Guía Cereza
Publicado hace 2 días Categoría: Orgías 367 Vistas
Compartir en:

Me di gusto quitándole la virginidad a ese hombre. Mis tetas se hundían en medio de sus narices, mientras estábamos en ese sofá. Gustavo se encontraba sentado en el sofá, aún vestido. Iba con su jean y su camiseta azul. Yo también estaba vestida con mi tradicional ropa de oficina. Así había empezado nuestro ritual de amarnos. 

Entonces comencé a desabotonar mi camisa blanca, para que mis senos se hundieran más. Por la expresión de su rostro sabía que estaba disfrutando de mi fragancia. Siempre me había dicho que le encantaba mi perfume. Y ahora que me acariciaba mis senos y los besaba, ese aroma lo excitaba más. 

Mis rodillas estaban a cada lado de su cintura. Y con mi mano izquierda yo empujaba su cabeza contra mis senos. Con la otra mano, aprovechaba para manosear sus genitales sobre su jean. Era evidente que Gustavo estaba excitadísimo. Muy pronto dejó de lamer mis tetas y decidió besarme en la boca. También me besó mi cuello, mis hombros, todo. 

—Ya era hora que te atrevieras—le dije—. ¿Crees que no me daba cuenta de cómo me mirabas? 

—Es que… quiero decir…

—No te justifiques, ya sé eres un poco tímido con las mujeres. 

Ese comentario logró herir un poco su ego. Pero lo hirió con amabilidad. Fue un comentario lo suficientemente fuerte para despertar en él una nueva sensación. Así que de manera contundente se levantó del sofá, obligándome a colocarme de pie. Entre sus manos tomó mis muñecas, que formaron una especie de X. Esa X se ubicaba sobre mis pechos. Ahora me tenía neutralizada. 

Entonces me empujó con una deliciosa violencia y me besó. Me obligó a retroceder. Pronto entendí que era lo que deseaba. Retrocedimos unos tres metros, antes de que me diera la libertad de girarme. Cuando logré girarme, corrimos los dos hacía mi habitación, cogidos de la mano. 

—¿Preparada para la acción?

—Eso es lo que debería preguntarte yo—le dije—. ¡Eres tú el que aún no ha perdido la virginidad! 

Una vez en mi habitación, con total rapidez, me dirigí hacia la ventana. Cerré en un segundo la cortina. La habitación quedó sometida a un color suave, similar a un naranja pardo. Es decir, la luz del sol golpeaba la cortina con suavidad. Ahora todo estaba dado para que folláramos a gusto. 

Yo, me ubiqué sobre la cama y me quité mi camisa, como también mi falda. Con la misma rapidez lancé al suelo mis pantys y mi sostén. Ahora estaba del todo desnuda y preparada para comerme a ese hombre. Gustavo acababa también de quitarse el pantalón y ahora arrojaba su camiseta al suelo. 

—¿Quieres colocarte el condón? ¿O confías en mí?

—Confío en ti. Vamos a disfrutarlo. Hay que decirle adiós a mi virginidad por lo alto. 

Un momento más tarde, sentía como su pene erecto se hundía en mi vagina. Gustavo, debía ser un experto en ver películas y escenas porno. Porque, aunque estaba claro para los dos que era virgen, conocía buenas posiciones. Comenzamos con la tradicional posición del misionero. Pero al cabo de unos minutos, sin anular el coito, él se irguió, quedando de rodillas mientras yo permanecía acostada en la cama, en posición bocarriba. Gracias a esa nueva posición él mantuvo mis piernas abiertas y un poco estiradas hacia el techo. 

Era una posición un tanto cómoda, donde él podía ubicar sus antebrazos sobre la planta de mis pies. Gustavo pudo entonces penetrarme la vagina con total gusto. Esa posición garantizaba también penetradas muy profundas. Y muy pronto comenzaría yo a gemir. Pronto percibí lo bien dotado que estaba Gustavo. 

Realmente fue muy poco lo que hablamos mientras follábamos. Yo me dediqué a gozármelo, sintiéndome orgullosa de quitarle su virginidad. Aquella no era la primera vez que tenía el privilegio de estar con un hombre virgen. Y sucedería con Gustavo, lo mismo que con el primero. 

Creo que es algo muy natural que suceda. El hombre, al no tener experiencia está sometido por cierto nerviosismo. Y claro, también se proporciona placer y disfruta de la experiencia. Pero conquistar el orgasmo se torna algo difícil. Ese momento se alarga, se distancia, huye. La eyaculación precoz es muy poco probable. Por eso, él estuvo follándome como si fuese una máquina. 

—¡Sigue! ¡sigue! ¡sigue! Juega conmigo como quieras—le dije—. Sacia todo tu placer, querido Gustavo. 

—Gracias, cariño, no sabía que esto fuese tan emocionante. 

—Y todavía te falta mucho por descubrir. Perder tu virginidad te llevará a conocer un mundo nuevo. 

Como unos minutos más tarde me cansé de esa posición, decidimos cambiar. Le dije que probáramos la posición de “El cuatro”. Antes de colocarme en dicha posición, me coloqué de rodillas sobre la cama. Estábamos frente a frente, como si fuéramos un par de novios. En realidad, existía mucho amor entre nosotros. 

Yo decidí aprovechar ese instante para darle un beso en la boca y abrazarlo. Le di unas caricias muy amables, demostrándole mi deseo. De hecho, después de besar su boca, decidí besar sus tetillas. Ese instante de intimidad no genital fue fantástico para mí. De hecho, Gustavo me pidió que mordiera un poco su tetilla. 

—Vamos, muérdelo con confianza. Hazme una marca, déjame un recuerdo. No quiero olvidar nunca el día que perdí mi virginidad.

—¿Estás seguro? Te estoy mordiendo bastante fuerte, amor. 

—Sí, un poco más duro, más duro. 

—Está bien, me arriesgaré. No quiero lastimarte. 

Sin embargo, le advertí que mordería suavemente para ir calibrando la intensidad. Gustavo estuvo de acuerdo. Mientras mordía su tetilla izquierda, mientras mis dientes tocaban su piel, yo le masajeaba su hermoso pene. Una de mis manos estaba sobre su cintura. Y con la otra me dediqué a frotárselo. Su pene estaba erecto y grueso. 

Gustavo estaba contento con que le estuviese haciendo la paja mientras le mordía la tetilla. De pronto, tras mucho ensayar, le di la mordida que él deseaba. Gustavo soltó un pequeño gritito de dolor. Yo solté de inmediato la mordida. Mi amante me miró a los ojos y luego se fijó en su tetilla. 

Entonces reconoció la marca de mis dientes en torno a su tetilla. Mis dientes dejaron una marca de un color rojo; pero no era sangre. Gustavo me sonrió orgulloso por haberle dejado esa marca de pasión. Y entonces me exigió, con una amable violencia, que me colocara en la posición de El cuatro.

Tras colocarme en dicha posición, él me propinó una fuerte nalgada. Fue una palmada agresiva, pero sexualmente estupenda. 

—¡Ay!—le contesté a su reacción—. Que nalgada tan deliciosa. 

Gustavo no respondió nada. Pero si me clavó su verga por mi vagina, hundiéndola a profundidad. El placer de amarnos nos deparaba todavía grandes emociones para esa tarde. 

A partir de ese momento él se convirtió en mi amante sexual. El sexo intenso que tuvimos esa tarde confirmó el inicio de nuestra relación. Yo, en posición de El cuatro, me sentí súper contenta con su desempeño. Las penetradas que me dio en mi vagina fueron espectaculares. Su pene erecto, aún virgen, se comportó de maravilla. Me estuvo follando en esa posición durante al menos unos quince minutos. Yo alcancé a disfrutar de unos dos orgasmos. 

Fue tanto el placer que tuve que levantar mis manos de la cama y ubicarlas sobre la cabecera de la cama. Así, pude alcanzar una mejor estabilidad para sentir a gusto su verga clavándome. Cuando finalmente llegó su momento, él sacó su pene de mi vagina con velocidad. Fue un movimiento rápido y brusco.

Entonces sentí cómo se colocó de pie en la cama. Cuando experimenté el chorro caliente cayendo sobre mi espalda entendí lo que había sucedido. No quiso eyacular en el interior de mi vagina. Aquello no me molestó para nada y lo comprendí. Sin embargo, si me atreví a preguntarle: 

—¿Te da miedo embarazarme?

—No es eso—me respondió—. Soñaba con hacer eso desde hace mucho. Deseaba con intensidad ver mi propio semen derramado sobre la piel de una mujer. 

—Oh, te entiendo. 

—De hecho, presiento más emoción de hacer lo mismo sobre tu abdomen. 

—Después cumpliremos ese capricho. Gustavo, en el baño hay pañitos húmedos para que me limpies. 

Yo me mantuve en la misma posición, con mis manos apoyadas sobre la cabecera de la cama, hasta que él regreso. El pañito húmedo me refrescó la espalda. En realidad, tuvo que hacer uso de unos tres pañitos. Entonces volvió al baño para botarlos. Cuando regresó, Gustavo me vio acostada en la cama, aún desnuda. Se acostó a mi lado y nos dedicamos a hablar. 

Por el momento le daba el título de amante. Aunque en verdad no debía llamarlo así. Mi esposo viaja constantemente por cuestiones de trabajo. Y sé muy bien que él me es igual de infiel. Desde esa tardé consideré que la relación con mi “marido” no perduraría mucho.

Yo tengo diez años más que Gustavo: un joven que recién terminó el colegio. Es decir, él tiene apenas dieciocho años y yo veintiocho de edad. Lo interesante de nuestra relación es que él vive en el apartamento de al lado. Durante mucho tiempo solo fuimos vecinos. Nos encontrábamos en el ascensor o coincidíamos al salir de casa. Nos saludábamos por cortesía y teníamos cultivada cierta “confianza”. 

Una tarde de agosto, cuando íbamos a tomar el ascensor, lo vi vestido de manera elegante. Bueno, no es que estuviera vestido de traje o smoking. Llevaba un jean de color negro y una camisa azul. Además, emanaba de él un delicioso aroma. Su perfume me resultó fascinante, como si fuesen sus feromonas. ¿Serían esas feromonas lo que activaron mi deseo de convertirlo en mi amante?

—¿Vas para donde la novia?—le pregunté con tono divertido—. Vas muy elegante. 

—No, no es eso—me respondió con amabilidad—. Solo voy a dar un paseo y a comprar unos oleos. 

—¡Ah! Qué juicio. El otro día tu mamá me dejó ver bien los cuadros de la sala.

—Oh, ¿Cuándo fue eso? 

—Fue la semana pasada. Es que se me había acabado el azúcar y tu mamá me regaló un poco. 

Mientras bajábamos en el ascensor lo seguí molestando sobre el asunto de la novia. Al final, antes de salir de la cabina del ascensor, le guiñé un ojo. Fue un guiño sexy, sensual, provocador. Lo hice con la intención femenina de despertar su deseo por las mujeres. Pero en realidad ese guiño de ojo tuvo más efecto sobre mí. 

A partir de esa tarde, comencé a pensar más en él. Me motivaba el deseo de volvérmelo a encontrar en el ascensor. Deseaba verlo de nuevo, vestido de esa manera elegante y sentir su fragancia. La tarde en que lo convertí en mi amante, me atreví a confesarle todo. Le dije con cariño lo mucho que ansiaba que nos acostáramos. 

—Yo también, cariño—me dijo—. Eres una mujer que provoca grandes tentaciones. 

Después de tomado el descanso, seguimos follando. Me dijo que otra de sus fantasías es que yo lo cabalgara. Entonces se acostó bocarriba en la cama y yo me senté sobre su miembro erecto. Estuve saltando con gusto, hundiendo mi vagina a profundidad. Su pene se mantenía muy bien erecto y rígido. 

Esa rigidez me garantizaba sensaciones fuertes. A veces mis ojos se tornaban blancos de placer. Y cuando volvía a observarlo, él me miraba fascinado. Me halagaba diciendo lo hermoso que era ver una mujer así de extasiada. Me dijo que le fascinaba ver a una mujer con sus ojos en blanco. 

Yo seguía mientras tanto cabalgando sobre su pene, disfrutando a gusto. Después de un rato me cansé de estar saltando y saltado sobre su pene. Entonces me incliné hacia adelante. Así pude empezar a besarle su boca y su cuello. La satisfacción que sentía yo era enorme, mis gemidos eran cada vez más fuertes. 

—Disfrútalo, cariño, disfrútalo—me decía él—. La falta de sexo es perjudicial para la salud. 

En ciertos momentos, mi amante empujaba sus nalgas hacia arriba. En esos instantes, mi placer se intensificaba. Sentía como su verga ingresaba de manera más profunda. Y cómo no lo hacía de manera rítmica, el placer era mayor. El empujón inesperado de sus nalgas me tomaba casi siempre desprevenida. 

Al cabo de largos minutos en ese juego, él me aviso que estaba a punto de llegar al orgasmo. De manera brusca, rápida pero amable, logró dominarme y recostarme en la cama. Ahora estaba yo bocarriba. Así, tal como lo habíamos acordado, volvió a eyacular sobre mí, sobre mi abdomen. Su capricho se había completado. Aunque bueno, la carga de semen no fue tan generosa como la primera vez.  

A partir de ese momento volvimos a recostarnos en mi cama. Vi el reloj junto al nochero y descubrí que iban a ser las cinco. Nuestros juegos sexuales se prolongarían durante las siguientes horas. Y más tarde, saldríamos juntos para disfrutar como novios de la ciudad, hasta que descubrimos el bar perfecto para tomar unos tragos y una discoteca en donde bailar. Así inició una relación de la que aún tengo mucho por decir. 

Unas semanas más tarde, Gustavo tuvo el enorme privilegio de vivir su primera orgía, acompañado de tres amigas mías. Aquel evento inició en la sala de mi apartamento. En un principio él estaba un poco desconcertado, quizá creyendo que lo que vivía era una ilusión, aunque más que todo confuso ante la idea de que fuese yo misma la que avalaba que gozara de su sexualidad con las cuatro mujeres que representábamos nosotras.

Esa noche lo vi gozar del sexo como un dios. Lo vi disfrutarse de la vagina de Tatiana, mientras Stephanie se lo mamaba. Tatiana se había ubicado casi de pie sobre el sofá, manteniendo su cuerpo en equilibrio, apoyando sus manos en la pared. La rodilla izquierda de ella la tenía descargada encima del espaldar del sofá. 

De ese modo, en posición sentada, Gustavo estaba besando la vagina de Tatiana. A menudo observaba cómo estiraba los labios vaginales de ella con su boca. Veía los labios de Tatiana, siendo jalados como si fuesen de caucho. Entonces los soltaba, antes de volver a lamerle su hermosa cuca.

Mónica y yo nos estábamos masturbando, cada una en los sillones rojos. Ella estaba aún con su ropa de oficina, con sus piernas bien abiertas. Su falda estaba recogida, arremangada casi toda en su cintura. Así que yo podía verla frotándose su vagina. También ella observaba la escena con fascinación. Era excitante vernos a todas gozar del sexo.

—¿Cómo vas?—le pregunté a Mónica—. Veo que lo estás disfrutando.

—Por supuesto, no olvidaré nunca de esta noche. Me encanta ver cómo estamos abusando de tu novio. 

—Le estamos dando el placer que se merece—dijo Tatiana—. Vamos, Gustavo, sígueme jalando mis labios de esa manera. Y no olvides de masajear mi clítoris con tu lengua. 

Stephanie se mantenía juiciosa, mamándole la verga a Gustavo. Estaba concentrada en el acto de mamárselo. Tanto así que mantenía sus ojos cerrados. Se daba el gusto de gozar del sexo con Gustavo, siendo la primera en chupársela. A veces suspendía la mamada y miraba a los ojos a mi novio. Era el momento en que ella respiraba a profundidad. 

En cierto momento de esa mamada se colocó de pie y se bajó sus pantalones. Los pantalones de dril quedaron en el suelo, a un lado de sus rodillas. Así que, a partir de ese momento, utilizó su mano izquierda para masturbarse. Metió su mano bajo su panty blanco y estuvo frotándose, con calma. 

Su camisa con mangas largas aún la llevaba puesta, pero un poco abotonada. Hasta ese momento, la única que se encontraba del todo desnuda era yo. Al igual que Mónica, Tatiana también tenía una falda, arremangada contra su cintura. Sus medias de seda aún las tenía puestas y llevaba una blusa rosada.

Yo, al sentirme en mi propio territorio, en mi propia casa, no dude en desnudarme. Me encontraba en ese sillón, masturbándome, viendo a mi novio gozar del amor. A veces, sintiéndose observado, me lanzaba una mirada cómplice. Yo le guiñaba el ojo, para que se sintiera a gusto y continuara disfrutando.

—Sabemos que te estás deleitando, papasote hermoso—dijo Mónica—. Muérdela, muérdela un poquito. 

—Con gusto, hermosa—respondió Gustavo—. Esta cuca está muy deliciosa. 

—Chicas, cuando quieran hacer rotación avisan—dije yo. 

Stephanie continuó mamándosela a Gustavo durante un rato más. Cuando consideró que había logrado gozar del sexo lo suficiente, cambió de posición con Mónica. Tatiana aprovechó ese momento para colocarse en una nueva pose. Ubicó su pie izquierdo al lado de la cintura de Gustavo. Así que ahora tenía la vagina enfrente de él. 

Yo me sentía orgullosa de ver cómo se devoraban a mi novio. Por eso no estaba ansiosa por cambiar de posición. Tatiana, Mónica y Stephanie sí estaban un poco ansiosas. Yo podía percibirlo con facilidad. De hecho, podía interpretar cierto sentimiento de culpa, por estar abusando de él. Es decir, que estuvieran gozando de él enfrente de mí. Cada vez que realizaba un comentario, mi deseo era alentarlas a que despejaran esa culpa. Esa sensación de delito de estar follándose a mi hombre no tardó en desaparecer.

—Cómo lo estás disfrutando de rico, Tatiana—dije—. ¡Comete con todo gusto esa panocha, amor! Hazlo como si fuese la mía. 

Aquella orgía con ese hombre había iniciado de manera inesperada. No fue algo premeditado para ellas tres, aunque sí por mí. Yo sabía lo mucho que deseaba gozar del sexo esa noche. Yo decidí invitar a mis amigas a mi apartamento tras cumplido el horario de trabajo. Hasta ese momento ellas sabían muy bien de mi relación con Gustavo. Aprobaban con gusto y con cierta envida (u orgullo) que me acostara con un jovencito. Simplemente les dije que fuéramos a mi casa antes de salir de fiesta.

De camino al apartamento, llamé a mi novio para que nos esperará. Y cómo ya lo dije, él vive en el apartamento de al lado. Le pedí que colocara a enfriar un poco más de hielo en la nevera. También le indiqué que nos esperara. Pero no le insinúe nada sobre que iba con mis amigas. 

—Vaya, que sorpresa, muy buenas tardes—dijo al abrir la puerta del apartamento—. No sabía que venías con compañía amor. 

—Mis mejores amigas—le respondí—. Nos van a acompañar hoy un rato

—Mucho gusto, Gustavo. Tu novia nos ha hablado a menudo sobre ti—dijo Tatiana. 

Creo que en ese instante ninguna sospechaba lo mucho que íbamos a gozar del sexo. Ninguna excepto yo. En ese momento eran cerca de las seis de la tarde. Aún se veía un poco de sol en el día. Pero no fue sino hasta dos horas más tarde que decidimos comérnoslo.  

Hasta antes de eso, estuvimos dialogando en la sala de mi apartamento. Mi “marido” llamó en cierta ocasión y le respondí que estaba con unas amigas. Nadie le prestó importancia a esa llamada. Así que todo continuó normal. Pedimos pizza y nos tomamos las cervezas de la nevera.  

De pronto, di el primer paso para que todo ocurriera. 

—Ven, Mónica, siéntate aquí, cambiemos de puesto—dije—. Estás en mi sofá favorito. 

—¡Ah! De acuerdo, no hay problema. 

A partir de ese momento, dejé que todo fluyera. A veces le lanzaba un guiño provocador a Gustavo. El clima se tornaba cada vez más cómplice entre los dos. En cierto momento, entre risas, Stephanie percibió mis guiños sexuales hacía él. Entonces la sensación de querer gozar del sexo comenzó a gravitar.

Cuando eso ocurrió, le lancé una mirada profunda y sugestiva a Mónica. Entonces, ella ubicó su mano sobre la rodilla de Gustavo. En ese mismo instante ya todo estaba dado. Seguimos hablando normal, a medida que el sentimiento crecía. Empezamos a hablar de sexo de manera suspicaz. 

Parecía como si todos fuéramos sexólogos o expertos en eso. Pero hablábamos con madurez, sin querer pasar aún a la acción. De pronto, en medio de risas, Tatiana le preguntó a mi novio: 

—¿A ti como te va Gustavo con tu novia Lina?

—Pues, que te puedo decir, muy bien.

—Pero cuéntanos más—dijo Tatiana. 

—Sí, vamos, cuéntanos más—agregó Mónica acariciando su pierna.

Ahí comenzó todo. Días más tarde, evocando todo lo sucedido, califiqué lo ocurrido esa noche como una noche de sexo intenso. Como todas queríamos gozar, fuimos rotando de posiciones en orden. Así, ninguna tuvo que repetir el menú. Después de que Mónica estuvo mamándosela a Gustavo, fue a reemplazar la posición de Tatiana. 

Stephanie entró a ocupar su posición y Tatiana decidió sentarse en uno de los sillones. De acuerdo a lo que ella nos comentó, estaba cansada de estar de pie. Entonces yo entré a relevar la posición de Stephanie, por lo que me di el gusto de besar y mamarle el pene a mi novio. Gustavo emitía con frecuencia gemidos de satisfacción. En ciertas ocasiones sostenía con fuerza su pene, con su mano izquierda.

Ya todas sabíamos lo que significaba ese gesto. Eran los momentos en que estaba a punto de eyacular. Esa era su manera de contenerse. Sin embargo, yo seguía dándole besitos a su glande. Había momentos en que él, con mucha amabilidad, me tomaba del pelo, impidiéndome continuar.

—Lo importante es que disfrutes amor—le decía yo—. Si quieres venirte hazlo. Si quieres eyacular no importa. ¿No piensan lo mismo chicas? 

—Sí, querido, tranquilo—agregaba Stephanie—. De cualquier modo, sabemos que seguirás dándonos cariño. 

—Entiendo, entiendo—afirmaba él.

Gustavo estaba lamiendo la vagina que tenía Mónica en frente de su boca. Estuvimos disfrutando del juego durante al menos media hora más. Íbamos rotando y rotando. Gustavo mientras tanto seguía conteniéndose. Decía que así disfrutaba más del juego, que quería prolongar la llegada de orgasmo. Y eso que el deseo de tener sexo intenso y sin límites nos dominaba a todos.  

Los roles de cambiar de posición se mantuvieron siempre. Es decir, no había nada nuevo ni extraordinario. Cada una tuvo su tiempo para mamársela y ubicar su vagina sobre su boca. Todas sabíamos que se deleitaba al tener una cuca frente a sí. Cada cuca que permanecía frente a su boca, mientras a cada una le correspondía estar de pie en el sofá. 

Hubo un momento en que ya todas estábamos satisfechas. Mientras él no había llegado aún al placer, nosotros sí habíamos conquistado varios orgasmos. Era fascinante ver lo mucho que Gustavo se contenía para disfrutar el momento. De modo que decidimos hacer una pausa. 

—¿Quién quiere comenzar a cabalgar sobre mi pene?—preguntó—. ¿Cuál de todas quiere que se lo meta bien profundo?

—¡Uy! Pero que grosero—dijo Stephanie—. Que provocador resulta escucharte decir esas palabras. Parecías ser un joven más educado. 

—Chicas ¿entonces quién se ánima?—pregunté yo—. ¿Quién quiere seguir disfrutando del buen sexo con mi novio?

Mónica, que estaba masturbándose en uno de los sillones, respondió sin decir una palabra. Es decir, levantó su pierna derecha, con su pie apuntando hacia el techo. En ese punto de la historia ya todas nos encontrábamos desnudas. Así que Mónica se levantó y se fue directo hacía al sillón. 

Gustavo la penetró sin necesidad de colocarse un condón. Le pregunté si quería que le diera uno, pero me respondió que no era necesario. De manera que Mónica, ubicó sus rodillas a cada lado de la cintura de él. Mi novio cogió su verga y manteniéndola erecta se preparó para la penetración. 

La penetración se dio después de que ella abriera sus labios vaginales con su mano. Todas estábamos mirando atentas a esa penetración. Fue un momento exquisito. Cuando Mónica hundió su vagina en el pene, todas experimentamos cierto clímax. Fue como si esa verga nos hubiera penetrado a todas al mismo tiempo. 

—¡Fabuloso!—dijo Mónica—. Que verga más gruesa y deliciosa. 

—Sé que lo vas a gozar—respondió él—. Te voy a dar el mismo trato de sexo apasionado que le doy a mi novia.

—Sí, amor—dije—. Déjala que se deleite como si fuera yo. 

Mónica ubicó sus manos sobre los hombros de Gustavo y se dedicó a disfrutar. El ruido de las nalgas golpeando la piel de mi novio se tornó excitante. Mi amiga se lo estaba follando con todo gusto, como si lo estuviese violando. Ella había logrado dominarlo en ese punto del juego. Sin embargo, la acción no duraría mucho.

Creo que la razón por la que Gustavo se contuvo fue por el sexo oral. Disfrutar del sexo oral no es lo mismo que cuando estás en coito. Por eso no pudo resistirse tanto al placer que le daba Mónica. El coito entre ellos dos solo duró un poco más de dos minutos.

—Creo que me voy a venir—dijo entre gemidos Gustavo—. Lo siento mucho Mónica. No quería decepcionarte.

—No te preocupes, disfruta, disfruta. Mientras tanto déjame seguir saltando aquí. 

—Ya casi me vengo. ¡Ya casi me vengo!

Gustavo la tomó de la cintura, con la notable intención de liberarse de ella. Mónica entendió lo que ocurría.

—No te preocupes, eyacula dentro de mí—dijo antes de darle un beso en su boca—. Yo planifico, como todas las demás. No quiero pausar este momento de sexo contigo. 

Al parecer ese dato llenó a Gustavo de la tranquilidad que buscaba. Entonces él soltó una serie de gemidos. Todas empezamos a sonreír al ver que había llegado a lo que deseaba. Su respiración se sintió en todo el apartamento. Fue como si hubiese acabado de alcanzar un alivio sobrenatural. Ese alivio nos relajó a nosotras también. 

En ese momento, Mónica hundió su vagina hasta el fondo del pene de mi novio. Estuvo besándolo durante unos veinte segundos. Mientras tanto lo acariciaba con gusto, tocándole las tetillas.

Cuando terminó de besarlo, le dio una suave pero dulce y atrevida cachetada. Gustavo sonrió con gran satisfacción al percibir el cariño del gesto. 

—Tatiana… ¿te lo quieres tomar?—preguntó Mónica. 

—Claro que sí. Me encantaría. 

Hasta entonces Tatiana se había estado masturbando en el suelo. Estaba al lado del sillón donde se encontraba Stephanie. Pero ante la sugerencia de Mónica se levantó y se aproximó al sofá. Aún sentada en el suelo, descansó su cabeza sobre el borde del sofá. Ella estaba a la derecha de donde se encontraban Gustavo y Mónica. 

—¿Preparada?—preguntó Mónica. 

—Claro que sí—le respondió Tatiana. 

Con su cabeza recostada en el sofá, Tatiana abrió entonces su boca. Además, sacó su lengua, exhibiéndola orgullosa. Entonces, Mónica se retiró del pene de Gustavo, dando fin al coito. Y de inmediato, con gran rapidez, Mónica ubicó su vagina sobre la boca de Tatiana. 

Stephanie y yo, que aún nos masturbábamos en los sillones, apreciamos con gusto la escena. Gustavo también sintió una fascinación al ver lo que ocurría. De la vagina de Mónica, el semen de él caía sobre la lengua de Tatiana. Mónica, para facilitar el chorreo del semen utilizó su mano para abrir sus labios vaginales. Treinta segundos después, el chorro de semen de mi novio se había derramado por completo. Tatiana mantuvo el semen en su boca durante unos segundos antes de tragárselo.

Y pensar que todavía hay mucho por decir sobre el sexo intenso de esa noche.  

 

Publica tu Experiencia

🍒 Pregunta Cereza

¿Por qué crees que más personas jóvenes se identifican hoy como bisexuales? Un reciente estudio revela que 1 de cada 4 jóvenes entre 18 y 24 años se identifica como bisexual.