenía el cabello suelto, una expresión segura, dominante, pero sensual. Se quitó lentamente las prendas, como si supiera que cada movimiento suyo tenía poder. Y lo tenía.
Cuando su ropa interior bajó y vi su pene erecto, no me incomodé como la primera vez. Al contrario, sentí una mezcla extraña de sorpresa, morbo y deseo, todo al mismo tiempo. Estaba duro desde antes, pero ahí fue cuando realmente me tensé. La erección que tenía era absurda, me dolía de tan rígida. Me bajé los pantalones, casi desesperado, y empecé a tocarme mientras no le quitaba los ojos de encima.
Ella se acariciaba con calma, recorriéndose el pecho, los pezones, el abdomen, y luego envolvía su pene con una mano delicada. Se masturbaba despacio, con una sensualidad que me tenía al borde. La forma en que cerraba los ojos, cómo gemía bajito, me tenía totalmente hipnotizado. Era como si me hablara directamente a mí, como si supiera exactamente lo que necesitaba ver.
Yo también me masturbaba, siguiendo su ritmo, sintiéndome en sincronía con cada movimiento suyo. Cada vez que ella apretaba más fuerte, yo también lo hacía. Mi respiración se volvió pesada, mis piernas temblaban, sentía el corazón latirme en el cuello. Me estaba dejando llevar por completo, sin culpa, sin filtros.
Cuando ella llegó al orgasmo y vi cómo su semen salía a chorros sobre su vientre, se me revolvió el estómago... pero no de rechazo. Se me hizo agua la boca. No entendía bien por qué, pero había algo intensamente excitante en verla terminar así. Como si ese momento fuera el clímax de una verdad que había estado escondida mucho tiempo. Fue ahí cuando exploté yo también. Mi pene lanzó una eyaculación que me sorprendió. Fue tan intensa, tan abundante, que tuve que inclinarme hacia adelante, jadeando. Me corrí con una fuerza que pocas veces había sentido. Me quedé temblando, con los dedos mojados, el corazón acelerado y la mente... en otro lugar.
No fue solo placer físico. Fue algo más. Algo que tocó una parte de mí que no sabía que existía.
Después vino el silencio. La negación. Las preguntas. ¿Qué significa esto? ¿Soy gay? ¿Me gustan los hombres? Pero no era eso. No se trataba de eso. Yo seguía sintiéndome atraído por mujeres, por sus cuerpos, por su energía. Solo que ahora también me atraía algo más. Una mezcla. Una nueva forma de belleza que no había considerado antes.
Pasó el tiempo y esa fantasía se fue volviendo parte de mí. Empecé a ver más videos. A buscar más información. Incluso hablé con algunas chicas trans en apps de citas. Me atraen. Me despiertan algo que no sé explicar del todo. Pero nunca he concretado nada. Tal vez por miedo. Tal vez porque sigo tratando de entenderme. Pero el deseo está ahí, fuerte, vivo. Y no se ha ido.
No escribo esto para hacerme el valiente. Lo escribo porque sé que no soy el único que ha pasado por algo así y se ha quedado callado. Porque a veces el deseo te muestra cosas que no esperabas. Cosas que no sabías que podían gustarte. Y ahí es cuando empieza el verdadero descubrimiento: cuando dejas de pelear contigo y te das permiso de sentir.
Nota final:
Aceptar lo que te excita no te hace menos tú. Te hace más honesto contigo mismo. Porque a veces el deseo no busca permiso, solo una rendija por donde colarse… y una vez entra, lo cambia todo.