Era un domingo amanecer lunes de esos muertos, de los que uno no espera nada. Eran casi la 1 de la mañana, ya iba a cerrar la app porque la noche estaba muy floja. Pero justo me sonó un servicio en los bares de Galerías hacia el norte de Bogotá. No lo pensé mucho y acepté. Llegué al punto, me estacioné, y apenas llegué, el tipo le abrió la puerta trasera a la mujer que venía con él. Ella se subió sin dudarlo.
—Hola, buenas noches, ¿cómo estás? —le dije.
—Prenda —me respondió, con un tono algo fiestera.
No pensé nada sexual. En serio, lo primero que se me vino a la cabeza fue: mierda, esta vieja está borracha y me va a vomitar el carro. El señor estaba a punto de sentarse adelante conmigo, pero le dije:
—Bacán, si quiere, váyase atrás con ella.
La verdad, lo hice pensando que si ella vomitaba, al menos él podría ayudarla. Él sonrió y se fue atrás con ella. Desde que se subieron hasta que arranqué, no cruzaron ni una palabra. El ambiente era extraño, pero no morboso… todavía.
Ella llevaba un vestido de esos de tela normal, ni largo ni corto, como a mitad de pierna. Gris, sencillo. Se notaba joven, unos 26 años. Él sí se veía algo mayor, ya con más de 40. Cuando comencé a conducir, la noté rara: giraba la cabeza de un lado a otro, como si tuviera dolor de cabeza o no se sintiera bien, lo noté por el espejo retrovisor.
En un cambio de carril, miré por el espejo derecho y de reojo vi algo raro… su pierna derecha, abierta. Me llamó la atención. Hice otro cambio de carril, esta vez más exagerado, solo para poder mirar mejor. Y ahí fue donde lo vi.
Tenía las piernas totalmente abiertas, y el man la estaba masturbando. Le metía los dedos sin pena, y ella lo dejaba hacer, como si estuviera en su cama, como si nadie más estuviera ahí. Se me disparó todo. Se me subió el calor a la cabeza, el morbo, la sangre me bajó directo al pene y empecé a sentir cómo se me ponía dura.
Obviamente, comencé a manejar más despacio. Un trayecto que debió durar 20 minutos, lo alargué casi a 35. Quería ver. Me provocaba bajar el retrovisor y ver bien, pero no quería que se sintieran observados y pararan. Me aguanté como pude… hasta que no aguanté más.
Bajé el espejo retrovisor con disimulo, lo puse justo para enfocar la zona donde la estaba tocando. Ahí fue que lo confirmé todo: no tenía ropa interior. El vestido apenas cubría algo. El tipo le metía los dedos como si fuera suyo, y ella solo se retorcía, se agarraba la cabeza, giraba, gemía bajito… estaba en otro mundo.
Pero el man notó que bajé el espejo. Se asustó. Le quitó la mano. Yo por dentro decía nooo, Hp. Ella se quedó en silencio. Pero, para mi sorpresa, no dejó que la calentura se apagara. Con una mano se acomodó, se abrió más las piernas y se empezó a masturbar ella misma. Solita, sin pena. Sus dedos se perdían entre sus labios. El man solo la miraba, como si ya no supiera qué hacer.
Yo quería decirles que siguieran tranquilos, que me valía verga, que hicieran lo que quisieran, que me olvidaran. Pero me dio miedo, era mi primera vez viendo algo así, no supe cómo reaccionar.
A pocos metros del destino, el tipo me pidió:
—Hermano, ¿nos puede dejar una cuadra antes?
—Claro, señor —respondí.
Se bajaron. Él me pagó, me dio las gracias. Yo solo pude decir:
—No, señor, el placer fue mío.
Y fue literal. Porque apenas los vi caminar, los seguí un poco para ver a dónde iban. Terminaron entrando a una sala de ventas de colchones, de esas que hay sobre la autopista. No había nadie. Pero lo que vi… nunca lo voy a olvidar.
La chica se acostó de espaldas en uno de los colchones, levantó el vestido y abrió las piernas como si no pudiera más. El man se le montó encima y comenzó a dárle. Desde el carro podía ver cómo se movían, cómo él se la comía sin pausa. Ella se agarraba del borde del colchón como si se fuera a venir otra vez.
Me quedé viéndolos unos cinco minutos. No más, porque estaba estacionado justo sobre la autopista y no era buena idea. Pero estaba tan prendido, tan mojado, tan duro… que no aguanté.
Llamé a una amiga con derechos y le conté todo. Nos prendimos con la historia, hicimos videollamada y nos hicimos tremenda paja. Ella se vino en la cámara, y yo me vine con fuerza, con todo. Cerré los ojos y volví a ver esa escena una y otra vez.
Y así terminó mi primer relato erótico como conductor nocturno de Uber.
Pero no fue el último…