Guía Cereza
Publicado hace 2 días Categoría: Hetero: Infidelidad 423 Vistas
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El cuerpo me sigue latiendo. Los muslos me pesan dulces. Y en la cabeza, entre los suspiros que todavía no se apagan, me vuelve un recuerdo: esa tarde, una cualquiera, una con sol metiéndose por la ventana y nuestras piernas cruzadas sobre la cama, enredadas como siempre.

—¿Sabés que…? —le dije a Lucas mientras jugaba con sus dedos, acostada con la cabeza sobre su pecho.

—¿Qué cosa, amor?

—Que esto de tener a alguien más… me hace amarte más.

Lucas me miró desde arriba, con esa mezcla de ternura y fuego que siempre tiene para mí.

—¿Amarme más? —preguntó, curioso, sin juicio.

—Sí. Porque no se trata del otro. Nunca se trató. Se trata de vos… de lo que construimos. De cómo me mirás cuando lo hago. De cómo me deseás incluso cuando sabés que voy a acabar por culpa de otro.

—Te veo y me enloquezco —admitió él, y me acarició la cara—. Pero también me duele un poco. Y eso me calienta más. Es raro.

—No es raro. Es amor raro. Difícil de explicar, y está perfecto.

Nos quedamos en silencio un rato. Yo sentía el calor entre las piernas mientras hablábamos. Me pasó más de una vez desde que empezamos a jugar con eso. La primera vez fue con Iván, un amigo de él. Medio improvisado. Medio torpe. Pero Lucas se quedó. Me miró. Se tocó. Después me cogió con una desesperación que nunca había sentido antes. Luego hubo una segunda, tercera y cuarta vez. El epílogo fue el mismo al quedarnos solos de nuevo, en nuestra privacidad de pareja.

—¿Y si vamos un paso más? —le pregunté en voz baja, casi como si lo dijera sin querer.

—¿Qué paso?

Me senté, lo miré a los ojos.

—Un desconocido. Total. Uno que no te deba favores. Que no tenga historia con nosotros. Uno… que elijamos juntos. Conmigo al frente.

Lucas frunció los labios, pensativo.

—¿Y cómo?

—No sé. Hay apps, Tinder por ejemplo. Hay opciones. Podés ver los perfiles conmigo. Elegimos los dos. Vos ponés las reglas. Yo elijo cuándo y cómo. Pero los dos... jugamos.

Lo pensé un segundo más, y lo dije:

—Quiero que me veas, que te calientes, que sufras un poquito… pero después cuando todo pase, vengas y me sacudas como si fuera la última mina en el mundo.

Lucas respiró hondo.

—¿Y qué tipo de tipo… estás buscando? —preguntó, despacio.

Le sonreí.

—Uno que te provoque. Que te dé celos. Que te haga querer arrancarme de los brazos de él. Pero que también te haga mirar… con las manos atadas.

Después de aquella charla, no dejamos pasar mucho tiempo. Lucas fue el que lo propuso con una sonrisa canchera:

—Che, ¿y si armamos ya el perfil? Total, nos estamos calentando al pedo si no hacemos nada con esto.

Nos miramos con esa mezcla de deseo y complicidad que solo se tiene cuando tu pareja es también tu mejor amigo. Agarramos su celu (porque él quería ser quien lo administre, como parte del juego) y bajamos Tinder. Perfil de mina. Estábamos por poner de usuario “Vicky”, pero por una cuestión de ser más original, elegimos “Luana”, mi segundo nombre.

—Poné que estoy en una relación abierta —le dije mientras me sentaba sobre sus piernas. Ignoré su creciente erección—. Pero sin dar explicaciones. Que se lo ganen si quieren saber más.

Nos miramos y nos tentamos de la risa.

—¿Y la descripción? —preguntó él, escribiendo en el teclado.

—Mmm… algo provocador pero elegante. Poné: "Sí, tengo dueño. Pero a veces se le antoja compartir."

Lucas levantó las cejas.

—Jodida.

—Como te gusta.

Después vino la producción de fotos.

Tardamos como una hora. Me puse lencería, bodys, una camisa blanca abierta sin nada debajo, y también un conjunto deportivo del gym que dejaba poco a la imaginación. Lucas se convertía en fotógrafo improvisado, tirado en el piso, acomodándome el pelo, pidiéndome que abra más las piernas o que mire a cámara como si me estuvieran por tocar.

—Así no. Más zorra —me dijo en un momento, entre risas.

—¿Más? Pará que me saco la tanga entonces —le respondí yo, bajándola hasta los muslos.

Nos reíamos entre toma y toma, pero también había tensión. La buena. Esa electricidad que se mezcla con la risa y termina con la entrepierna húmeda. Lucas sacaba las fotos y después me mostraba:

—¿Esta o esta?

—Esa. La que se me ve parte del pezón.

—¿Y si la censuran?

—Que la censuren. Pero vos sabés que los que la vean no se van a olvidar.

Y no se olvidaron.

No tardaron ni diez minutos en llegar los primeros likes. Y después fueron decenas. Cientos.

Lucas los miraba como si estuviera leyendo los currículums de los que querían cogerse a su novia.

—Mirá este. Nombre raro. Pero alto gymrat.

—Y este, ¿qué onda con el moño? ¿Así me quiere coger? Parece un susano—dije yo, muerta de risa.

—Che, este está bueno —dijo él, mostrándome uno con barba prolija y sonrisa canchera.

—¿Lo sumamos a favoritos?

—Sumado.

Pasamos la noche entre mensajes, risas, y calentura. Había de todo: tipos tiernos, otros intensos, uno que mandó una dick pic sin mediar palabra (lo bloqueamos con velocidad profesional).

Pero hubo uno que llamó la atención.

Perfil discreto. Bien escrito. Foto en moto. Cuerpo trabajado pero sin exagerar. Sonrisa medio pícara.

Nico.

Lucas me miró y yo ya sabía.

—Tiene algo. No sé qué. Pero me late que este nos va a hacer pasar un lindo rato —le dije.

—¿Le escribimos?

—Dale. Pero lo hago yo.

Le mandé algo simple, directo, provocador:

"¿Tenés tiempo para una experiencia poco común? Porque yo tengo dueño… y un fuego que no se apaga solo."

Lucas soltó una risita seca.

—Parece escrito por un bot, boluda.

—¿Sí? ¿Te parece?

—Muy aparatoso, pero bueno. Ya fue.

La respuesta no tardó.

La notificación me llegó justo mientras me acomodaba en la cama, con Lucas a mi lado, leyendo con una mano y acariciándome el muslo con la otra.

“Nico te dio like. Es un match.”

Le mostré la pantalla con una sonrisita.

—¿Este te gustaba, no?

Lucas asintió sin levantar la vista.

—Sí. Probá qué onda.

Escribí yo primero. Tenía claro que no quería vueltas:

Luana: Hola, Nico. Me gustó tu perfil. Te soy directa: no estoy sola. Estoy en pareja, y esto es algo que compartimos los dos.

No tardó ni dos minutos en responder:

Nico: Hola Lu. Gracias por el aviso. ¿Tipo relación abierta, swingers?

Vicky: Algo así, pero no swingers. Es una dinámica que construimos. Se basa en la confianza... y en el morbo también. Él disfruta verme disfrutar.

La bolita de “escribiendo…” se mantuvo unos segundos. Me imaginé su gesto. Intrigado, con media sonrisa, picado de curiosidad.

Nico: Interesante. Muy poco común que una mujer lo cuente así, tan claro. ¿Lo hacen seguido?

Luana: Cada tanto. Al principio fue con alguien que conocíamos los dos. Ahora nos pintó explorar con alguien nuevo. Por eso esta app.

Nico: ¿Y cómo sería? ¿Quieren ver si hay química y después hablamos? ¿O hay reglas desde el vamos?

Suspiré. Me gustaba que fuera frontal, pero no bruto. Redactaba bien. Sin emojis innecesarios ni frases básicas.

Luana: Primero ver si nos caemos bien. Eso para mí es fundamental. Después sí, puedo contarte más detalles. ¿Te copa?

Nico: Me copa. Me calienta la idea, si querés que sea honesto.

Ah, y decime: ¿él está leyendo esto?

Miré a Lucas y sonreí.

Luana: Está acá al lado. Le leo lo que importa. Y ya dijo que le caés bien solo por no haber mandado una foto-pija de entrada. Muy básico y de virgo.

Nico contestó con un emoji de risa (el único permitido).

Nico: Qué alivio. Iba a esperar por lo menos tres mensajes más.

Me reí sola. Lucas levantó la vista y me acarició la cintura.

Luana: Me gustaría seguir charlando más. Si te parece, te paso mi número y seguimos por ahí.

Nico: Me parece perfecto. Y gracias por la confianza, Lu.

Luana: Gracias por la apertura. Hay algo en vos que… da ganas de explorar.

Intercambiamos los números de WhatsApp y cerré la app.

Lucas me besó el cuello.

—¿Te gustó? —me susurró.

—Sí. Y lo bueno recién empieza.

Cuando me desperté, tenía dos notificaciones: una del clima y otra de Nico.

Nico: “Buen día, Lu. Me quedé pensando en lo que hablamos anoche.

Le mandé un primer audio. Siempre me gustó que mi voz le llegue a alguien antes que mi cara.

—Hola, Nico. Espero que no te moleste que te mande audio, pero me pinta más así que por texto. Tengo la sensación de que esto... se presta más a escucharnos.

Me tomó por sorpresa que me respondiera también por audio, casi al instante:

—Me gusta tu voz. Se escucha sexy. Me gusta cómo te expresás, cómo decís las cosas. Y sí, me interesa seguir... mucho.

Me acomodé en el sillón del living, mientras Lucas andaba por la cocina preparándonos café. Le hice seña con el celular en alto, mostrándole que hablaba con Nico. Asintió, sonriente.

Grabé otro audio, más íntimo.

—¿Querés que te cuente un poco más de cómo es esto para mí? A veces me cuesta ponerlo en palabras, pero... me calienta ver el deseo en los ojos del otro. Y también saber que mi novio lo ve. Que lo siente. Es como un espejo, ¿viste? Uno que te devuelve más de lo que das. ¿Te pasó alguna vez algo parecido?

Nico tardó más en responder. Su voz volvió, más baja, más cargada:

—Nunca así. Nunca con una mujer que lo cuente así. Es como estar leyendo una novela... pero que me incluye. Me gustaría ser parte de ese espejo. Saber qué se siente estar del otro lado de tu mirada.

Tragué saliva. El cuerpo me vibraba.

Mandé otro:

—Me gusta cómo me hablás. Me gusta la imagen. Y sí... me gustaría mostrarte ese otro lado.

Silencio. Luego, una notificación: Nico está grabando un audio...

—Lu... sin rodeos: me atraés. No solo físicamente. Me calienta cómo pensás. Me calienta que lo compartas con tu pareja. Y si se da... me encantaría conocerte. De verdad.

Le pasé el celular a Lucas. Lo escuchó en silencio. Me miró.

—Tiene algo —dijo. Y me besó suave.

Me volví hacia el celular.

—Entonces empecemos a ver cómo se da. ¿Te parece si mañana hacemos una videollamada?

—Me encantaría.

Habíamos pactado las 22:30. No quería que fuera ni muy temprano ni muy tarde. Quería estar despierta, caliente, y con tiempo para lo que surgiera.

Lucas me ayudó a preparar todo. Luz baja. Una sola lámpara en el rincón del living, la cámara del celular apuntando hacia la pared blanca, y yo me posicioné frente al aparato apoyando los codos sobre la mesa. Lo justo para insinuar más de lo que mostraba. Y él, detrás de la cámara, sentado fumando un pucho, con esa mirada suya que mezcla ternura y fuego.

Entró la llamada.

Acepté.

Nico apareció del otro lado, con una remera blanca, el pelo mojado y una sonrisa que no era de las que se esfuerzan. Era honesta. Me miró. No dijo nada por un segundo. Solo respiró.

—Wow... —fue lo primero que dijo.

Sonreí.

—¿Eso es bueno o te asusté?

—No, para nada. Es que... sos todavía más linda así, en vivo. Y esa mirada tuya...

Me acomodé el pelo con un gesto suave.

—¿Te intimida?

—No. Me provoca.

Sentí a Lucas moverse detrás de cámara. Estaba sentado, cruzado de brazos, observando. Su energía me llegaba como una caricia en la espalda.

—¿Sabés que no estoy sola, no?

Nico asintió.

—Lo intuyo. ¿Está ahí?

—Está mirando. Escuchando.

—Te está cuidando.

—Ponele, sí.

Me incliné un poco hacia la cámara, sin dejar que se viera más de lo necesario. Solo la curva del cuello, el escote apenas sugerido, los labios húmedos.

—¿Y vos? —pregunté—. ¿Te gusta la idea de ser visto también?

—Me gusta la idea de estar invitado.

Nos quedamos en silencio unos segundos. No era incómodo. Era de esos silencios que arden.

—¿Querés que te cuente cómo empezó esto entre nosotros? —le ofrecí.

—Quiero. Todo.

Entonces le conté. Cómo fue la primera vez. Cómo Lucas me lo propuso. Cómo al principio fue raro, pero después se volvió un terreno fértil, adictivo. Cómo no se trata de “cederme” a otro, sino de entregarnos todos a una experiencia distinta. Una que desarma lo convencional. Una que nos potencia.

Nico escuchaba. Sonreía. Asentía. A veces se mordía el labio. Y cada vez que yo pausaba, era él quien pedía más.

Giré la cabeza e invité a Lucas para que se sumara a la conversación. Él apagó el cigarro en el cenicero y se acercó con la silla, saludó a Nico y éste le devolvió el gesto, ambos con buena onda.

—Son una pareja inusual, distinta. Pero se ven lindos.

—Gracias —le respondí, con un tono enternecido.

—Me gustaría también entender un poco esta dinámica suya, pero al no estar en la misma frecuencia que ustedes como que se me complica. ¿Eso me va a perjudicar?

La pregunta había sonado como si estuviera en una entrevista de trabajo. Lucas respondió, y fue directo como siempre, pero algo bruto con las palabras.

—En realidad, no tenés que entender nada. Solamente te tenés que coger a mi novia y aguantarte que yo esté ahí mirando como un cornudo consciente y sumiso.

Nico y yo estallamos de la risa. Lucas y sus ocurrencias. No se imaginan lo que es en las reuniones de amigos. Lo más guarango y sin filtros que se puede ser. Pero lo amo así, genuino, auténtico.

—De una. Sin vueltas, el tipo —dijo Nico.

Seguimos charlando un rato más, pero cuando la conversación se volvió tediosa y redundante, decidí que tenía que ponerle un poco de picante al asunto.

—¿Estás ansioso por comerte esto? —le pregunté mientras me tocaba los pechos sin sacarlos al descubierto.

Nico cerró los ojos y contuvo una risita.

—Me gustaría poder atravesar la pantalla.

Lo miré a Lucas y sonreí con diablura.

—Y… ¿qué me harías?

—No me importaría demasiado que esté tu novio mirando. Te comería todo eso que me estás mostrando. Y lo que no se puede ver desde acá.

Se refería a mi cola, obviamente.

Lucas suspiró y añadió:

—Eso tiene solución, capo.

Me tomó de la mano y me invitó a ponerme de pie. Me tomó de la cintura y me giró de espaldas a la cámara. Me agarró una nalga y me manoseó por encima de la mini. Después, agarró del borde y me la subió un poquito, inclinándome apenas para que me arqueara y se pronunciara más mi culo. Lo que quería era que Nico alcanzara a ver en el medio de las pompas la línea de mi tanguita blanca.

—¡Ufff! ¡Buenísimo! ¿Y eso me vas a compartir, amigo?

—¡Sí, obvio! Todo esto puede ser tuyo por un rato. Sin restricciones, pa.

Hablaban como si yo fuera un producto a la venta, algo que no tenía derecho a réplica. Que no debía objetar. Me encantaba.

Lucas volvió a mirar a la cámara y le dijo a Nico que si ya estaba convencido ya podíamos arreglar el encuentro.

—El viernes a las ocho, ¿te va?

—Sí, obvio —respondió Nico, sin titubear—. ¿Dónde?

—Vení a casa si no tenés problema. Ahora te pasamos la dire por mensaje.

El viernes llegó como si el reloj se burlara de nosotros. Pasamos la tarde entre risas, picoteando algo liviano, ayudándonos a elegir ropa. Lucas me midió con la mirada, como quien calibra una obra de arte antes de exhibirla. Me eligió una minifalda, una remerita corta blanca, sin mangas ni tirantes, y unas botas altas que sabía que me hacían sentir una diva. Lucas me había sugerido que usara los aros de argolla que solo suelo ponerme para salidas elegantes, como a restaurantes, y el perfume Hypnotic Poison de Dior. Tenía un aroma tan dulce a caramelo que servía como un afrodisíaco para quien tuviera el suficiente olfato.

—Sos mi pecado favorito —me dijo al oído mientras me miraba a través del espejo de nuestro cuarto.

Me arqueé y meneé suavemente mi cola contra su entrepierna.

—Hoy voy a pecar. Y te va a gustar.

Se hicieron las ocho menos cuarto de la noche. Nico llegó y Lucas bajó a abrirle. Nico apareció con un vaquero oscuro y una camisa apenas arremangada y ese gesto de media sonrisa que en foto ya resultaba seductor pero en persona era un pequeño golpe al pecho.

—Luana.

—La misma.

—¿Algo de tomar? —preguntó Lucas, sin formalidades forzadas.

—Lo que sea está bien —respondió. Sentí sus ojos recorrer las pronunciaciones de mi cuerpo, cómo con su mirada intentaba adivinar lo que mi ropa ligera escondía. Aún—. Te ves preciosa.

Sentí un calor suave subirme por el cuello.

Sonreí. Y el huracán interior empezó a girar de nuevo, más fuerte.

No respondí con palabras; deslicé mi mano sobre la suya, sostuve la mirada y dejé que el silencio completara el acuerdo. En ese instante sentí el peso preciso de la elección: la mía, la de Lucas, la de Nico… y el vértigo dulce de dar un paso más allá sin perder nunca el hilo que nos unía a los tres.

El primer beso llegó despacio, sin urgencia, como si ambos quisiéramos memorizar el punto exacto en que la piel cedía.

Nico se inclinó sobre mí, y el roce de su respiración sobre mi cuello me hizo arquear ligeramente la espalda. Su boca bajó, no hacia mis labios, sino hacia la curva de mi clavícula, ese punto donde la piel se vuelve suave y vulnerable. Yo cerré los ojos, dejándome llevar por el instante, disfrutando del sabor de la promesa que había hecho: entregarme, pero sólo a medias, sabiendo que en algún momento, la vuelta al centro, a la realidad de lo que estábamos haciendo, sería inevitable.

Lo sentí más cerca, su cuerpo sobre el mío, el roce de su piel sobre la mía, la presión de su peso.

—Vayan a la cama, chicos —sugirió Lucas.

Me levanté, guiando a Nico hasta nuestra habitación, a nuestra cama, donde me senté. Mis piernas ya temblaban, no por miedo, sino por la mezcla de emociones y sensaciones que me recorrían. Nico se acercó de nuevo, y su boca encontró la mía en un beso mucho más profundo, más demandante. Sus manos se deslizaron por mi espalda, bajando por mis caderas, mientras mi cuerpo comenzaba a responder, a responder a su ritmo, a su presencia, a la constante conciencia de que todo esto tenía un punto de partida mucho más grande de lo que muchos podrían imaginar.

Me recosté completamente, dejando que Nico se acomodara sobre mí. Le desabroché el jean y se lo deslicé hacia abajo. Era un desconocido, sí, pero eso lo hacía más intenso. Alto, morocho, un poco rudo. Había venido por lo que sabía que le iba a dar, sin vueltas, sin romance. Solo deseo. Y yo, encantada.

Acaricié el bulto de su bóxer azul. Se sentía cada vez más firme y caliente. Y palpitaba, moviéndose como si tuviera vida propia o cerebro aparte.

—Quiero que me tomes como si ya me conocieras —le dije al oído—. Como si esta fuera la cuarta o quinta vez, no la primera.

—¿Estás segura? —preguntó con voz grave, y sus dedos ya empezaban a subirme por los muslos.

—Completamente.

Me acomodó de un solo movimiento y me besó como si ya fuéramos amantes de tiempo atrás. No hubo timidez, ni dudas, ni respeto mal entendido. Me tomó de la nuca, me mordió el labio, me aplastó contra el colchón con el peso de su cuerpo. Yo abrí las piernas de inmediato, como si lo hubiera estado esperando ahí toda la vida.

Me poseyó, literalmente. Me apretó con fuerza por debajo de los glúteos y me subió hasta que mis piernas lo rodearon por la cintura. Sentía su erección endureciéndose de nuevo entre mis muslos húmedos, presionándome justo ahí, donde más lo necesitaba. Empecé a frotarme contra él, gemía suave, mientras él bajaba el rostro por mi cuello, mordiéndome apenas.

—Sos una diosa —me dijo al oído, jadeando.

Lo miré. Sus ojos estaban enrojecidos, calientes. Lo deseaba de verdad. No solo por el cuerpo, sino por el fuego que le habíamos ofrecido esta noche.

—Seguí así, me encanta.

Lo miré a Lucas y él me habló con voz firme, casi una orden.

—Chupásela, amor. Chupásela toda.

Nico no esperó a que yo reaccionara. Se acomodó para sacarse el bóxer y peló su miembro. Lo vi, era decente, rígido, con venas atravesando su piel y el glande rosadito y brilloso. Su erección me hacía salivar.

Llevé mi mano hasta ahí y lo toqué. Tenía todo el pubis afeitado, suave, liso. Como me gusta a mí. No era una pija, era un monolito. Qué dura que estaba.

—Vení, traémela —le pedí, con una sonrisita pícara.

Nico gateó hacia mí, deteniéndose frente a mi rostro. Tomé de nuevo su miembro y me acomodé sobre la cama apoyando los codos.

Nico movió las caderas hacia delante para facilitarme la tarea y me los llevé a la boca. Lo succioné con ganas, hambrienta, como si me alimentara de él. Me agarró del pelo y empezó a moverse. No de manera ruda, sino decidida. Me penetraba la boca como si ya nos conociéramos de antes. Como si mi garganta le perteneciera desde antes de esta noche.

Su glande tocaba el paladar con cada embestida lenta que yo misma marcaba. Lo rodeaba con los labios, lo succionaba con fuerza medida, y con cada movimiento él jadeaba, se tensaba, temblaba apenas. A veces lo sacaba sólo para lamerlo, saborear cada parte, cada pliegue, como si fuera una fruta extraña y viva.

Lo tenía en la boca como me gusta: duro, caliente y con ese sabor entre sudor y piel que me vuelve adicta. Nico me agarraba del pelo, suave al principio, pero con cada gemido suyo me guiaba más profundo, más rápido. Su verga era gruesa, pesada contra mi lengua, y no podía evitar gemir con ella dentro, tragando saliva solo para no perderme ni una gota de ese sabor a macho.

Sentía su olor pegado en la nariz: mezcla de desodorante barato y las ganas que tenía de cogerme. Y me encantaba. Cada vez que lo bajaba hasta la base, sus testículos me rozaban el mentón, calientes, llenos. Lo lamí por completo antes de volver a meterlo hasta la garganta. Tosí una vez, pero no paré. Me gusta que sepa que me lo trago entero, que soy su puta aunque Lucas esté mirando desde la silla.

Volteé apenas la mirada y lo vi: mi novio, con los ojos clavados en mí, respirando agitado, con esa mezcla de celos y morbo que me hace querer hacerlo aún más sucio. Le sonreí con la verga de Nico aún en los labios, y volví a metérmela con más ganas, chupando con fuerza, dejando hilos de saliva colgando.

Nico gruñía, me decía que no pare, que le chupe bien la punta. Y lo hice. Sabía amarga, con ese líquido espeso que empieza a salir cuando están a punto. Lo saboreé como si fuera vino caro. Él jadeaba. Yo me tocaba con una mano mientras lo mamaba. Sentía el calor entre mis piernas arder, mojándome.

Y entonces eyaculó. Su cuerpo se endureció de golpe, las caderas se sacudieron y entonces vino la descarga. Fue un chorro caliente, salado, directo en la garganta. Tragué sin pensarlo, como buena puta. Lo miré a los ojos mientras lo hacía. Luego me giré hacia Lucas, abrí la boca, le mostré lo que quedaba en la lengua... y lo dejé caer en mis pechos, esparciéndolo con los dedos.

—¿Te gustó ver cómo me lo tragué, amor? —le dije, sin dejar de masturbarme—. Porque yo sí disfruté cada gota.

—Totalmente, amor. Como siempre.

Me giré hacia Nico y nuestras miradas se cruzaron. La suya estaba cargada de deseo. Sus labios entreabiertos, el pecho agitado. Su verga, aún húmeda, empezaba a endurecerse otra vez.

Claro que no terminó, pensé. Esa manera en la que me había usado la boca era apenas un comienzo. Y los dos lo sabíamos.

Le sonreí con picardía, me puse de pie con lentitud, dejando que el semen que tenía en el pecho se deslizara por mi vientre. Caminé hacia él, con las caderas marcando cada paso, los ojos clavados en los suyos. No hacía falta hablar. Esa mirada bastaba.

Cuando estuve frente a Nico, le tomé la mano y la guié entre mis piernas. Estaba empapada.

me despojó de la mini y deslizó mi tanga solamente con sus dedos, atravesando mis nalgas, mis muslos y piernas, hasta mis pies. Todo un profesional. Se agachó para besarme el monte púbico, con la lengua abierta, lenta, hasta que sus labios encontraron mi clítoris. Me arqueé con un gemido y lancé la cabeza hacia atrás.

—Lucas, no te pierdas esto —dije sin mirarlo, sabiendo que estaba ahí, respirando agitado, mordiéndose el labio—. Quiero que veas cómo otro hombre me hace temblar. Cómo me come como si fuera suya.

Nico lamía con hambre, como si supiera que cada jadeo mío era una daga dulce en el pecho de Lucas. Me agarró de las nalgas, me abrió bien, y metió la lengua tan adentro que solté un grito ahogado.

—Mirá, amor —le dije a Lucas, apenas pudiendo hablar entre gemidos—. Así se hace. Así se chupa una concha cuando uno tiene ganas de verdad.

El rostro de Nico estaba empapado. Su lengua se movía como si leyera cada rincón de mí. Y yo me monté en su cara con total descaro, sin dejar de mirar a Lucas, sin dejar de humillarlo dulcemente con el placer que otro me daba.

Y cuando sentí que el orgasmo me trepaba desde la espalda baja como una ola imparable, grité su nombre. No el de Lucas. El de Nico.

Y eso… eso lo hizo todo aún más delicioso.

Me detuve un momento, lo miré, me pasé la lengua por los labios, y le dije:

—Quiero que me cojas de verdad. Fuerte. Como te lo imaginabas antes de venir.

Me giró boca abajo, abrió mis piernas desde atrás y se agachó.

Me lamió con hambre. Su lengua era gruesa, precisa, sin apuro pero sin piedad. Me sostuvo con fuerza mientras yo me arqueaba y gemía en voz alta. Miré a Lucas. Ya tenía la mano en el sexo, mirándonos con los ojos entrecerrados, respirando rápido.

—Te encanta mirarnos, ¿no? —le dije mientras Nico seguía devorándome por detrás.

Lucas solo asintió, sin dejar de moverse.

Cuando me temblaban aún las piernas por el orgasmo, sentí cómo Nico me alzaba con una firmeza que no pedía permiso. Mis pechos aún brillaban, mi piel ardía, y su cuerpo era una promesa de lo que venía. Me llevó a la cama sin decir una palabra, como si lo que hacíamos ya fuera parte de un rito antiguo, inevitable.

Me acomodó de costado, su aliento en mi nuca, su piel contra la mía, y sin esfuerzo me alzó una pierna hasta su hombro. Mi cuerpo se abrió para él sin resistencia. Yo ya no era dueña de mis caderas, solo de mis ganas. Y él lo sabía.

Sentí el roce primero: lento, pesado, apenas rozándome. Me estremecí. Lucas, desde el rincón, jadeaba. Lo miré de reojo, sin pudor, mientras Nico comenzaba a moverse dentro de mí. Era profundo, rítmico, con esa cadencia segura de quien no busca conquistar, sino reclamar.

Cada embestida me empujaba contra las sábanas, y mi cuerpo respondía con hambre. Mis dedos se aferraban al colchón, mi voz escapaba entre jadeos, y mi alma... mi alma bailaba entre dos fuegos: el de ser poseída por otro, y el de saber que Lucas lo miraba todo, ardiendo por dentro.

En esa postura, con una pierna alzada y el mundo rendido a mi placer, me sentí como nunca: adorada y exhibida, deseada y desatada. Y no necesitaba más que eso. Ni más palabras, ni más justificaciones.

Solo cuerpos, miradas y gemidos. Solo deseo, puro y ardiente.

No sé cuántas veces me hizo gemir su nombre. Perdí la cuenta. Cada vez que sus caderas chocaban contra las mías, me sentía más suya… aunque nunca dejé de ser de Lucas también. Ese era el juego. El fuego que no se apaga.

Nico jadeaba cerca de mi oído, con la voz rasposa, cargada de deseo, y en un instante me apretó más fuerte contra él, profundizando su ritmo. Sentía cada centímetro de él marcándome por dentro, como si quisiera dejar su rastro grabado en mi carne. Y yo lo aceptaba. Lo buscaba.

Giré un poco el rostro. Lo busqué a él. A Lucas.

Estaba allí, al borde de todo, con el pecho agitado, los ojos ardiendo de una mezcla tan intensa de amor y lujuria que me hizo temblar aún más. Tenía una mano en el pantalón, acariciándose con lentitud, resistiendo la necesidad de levantarse, de intervenir. Me miraba como si no pudiera creer que su Luana —la dulce, la suya— estuviera allí, desbordada bajo otro hombre… y disfrutándolo como nunca.

Nico me tomó del mentón y me obligó a mirarlo. Su mirada era firme, pero no cruel. Solo segura. Y en ese momento, lo entendí: no quería simplemente poseerme. Quería que Lucas lo supiera. Quería compartir conmigo… y desafiarlo a la vez.

Y yo estaba en medio, ardiente, rendida, alimentándome del deseo de ambos.

Bajó mi pierna de su hombro, me posicionó en cuatro y me entró de una sola estocada. Grité. No de dolor, sino de goce puro. Gemí fuerte, sin vergüenza, con la garganta abierta. Lo sentía tan profundo que me temblaban las piernas. Nico no se guardó nada. Me tomó con todo el cuerpo, con todo el peso, con toda la fuerza. Y yo me abría más, lo recibía, me dejaba, me rendía.

Lucas se levantó repentinamente del sillón, se acercó, pero no intervino. Se sentó en el borde de la cama, a mi lado, se masturbaba cerca de mi rostro. Lo miré entre embestidas. Saqué la lengua, lo lamí, me mojé los labios con su preseminal mientras Nico seguía golpeándome con fuerza desde atrás.

—Quiero que me avises cuando acabes —le dije a Lucas.

Nico lo escuchó. Aceleró. Me tomó de la cintura y embistió más profundo, más fuerte. Yo estaba a segundos. El cuerpo me temblaba entero, la espalda arqueada, los pezones duros, el alma en llamas.

—Ahí… ahí… —le dije entre jadeos, sintiendo el orgasmo formarse como una ola densa—. No pares… no pares, por favor…

Y entonces exploté. Me sacudió toda.

Miré a Lucas por encima del hombro, el pelo cayéndome sobre un costado de la cara, las mejillas todavía coloradas, los labios brillantes. Nico ya respiraba más fuerte detrás mío, pero no me importaba él en ese momento. Me importaba Lucas. Solo él.

Lo miré con hambre. Con poder. Con ternura sucia.

Le sonreí. No una sonrisa inocente, no. Una sonrisa de mujer que sabe que tiene el control aunque se esté entregando. Que sabe que ese cuerpo es de él, incluso cuando lo ofrece.

Nico era más bruto que delicado, y eso me excitaba más todavía. Porque yo lo había elegido. Y porque Lucas lo miraba. Me miraba. Lo sufría y lo gozaba. Igual que yo.

Mis uñas se clavaron en la sábana mientras él me agarraba de las caderas, marcándome, tirando de mí como si fuera solo suya. Mis tetas se movían al ritmo de cada embestida, y el sonido húmedo, descarado, de su cuerpo chocando contra el mío se mezclaba con mi respiración agitada y los jadeos que no quería controlar.

Giré apenas el cuello. Lo vi.

Lucas estaba con la boca entreabierta. Sus ojos me recorrían como si fuera la primera vez que me tenía enfrente. Había algo animal en su mirada, algo desesperado. Pero no me pedía que parara. Me lo suplicaba con el cuerpo, sin decirlo. Que siguiera. Que lo lleve más lejos. Que lo torture con amor.

—Mirá, amor —le dije con la voz ronca, mientras Nico me embestía más fuerte—. Mirá cómo me usa. Cómo me toma.

Sus ojos se humedecieron. O era el reflejo de la luz. No sé. Pero algo en su cara se quebró. Y yo sentí un calor nuevo, profundo, entre las piernas.

Entonces, sin pensar, llevé una mano hacia atrás y separé más mis nalgas para que él viera todo. Todo. Para que no quedaran dudas.

—Soy tuya, Lucas. Y por eso... te dejo ver cómo me rompen.

Nico gruñía. Iba a acabar. Yo también, de nuevo. Y quería hacerlo así, con la mirada de Lucas tatuándome la espalda.

Con su amor mirándome ser de otro, pero solo por un rato. Porque después... después iba a ser toda suya.

Nico seguía bombeando dentro mío con fuerza, con hambre. Mi cuerpo seguía reaccionando: las caderas empujando hacia atrás, mis pechos rebotando, la boca entreabierta soltando gemidos que ya no podía esconder. Pero en el centro de mí, en ese lugar donde vive lo real, me quedé quieta.

Pensé en Lucas. En cómo me amaba tanto, tanto, que era capaz de romperse para dejarme ser libre. De excitarse con el dolor dulce de compartirme. De sentarse ahí, con el corazón latiendo fuerte, mientras otro me poseía.

Y yo lo amaba más que nunca.

El amor, pensé, no siempre se muestra en caricias. A veces, se muestra en miradas que arden desde un rincón. En silencios que contienen gritos. En dejar que otro me garche… mientras yo le entrego el alma solo a uno.

A él. A Lucas.

Y entonces… lo sentí.

Mis piernas temblaron de golpe. La espalda se me arqueó como un arco tenso. Solté un grito ahogado mientras Nico me embestía más duro, más rápido, como si supiera que me estaba quebrando por dentro. Sentí el calor recorrerme desde el vientre hasta los muslos, como si un fuego líquido me lamiera los nervios.

Acabé. Acabé con rabia. Con amor. Con furia.

Y en ese instante, Nico también se vino. Lo sentí pulsar adentro, caliente, profundo, brutal. Se dejó caer un poco sobre mí mientras exhalaba su placer como un animal satisfecho.

Yo seguía temblando, desnuda, usada, llena... me sentí más amada que nunca.

Y ahora estoy acá. Con su olor todavía entre mis piernas. Con su semen todavía tibio adentro mío y secándose en mi pecho y vientre. Con Lucas mirándome como si fuera todo.

Y pienso que fuimos derecho al borde, y no nos caímos.

Nos incendiamos.

Y nos amamos más todavía.

El cuarto olía a sexo, a sudor, al semen de Nico. Él me besó la espalda. Lucas me acarició el pelo. Yo cerré los ojos y me dejé estar. No necesitaba hablar. Ya lo habíamos dicho todo con los cuerpos.

Quedamos los tres en silencio. Un silencio que después del deseo siempre tiene un eco distinto. No es vacío… es vibrante. Como si aún flotaran en el aire los suspiros, los jadeos, los cuerpos entrelazados. Yo estaba recostada entre las sábanas revueltas, con la piel aún tibia, el corazón lento pero lleno.

Nico estaba sentado a un lado de la cama, con la espalda curvada, la cabeza gacha. Respiraba hondo, como si intentara volver a sí mismo. Lucas, en cambio, se acercó sin decir una palabra. Se sentó al borde, junto a mí, y me acarició el rostro con una ternura que me hizo cerrar los ojos.

—¿Estás bien? —me preguntó en voz baja, sin rastro de reproche.

Asentí. No podía hablar aún. Sentía tanto. Demasiado.

Lucas miró a Nico y luego a mí. Hubo un momento de esos que uno recuerda más tarde, cuando el tiempo separa los cuerpos pero deja intactas las emociones: una pausa densa, cargada de honestidad.

Nico, entonces, levantó la vista. Y por primera vez desde que todo terminó, habló.

—Gracias por esto. Estoy que no puedo más...

Lucas y yo nos reímos, mi risa sonaba débil y agitada. Nos quedamos en silencio los tres. Compartiendo el aire. La piel. Lo vivido.

No sabíamos si volvería a repetirse. Pero eso no importaba.

Lo que habíamos hecho… lo que habíamos sentido… ya era nuestro para siempre.

Cuando recobré las fuerzas, me puse ropa liviana, sin apuro, sin fingir normalidad. Nico se vistió mientras Lucas le alcanzaba el vaso de agua que había dejado a medio terminar. Yo me senté en la barra de la cocina, todavía envuelta en el calor de todo lo vivido.

—Supongo que esto es el momento incómodo —dijo Nico, sonriendo apenas, con esa mezcla de picardía y pudor que lo hacía real.

Lucas negó con la cabeza, relajado, apoyado contra el marco de la puerta.

—No tiene por qué serlo —respondió—. A veces las cosas intensas no necesitan ser complicadas.

Nico lo miró, asintiendo.

—Gracias por… no sé. Por abrir esa puerta.

Lucas se encogió de hombros.

—No fue una puerta, Nico. Fue una decisión. De los tres.

Me levanté entonces y caminé hasta ellos. Me detuve entre ambos. Mis manos tocaron primero el pecho de uno, luego el del otro. No tenía palabras perfectas, así que no intenté buscarlas. Le di un beso a mi novio y luego otro a mi permitido.

Lucas sonrió, esa sonrisa tranquila que solo él tenía cuando todo le hacía sentido.

—Si alguna vez… necesitan otra noche como esta —dijo, mirándonos con complicidad—, saben dónde encontrarme.

—Lo sabemos —respondí, y le guiñé un ojo.

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🍒 Pregunta Cereza

¿Por qué crees que más personas jóvenes se identifican hoy como bisexuales? Un reciente estudio revela que 1 de cada 4 jóvenes entre 18 y 24 años se identifica como bisexual.


  • Estupendo relato !!! Gracias por escribir toda esa delicia.
  • hola, solo quiero felicitarlos por compartir momentos intimos tan excitantes, y darnos un ejemplo de como escribir un relato erotico lleno de sensualidad, lucas tenes una belleza de mujer fisica e intimamente, cuidala. un abrazo
  • Nota: me tomó más tiempo de lo normal redactarlo mientras rememoraba todo y releía las conversaciones, pero cuando lo tuve finalizado no chequeé algunos errores, por lo que capaz se presten a confusión. Perdón, sinceramente estaba agotada y me dio paja revisarlo antes de subirlo jajajja

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