La calle siempre me ha parecido un lugar caliente para tener sexo, estar a la expectativa de que pueda ser sorprendido por alguien o por los policías, o la vecina chismosa... la calle tiene ese encanto de estar al borde de algo.
Una tarde volvía de ir al cine, era domingo por lo tanto no andaba mucha gente en la calle, la idea de tener un encuentro sexual por ahí me puso caliente. Di vueltas por ahí y por allá cruzando calles, caminando lento, mirando por si encontraba otra mirada que se posara en mí con la secreta invitación al sexo, pero parecía que el domingo se iba sin pasar nada interesante. Estaba casi a punto de dar todo por perdido cuando al doblar una esquina aparece un hombre, no era precisamente un adonis ni un modelo o banquero, sino más bien entre cuidador de autos, obrero de la construcción por ahí. Nos miramos y nos volvimos a mirar, él pasó y yo pasé por su lado, pero sabíamos los códigos así que nos dimos vueltas y volvimos a mirarnos, entré en un callejón, las sombras comenzaban a aparecer, volví la vista por si el hombre había seguido mis pasos o se había perdido entre las calles sin remedio. Estaba ahí a metros mío, en el callejón, no pasaba nadie, me acerqué a la pared y saqué mi miembro para orinar, por el olor que había, seguramente no era el primero en orinar en ese callejón. El hombre se acercó mi miembro reaccionó y se puso duro, sin decir nada el hombre se arrodilló metiéndose mi verga en su boca, que delicia, pero quería orinar, así que saqué mi miembro de su boca y empecé a mear, mi sorpresa fue mayúscula cuando el hombre tomó mi pene y se lo metió nuevamente a su boca sin dejar de mear, lance chorros de meados a su garganta que engulló ansiosamente, eso me puso más caliente, terminé de mear en la boca del hombre y seguí metiendo y sacando mi miembro de entre sus labios hasta correrme, el desconocido que antes se había tragado mis meados ahora se tragaba mi leche.
Me corrí entre gemidos, luego no quise ser descortés con el desconocido y me arrodillé también para recibir toda su leche caliente en mi boca, la tragué con pasión hasta la última gota.
Justo cuando me sacudía el polvo de los pantalones para salir del callejón, el desconocido ya lo había hecho, apareció un chico no más de 17 años y sin más me mostró su miembro, obvio que no iba a dejar esa posibilidad. La calle es el mejor lugar para disfrutar de los hombres