Guía Cereza
Publicado hace 2 semanas Categoría: Transexuales 187 Vistas
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El eco de la salsa y el vallenato llenaba los salones del Bogotá Hilton aquella noche de los noventa. Jim, con su corbata de seda y su mente fija en las finanzas, se sentía un tanto fuera de lugar en el lanzamiento de la nueva colección. Su trabajo como administrador de empresas lo había traído allí para una posible inversión, pero sus ojos quedaron fijos en ella. Mariak. Con un vestido de su propio diseño que parecía esculpido para ella, y un peinado audaz que desafiaba la gravedad, coordinaba el backstage con una autoridad serena. Su cabello oscuro, casi azabache, enmarcaba un rostro de facciones delicadas y ojos profundos que parecían ver más allá.

Jim la vio discutiendo con un modelo por un detalle minúsculo en un cuello. Algo en su pasión lo cautivó. Se acercó, su voz un murmullo sobre la música. "La perfección, a veces, es un dolor de cabeza, ¿no?" Mariak levantó la vista, sus ojos de un azul intenso brillaron con una chispa. "Y también lo que lo hace todo inolvidable", respondió, su voz con un deje melódico que lo dejó prendado.

Ese fue el chispazo. En los días siguientes, Jim la buscó. Descubrió que Mariak tenía su estudio en una casona antigua del centro, llena de patrones, telas y el zumbido de máquinas de coser. Era una diseñadora de modas visionaria, adelantada a su tiempo. Hablaban de todo: desde el caos económico de Colombia en los noventa hasta la poesía que ella encontraba en un simple retazo de tela. Jim se encontró absorbido por su mente brillante, su creatividad desbordante y una sensibilidad que no había conocido antes. La atracción era abrumadora, una fuerza que nunca había sentido, y se dio cuenta de que esta era su primera experiencia real de enamorarse así, tan profundamente.

Las noches de Bogotá se volvieron su cómplice. Cenaban en La Puerta Falsa, paseaban por La Candelaria, y las conversaciones se alargaban hasta el amanecer. La mano de Jim, por primera vez, se atrevió a acariciar la de Mariak durante una caminata bajo la lluvia. Ella no se apartó. Sus dedos se entrelazaron, un toque suave que se sintió como el inicio de algo monumental. Los besos llegaron poco después, bajo la marquesina de un cine antiguo. Eran besos lentos, exploratorios, llenos de un anhelo que Jim no sabía que existía. Cada caricia era un descubrimiento, un aprendizaje, una entrega mutua que cimentaba su creciente amor.

A medida que su relación florecía, también lo hacía una punzada de misterio en Jim. Mariak era abierta en muchas cosas, pero había una quietud en ella, una reserva cuando el pasado o ciertos detalles de su vida salían a colación. Era sutil, casi imperceptible, pero Jim sintió que había algo más, una historia no contada. Una noche, mientras el cassette de Soda Stereo sonaba de fondo en el apartamento de Jim, la inquietud se volvió una pregunta directa. "Mariak, siento que hay algo más en ti, algo que no me has dicho", preguntó Jim, su voz apenas un murmullo.

Mariak se quedó en silencio, sus ojos fijos en la ventana, donde se veían las luces parpadeantes de la ciudad. La tensión en el aire era densa, casi palpable. Jim sintió un nudo en el estómago, un miedo a lo desconocido, a que la magia que estaban creando se desvaneciera. Pero el amor que sentía, la conexión innegable, era más fuerte que cualquier temor.

Ella se giró, sus ojos azules llenos de una mezcla de vulnerabilidad y una fuerza inquebrantable. "Jim, hay una parte de mí que siempre guardé, una verdad que sentí que tenía que ocultar. Una verdad que es parte de quien soy, pero no de lo que siento por ti". La mano de Jim se posó sobre la suya, ofreciendo un consuelo mudo. "Nací en un cuerpo que no era el mío", susurró Mariak, la voz casi inaudible. "Soy una mujer trans, Jim."

El mundo de Jim se detuvo por un instante. Su corazón dio un vuelco, no por rechazo, sino por la repentina comprensión de la valentía de Mariak, la carga que había llevado y la magnitud de su confianza al revelarlo. Todo cobró sentido. Y en ese instante, viendo la luz tenue de la lámpara iluminar el rostro expectante de Mariak, Jim solo sintió una profunda oleada de amor, admiración y una conexión que trascendía cualquier expectativa. Ella no era menos; era, para él, la mujer más increíble que había conocido.

Acercó su rostro al de ella, besando con dulzura la lágrima solitaria que resbalaba por su mejilla. "Mariak", susurró Jim contra sus labios, su voz cargada de emoción, "lo único que me importa es la mujer que eres ahora, aquí conmigo. La que tengo en mis brazos. Te amo profundamente."

Esa noche, la entrega fue total y mutua, una danza de almas que se reconocían en lo más profundo. Las caricias se volvieron promesas silenciosas, los besos, juramentos inquebrantables. El amor que compartían, puro y valiente, despojándose de miedos y prejuicios, floreció en el corazón vibrante de la Bogotá de los noventa, tan real y transformador como el diseño más audaz.

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