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Hace más de un mes que no publicaba nada. No porque me faltaran ganas… sino porque me faltaban palabras para describir lo que he vivido.
Nos conocimos en FetLife, entre perfiles oscuros y promesas veladas. Él fue directo desde el inicio: "Busco una sissy obediente. Nada de juegos. Si eres real, escríbeme." Yo lo hice temblando. Su respuesta fue casi inmediata.
Desde entonces, nuestras conversaciones fueron evolucionando: de mensajes tímidos a audios donde yo le decía “Amo”, con la voz aguda y nerviosa. Él, siempre firme, me corregía detalles, me pedía fotos en poses específicas, me daba tareas humillantes que yo cumplía con el corazón latiendo entre las piernas. Me pedía que me masturbara pensando en él, que me metiera dedos mientras le susurraba cuánto lo deseaba. Y yo obedecía, sintiendo cómo mi excitación crecía con cada orden. "Quiero que te toques el culo, sissy. Imagina que son mis dedos los que te están abriendo," me decía, y yo, con los ojos cerrados y el cuerpo ardiendo, obedecía, gimiendo su nombre mientras me penetraba con mis propios dedos.
Después de varias semanas, me dijo:
—Es hora de que vengas. Te quiero ver como eres: pintada, perra, lista para obedecer.
—¿Dónde? —pregunté, con las manos sudando en el teclado.
—Santa Isabel. Mi apartamento. Sé puntual.
El sur me intimidaba. Yo vivo en Chapinero Alto donde todo me es familiar, pero lo suyo era diferente: más crudo, más oculto. Más real. Esa noche me arreglé en silencio, como si fuera a una cita secreta con algo sagrado. Lencería rosa pálido, medias de encaje, una chaqueta ancha para cubrir mi feminidad de camino al sur. Tomé un taxi y no miré atrás.
Él vivía en un edificio antiguo, de ladrillos oscuros, con escaleras frías y un pasillo largo que olía a cigarrillo. Cuando abrió la puerta, lo vi: alto, maduro, con la barba entrecana, camiseta blanca ajustada y una mirada que me desnudó de inmediato.
—Pasa. No digas nada.
Cerró la puerta detrás de mí. Había una luz tenue y sobre la mesa, una caja negra. Me miró fijo.
—Ponte de rodillas. Te quiero ver desde donde mereces estar.
Yo me arrodillé, sintiendo cómo mi lencería se estiraba entre mis piernas. Él caminó a mi alrededor con calma, como inspeccionando su juguete nuevo.
—Así me gusta. Sumisa. Calladita. Caliente.
—Sí, Amo... —susurré.
Me ordenó quitarme la ropa, lentamente, sin perder contacto visual. Cada prenda que me quitaba me alejaba más de quien era en la calle, y me acercaba a lo que él quería que fuera: su putita bien educada. Me puso un collar sencillo, de cuero, y me susurró:
—Hoy aprenderás a servir. Aquí no eres nadie, solo mi sissy. Y si lo haces bien… te dejaré rogar.
Me condujo al centro del cuarto. Había una silla vieja, un espejo, y una cámara. Me pidió que me sentara con las piernas abiertas, mostrando todo. Me corrigió la postura, me dio una cachetada suave, y luego acarició mi muslo como si ya fuera suyo.
—Te grabaré hoy. Y si haces bien tu trabajo, te recompensaré. Pero si fallas… todo Fet sabrá lo que eres.
Mi cuerpo vibraba entre miedo y deseo. Ser expuesta, usada, humillada… no era solo una fantasía. En ese rincón del sur de Bogotá, bajo su mirada dominante, me convertí en lo que siempre había deseado ser.
Y eso era solo el comienzo.
El espejo frente a mí mostraba exactamente lo que era en ese momento: una sissy desnuda, maquillada, con las piernas abiertas, el rostro sonrojado y un collar en el cuello que decía más de lo que mil palabras podían expresar. Él estaba detrás de la cámara, grabando en silencio. Su respiración pausada y su presencia me hacían sentir pequeña, expuesta, perfecta.
—Levántate —ordenó con voz seca— y apóyate sobre esa silla. Piernas separadas. Cola en alto.
Obedecí sin pensar. El cuero del collar me apretaba justo lo necesario. Me apoyé en la silla vieja, sintiendo cómo la tela áspera de la lencería se tensaba entre mis nalgas. Mi ano estaba completamente visible, temblando, expectante.
Sentí su mano fuerte en mi espalda, bajándome un poco más. Luego un silencio. Y después, el primer azote.
¡Pum!
El sonido resonó en la habitación. No grité, pero gemí. El ardor fue inmediato, eléctrico, delicioso. Él no dijo nada. Me dio otro. Y otro. Cada vez más fuerte, más certero, marcando mi piel como quien pule algo que le pertenece.
—¿Quién eres tú? —preguntó, sin parar.
—Su sissy, Amo… su puta obediente…
—¿Y qué merecen las putas como tú?
—Ser usadas. Ser corregidas… ser expuestas si fallan.
Me tiró al suelo de un empujón suave pero firme. Yo caí de rodillas, mirándolo desde abajo. Él abrió la caja negra de la mesa y sacó un plug de silicona, mediano, negro, reluciente.
—Hoy vas a aprender a estar lista para mí… siempre. Sin importar cuándo, ni dónde.
Escupió sobre el plug, lo frotó lentamente con los dedos, y se agachó detrás de mí. Lo sentí acariciar mi entrada, presionar apenas, jugar. Luego más fuerte. Me abrí para él, con esfuerzo, temblando, jadeando.
—Relájate, perra. Esto es solo el comienzo.
Cuando el plug entró por completo, me estremecí. Me sentí llena, dominada, conectada a él de una forma brutalmente íntima.
—Ahora sí… lista para el resto.
Me puso de pie y me llevó frente a la cámara otra vez. Me hizo posar, con el plug asomando entre mis nalgas, con los muslos brillantes del deseo. Y me hizo repetir, mirándolo al lente:
—Soy propiedad de mi Amo. Soy una sissy fácil de Bogotá. Y amo cada segundo de mi humillación.
Después me tomó. Me usó. Me giró, me inclinó, me azotó más, me susurró cosas al oído que me quemaron por dentro. No hubo ternura, pero sí algo más: pertenencia. Como si ese lugar —su espacio, su cuerpo, su autoridad— fueran el único destino real para alguien como yo. Me ordenó quitarme en plug para lo que venía, ya estaba lista.
Me penetró profundamente, sus embestidas eran fuertes y rítmicas, cada una acompañada de un gemido gutural que resonaba en la habitación. Sentía cómo su miembro duro y caliente me llenaba por completo, mientras sus manos fuertes agarraban mis caderas, marcando el ritmo. Su verga, gruesa y venosa, palpitaba dentro de mí, haciéndome gemir de placer y dolor al mismo tiempo. Me sentía completa, llena de él, y eso me enloquecía.
—Eres mía, nena. Solo mía.
Sus palabras me enloquecían, me hacían desearlo aún más. Me corrí varias veces, mi cuerpo convulsionando con cada orgasmo, mientras él seguía moviéndose dentro de mí, implacable.
Cuando estuvo a punto de correrse, sacó su verga y me dio la vuelta, poniéndome de rodillas frente a él. Con una sonrisa malvada, me dijo:
—Ahora, putita, trágatelo todo.
Tomé su miembro en mi boca, saboreando mi propio jugo mezclado con su prepucio salado. Empecé a mover mi cabeza arriba y abajo, chupando y lamiendo, mientras él agarraba mi cabello con fuerza, guiando mis movimientos. Gimió fuerte, y sentí cómo su verga palpitaba justo antes de que su semen caliente y espeso llenara mi boca. Tragué todo, sin perder una gota, mirando hacia arriba para ver su expresión de placer total.
—Eres deliciosa, perra. Mi leche te queda bien.
Me limpié los labios con el dorso de la mano y sonreí, sabiendo que había hecho un buen trabajo. Él me ayudó a levantarme y me besó profundamente, saboreando nuestros jugos mezclados.
—Te siento tan caliente y húmeda, putita. Lista para más.
Me ordenó que me inclinara sobre la silla nuevamente. Esta vez, sentí su verga dura y caliente entrando en mí sin barreras, llenándome por completo. Empezó a moverse lentamente, saboreando cada segundo, mientras yo gemía y rogaba por más.
—Más fuerte, Amo. Fóllame más fuerte.
Obedeció, sus embestidas se volvieron rápidas y profundas, su cuerpo golpeando contra el mío, el sonido de nuestra piel chocando llenando la habitación. Grité de placer, mi cuerpo temblando con cada embestida. Sentía cómo su verga palpitaba dentro de mí, y supe que estaba cerca.
—Córrete dentro de mí, Amo. Lléname con tu leche.
Con un gemido gutural, lo hizo. Sentí cómo su semen caliente llenaba mi culo, marcándome como suya. Se quedó dentro de mí, moviéndose lentamente, sacando cada gota de su placer.
—Ahora, sissy, quédate así mientras vuelvo a poner el plug.
Sacó su verga lentamente, y sentí un vacío momentáneo antes de que él volviera a insertar el plug, esta vez lleno de su semen. Lo movió dentro de mí, asegurándose de que cada gota estuviera bien adentro.
—Así está mejor, sissy. Ahora sí que estás llena de mí.
Me limpió como a una muñeca querida. Me dio una camiseta vieja suya, grande, masculina. Me hizo sentarme a sus pies, con el plug aún dentro, y puso su mano sobre mi cabeza como quien acaricia a su propiedad favorita.
—Te portaste bien hoy, perra. Pero el entrenamiento apenas comienza.
Una semana después, mi Amo decidió ponerme a prueba. Esta vez, fuera del apartamento, en la calle. Me citó en el Terminal del Sur, con lencería, plug, medias y sin pantalón bajo la falda. Tapada. Lista. Sumisa.
Me llevó por calles de Santa Isabel, entre tiendas, vecinos, motos y oscuridad. Nadie sabía lo que llevaba debajo. Pero él sí. Y yo también. Eso bastaba.
Me hablaba al oído. Me tocaba entre sombras. Me susurraba humillaciones que me dejaban mojada, temblando, y agradecida.
—Te ves tan puta con ese plug dentro. Todos deberían saber lo que eres.
Me llevó a un callejón oscuro y me empujó contra la pared. Sentí su erección dura contra mi espalda mientras me susurraba al oído:
—Quiero follarte aquí, sissy. Quiero que todos sepan que eres mía.
Me levantó la falda, exponiéndome por completo. Sentí su miembro duro y caliente entrando en mí de una sola embestida. Grité, pero él tapó mi boca con su mano, amortiguando el sonido.
—Shh, perra. No querrás que te escuchen, ¿o sí?
Sus movimientos eran rápidos y profundos, cada uno acompañado de un gemido bajo. Me sentía llena, dominada, usada de la manera más deliciosa. Me corrí rápidamente, mi cuerpo temblando contra la pared mientras él seguía moviéndose dentro de mí.
Cuando terminó, me dio la vuelta y me besó profundamente, saboreando mis labios mientras me acariciaba el rostro.
—Buena chica. Ahora vuelves a casa y te preparas para la próxima lección.
Esa noche, pasé la prueba. Pero su mensaje final fue claro:
—La próxima vez, no vendrás sola.
Una semana después, me llegó un único mensaje:
“Esta noche vas a ser compartida. Prepárate.”
Me depilé, me maquillé, y llegué a un apartamento en Ricaurte. Allí estaban él y otro Dominante. Me hicieron arrodillar, mostrarme, repetir frases que me rompían y me formaban al mismo tiempo. Me grabaron, me usaron, me llenaron.
Fui un juguete. Una sissy feliz. El otro Dominante, un hombre alto y musculoso, con una vellosidad que cubría sus brazos, me miró con una sonrisa malvada.
—Eres una puta linda, ¿verdad? —dijo, acercándose a mí.
Asentí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. Él me tomó del cabello y me hizo mirar hacia arriba.
—Voy a disfrutar de ti, sissy. Mucho.
Me puso de pie y me llevó a la habitación. Allí, me hicieron acostar en la cama mientras ambos hombres se desvestían lentamente, disfrutando de la vista. Sus cuerpos eran perfectos y sus miembros duros y listos para mí.
—Quiero que los chupes a ambos —ordenó mi Amo.
Obedecí, tomando sus miembros en mi boca, moviéndome de uno a otro, sintiendo cómo se endurecían más con cada movimiento de mi lengua. Ellos gemían, sus manos en mi cabello, guiándome, usando mi boca para su placer. La verga de mi Amo era gruesa y venosa, mientras que la del otro Dominante era más larga y recta, ambas perfectas a su manera.
— Ahora ponte en cuatro, perra. Es hora de que te follemos como te mereces.
Me puse en cuatro, con el plug aún dentro, sintiéndome llena y lista. Me lo quitó y el primer en entrar fue mi Amo, su miembro duro y caliente llenándome por completo. Sus movimientos eran rítmicos y profundos, cada uno acompañado de un gemido gutural.
—Te sientes tan bien, sissy. Tan apretada y caliente.
Cuando estuvo a punto de correrse, se retiró y el otro Dominante tomó su lugar. Su miembro era aún más grande, estirándome, llenándome de una manera que casi dolía, pero que era deliciosa. Me follaron turno a turno, sus movimientos sincronizados, sus gemidos llenando la habitación.
—Córrete para nosotros, sissy. Quiero verte explotar —ordenó mi Amo.
Y lo hice, mi cuerpo convulsionando con un orgasmo intenso mientras ellos seguían moviéndose dentro de mí. Finalmente, se corrieron, llenándome con su semen caliente, marcándome como suya. El otro Dominante sacó su verga y me ordenó que me diera la vuelta y tragara su leche. Obedecí, tomando su miembro en mi boca, saboreando su semen mientras mi Amo me penetraba de nuevo, asegurándose de que supiera quién era el verdadero dueño de mi cuerpo.
Terminaron conmigo y me dejaron con el plug dentro, las piernas abiertas, y la cara marcada.
—Ahora ya no eres una sissy en entrenamiento. Eres propiedad. Nuestra propiedad.
Bogotá fue el escenario. Ellos, mis Amos. Y yo, al fin, lo que siempre soñé ser.
Una sissy real.