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Habían transcurrido diez años desde la última vez que la había visto, aquella tarde de enero ella se fue caminando con la cabeza agachada y con gran tristeza porque habíamos terminado nuestro incipiente noviazgo, y en mi mente quedó grabada la silueta de aquel cuerpo femenino que se alejaba y se hacia más pequeño a mi vista. El tiempo pasó y ella organizó su vida, se casó con un buen tipo, con el cual eran felices en los limites de la rutina, según me habían contado y lo mostraba en sus redes sociales; mientras que yo seguí buscando saciar totalmente mi hambre de lujuria en otros cuerpos de mujer, sin éxito alguno.
Cansado de mi búsqueda infructuosa, con una mezcla de nostalgia, deseo y miedo de ser rechazado, decidí contactarla nuevamente a ella por WhatsApp con un simple “Hola”, el cual fue respondido con la misma chispa de diez años atrás, como si el tiempo entre nosotros no hubiese pasado, primero empezamos a indagar sobre nuestras vidas, luego la nostalgia por el tiempo que pasamos juntos, luego los reproches mutuos y la repartición de culpas mutuas para justificar nuestro fracaso amoroso, de nuevo la nostalgia, que se mezclaban con recuerdos.
Sin embargo, yo no quería vivir en los recuerdos, sino quería reclamar ese cuerpo que tantas veces me había proveído tanto placer una vez más, por lo que le propuse vernos en un café de la ciudad, en un punto intermedio en el cual nadie nos reconociera, dado que era una mujer casada tradicional y no quería que el pudor fuera un impedimento para saciar mi apetito.
El día acordado llegó, yo llegue diez minutos antes de la cita, para encontrar en el café un lugar escondido, donde la sensación de privacidad fuera constante y pudiéramos hablar sin sentirnos cohibidos. Ella llegó a la hora acordada, cuando habíamos estado juntos, ella era una chica gorda, lo cual me calentaba muchísimo pues siempre me han gustado las mujeres de grandes proporciones, pero en ese nuevo encuentro ella se veía más gorda que en mi recuerdo porque estaba embarazada, llegó con paso lento, se paró a mi lado y me saludó con un “Hola, ¿cómo vas?”, yo con vos entrecortada y sorprendido por su estado de gravidez le devolví el saludo y la invité a sentarse en frente mío, para conversar; mientras se sentaba ví que llevaba un vestido suelto, cuya falta caía hasta el tobillo y una chaqueta de jean.
Llamamos al mesero, tomó nuestras ordenes, que fueron sencillas y llegaron al poco tiempo, para dejarnos allí olvidados, mientras se ocupaba de otros clientes en el sitio, ella con voz alegre me pregunto “¿cómo va tu vida?” le hice un recuento de mis últimos diez años con sus bemoles, cuando de la nada le dije veo que viniste acompañada, me contó emocionada que tenía siete meses de embarazo, los retos y lo feliz que estaba con su esposo, por lo que pensé que ese día yo debía estar ahí solo por la nostalgia; mientras que la lujuria debía irse por la puerta trasera.
Durante la charla caímos en la misma rutina, nostalgia por nuestro tiempo juntos, los recuerdos dulces, que con el pasar se volvían amargos por el dolor causado, para luego caer en los reproches y en la culpabilidad mutua, lo que, si bien se basó en cordialidad, se convirtió en una guerra de trincheras, en el cual ninguno avanzaba, lo cual tuvo un desempate, cuando ella me dijo yo en este tiempo solo he tenido a mi marido, pero vos has estado con más mujeres, o solo has estado con tu actual novia.
Dado su estado y lo tranquilo que estábamos allí, bajé mis defensas y sin mayor pretensión le confesé que, en todo ese tiempo, había probado con diferentes mujeres, pero ninguna lograba satisfacer mis deseos cómo ella lo hacía tiempo atrás, cuando de repente, ella entre lamiéndose los labios dice “Ah, ¿sí?”, cuéntame más, si bien era la expresión que siempre usaba cuando se estaba excitando, no le presté mayor atención, pues no veía que tuviera posibilidades de avanzar con ella.
Seguimos la charla, pero el patrón había cambiado, la nostalgia volvió a la conversación, pero sobre cómo eran nuestros encuentros y los detalles que vivíamos, en un punto le confesé que nadie me lo había mamado como ella; mientras que ella me decía que su esposo no la trataba como la puta que era en la cama, sino como la señora que era en la calle, por lo que su vida sexual a veces resultaba monótona; seguimos rememorando momentos, cuando sentí que algo sobre mi pene ya erecto, era su mano que buscaba comprobar que tan duro estaba por ella, cuando ya sintió el esplendo de mi miembro, solo atinó a decir “uy que rico, ¿no quieres que volvamos al pasado?”
Solo me empecé a reír, sin darme tiempo de decir nada dijo “Te espero en el baño en tres minutos” sorprendido vi como ingresó a baño; mientras que mi cuerpo empezó a temblar por la excitación que tenía de volver a verla, pasaron los tres minutos e ingrese al baño sin que notaran que éramos dos; allí ella se disponía a desabrocharme el pantalón, cuando la detuve súbitamente, ella algo perpleja y confundida no entendía porque yo estaba renunciando a ese placer, pero sin dejarla musitar palabra alguna, de manera hábil bajé y me introduje en sus amplias faldas, buscando su coñito para darle un oral, el cual no duro ni treinta segundos, cuando terminó en un orgasmo.
Cuando nos incorporamos me dijo “Malparido, se aprovechó de mi porque estoy embarazada y ahora vivo más caliente, cualquier cosa me hace terminar rápido, vámonos a un sitio dónde nos podamos comer” Salimos como ingresamos del baño, pagué la cuenta y nos fuimos al parqueadero con un rumbo a un hotel discreto dispuesto a saciar toda mi lujuria acumulada de años.
Ingresamos al cuarto y nos besamos con el mismo ímpetu de nuestro tiempo antes, pero con algo de delicadeza por su gravidez, nos empezamos a quitar la ropa y ella lo hacía con algo de vergüenza, porque pensaba que no me gustaba que ella era una mujer gorda, idea que siempre tuvo equivocada en su mente, pues son las mujeres con carnes las que me enloquecen. Cuando estuvimos totalmente desnudos, ella se anticipó y me ordenó acostarme sobre la cama, para hacerme una mamada como no me hacían en diez años, con lo cual casi termina la faena muy temprano, me incorporé y empecé a manosear todo su cuerpo, sentir con mis manos cada curva de su cuerpo, como solo una mujer tiene, estaba extasiado con ella de nuevo en mis brazos, hicimos el amor de lado, en cuatro, ella encima de mío, no importaba nada solo comernos y volver a ser una sola carne una vez más.
En medio de todo, ella empezó a hablarme como guisa, sabía que me prendía, me dijo “Papi, rómpeme la cuca, quiero que me des duro, que me rompas, que me trates como tu puta”, lo que llevó a un intercambio de frases que solo hacía calentar el ambiente; “Mi amor quiero que me ordeñes mi verga”; a lo que me respondió en medio de gemidos “¿Cómo quieres que te ordeñe?”; “Mami, quiero que me ordeñe con su cuca, quiero dejártela llena y escurriendo” lo que hacía que nos desinhibiéramos más; me decía que era un malparido por no buscarla antes, mientras que yo le decía que era una perrita preñada, con una cuca más caliente de lo que la recordaba.
Seguimos así, cuando ella estaba encima de mi busque sus tetas con mi boca, lo cual ella esquivaba con algo de vergüenza, lo cual no entendía, a lo que pregunte cuál era el problema si siempre le había gustado que le chupara las tetas mientras hacíamos el amor, a lo que me confesó que le daba pena pues ya estaba teniendo sus primeras micciones de leche, no sé porqué pero eso me prendió más y con mis dos manos agarre sus tetas y empecé a chuparlas, mientras que de sus pezones salían ese blanco néctar, lo que hizo que en poco tiempo termináramos nuestra encuentro, vaciando todo mi semen dentro de su vagina, de la cual salía un hilito blanco.
Mientras ella estaba apoyada en mi hombro me susurró, “¿Viste?; yo te saque la leche de tu verga; mientras que tu me sacabas la leche de las tetas”, a lo cual me levante y le dije que eso era normal porque ella seguía siendo mi perra, por lo que debía marcarla, por lo que procedí a orinar sobre coño; mientras le decía así marco a las perras, lo que le excito de sobre manera y terminó masturbándose delante de mí, llegando a un orgasmo.
Nos vestimos, cada uno salió a su casa, tiempo después supe que nació su hijo, que hizo cambiar la dinámica de la casa y sacó de la rutina a la tradicional pareja, según me contó ella después.