Guía Cereza
Publicado hace 2 semanas Categoría: Bisexuales 753 Vistas
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Soy mujer, tengo una relación con mi novia hace ya algún tiempo. Nunca había estado con otra persona, mi atracción siempre fue hacia las mujeres. Ella y yo sabíamos darnos placer en cuestiones sexuales. Nuestra relación siempre fue intensa. Nos entendíamos sin hablar. Sabíamos dónde y cómo tocarnos. Y por las noches, al cerrar la puerta de casa, y cuando teníamos ganas los besos encendían la chispa que acababa en un mar de sábanas húmedas, piernas enredadas y cuerpos temblando. Siempre fue asi.


Pero entonces conocí a Luis.

Fue una tarde cualquiera, en la galería donde trabaja una amiga. Él estaba observando una fotografía. Yo solo pasaba, pero él giró a verme con una mirada que no esquivó.

Fue directa. Masculina. Cargada.

No me dijo nada vulgar. Solo sonrió. Pero en esa sonrisa cabía todo lo que no me había permitido pensar hacía tiempo.

Esa noche, cuando regresé a casa, ella me esperaba en la cocina, descalza, con una cerveza en la mano.

Me besó. Yo respondí como siempre, con deseo, con amor… pero también con una sombra en el pensamiento.

la de Luis. Sus manos imaginadas. Su cuerpo insinuado.

Ella me desnudó con calma. Le encantaba hacerlo así, disfrutando cada botón, cada gesto de mi piel reaccionando. Yo ya estaba húmeda. Ella pensó que era por ella. Y en parte sí… Se los juro que si, pero también era otra cosa. Una mezcla de culpa y deseo prohibido.


Nos tendimos en la cama. Sus dedos sabían exactamente qué hacer.

Su lengua también.

Mi cuerpo se abrió para ella, como tantas veces. Me moví con fuerza contra su boca, gimiendo, sintiéndome viva. Pero en mi mente, cuando cerraba los ojos, la fantasía tenía espacio para otro rostro. Otro peso. Otro ritmo.

Ella subió hasta mi boca y me besó mientras su mano seguía en mi clítoris.

Yo la abracé fuerte. Quería sentirla cerca. Metí sus dedos en mi, me moví circularmente buscando mi satisfacción. Quería borrar la idea de Luis.

Pero no podía.

Cuando llegué al orgasmo, con el cuerpo saciado y la respiración cortada, la imagen de él apareció por un instante como un rayo caliente. Y me sacudió más de lo que esperaba.

Ella se acurrucó en mi pecho, tranquila, satisfecha.

Yo le acaricié el cabello, agradecida… pero inquieta.

¿Qué se siente que te embista el cuerpo de un hombre?

¿Y si mi deseo no fuera traición, sino simple hambre de explorar lo que aún no he vivido?

No se lo diré. No ahora.

Pero Luis… sigue apareciendo en mi mente con curiosidad

Y lo peor —o lo mejor— es que no me arrepiento de pensarlo mientras la toco.

Mientras me deja tocarla.


Nunca planeé cruzarlo.

Pero ese día el destino parecía decidido a empujarme.

Luis me llamó en la tarde. Su voz era relajada. Me pidió un favor: que lo recogiera y lo llevara a una dirección donde debía encontrarse con unos amigos.

No vi nada extraño en eso. Quizá no quería ver.

Llamé un taxi y le pedí que hiciera una parada adicional. Cuando Luis subió, me sonrió. Iba con una camiseta negra, sencilla, pero bien ajustada a su cuerpo.

Hablamos de cosas banales. Música. Tráfico. Lo mal que nos trató el clima esa semana.

Y entonces, en un movimiento casual —¿accidental, tal vez fingido?— su mano rozó mi pierna.

Sentí el calor de su piel como una descarga lenta.

Me tensé. Lo miré.

Pero no retiré su mano.

No dijo nada. Ni yo. Pero la corriente ya se había encendido.

No sabíamos cómo apagarla.

Llegamos al lugar. Un parque discreto, con árboles altos y bancos de piedra. Esperamos.

Sus amigos no llegaron.

Luis me miró, con esa media sonrisa que mezcla deseo con respeto. No había arrogancia en él. Solo una verdad desbordándose por sus ojos.

—Sé que estás con alguien —dijo, suavemente—. Y no quiero faltarte al respeto...

Se detuvo, respiró hondo.

—Pero desde que te vi, no he podido dejar de pensar en ti. Hay algo en ti... que me llama.

Yo lo escuché en silencio.

—No fastidiarte —continuó—. Solo... quiero saber si tú también lo sientes. Si existe la posibilidad de que ....

Lo miré.

Me dolía un poco admitirlo, pero sí... sí quería que algo pasara. En las noches con mi pareja, cuando cerraba los ojos y su cara aparecía

—Lo siento —le dije—. Pero no puedo negar que también lo he pensado. Que mi cuerpo ha querido saber....

Luis no respondió con palabras.

Solo se acercó. Muy despacio.

Nuestros labios no se tocaron de golpe. Fue un roce primero. Tibio. Humedecido por la respiración entrecortada. Cuando finalmente nos besamos, fue como si mis pensamientos se derritieran.

Sus manos fueron firmes, pero cuidadosas, tocando mis brazos, mi cintura, la parte interior de mis muslos… con una mezcla entre hambre contenida y veneración.

Yo le correspondí.

Por un instante, no era la mujer bisexual. Ni la que había jurado lealtad en la cama que compartía cada noche.

Era solo piel, fuego, deseo.

Y Luis... era el hombre que sin promesas, solo con su presencia, encendía lo que yo había callado por tanto tiempo.

Nos separamos, respirando fuerte.

No fuimos más allá.

Ese día, no.

Pero el límite ya estaba cruzado.

 

Pasaron algunos días desde aquel beso.

Volvimos a hablarnos, claro. Mensajes a media tarde. Comentarios inocentes que se teñían de doble sentido.

El deseo no se fue.

Se instaló.

Hasta que una tarde cualquiera, sin más pretextos ni explicaciones, acordamos vernos.

Luis me esperó en la habitación de un motel discreto, lejos de lo conocido. No pregunté cómo había llegado antes, ni él me preguntó por qué llegué tan pronto.

Solo abrió la puerta. Y me miró.

No había nervios. Solo esa energía palpable cuando dos cuerpos saben lo que están por hacer. Lo que ya no pueden detener.

Me deslicé hacia dentro y cerré la puerta. Todo lo que estaba afuera, también lo dejé afuera.

Luis me besó como si desde siempre hubiese tenido el derecho. Sus manos se movieron con hambre controlada por mi espalda, mi cintura, mis caderas. Mi blusa cayó al suelo con rapidez, y mis senos se ofrecieron al aire tibio de la habitación. No tenía sujetador. Él bajó la cabeza y los besó con una mezcla de ternura y deseo animal. Mis pezones estaban duros. Mi respiración entrecortada.

Sus dedos me acariciaron la zona pelvica, entraron en mi. Yo suspiré, empecé a jadear.Lo admito, no era tan bueno en eso. Pero el morbo y deseo ganaban.

Le sonreí, medio jadeando.

—No soy tuya —le dije—. Pero hoy... quiero que me tomes como si lo fuera.

Él no esperó más. Me levantó con facilidad, y me llevó a la cama. Mientras bajaba mis tangas, yo desabrochaba su correa. Su erección estaba fuerte, marcada, ansiosa.

Cuando lo sentí entrar en mí, no fue solo placer.

Fue reconocimiento.

Su pene entraba perfectamente en mi, lento, duro, firme. Mientras una de sus manos acariciaba uno de mis senos, su otra mano me apretaba la cintura contra su cuerpo que a la vez me penetraba.

Era otra cosa. Algo más salvaje. Más crudo. Más primario.

Mi cuerpo tembló al sentir cómo su pene me embestía. Fuerte, firme, con ritmo.

Mis piernas lo rodearon. Mis uñas se aferraron a su espalda.

Cada estocada era una respuesta a algo que yo no había preguntado pero que mi cuerpo sí anhelaba.

Gemí. Fuerte.

Mis caderas se alzaban para recibirlo con más profundidad.

Metió sus dedos en mi boca, haló mi cabello, me penetraba. Tantas sensaciones a la misma vez que no podía controlar.

Mi cabeza giraba, como si con cada embestida me reconfigurara por dentro.

Y ahí lo supe:

Soy bisexual.

Amo a mi pareja.

Pero Luis... él me hacía recordar algo que había escondido.

La potencia de un cuerpo masculino.

El peso.

La fuerza de sus caderas chocando contra mí.

La forma en que llenaba cada rincón de mí.

Inició a darme con mas fuerza, su ritmo se aceleró, ya no eran coordinados. Su pene se sintió mas fuerte, mas grande. Lo sentí mucho más. Sabía que estaba apunto de venirse dentro de mi.

Pero no lo dejé terminar dentro.

Con voz temblorosa, le pedí que saliera justo antes.

Y él, obediente, se apartó.

Terminó sobre mi abdomen, jadeando, besando mi cuello mientras sus fluidos me marcaban.

Yo también había terminado. Sentir esa ultima fase de él me generó excitación máxima y no aguanté. Me vine también. Mi cuerpo vibraba. El orgasmo me había dejado los muslos tensos y la mente flotando.

Nos quedamos en silencio unos minutos.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Estoy muy bien —le dije—..

Me vestí con calma.

Limpié mi piel.

Y me fui.

Regresé a casa con el cuerpo relajado y el alma revuelta.

No me sentía sucia.

Me sentía… completa. Rota y unida al mismo tiempo.

Había cruzado un límite.

Y no me arrepentía.


Regresé a casa con el cuerpo cansado y la mente enredada. Luis había dejado una huella sexualmente en mi, . Su mirada, su forma de tocarme, incluso su silencio, habían despertado algo que aún ardía en mi piel.

Apenas crucé la puerta, la risa de mi pareja me recibió como una ráfaga cálida. Estaba alegre, con las mejillas encendidas por los tragos y una buena noticia que no tardó en contarme entre abrazos y besos torpes. Su entusiasmo era contagioso, su amor tan sincero... Me sentí culpable, pero también vulnerable.

Sin darme tiempo a pensar, me tomó de la cintura y me llevó a la habitación, entre risas y caricias. No protesté. Tal vez porque aún llevaba encima el fuego de antes. Tal vez porque necesitaba reconectar con ella… o tal vez porque sabía que mi cuerpo aún podía ofrecer algo auténtico.

Nos besamos. Sus labios sabían a alcohol y ternura. Su deseo era genuino. Cerré los ojos intentando concentrarme solo en ella.

Fue entonces cuando sonó mi celular. Apenas un vistazo: Luis.

No sabía por qué llamaba. ¿Se habría arrepentido? ¿Querría más? ¿Sentía lo mismo que yo?

No pude responder. El momento era demasiado intenso. Mi pareja, sin percatarse, había encontrado justo el punto donde mi cuerpo se rendía. El teléfono cayó al suelo, y con él, una parte de mi autocontrol.

Me dejé llevar. No por culpa. No por castigo. Sino por una necesidad profunda de equilibrar lo que sentía. Estaba ahí con ella, dándole mi entrega, mi atención, mi placer. Pero una parte de mí sabía que en algún lugar, al otro lado de esa llamada, alguien más tal vez escuchaba. Y eso me excitaba… de un modo extraño, confuso y nuevo.

Era placer. No fingido. No pensado. Era real.

Y sin querer, sin planearlo, empecé a hablar. No con nombres, no con claridad, pero con frases que salían cargadas de doble filo. “Sí… así... no pares, se que te gusta lo que estas experimentando”, decía, y no sabía a quién se lo decía más.

Entre jadeos suaves y gemidos atrapados entre labios mordidos, me abandoné a las sensaciones. A la piel que conocía… pero con la mente viajando. Me estremecía no solo por lo que sentía, sino por lo que sabía que alguien más, del otro lado del teléfono, estaba escuchando.

Fue un acto completo. No de traición, sino de contradicción.

Mi pareja pensó que celebrábamos juntas, y de alguna forma era cierto. Pero también celebraba yo mi descubrimiento, mi deseo expandido, mi identidad en conflicto. Fui suya esa noche, sí. Pero también fui mía.

Y eso, por ahora, era suficiente.


Mientras mi pareja me celebraba con su amor, yo celebraba mi propio despertar. No era solo deseo. Era la aceptación que aun muchos no quieren aceptar y es de que una sola persona no siempre basta para contenerlo todo. Todos deseamos a alguien más, solo que no lo admiten por temor a la sociedad.


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🍒 Pregunta Cereza

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