Guía Cereza
Publicado hace 1 mes Categoría: Hetero: Infidelidad 1K Vistas
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A veces, cuando pienso en lo que vivimos con Lucas, me doy cuenta de que lo mejor de todo esto no fue solo lo que hicimos, sino cómo se dio cada cosa. Lo espontáneo. Lo inesperado. Lo que no buscás, pero aparece. Como si el deseo tuviera vida propia, y solo necesitara un poco de libertad para manifestarse.

Esta historia, en particular, no nació de una charla larga ni de una noche de copas. No la planeamos con Lucas. No le propusimos nada a nadie. Simplemente… pasó. Y fue, justamente por eso, una de las experiencias más intensas que viví.

Lucas estaba trabajando, como cada mañana. Desde hace un par de años tiene un puesto bastante cómodo en una consultora de finanzas que queda en el microcentro, cerca de la 9 de Julio. Es de esos laburos que no lo matan pero tampoco lo aburren: sueldo fijo, home office dos veces por semana, jefe razonable y clientes corporativos. Le permite darnos una vida tranquila: departamento amplio en San Nicolás, salidas nocturnas, un mimo de vez en cuando… nada de lujo, pero tampoco es que lo necesitemos mientras seamos solo nosotros dos.

Yo, por mi parte, había bajado a hacer las compras del día. Algunas verduras, algo para la cena, papel higiénico. Lo básico. Me vestí como suelo hacerlo cuando no tengo ganas de pensar demasiado: remera rayada negra con azul, ceñida pero sin escote, y un jogging gris claro que, si soy honesta, se pega bastante a las curvas. No lo hice a propósito. No fue una decisión caliente. Pero bueno… tampoco puedo hacerme responsable de lo que genera mi cuerpo.

No sé si es porque estoy acostumbrada o porque aprendí a no prestarle tanta atención, pero lo cierto es que cada vez que salgo así —sin maquillaje, sin tacos, tan informal y de entre casa— los hombres igual giran la cabeza. En la calle, en la verdulería, en el chino. Algunos disimulan. Otros no tanto. Algunos te miran como si les costara entender lo que están viendo. Como si no pudiera ser real que alguien vista así y tenga estos pechos, estas caderas, esta manera de caminar.

Yo lo siento. Lo sé. Lo veo en sus ojos. Aunque no digan nada.

Y esa mañana no fue la excepción.

Entré al súper, tomé una canasta y empecé a recorrer los pasillos sin apuro. Era temprano. Martes. Poca gente. Un par de jubilados, una señora con dos nenes, y… él.

Todavía no sabía cómo se llamaba. Ni quién era. Ni qué me iba a pasar con él. Pero lo vi apenas giré en el pasillo de los lácteos, y sentí ese cosquilleo en la nuca que me avisa cuando algo está por suceder. Estaba agachado, eligiendo un queso. Morocho, brazos marcados, camiseta blanca ajustada, tatuaje en el hombro. Me miró. Le sostuve la mirada. Y no hizo lo que hacen todos: no la desvió.

No. Me sonrió.

Una sonrisa ladina. Casi burlona. Como si ya supiera algo de mí que yo misma todavía no sabía.

Me hice la que buscaba algo. Yogures, quesos, no sé. Ni pensaba. Me quedé parada frente a la heladera como si no pudiera decidirme, aunque en realidad lo único que quería era quedarme ahí un rato más. Darle espacio. Tiempo. A que se le despierte la curiosidad. A que se arme de valor.

Y funcionó.

Lo vi de reojo. Primero se fue hacia la otra punta del pasillo. Después volvió despacio. Fingía que buscaba algo más, pero no le prestaba atención real a los productos. Lo noté en cómo tocaba los envases al pasar, como quien está en otra cosa. No tardó en ponerse a mi lado.

No lo miré. No todavía. Me quedé fija mirando los yogures de vainilla como si fueran lo más interesante del mundo. Y ahí, él habló.

—Disculpame… ¿vos sabés si estos tienen azúcar o no?

Su voz era grave, con ese tono medio ronco de quien fuma o tiene la garganta gastada de hablar fuerte. Natural. Masculino. Sin esfuerzo. Miraba un pote de yogur con la frente levemente fruncida, como si de verdad estuviera preocupado por su salud.

Sonreí apenas. Sin girar.

—Creo que dice “light”, ¿no? —dije, inclinándome un poquito hacia adelante, solo un poco, lo justo para que si miraba, tuviera un buen ángulo de mis curvas.

—Ah, mirá… —contestó, y lo noté reírse bajito—. Igual el “light” es medio verso, ¿viste? A veces te lo venden así y tiene más azúcar que un alfajor.

—Tenés razón. Pero bueno, peor sería no hacer el intento —le dije, esta vez sí girando apenas el rostro, mirándolo de costado.

Nuestros ojos se cruzaron por primera vez de cerca. Él tenía una mirada oscura, cálida, con una chispa descarada que me sacudió por dentro. Me sostuvo la mirada, firme. Se notaba que no era de los que se ponen nerviosos.

—¿Vos comés sano? —me preguntó, y ahí ya había desviado el tema.

—Depende el día. Hoy estoy más para una milanesa con fritas que para ensalada —contesté, riéndome. Por dentro quería decirle de una que tenía ganas de una buena salchicha, pero me reservé para no parecer tan trola.

—Me caés bien —dijo de una, sonriendo de nuevo—. ¿Vivís por la zona?

—A unas cuadras. ¿Y vos?

—También. Por Sarmiento. Vine a comprar algo tranqui y me encuentro con vos. Un martes al mediodía… ¿sabés lo poco que pasa eso?

—¿El qué? ¿Encontrarte con alguien como yo? —dije, mirándolo fijo, un poco desafiante.

Él se rió otra vez, pero esta vez bajó la vista un segundo. Se le notaba en la sonrisa que le gustaba ese tono mío.

—No sé si es suerte o señal.

—¿Y vos creés en las señales?

—Cuando se te paran enfrente así como vos ahora, es difícil no creer —dijo, bajando la voz, ya más cerca.

Sentí el calor subirme por la piel. Me encantaba que lo dijera sin vueltas. Que no se hiciera el tonto del todo. Aunque siguiera con el juego, ya sabíamos los dos a dónde iba eso.

—Mmm… no suelo venir vestida como para levantar —le dije, ahora sí girándome hacia él.

—Pero te sale sin querer, ¿no?

No contesté. Le sostuve la mirada un segundo más y me di vuelta, yendo hacia la caja. Pero mientras caminaba, pude sentir sus pasos siguiéndome. Estaba claro que no se iba a quedar con la duda.

Y yo tampoco.

Pagamos en la caja. Yo no me apuré, aunque él sí. Había algo en su paso, en cómo miraba las cosas alrededor, que me indicaba que lo tenía claro. En cuanto me entregaron el ticket de compra, me giré y, sin esperar mucho, salí del súper. Él me siguió de cerca. La avenida estaba relativamente tranquila. A esa hora, el sol ya pegaba fuerte, pero aún se sentía el aire fresco de la mañana. El bullicio de la calle estaba en su punto justo: sin ser un caos, pero con la gente fluyendo entre las veredas.

Empezamos a caminar juntos, sin una dirección específica. Justo antes de cruzar la calle, me miró, sonrió y dijo:

—¿Y ahora qué? ¿Vas a hacerme el tour por la ciudad?

Me reí, aunque en mi cabeza ya sabía que no estábamos en la misma página.

—No sé… ¿tenés algún destino en mente? Porque yo solo estaba haciendo las compras y ahora me encontré con un desconocido en el camino.

Lo miré de reojo mientras caminaba.

—¿Desconocido? —dijo con una sonrisa juguetona, metiéndose una mano en el bolsillo de su pantalón—. No me digas que me vas a hacer esa, ¿eh? Estuvimos ahí, cara a cara, hace cinco minutos, y ya te consideras una extraña.

No pude evitar reírme. Me gustaba que fuera directo, sin dar tantas vueltas.

—Bueno, no es lo mismo. Ahí estábamos con un yogur en la mano. Ahora estamos cruzando la avenida.

—¿Y eso qué tiene que ver? —me preguntó, acortando la distancia entre nosotros. Podía sentir su cuerpo al lado del mío, pero sin invadir mi espacio. La tensión estaba en el aire, lo sabíamos los dos.

—Nada, solo… —me mordí el labio, buscando algo para decir, algo para seguir la conversación. Pero no necesitaba tanto. Él ya lo sabía. Estábamos los dos al borde de algo. Algo que no se podía decir, pero sí se podía sentir.

De repente, se paró en seco, justo en medio de la vereda, mientras la gente nos esquivaba, y me miró con los ojos un poco más serios.

—Mirá, te voy a ser sincero. Desde que te vi en el súper, no dejé de pensar en lo que estaba pasando, ¿sabés? Todo esto… la charla, los ojos, la sonrisa… lo que pasa es que no suelo ser de esos tipos que andan perdiendo el tiempo con tonterías. Así que voy a ir al grano: ¿te gustaría que sigamos esto en otro lado?

Me quedé en silencio un segundo, mientras mi cuerpo respondía antes que mi mente. No era la primera vez que algo así me pasaba, pero sí me dio un toque de emoción. Era una propuesta directa, clara, como me gustan a veces.

—¿A otro lado? —dije, repitiendo la pregunta solo para hacerme la pensada, aunque ya tenía la respuesta en la punta de la lengua.

—Sí, en serio. Me parece que tenés ganas de algo más que seguir caminando por la calle. Y yo también. —Se acercó un paso más, sin dejar de mirarme. Ahora, ya no era la cuestión de seguir planteándonos nada. Ya estábamos los dos desnudos en esa mirada.

Lo tomé por el brazo, haciéndole un gesto para que siguiéramos caminando. Esta vez sin palabras. Sin hacer teatro. Ya sabíamos lo que pasaba. Lo sabíamos desde el momento en que me miró en el pasillo del supermercado.

—Vamos —lo dije sin pensarlo demasiado, casi como una invitación.

Él asintió, sin titubear. Caminamos hasta la esquina, luego doblamos hacia una calle más tranquila, con menos gente. Ya el sonido de la ciudad se empezó a desvanecer un poco, dejándonos en nuestro propio espacio. La charla pasó a segundo plano. Se había convertido en algo físico, casi instintivo.

Llegamos a mi edificio. Me frené un momento frente a la puerta.

—¿Qué tal si subimos? —pregunté con una sonrisa suave, pero cargada de promesas.

Él me miró, un poco más tranquilo ahora. Un toque de humor en sus ojos, como si supiera que ya estábamos más allá de la simple curiosidad de la compra del día.

—¿Subimos? —repitió, medio divertido, como si ya lo tuviera resuelto—. Perfecto. Ya estoy en tus manos, entonces.

Las palabras caían sin mucho sentido, porque lo que nos movía no era la conversación sino la necesidad de seguir adelante. La puerta se abrió y nos metimos en el ascensor, donde todo se volvió más real. Ya no había vuelta atrás.

El ascensor subía lento, como si también él supiera lo que estaba por pasar. No dijimos nada. Él se apoyó contra la pared del fondo, mirándome fijo, con esa media sonrisa que ya se le había vuelto costumbre. Yo tenía la bolsa en la mano, pero apenas sentía su peso. Todo mi cuerpo estaba enfocado en otra cosa. En él. En mí. En lo que estábamos por hacer.

Cuando se abrió la puerta del piso, no lo miré. Caminé directo, sabiendo que me seguía. Saqué la llave, la metí en la cerradura con algo de nerviosismo —aunque más de expectativa que de duda— y abrí.

El departamento estaba fresco, con la luz del mediodía entrando a través de las cortinas semitransparentes del living. Dejé las bolsas en la mesa de la cocina sin demasiado cuidado y me giré. Él estaba ahí, parado en el marco de la puerta, como si esperara mi permiso.

—¿Querés algo? —le pregunté, más como excusa para romper el silencio que por cortesía real.

—Dale… si no te jode.

Pero su mirada decía otra cosa. No era sed de agua lo que tenía.

—Agua, coca... tengo cerveza también —ofrecí, desenfadada.

—Cerveza está bien, si no es mucho quilombo —respondió él, sonriendo.

Abrí la heladera, agarré dos porrones de Dolvers y le convidé uno. Luego, me senté con él en el sofá. El sol del mediodía se filtraba a través de la ventana, tiñendo todo de ámbar. Tomé un sorbo, lo miré de reojo y pensé en que no se suponía que este día iba a terminar así.

—¿Siempre sos así de decidido? —le pregunté en voz baja, acomodándome a centímetros de su cuerpo.

—No… —dijo—. Pero algo me dice que hoy valía la pena.

Sonreí.

—¿Sabés qué es lo loco de todo esto? —dije, apoyando la lata sobre la mesa ratona— Que ni siquiera me vestí para seducir a nadie hoy.

Javier me miró y sonrió.

—No necesitás hacerlo. Con esa forma de caminar, ya está todo dicho.

Me reí y bajé un poco la mirada. Luego lo miré fijo.

—Vos no sabés todo. O sí, no sé. Capaz lo intuís.

Javier alzó una ceja.

—¿Todo qué?

Tomé una bocanada de aire y se lo lancé.

—Lucas, mi novio… sabe que estás acá. Y no solo lo sabe. Está bien con esto.

—¿Posta? —Javier parpadeó— Ni siquiera me aclaraste que tenías pareja.

—Sí, ya lo sé. Pero tranqui, esto fue idea suya. Bueno, no vos, digo. La idea de que yo pudiera estar con otros. De mirarme, de verme disfrutar. De no ser él quien me toca.

Javier se quedó unos segundos callado. Entonces sentí que debía llenar ese silencio.

—La primera vez fue con un amigo de él. Fue raro, obvio. Tenía miedo de que fuera una trampa, que se enojara, que después no pudiera volver atrás. Pero no. Él… él lo quería de verdad. Lo necesitaba. Y ¿sabés qué? Yo también. Nunca lo imaginé. Siempre pensé que eso de estar con otros era traición, error, algo que arruina las cosas. Pero ahora… me doy cuenta de que no es así. No en nuestro caso.

Javier asintió, despacio.

—Y ahora estás acá… conmigo.

Lo miré, con una mezcla de picardía y fuego.

—Sí. Pero no es solo por él. Estoy acá porque quiero. Porque me calienta saber que cuando Lucas llegue y me vea con vos, se va a quedar sin palabras. No de celos. De ganas. De orgullo.

Me atreví a acercarme más, subiendo descaradamente una pierna sobre el regazo de Javier. Le hablé con voz baja, íntima:

—Y vos… ¿estás seguro de poder con esto? Porque no es un polvo cualquiera. Es ser parte de algo que nos prende fuego desde hace meses.

Javier sonrió, y aprovechó rápidamente la oportunidad de mi osadía para posar su mano en uno de mis muslos. Acarició por encima de la tela del jogging, como si tanteara el producto antes de comprarlo.

—Estoy seguro. Y si no lo estuviera… me estás convenciendo ahora.

—Entonces esperemos juntos. Cuando Lucas llegue, vamos a hacer que esta tarde se vuelva inolvidable.

Javier se inclinó un poco hacia adelante. Nuestras bocas estaban a centímetros. Podía sentir su respiración.

Nos besamos lento al principio, como tanteando el terreno. Pero duró poco. En segundos ya me tenía encima, las manos en mi cintura, mis caderas moviéndose por pura inercia. Le solté una risita ahogada cuando me mordió el cuello. Lo empujé hacia atrás y me senté a horcajadas sobre él, mirándolo a los ojos. Lo observé con la intensidad de quien sabe lo que va a hacer pero no deja de sorprenderse de cómo llegaron hasta allí. Mi mente, rápida, jugó con la imagen del supermercado, con la charla tonta de antes, y ahora… ahora esto. De repente, sentí un hormigueo en la piel, una mezcla de nervios y excitación que me recorrió de pies a cabeza.

—Estás tan… —dijo él, con una voz casi inaudible, mientras sus labios recorrían mi cuello, mi oreja.

No pude evitar sonreír, medio para mí misma. ¿Tan evidente era? Claro, siempre había algo de mí que no podía esconder, algo que me delataba. Y él lo sabía.

—¿Tan qué? —le respondí en un susurro, disfrutando de cómo su boca dejaba un rastro caliente en mi piel.

—Tan… tentadora.

Sus manos estaban ahora apretando mis senos, y su mirada se encontraba con la mía, fijamente, como si estuviera esperando que yo decidiera el próximo paso.

A mí también me gustaba mirar. Ver cómo él reaccionaba, ver cómo sus ojos se oscurecían conforme nos íbamos acercando más. Cada gesto que hacía, cada suspiro, era un estímulo para mí. Pero no estaba dispuesta a ser la que cediera primero. Me gustaba tener el control en esos momentos, aunque no pudiera evitar perderme a veces en el calor de la situación.

—¿Tentadora? —repetí, esta vez con un tono juguetón, levantando una ceja mientras mi mano descendía hasta su pantalón, sintiendo su cuerpo responder sin necesidad de que yo hiciera demasiado esfuerzo.

Me detuve, midiendo el ritmo. Lo observé a los ojos, sin esconder nada. Estábamos ahí, al borde de algo más, pero aún sabiendo que podía manejarlo. Yo tomaba las riendas, por más que el deseo me empujara en otra dirección.

Su respiración se volvía más entrecortada, y su boca pasó de mi cuello a mi mandíbula, buscando cada rincón de mi piel. Podía sentir su calor, y yo sabía que él también me sentía en cada roce. Pero aún así, me alejé ligeramente, buscando su mirada para hacer una pausa.

—Me gusta cómo me mirás.

Me observó, parado entre la duda y la certeza de lo que podía pasar. El ambiente entre los dos se había cargado de electricidad. La tensión era palpable, la promesa de algo más grande estaba en el aire.

Finalmente, dejé de jugar. Dejé que la atracción tomara el control, que fuera lo que fuera, con la libertad de dejarme llevar. Y esa decisión fue lo único que necesité para que, por fin, nos fundiéramos de nuevo en un beso. En un jugueteo de lenguas.

Al separarme, mi respiración se aceleró. Sentí el latido de mi corazón como un tambor en mis oídos. Me levanté un poco, sin dejar de mirarlo, y lo vi tragar saliva, como si estuviera esperando que lo invitara a seguir.

—Sos tan… —susurró, pero no terminó la frase. Ya no hacían falta palabras.

Me incliné un poco más, como si el espacio entre nosotros no fuera suficiente para contener lo que había entre los dos. Mi mano comenzó a masajear su bulto. Le desabroché el pantalón sin apresurarme, disfrutando del sonido del botón al soltarse, del movimiento suave de mi cuerpo sobre el suyo.

Los segundos parecían eternos. Cada detalle, cada toque, lo sentía multiplicado por mil. Y aunque estaba completamente consciente de lo que estaba haciendo, de lo que había entre nosotros, no podía evitar sentir una mezcla de poder y vulnerabilidad. El control estaba en mis manos, pero al mismo tiempo, me estaba dejando llevar por la corriente.

Él parecía hipnotizado por lo que hacía. Mi boca, mis manos, mi cuerpo. Todo lo que hacía era parte del juego, pero, al mismo tiempo, la urgencia de lo que pasaba no dejaba lugar a dudas: estábamos más allá del simple deseo.

Me detuve un momento, para dejar que el ambiente se cargara aún más de esa tensión que se podía cortar con un cuchillo. Quería que supiera que lo tenía justo donde lo quería. No era solo el acto, era todo lo que estaba en juego, todo lo que no decíamos pero sabíamos perfectamente. Lo miré, y sonreí ligeramente.

—¿Te está gustando? —le pregunté, con la voz cargada de un deseo que apenas disimulaba.

Él asintió sin decir nada, pero lo sentí en su mirada. Y entonces, sin dejar de mirarlo, me dejé llevar por el impulso. Mi cuerpo volvió a moverse con el suyo, esta vez con más confianza, sin esa pausa anterior. Era el momento.

—¿Sabés lo que más me calienta de todo esto? —le dije, bajando el tono hasta hacerlo casi un secreto.

—¿Qué?

—Saber que Lucas va a entrar por esa puerta en cualquier momento… y va a encontrarnos así.

Sus pupilas se dilataron. Me apretó con más fuerza.

—¿Y eso no te pone nerviosa?

—No —le respondí—. Me moja.

Un rato después, escuché la cerradura girar. Me quedé quieta por un segundo. Javier también. Fue como si el aire se suspendiera. Me bajé de él despacio, pero no por pudor. Era puro teatro.

Lucas entró, nos vio y sonrió. Tranquilo. Cómodo. Con esa mirada suya que conocía tanto.

—Hola, amor —le dije, acercándome a darle un beso en la mejilla—. Te presento a Javier. El del súper.

Lucas dejó sus cosas y se acercó, le estrechó la mano como si nada. Como si esto no fuera loquísimo.

—Mucho gusto, loco. Gracias por venir.

Javier asintió, todavía un poco sorprendido por lo natural que era todo.

—Gracias a ustedes. Por… bueno, esto.

Lucas se acomodó en la silla a un metro del sofá. La misma desde la cual me había visto estar con otros. Pero esta vez era distinto. Se notaba. Había una calma especial en su postura. Como si ya conociera el final de la película y supiera que iba a disfrutar cada segundo.

Yo me giré hacia él, me agaché frente a sus piernas, le acaricié la entrepierna aún dormida bajo el pantalón.

—¿Estás listo? —le pregunté.

Él me miró con ternura. Y deseo. Siempre deseo.

—Siempre lo estoy, bebé. Hacelo como te gusta.

Entonces volví al sofá. Javier me esperaba. Esta vez, sin dudas, sin frenos. Lo besé con hambre. Me saqué la remera con un tirón suave. Sentí las manos de él recorriéndome como si no supiera por dónde empezar. Mientras tanto, sabía que Lucas nos miraba. Que se tocaba. Que me deseaba más en ese momento que nunca.

Y yo… yo estaba en el centro del mundo.

No sé si fue el calor de sus manos, o la manera en que Lucas me miraba desde su silla, con esa mezcla de lujuria y admiración. Lo cierto es que en ese instante, mientras me desnudaba frente a un desconocido y con mi pareja observando, sentí algo que iba más allá del deseo. Era plenitud. Poder. Un fuego suave que no quemaba: iluminaba.

Javier me besaba los pechos con esa urgencia de quien todavía no cree del todo lo que está pasando. Yo le enredaba el pelo con los dedos, empujándolo contra mí. Cerré los ojos y respiré hondo.

Lo escuchaba a Lucas. Su respiración ya más rápida. Sabía que se tocaba. Podía imaginármelo. El vaivén de su mano. Esa forma de contenerse, de aguantar las ganas de acercarse, porque ése no era su rol. Él miraba. Disfrutaba. Me dejaba ser.

Y yo... yo era suya, pero también era mía.

—Sos hermosa —me dijo Javier, en un susurro ronco.

—Ya lo sé —le respondí sonriendo, y lo atraje de nuevo hacia mí.

Me incliné hacia abajo y tomé su pene con la mano. Estaba duro, caliente, vibrando. Me encantó ver su reacción al sentir mis labios. El primer gemido ahogado, la tensión en sus muslos.

Mientras lo hacía, levanté la mirada hacia Lucas. Estaba recostado en la silla, con el cierre bajo, los dedos firmes en su erección. Me clavaba los ojos como si yo fuera un ritual. Le sonreí, lenta, con la boca ocupada.

¿Cómo llegamos a esto?

Hace unos meses, si alguien me decía que iba a compartir mi cuerpo así, lo hubiese negado entre risas. Pero fue idea de Lucas. Aquella noche, después de hacer el amor, me lo soltó como quien no quiere la cosa.

—¿Y si alguna vez te animaras a estar con otro… pero conmigo ahí?

No fue celoso. No fue morboso. Fue sincero. Fue su fantasía. Y descubrimos que también era la mía. No por el morbo de “ser infiel”, sino por algo más profundo: ser vista, validada, adorada desde todos los ángulos posibles. Y él, al mirarme, me devolvía la imagen más poderosa de mí misma.

Volví al presente. Javier me acariciaba la nuca mientras yo me comía su sexo, con una suavidad casi romántica. Lo sentí endurecerse más en mí boca.

Con una última lamida, me levanté, me bajé el jogging, luego la tanga. Lucas había tenido la gentileza de ofrecerle un preservativo a Javier. Él miró con una sonrisa curiosa el envoltorio.

—Ah, con tachas.

—Mis favoritos —le dije.

Se lo coloqué yo misma con delicadeza y me acomodé sobre su entrepierna, tomando su pene y guiándolo dentro de mí.

Me moví con ritmo, montando a Javier sin pudor. Mi pelo suelto, mi cuerpo brillando de sudor, mis gemidos cada vez más sueltos. Y en ese triángulo de deseo, entendí que esa era yo: libre, sin vergüenza, sin culpa.

Yo, amada y deseada. Por los dos.

El clímax fue lento, acumulado como una ola. Cuando llegó, sentí que me deshacía, que mis músculos temblaban y mi garganta se abría sin filtro. Grité su nombre, pero también el de Lucas. Porque ese momento, aunque lo viviera con otro, era también de él.

Al terminar, me dejé sobre Javier. Estaba exhausta. Él también, y fue algo hermoso compartirlo.

Lucas se levantó de la silla, estirándose con un bostezo mientras se dirigía hacia la habitación.

—Voy a descansar un rato, chicos —dijo con una sonrisa relajada, como si lo que acababa de pasar no fuera más que una anécdota entre amigos. Su tono no fue frío, pero sí tranquilo, como si hubiera logrado algo que le había satisfecho, pero que no necesitaba controlar. Sin más, desapareció tras la puerta de la habitación.

Me quedé sola con Javier. El silencio entre los tres de repente se tornó en algo diferente, como si estuviéramos flotando en un espacio entre lo conocido y lo nuevo. No era incómodo, pero había una tensión subyacente. Javier me observaba, pero no con esa intensidad abrupta de antes. Ahora era más bien curiosa, casi cautelosa, como si quisiera asegurarse de que todo estaba bien.

Me quedé quieta por un momento, respirando profundamente, procesando lo que acababa de suceder. La temperatura del living, las luces tenues, y el sonido lejano del televisor en la habitación de Lucas se mezclaban, creando una atmósfera tranquila. Javier se sentó al borde del sofá, como si estuviera esperando que yo diera el primer paso. Yo, sin embargo, lo observaba, sintiendo cómo mis pensamientos se entrelazaban con lo que había experimentado.

—¿Estás bien? —preguntó Javier, rompiendo el silencio, pero sin dejar de mirarme con una sonrisa suave, casi cómplice.

Le respondí con una ligera sonrisa, mientras me acomodaba en el sillón frente a él.

—Sí, todo está bien... ha sido... mucho más de lo que imaginaba —le dije, no sin cierta honestidad, mientras pasaba una mano por mi cabello, intentando encontrar las palabras que describieran lo que estaba sintiendo.

Javier asintió, como si supiera exactamente a qué me refería. Nos quedamos allí unos segundos, sin decir nada, pero como si estuviéramos en la misma página sin necesidad de hablar demasiado.

Finalmente, se decidió a romper el hielo.

—Es curioso, ¿no? —dijo—. Lo que pasó hoy no es solo por el sexo... es como si estuviéramos desafiando un montón de cosas, no solo límites físicos, sino emocionales, de confianza... y hasta de expectativas.

Le miré fijamente, dándome cuenta de que en sus palabras había más verdad de la que había considerado en un principio. Había algo en esa mezcla de sensaciones que me parecía tan nuevo y tan real. Era como si estuviéramos compartiendo algo que no se limitaba al acto de estar juntos, sino que se extendía más allá, tocando el terreno de lo no dicho, de lo no planeado.

—¿Y qué pasa si esto no es solo una vez? —le pregunté, atreviéndome a verbalizar la pregunta que ya rondaba mi mente. No estaba segura de lo que quería escuchar de él, pero sentía la necesidad de saberlo.

Javier se quedó en silencio por un momento, como si la pregunta fuera más compleja de lo que yo esperaba. Miró al frente, como si estuviera sopesando las posibilidades, y luego me miró de nuevo, un brillo de emoción en sus ojos.

—No sé qué pensar, pero... después de lo que pasó hoy, me encantaría repetirlo —dijo, su voz cargada de sinceridad, pero también con una chispa de entusiasmo. Me sorprendió la franqueza con la que lo dijo. No estaba buscando promesas, solo una reacción genuina.

Mis labios se curvaron en una sonrisa, y me acerqué un poco más hacia él, sintiendo una mezcla de curiosidad y excitación por lo que él estaba sugiriendo. La idea de que algo como esto se pudiera repetir, me hacía pensar en las implicaciones, no solo de lo que había sucedido esa noche, sino de lo que significaba para todos los involucrados.

—Tal vez... tal vez podría ser divertido ver qué pasa... —dije, mi tono aún suave, pero con un dejo de emoción contenida.

Javier asintió, como si hubiera entendido que esa era una respuesta lo suficientemente abierta, pero que aún quedaba mucho por descubrir.

—Bueno, solo el tiempo dirá qué sucede... —respondió él, sonriendo con una mezcla de picardía y deseo.

Lo que estábamos haciendo no era solo un juego de placer, sino algo más complejo, algo que iba más allá de lo físico. Y aunque aún no sabía cómo se desarrollaría todo esto, lo que sí sabía era que esa noche había dado pie a algo mucho más profundo, algo que involucraba a todos nosotros de una manera única.

El pensamiento de que esto podría repetirse, de que podríamos explorar más allá de los límites de la relación de Lucas y mía, me excitaba tanto como me hacía reflexionar. ¿Qué significaba todo esto para nosotros? ¿Estábamos dispuestos a seguir abriendo puertas?

Lo único que sabía era que, por ahora, Javier y yo nos quedábamos aquí, en esta burbuja, en este instante que ya estaba comenzando a tomar una forma propia.

La conversación fluyó más allá de lo que había imaginado. Nos conocimos de una manera más profunda, compartimos pensamientos y deseos, como si estuviéramos desnudándonos más allá de lo físico. Las palabras fueron acompañadas de miradas intensas, toques sutiles que nos hacían rozar los límites de lo que estábamos dispuestos a explorar. Era una conexión inusitada, pero genuina.

Tras un rato de charlar y reír, la atracción entre nosotros creció de forma orgánica, algo natural que no podíamos negar. La sensualidad estaba en el aire, pero también la sensación de que algo más estaba surgiendo, un vínculo que podría trascender una noche cualquiera.

Javier, con una sonrisa que indicaba que se estaba sintiendo cada vez más cómodo, propuso algo que, de alguna manera, ya sabíamos que iba a suceder:

—¿Te gustaría que intercambiáramos números? —me preguntó, su tono claro y directo, pero sin presiones.

Lo miré, analizando sus palabras, pero sabía que no iba a rechazarlo. Había algo en su mirada, en su forma de ser, que hacía que no quisiera dejar pasar la oportunidad.

—Sí —le respondí sin pensarlo demasiado, con una sonrisa que me delataba. Sabía que esto no era solo una aventura de una tarde; había algo más que nos conectaba.

Intercambiamos los números, el teléfono vibrando en mis manos con una emoción que no podía ocultar. Mientras él guardaba su celular, lo miré fijamente, y él hizo lo mismo. Sabíamos que esta no sería la última vez que nos veríamos.

Javier se levantó lentamente, como si aún quisiera quedarse, pero comprendía que el momento había llegado. Me acompañó hasta la puerta, un silencio cómodo entre los dos, mientras nos dirigíamos al ascensor. Bajamos juntos, intercambiando algunos besos suaves, furtivos. Cada beso que compartíamos dejaba una chispa de deseo que no se apagaba. El aire estaba cargado de una tensión placentera, un algo que no podíamos ignorar.

Al llegar a la puerta, Javier se detuvo un momento, mirándome con esa sonrisa que no dejaba lugar a dudas.

—Nos veremos pronto, ¿no? —dijo, casi como una afirmación más que una pregunta.

Asentí con firmeza, disfrutando de esa sensación de complicidad.

—Sí, obvio. —Mi voz fue suave, pero decidida. No sabía exactamente cuándo ni cómo, pero algo dentro de mí sabía que este no sería un encuentro aislado.

Esa misma noche, cuando ya estaba acostada en la cama, Lucas aún en el baño, sentí el vibrar de mi teléfono en la mesita de luz. Mi corazón dio un pequeño salto, aunque no era sorpresa. Aún sentía la adrenalina recorriendo mi cuerpo. Tomé el teléfono y miré la pantalla: era un mensaje de Javier.

El contenido del mensaje era simple, pero directo, como él. Sentí un pequeño cosquilleo de emoción al leerlo:

"La pasé genial hoy. Estoy deseando que pase el tiempo y volvamos a vernos. Nos vemos pronto, ¿sí? ;)"

El mensaje era corto, pero tenía un tono de promesa y de complicidad que me hizo sonreír de manera pícara. Mi cuerpo aún recordaba la calidez de sus besos, la intensidad del momento, y ahora este mensaje solo aumentaba las expectativas de lo que podría pasar en los próximos días.

Miré el teléfono, pensativa, mientras Lucas seguía en el baño. ¿Cómo se sentiría él al saber que todo esto estaba sucediendo? ¿Cómo me sentía yo realmente al respecto? En lo más profundo, sentía que había algo excitante, algo que me llevaba a explorar no solo los límites con Javier, sino también los límites dentro de mi relación con Lucas.

Pero por ahora, no había necesidad de hacer preguntas. Me acomodé en la cama, guardé el teléfono, y suspiré, sintiendo que una nueva aventura estaba por comenzar, una que podría cambiarlo todo.

Lucas salió del baño en ese momento, mojado y con una toalla envolviendo su cintura. Sus ojos se encontraron con los míos, y me sonrió, ese gesto tan familiar, tan lleno de cariño. Sin embargo, en su expresión había algo que no pude identificar del todo. Tal vez no era consciente de lo que acababa de suceder, o tal vez sí. El día había sido extraño, diferente, pero aún así, sentía que había algo entre nosotros que lo hacía todo más emocionante.

—¿Todo bien, amor? —me preguntó Lucas, acomodándose en la cama junto a mí.

Lo miré, sin poder evitar sonreírle.

—Todo perfecto —respondí, mi tono suave, pero con una chispa de excitación que no podía esconder.

Lucas no preguntó más. Me abrazó, y nos quedamos allí, abrazados, con el silencio de la noche envolviéndonos. Mientras me acurrucaba en su pecho, mi mente aún estaba lejos, pensando en lo que vendría, en lo que Javier había dicho, en lo que él me había hecho sentir.

De alguna manera, sabía que esta noche cambiaría todo, y aunque no lo dijera en voz alta, estaba emocionada por lo que vendría.

—Hace unos instantes... —dije, de forma algo casual, mientras me acomodaba sobre su cuerpo, subiendo una pierna sobre las de él, buscando el calor de su abrazo—. Recibí un mensaje de Javier.

Lucas no pareció sorprendido, ni molesto. Su respuesta fue tan tranquila, tan predecible, que me dio la sensación de que, de alguna manera, lo esperaba.

—Lo sabía —me dijo, con una pequeña sonrisa, acariciando mi espalda suavemente—. No es como si fuera algo inesperado, Vicky. Ya lo hablamos. Esto es parte del trato, ¿no?

Sus palabras fueron claras, casi como una confirmación tácita de que entendía lo que estaba pasando, que no había nada que ocultar. La ausencia de celos me dio una especie de tranquilidad, pero también un pequeño nudo en el pecho.

Me quedé en silencio por un momento, mirando sus ojos, buscando algo que me diera aún más confianza para decir lo que sentía. Mi cuerpo estaba sobre él, mis piernas entrelazadas con las suyas, pero mi mente parecía estar en otro lugar. Me sentía un poco extraña, por más que todo lo que había sucedido entre Javier y yo había sido auténtico.

—Lucas... —dije, en un susurro, como si quisiera explicarle algo que, en realidad, no necesitaba explicación—. Aunque lo que pasó con Javier es... real. Todo lo que siento cuando estoy con otro hombre, todo eso es genuino. No es algo que pueda fingir. Pero... —mi voz titubeó un poco, tratando de encontrar las palabras adecuadas—, pero, aún así, no cambiaría nada de lo nuestro. No quiero nada mejor. Todo lo que deseo, lo que necesito en mi vida... está acá en este cuarto, con vos.

No sabía si lo que estaba diciendo era suficiente, si de alguna manera estaba tratando de tranquilizar mis propios miedos o los suyos. Pero esas palabras salieron de mi corazón, con la misma sinceridad con la que había compartido cada experiencia nueva que habíamos tenido.

Lucas sonrió con esa tranquilidad que tanto me tranquilizaba a mí. Me acarició el rostro con suavidad, mirándome fijamente, como si quisiera que supiera exactamente lo que él pensaba.

—Vicky —dijo con tono sereno, casi paternal, pero lleno de complicidad—. No tenés que darme explicaciones. Yo fui el que te propuso este juego, el que quiso romper los límites. Si esto es lo que te hace sentir bien, si te hace sentir viva, entonces yo estoy dispuesto a llegar hasta donde sea necesario, incluso a romper esos límites, si eso es lo que necesitas.

Sus palabras me calaron hondo, como una afirmación de que estaba dispuesto a seguir conmigo en este camino, sin importar lo que viniera. Y, de alguna manera, eso me dio aún más seguridad. Ya no había dudas entre nosotros, no había cabida para inseguridades. Ambos sabíamos lo que estábamos buscando, lo que estábamos creando.

Con esa sensación de conexión tan fuerte, me incliné hacia él y lo besé con más intensidad. Mis labios encontraron los suyos con hambre, como si fuera la forma de sellar lo que acabábamos de compartir, de reafirmar lo que sentíamos. Fue un beso largo, profundo, que me hizo olvidarme de todo lo demás, incluso de Javier, de los mensajes, de los planes de repetir el encuentro.

Después del beso, me separé ligeramente y lo abracé con fuerza, dejando que mi cuerpo se acurrucara contra el suyo. Me sentía protegida, querida, como si nada de esto pudiera cambiar lo que teníamos.

—Gracias —le susurré contra su pecho, sintiendo su calor, su latido.

El sol entraba apenas por las cortinas entreabiertas del living. Me senté en el desayunador de la cocina con mi taza de capuchino caliente, la espuma aún intacta, y dejé que el vapor me acariciara la cara. Tenía el celular en la mano desde hacía unos minutos, sin animarme a abrir la conversación.

Pero ahí estaba. El último mensaje de Javier, todavía sin responder.

Suspiré, sonriendo sola como una pelotuda. Miré hacia el pasillo. Lucas todavía dormía, o al menos eso creía. Me sentía serena, no confundida, solo… pensando. Había algo estimulante en todo esto, sí. Pero también había un dejo de ternura nueva, una sensación de estar descubriendo una faceta más honesta de mí.

Apoyé los dedos sobre la pantalla y escribí:

"Yo también quiero que se repita. Me dejaste pensando toda la noche."

Casi al instante, el celular vibró.

"Buen día, hermosa 😊 Estuve esperando ese mensaje. Me desperté con vos en la cabeza."

No pude evitar reír. Esa mezcla de deseo y dulzura me tomó por sorpresa.

"¿Sos siempre así de intenso con las personas que conocés en el súper?"

"Solo con las que me dejan sin dormir. ¿Dormiste bien?"

"Dormí… pero no dejé de pensar. En vos, en lo que pasó, en cómo lo vivió Lucas también. Nada se sintió fuera de lugar."

"Eso fue lo más loco. Sentí que estaba todo bien, que no había culpa. Solo conexión."

Lo releí varias veces. Me gustaba cómo se expresaba. Directo, pero no invasivo. Interesado, pero sin presionar.

Mientras tanto, Lucas apareció en el pasillo, despeinado, en bóxer y con esa sonrisa suave que siempre me daba por la mañana.

—¿Ya hablando con tu nuevo fan? —me dijo, medio en broma, medio en serio.

—Sí. Me escribió temprano. Fue lindo, la verdad.

Lucas se acercó y me dio un beso en la cabeza, como hacía cada mañana.

—Me alegra. ¿Se sintió bien? ¿Estás bien vos?

—Estoy bien. Es raro decirlo, pero me sentí… echada de menos. Incluso en algo tan distinto a lo que alguna vez imaginamos. Y lo de ayer a la tarde… no fue solo una aventura. Me hizo sentir más cerca tuyo también. Como si estuviéramos compartiendo algo muy nuestro.

Lucas me miró con esa mirada que no necesita palabras.

—Vicky, te amo. Y sé que esto que estamos viviendo no es lo común. Pero lo elegimos juntos. Y si vos te sentís libre y plena, yo también gano.

Me paré y lo abracé por la cintura.

—Sos lo mejor que me pasó, Lu. Nada de esto tiene sentido sin vos. Aunque lo que pasó fue real, vos sos mi raíz.

Él me sostuvo fuerte. Y supe que estábamos listos para seguir escribiendo juntos esta historia rara, intensa… pero nuestra.

No sé por qué, pero había algo en ese mensaje que me dejaba sonriendo sola. Apoyada en la barra de la cocina, con el capuchino entre las manos, volví a leerlo por tercera vez. "Buen día, hermosa 😊 Estuve esperando ese mensaje. Me desperté con vos en la cabeza."

Era simple. Casi inocente. Pero venía con esa carga de deseo fresco, de lo no planeado, de lo que surge sin pretenderlo. Y yo... yo sentía ese pequeño cosquilleo de anticipación.Suspiré y le contesté, apostando por ser más atrevida:

"Me diste un lindo sacudón. A veces lo inesperado es lo que más nos despierta."

"Tenés esa manera de decir las cosas que te juro... me deja pensando. ¿Estás libre esta semana?"

Lo pensé un segundo. No por indecisión, sino porque todavía estaba asimilando que todo eso había sido real. El supermercado. Las miradas. La charla. Lo que vino después.

"Tal vez el jueves. Tengo algunas cosas, pero te confirmo. Me gusta cómo fluye todo con vos, sin presiones."

"Lo mismo siento. No quiero apurarte ni forzar nada. Sólo quiero volver a verte."

Era raro. Había algo en su forma de hablar que no era sólo calentura. Era curiosidad. Interés. Cierta ternura camuflada.

Acomodé mi rutina y el jueves me vi llegando al edificio de Javier. Subí los últimos peldaños ajustando un poco el cierre de mi campera. El clima estaba raro, como esas tardes porteñas en que el calor se resiste a irse pero el viento ya empieza a avisar que el verano se terminó.

El portero eléctrico ya había sonado una vez, su voz risueña me había dicho "cuarto B", y ahora estaba ahí, con los dedos tensos por apretar el timbre, aunque no lo necesitara.

Cuando bajó a abrirme, tenía la misma sonrisa cómplice del otro día, pero algo en su mirada había cambiado. No era ansiedad, ni urgencia. Era deseo con control. Esa forma de mirarme en la que uno se siente elegida, sin ser atrapada.

—Todavía no ordené mucho, pero tengo birra fría, y me aseguré de tener chocolates por si te hacías la dulce.

—No vine a hacerme la nada —le dije entrando, y él sonrió.

El lugar era chico pero acogedor. Paredes blancas, algunos cuadros sin colgar, una estantería con vinilos viejos, una guitarra apoyada en una esquina. Olía a incienso suave, de esos que apenas se notan. Me ofreció una birra, nos sentamos en el sillón, y durante unos minutos hablamos como si no fuésemos dos personas que ya habían compartido lo más carnal. Como si recién estuviésemos construyendo algo.

—¿Y Lucas?

—En casa, tranqui. Le dije que venía a verte.

—¿Así nomás?

—Sí. No le tengo que disfrazar nada. Le conté que habías escrito, que tenías ganas de repetir, y él solo dijo: "si vos tenés ganas, está todo bien."

Javier asintió, pero lo noté pensativo. Se quedó mirando la etiqueta de su botella.

—No quiero sonar como un boludo... pero todo esto me viene haciendo pensar. ¿Cómo hacen para bancarse eso sin que se les rompa algo?

Me apoyé mejor en el sillón. Lo miré. Le sonreí, pero con sinceridad.

—Porque hay algo mucho más fuerte que lo que el resto piensa que debería doler. Hay confianza, hay juego, hay placer... y sobre todo, hay una libertad que no se esconde. Lucas no me posee. Yo no soy su propiedad. Y sin embargo, soy toda de él. Incluso cuando estoy con otro.

Eso pareció impactarlo. Tomó un trago, luego apoyó su porrón.

—Nunca había estado con alguien... así. Con una mujer que me haga sentir que soy parte de algo más grande que solo "coger".

—No es solo coger —me incliné hacia él, con las piernas cruzadas, una sonrisa que deslizaba provocación, pero también verdad—. Es entender el deseo. El mío. El tuyo. Y el de Lucas. Todo se entrelaza. Pero yo soy el puente. Y vos estás del otro lado, tentado.

Nos quedamos en silencio un momento. El aire parecía más denso, no por incomodidad, sino por esa tensión cargada de significado. Él se acercó apenas. Puso su mano sobre la mía, y luego, sobre mi mejilla.

Nos besamos con otra energía. No era como la primera vez. Esta vez había una conexión más profunda. No era solo cuerpo: era mente, era juego compartido, era la certeza de que ese encuentro era apenas una continuación natural de algo que ya había comenzado.

El beso de Javier me dejó un sabor a complicidad. Como si ya no fuéramos extraños, sino algo más, algo que se tejía entre las sábanas y las palabras no dichas. Me separé de él un segundo, observándolo con esa mezcla de deseo y curiosidad. Él estaba allí, esperándome, tan tranquilo en su postura, pero con los ojos brillando como si supiera que algo nuevo iba a pasar.

Me acerqué de nuevo. Esta vez, el roce de nuestros cuerpos fue más cercano, sin la barrera del miedo o el pudor. Él tomó mis brazos con delicadeza, dejándome sentir el contorno de su cuerpo bajo mi ropa, sin prisa, sin que nada de lo que estábamos haciendo pareciera forzado. Me estaba despojando lentamente de mis inseguridades.

—Te dije que me gustas... pero no te lo mostré como quiero, ¿verdad? —dijo él, su voz más profunda, casi un susurro.

—Lo noté —respondí con una sonrisa ladeada, deslizándome aún más cerca, hasta que nuestras piernas se entrelazaron.

El roce de su cuerpo contra el mío se fue tornando más intenso. Pude sentirlo, en cada parte de mi piel, esa electricidad suave que recorre cada rincón de mi ser. Me acarició el cuello con suavidad, como si me conociera desde siempre, y yo no pude evitar soltar un suspiro bajo el contacto.

—Vayamos a mi cama, hermosa —me dijo, mientras sus labios buscaban mi cuello.

Su respiración se mezclaba con la mía, y, aunque estaba claro que ambos queríamos avanzar, había algo más en su actitud. Quería conocerme, no solo tocarme. Quería entrar en mi mente antes de explorar mi cuerpo. Y yo, con cada beso, cada roce, me dejaba llevar por esa sensación extraña y excitante de estar compartiendo algo que no había planeado.

Me llevó a su cuarto y le pedí que me besara de nuevo, y esta vez, mis manos no fueron tímidas. Subí mis dedos por su pecho, quitándole la camisa sin darme cuenta. Lo miré en silencio mientras sus ojos se cerraban al sentir el roce de mis manos. Mi corazón latía fuerte, pero algo dentro de mí me decía que ya no había vuelta atrás. Algo más profundo que el deseo se estaba despertando, y yo no tenía miedo de dejarlo fluir.

—Vicky... —susurró, casi como si me estuviera pidiendo permiso.

Lo miré, mis labios rozando su piel, y sonreí.

—No tenés que pedírmelo... —respondí.

Con un leve empujón, él me tumbó sobre su cama, sin dejar de besarme. Sus manos recorrieron mi cuerpo con más urgencia, pero siempre con esa delicadeza que me volvía loca. Cada caricia, cada toque parecía encenderme más, como si fuera la última vez que lo sintiera.

Mi respiración se volvió más rápida mientras lo sentía más cerca, mi piel más sensible a su tacto. Javier, por su parte, no dejaba de explorarme, como si estuviera buscando algo más allá de lo físico. Yo también lo hacía. Había algo en ese momento que no tenía que ver solo con la excitación, sino con la conexión que habíamos creado. Quizá con las fantasías compartidas, con las promesas no dichas que ambos sabíamos que existían.

Después de un rato, todavía sentía el calor de su cuerpo pegado al mío, la piel tibia, el pecho subiendo y bajando despacio mientras recuperábamos el aliento. Estábamos en silencio, con las piernas entrelazadas y las manos descansando donde habían quedado, sin necesidad de movernos aún. Afuera se escuchaba apenas el sonido distante de algún colectivo y el zumbido del aire que entraba por la ventana abierta. Dentro de mí, había una mezcla extraña: satisfacción plena, sí… pero también una especie de anticipación, como si algo estuviera por romperse.

Javier me miró. Tenía la expresión serena, pero los ojos inquietos, como si lo que estaba por decirme quemara la lengua.

—Me gustaría que esto fuera distinto —soltó, sin rodeos, como quien decide saltar sin mirar.

Lo miré, aún recostada sobre su pecho.

—¿Distinto cómo?

Desvió la vista un segundo, como buscando cómo armar la frase, pero no se tomó mucho tiempo.

—Que no tuvieras novio... que estés conmigo, Vicky. Que después de esto, te quedes.

Sentí el corazón dar un golpe seco, no de miedo, pero sí de algo muy parecido al vértigo. Me incorporé un poco, lo suficiente para mirarlo bien a los ojos. Él no estaba jodiendo. Lo decía en serio. Me tocaba la piel con las yemas de los dedos mientras hablaba, pero su voz tenía un matiz de verdad que era imposible de ignorar.

Suspiré. No porque me molestara la idea, sino porque, en el fondo, sabía que este momento llegaría. Siempre llega.

—Javi… —dije con suavidad, acariciándole el pelo—. Sabía que ibas a decirme algo así en algún momento.

—Es que esto no me pasa seguido. Lo que tengo con vos… lo que sentí hoy, lo que sentí antes, incluso cuando te vi en el supermercado. No fue una boludez. Y ahora que pasó lo que pasó, no quiero hacerme el que no siente nada.

Asentí. Lo entendía. Realmente lo entendía. Me mordí el labio inferior y me tomé unos segundos más antes de hablar.

—Fuiste increíble. De verdad. Esto, lo que vivimos, fue especial. Me sentí deseada, libre, mujer… Y me encantó. Pero yo amo a Lucas. De verdad lo amo. Lo elijo todos los días. Y él me eligió también, incluso cuando me propuso explorar esto, abrirnos a algo distinto. Me dio confianza, me dio libertad… y eso, Javi, no lo cambio por nada.

Me miró en silencio. No se enojó. Solo asintió, tragando saliva como si necesitara que no se le notara la desilusión.

—No puedo quedarme. No porque no me tientes —agregué, sonriendo apenas—, sino porque mi vida, lo que construí, está con él. Y estos momentos son una especie de locura compartida que tienen sentido solo si sé que puedo volver a casa y encontrarlo ahí, esperándome. Sin reclamos. Con amor.

Él bajó la mirada un segundo, después volvió a levantarla y me besó en la frente.

—Gracias por ser honesta —me dijo, y su tono ya no era de reproche. Era de aceptación.

Me recosté un momento más a su lado, acariciándole el pecho con la yema de los dedos.

—No significa que no podamos repetirlo —le susurré, con un dejo de picardía—. Solo significa que sé exactamente hasta dónde voy a llegar.

—¿Le damos un ratito más?

Sonreí con gesto juguetón y fui yo quien esta vez se hizo a un lado en la cama, esperándolo.

Él me siguió. Abrió mis muslos con sus manos y descendió a mi pelvis. Lo miré, como cuando el sol desciende en el horizonte al atardecer, así desaparecía la mitad de su rostro, lamiendo mi vulva con una lengua juguetona.

Siseé de placer al sentir su húmedo músculo trazando círculos en mi sexo, entrando en él. Acariciaba la piel sensible de la parte interna de mis muslos, haciéndome más vulnerable, suya, a su merced, mientras besuqueaba mi entrepierna depilada.

Luego se incorporó y me dijo:

—Qué concha mas rica.

Tomó su pija, la sacudió un poco para no perder la firmeza, y la introdujo en mí, sin apuro pero sin aletargar el acto.

Me revolví bajo su cuerpo como una serpiente atrapada en una pecera. Deslizó sus brazos por debajo de mi espalda y empezó a moverse, embistiéndome. Abrí los ojos mientras gemía y gritaba, y lo vi mirándome con devoción. Eso me excitó todavía más. Que me haya convertido en su objeto sexual, pero además en su reverencia.

Sentí su miembro entrar y salir, la textura caliente de su piel humedecida por mis fluidos, la fricción de nuestros sexos conectándose en este vaivén de caderas sudadas. Me tenía atrapada de una manera en que no quería que me dejara escaparme a mi hogar ni a ningún lado.

—Cómo te voy a extrañar después de esto, Vicky...

—Mmm, y yo… no te das una idea, Javi.

—¿Vas a extrañar mi pija?

—¡Ay no, no quiero! No quiero que me dejes ir.

—Quedate entonces.

Dos palabras que decían un montón, que ahora eran convincentes en medio del franeleo. Pero que, en cuanto me la sacara, ya no tendrían ese peso novelezco.

—No puedo, bebé…

En ese momento, se apartó. Retiró su herramienta de mi vagina y, agarrándome de las nalgas, me giró boca a bajo en la cama. Me surtió una nalgada, afirmándose como mi dueño en ese momento, y me acomodó en posición de perrita.

Entonces volvió a hundirse dentro de mí. Me agarró de la cintura con una mano y con la otra me aseguró por el hombro. Me tenía, me había posicionado para su uso, para su placer, meciéndose con mayor premura hacia atrás y hacia delante, arrancándome gritos mas y más agudos.

Volvió a nalguearme fuerte, ahora con mas agresividad.

—Vas a llegar a tu casa con el culo todo marcado, putita.

Lo miré por encima del hombro, con expresión de afligida, y, con voz delicada y sumisa, le dije:

—¿Para que mi novio sepa lo que me estuviste haciendo?

—See, para que vea cómo me estuve cogiendo a su novia, y lo bien que la pasó ella conmigo.

—Mmm… le voy a decir que la pasé mejor que con él —añadí, con falsa malicia.

En eso, separó mis piernas y juntos nos vencimos sobre la cama. Alcé un poco la cola quebrando mi cintura en clara pose de entrega total, me dio otra nalgada y posó sus manos sobre la redondez de mi culo.

—¡Pero qué culo más divino, por Dios!

—Cómo te gusta pegarme —le dije, con una risita.

Siguió cogiéndome así un rato, pero pronto, sus movimientos se aceleraron. Mis gritos se intensificaron y sus gruñidos fueron la señal clara de que ya todo estaba por llegar a su fin. Lo supe cuando me la sacó, la sostuvo con una mano mientras que con la otra me volvió a voltear en la cama.

Adiviné su intención y me preparé. Me acerqué a él y abrí la boca. Él me agarró del pelo y apoyó su glande en mi lengua.

Me quedé atenta al momento de su clímax, mirando su brillosa cabeza rosada sobre mí. Enseguida lo vi salir. Su semen, caliente y espeso, derramándose en mi lengua y el labio inferior. Levanté la mirada y ahí estaba él de nuevo, la expresión de devoción mezclada con agotamiento. Me sentí una súcubo, alimentándome de su energía. De su fluido vital.

Mis labios se cerraron en torno a su pija, y, mientras tragaba toda su ambrosía, chupé su miembro, limpiándolo y saboreándolo por última vez.

Supongo que los dos sabíamos que ese “adiós” iba a sentirse un poco falso si no lo sellábamos con algo más físico. Algo que confirmara lo que habíamos compartido. Como si los dos entendiéramos que estábamos saboreando el último trago de una botella que no sabíamos si íbamos a volver a abrir. Me gustó eso. Me gustó sentir que, incluso despidiéndonos, nuestros cuerpos tenían cosas que decirse.

Después, sí, me vestí tranquila. Él me alcanzó mi tanga del piso, todavía caliente por el sol que entraba por la ventana, y se quedó en la cama mirándome mientras me abrochaba el corpiño. No hizo falta mucho más. El silencio no fue incómodo. Fue como un cierre natural.

Me acompañó hasta la puerta del edificio. Bajamos en el ascensor casi en silencio, con esa energía rara de cuando no sabés bien si despedirte como una amiga, como una amante, o como ambas cosas a la vez. Me dio un último beso antes de salir, uno lento, largo… con las manos en mi cintura, como si tratara de memorizar la forma. Le sonreí al separarme, le prometí que iba a responder sus mensajes, y me fui.

Ya en la calle, el aire de la ciudad me cayó encima como una ducha fría. Volvía a ser yo, Vicky la de siempre. Caminé unas cuadras hasta tomar un taxi. La cabeza me giraba, pero no por culpa del cansancio físico (que también), sino por la mezcla de pensamientos que se me venían encima.

En el viaje de vuelta no pude dejar de pensar en Lucas. En su forma tranquila de estar ahí, de bancar esto sin celos ni inseguridades. En cómo me había abrazado anoche cuando le dije que, pese a todo lo vivido con otro, él era lo único que realmente necesitaba.

Entré al departamento sin hacer ruido. Me saqué las botitas en la entrada y caminé descalza hasta la cocina. Puse la pava para hacerme un té y desde el pasillo lo escuché: Lucas estaba tirado en el sillón, leyendo algo en la tablet. Sonreí sola. Esa escena, tan cotidiana, era la que más paz me daba.

Pasé detrás de él y le di un beso rápido en la mejilla. Me miró, me acarició el muslo, y volvió a lo suyo como si yo hubiera bajado simplemente a comprar pan. Y de algún modo, eso era lo que más me encendía: la normalidad con la que vivíamos esta locura.

Y ahí, con la taza de té en la mano y el cuerpo todavía con la piel sensible, pensé: quizás sí se repita… pero solo si todo lo demás sigue igual.

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