El sabor de él

Se arrodilló lentamente, con la mirada fija en él.

Sabía exactamente lo que quería.

Y cómo lo quería.

Sus dedos envolvieron su dureza con devoción.

Deslizó la lengua por la punta, lamiendo con lentitud.

Jugando.

Saboreando.

Él gruñó.

Tenso.

Firme.

Con los músculos marcados por el autocontrol… y al borde de perderlo.

—No me tientes si no piensas tragarlo todo —le susurró él, entre dientes.

Ella sonrió sin dejar de mirarlo.

Y se lo metió en la boca.

Entero.

Profundo.

Húmedo.

Con un sonido que le erizó la piel.

Sus labios se movían con ritmo.

Sus mejillas se marcaban con cada succión.

La saliva se mezclaba con el preseminal, resbalando, brillando.

Y cuando lo sacó lentamente, un hilo transparente quedó colgando entre sus labios y su glande.

Brillante.

Descarado.

Morboso.

Ella sacó la lengua.

Recogió el hilo con la punta.

Y volvió a metérselo con más fuerza.

Él no podía más.

Le agarró la cabeza.

Comenzó a moverse.

Lento primero.

Luego más profundo.

Más fuerte.

Fallando le la boca como si fuera suya.

Porque lo era.

Ella gemía, le encantaba.

El control, el sabor, la sensación de estar llenándolo con su lengua, su garganta, su entrega.

Y él, con la respiración descontrolada, jadeando, avisó:

—Me voy a correr…

Pero no se detuvo.

Ella no quería que se detuviera.

Y se vino.

Con un gemido brutal.

Llenándola.

Derramándose en su boca.

Ella lo tragó todo sin pestañear.

Y cuando acabó… volvió a sacar la lengua.

Una gota escapó.

Otro hilo.

Más deseo.

Ella lo lamió.

Lo limpió.

Lo saboreó.

—Me encanta tu sabor —dijo, con la voz ronca y la mirada prendida fuego.

Él la alzó de un tirón y respondió:

—Ahora ven… que me toca saborear te a ti.