
Compartir en:
Era una tarde calurosa. Estábamos allí, Laura y yo, sentados en una mesa pequeña del restaurante, apenas sin palabras al principio, pero con esa tensión en el aire que se siente cuando te encuentras con alguien que no sabes si deberías conocer más, pero lo deseas con cada fibra.
La conversación empezó suave, casi vacía. Pero luego, algo en la manera en que me miraba me decía que las palabras no eran lo único que compartíamos. Yo también la miraba de la misma manera. No éramos novatos, ambos sabíamos lo que había entre nosotros, lo que se estaba fraguando. Y lo cierto es que no podíamos evitarlo. Cada mirada se volvía más intensa, cada sonrisa más cargada de algo que se entendía sin decirlo.
El vino fue el empujón. Primero una copa, luego otra. El calor se hizo más intenso, pero ya no era solo por el clima. El vino, suave y denso, se deslizaba en nuestra boca y parecía hacer desaparecer todas las barreras. Todo lo que antes parecía algo trivial ahora se volvía peligroso. Y aunque ambos sabíamos que lo que estábamos haciendo no era algo que debiera suceder, no importaba. Nadie iba a enterarse.
Después del almuerzo, la decisión fue casi automática: ir al motel Chalets. No hubo palabras de por medio. El lugar tenía algo que hacía todo más real, más inmediato. La entrada fue casi un alivio. La tensión que traíamos en el aire desde hacía horas se deshizo con un simple cruce de puertas. Y ahí estábamos, juntos, sin más preámbulos.
El primer roce fue extraño. No sé si fue el miedo o el deseo lo que nos frenó por un segundo. Pero luego, todo explotó. La ropa se fue al suelo en un parpadeo, y ya no había vuelta atrás. No importaba si era la primera vez para los dos fuera del matrimonio, ni si teníamos algo que perder. Solo importaba lo que estábamos viviendo. Lo que estábamos deseando.
Cada beso, cada toque, fue una liberación. El roce de su piel contra la mía, el suave susurro de su respiración en mi oído, todo parecía amplificarse. Cada momento era más intenso que el anterior, hasta que todo se volvió un torbellino. Los gemidos, suaves al principio, después no podían callarse, eran como una invitación al otro. Sin pensarlo, sin dudar, nos dejamos llevar.
Nunca había sentido algo tan inmediato, tan urgente. Todo lo que había contenido durante años parecía salir de golpe, mezclándose con el deseo de Laura. No había espacio para el arrepentimiento, no había espacio para pensar. Estábamos allí, juntos, y todo lo demás no existía. Solo importaba el aquí y ahora.
Y cuando todo terminó, cuando nos quedamos ahí, abrazados y callados, sin saber muy bien qué hacer ni qué decir, el mundo se hizo más pequeño. No necesitábamos palabras. Ni siquiera sabíamos si iba a haber un después, pero en ese momento, la sensación era perfecta. Como si todo lo que habíamos vivido en ese espacio y tiempo hubiera sido lo que realmente importaba.
To be continue.....