Guía Cereza
Publicado hace 2 semanas Categoría: Gay 816 Vistas
Compartir en:

Alan y Diego se miraron, encogiéndose de hombros.

—Va —dijo Alan—. ¿Tú qué? ¿Cuánto te mide?

Rodrigo soltó una carcajada mientras se bajaba el short, mostrando también su pene flácido, sin pena alguna.

—Flácido como todos... —dijo—. Pero erecto, como dieciséis y medio, tirándole a diecisiete si hace frío —rió.

Alan y Diego silbaron, bromeando.

—¡Respeto, cabrón! —dijo Diego.

—¿Y tú, tu primer beso? —preguntó Alan, siguiendo la plática.

Rodrigo se sentó, relajado, todavía sin subirse el short.

—En una fiesta de quince años. Era una prima de un compa. Fue beso beso, de esos que no sabes ni qué hacer con la lengua. —Se rió—. Todo babeado terminé.

Diego asintió, riéndose.

—Igual que nosotros. Nadie sabe besar bien al principio.

Rodrigo siguió:

—¿Y primer faje o primera vez? A los dieciséis. Una chava del barrio. Nos fuimos a su casa porque su abuela se había ido al mercado. Me temblaban hasta las piernas. Duré como dos minutos. —Se carcajeó—. Pero la neta... inolvidable.

Ya estaban los tres sentados otra vez, platicando, cada uno medio vestido, relajados como si el tiempo se hubiera detenido en ese vestidor.

Alan, que se había recostado en la banca, notó de reojo algo en el bóxer de Diego. Una pequeña mancha húmeda, apenas visible, pero ahí.

Se rió entre dientes y señaló con la barbilla:

—Oye, cabrón... ¿eso es...?

Diego miró hacia abajo y soltó una risa nerviosa, cubriéndose instintivamente.

—¡No mames! —dijo, colorado—. Es normal, ¿no? Un poco de pre, nada grave.

Rodrigo carcajeó.

—Se te emocionó el morrito —bromeó.

Diego se encogió de hombros, resignado.

—Pues después de tantas historias, ¿qué esperaban?

Alan, todavía riendo, propuso:

—Ya que andamos tan desinhibidos... ¿qué tal un reto? Para no dejar a Diego solo en la humillación —rió.

Rodrigo se estiró, divertido.

—Va. ¿Qué clase de reto?

Alan pensó unos segundos, mirando alrededor.

—Algo sencillo. Perdedor se quita el bóxer y se queda así hasta que salgamos del vestidor.

Diego negó con la cabeza, riendo.

—¡Estás loco, güey!

—¿Qué, ya te rajaste? —picó Alan, sonriendo con malicia.

Rodrigo asintió, animando.

—Va, va. ¿Pero cómo decidimos al perdedor?

Alan sacó una moneda de su mochila.

—Cara o cruz. Cada quien elige uno. El que pierda, se queda en pelotas.

Los tres se rieron, ya atrapados en la tontería. Eligieron rápidamente: Alan cara, Diego cruz, Rodrigo dejó que la suerte decidiera.

Alan lanzó la moneda al aire.

Dio vueltas, cayó en el suelo de cemento... cruz.

Todos miraron a Diego.

—¡Chinga tu madre! —rió, tapándose la cara.

Alan y Rodrigo aplaudieron entre risas.

—Va, cumplidor —dijo Rodrigo.

Diego, resignado pero divertido, se puso de pie, se bajó el bóxer y lo dejó caer al suelo, quedándose completamente desnudo de la cintura para abajo. Se tapó con las manos al principio, pero luego, entre risas, dejó de hacerlo.

—Listo, felices —dijo, sacando pecho en broma.

Alan y Rodrigo lo aplaudieron en broma, cuando de repente... se abrió la puerta del vestidor.

Entraron Iván y Mauricio, otros dos compañeros de equipo, toalla al hombro, recién salidos de las regaderas.

Ambos se quedaron de piedra al ver la escena: Diego completamente desnudo, Alan y Rodrigo muertos de la risa.

Iván fue el primero en hablar:

—¿Qué pedo? ¿Fiesta privada o qué?

Mauricio se carcajeó, dejando caer su mochila en el piso.

—No mames, y yo que venía nomás a cambiarme —rió.

Diego, ya sin pena, explicó entre risas:

—Pérdida de apuesta. Cosas que pasan.

Iván miró a Rodrigo y Alan, divertido.

—¿Apuesta? ¿Qué clase de apuesta los deja encuerados?

Rodrigo se encogió de hombros.

—Cosas del vestidor. Mejor no preguntes mucho.

Mauricio, que era de los más relajados, se sentó en el banco de enfrente, sonriendo.

—Pues si ya andan en eso, que se arme algo chido. ¿Qué más estaban apostando?

Alan, con la chispa de la tontería brillando en los ojos, propuso:

—Estábamos contando nuestras primeras veces. Besos, fajes... y ya de paso comparando paquetes —rió.

Iván alzó las cejas, sorprendido.

—¿Neta? —dijo, pero no sonaba incómodo, sino intrigado.

Mauricio soltó una carcajada.

—¿Y qué, se puede unir uno al desmadre o ya es exclusivo?

Diego, que ya se había sentado de nuevo, completamente desnudo pero cómodo, sonrió.

—Entre más, mejor —dijo.

Ya estaban los cinco sentados o medio recostados en las bancas del vestidor, algunos en shorts, otros solo en calzones... y Diego, el único completamente desnudo, cumpliendo su castigo.

Alan, con una sonrisa traviesa, lanzó la siguiente provocación:

—Bueno, ya que todos andamos tan sinceros... falta que Iván y Mauricio digan cuánto se cargan, ¿no?

Mauricio rió mientras se acomodaba la toalla en la cintura.

—Pues flácido ni sé, la neta... —se encogió de hombros—. Pero erecto, como dieciséis. Medido y comprobado.

Todos silbaron, entre broma y respeto.

—Pinche animal —rió Rodrigo.

Iván soltó una carcajada y, como era de los más relajados, agregó:

—Yo normalón. Catorce y medio, tirándole a quince en un buen día —bromeó, moviendo las cejas.

Alan rió.

—Aquí nadie está mal servido, eh.

Rodrigo bromeó:

—Pinche equipo de cracks... hasta en eso.

Se rieron todos, relajados.

Pero entre risas y bromas, Alan, que estaba sentado junto a Diego, de reojo notó algo.

Al principio creyó que era el ángulo... pero no.

Diego empezaba a endurecerse, muy lentamente, su pene flácido ya no tan flácido, alzándose casi imperceptiblemente.

Alan soltó una risa corta, tratando de disimular, pero los demás notaron que algo pasaba.

Rodrigo, curioso, preguntó:

—¿Qué pedo? ¿De qué te ríes?

Alan solo señaló discretamente hacia abajo.

Todos miraron.

Diego, dándose cuenta tarde, intentó cubrirse, pero ya era muy evidente: su miembro se estaba levantando, medio erecto.

Rodrigo soltó una carcajada.

—¡No mames, güey! ¡Te calentaste!

Iván carcajeó también, divertido pero sin mala vibra.

—Chale, Diego, ¡tanta plática y terminaste todo prendido!

Diego se tapó la cara de la risa y la vergüenza.

—¡No es mi culpa, cabrones! —dijo entre risas—. ¡Tanta pinche historia y ya mi cabeza pensó cosas!

Mauricio, que era de los más llevados, bromeó:

—Ya que estamos en retos... ¿qué, lo completas o qué?

Diego, todavía riendo pero ya resignado, preguntó:

—¿Completar qué?

Alan, pillo, propuso:

—Nuevo reto: quien se ponga duro primero, tiene que cumplir otro castigo.

Rodrigo asintió, animándose:

—¡Va, va! Pero... ¿qué castigo?

Mauricio sonrió de lado, tramando.

—Algo más atrevido, ¿no? Algo como... dejarse medir en frente de todos.

Iván agregó, bromeando:

—¡Y que sea el medido oficial el que perdió!

Todos estallaron en carcajadas.

Diego, rojo pero riéndose también, levantó las manos.

—¡Ya, ya! ¡Acepto! Ni pedo.

Alan se estiró, agarrando una cinta métrica que tenían entre las cosas del equipo, usada normalmente para medir el campo o arreglar los uniformes.

—Mira, hasta tenemos las herramientas —dijo, sacándola como si fuera un tesoro.

Rodrigo bromeó:

—¡Oficial y todo el pedo!

Diego se cubrió la cara, muerto de risa.

—Ustedes están enfermos... pero bueno, ya estoy aquí. Vamos a hacerlo bien.

Se puso de pie, ahora con su erección más notoria, mientras los demás, entre carcajadas y silbidos, se acomodaban para presenciar el momento.

Diego, rojo pero riéndose, se paró firme frente a sus amigos, su erección ya evidente.

Alan estiró la cinta métrica y, bromeando como si fuera un árbitro, dijo en voz solemne:

—¡Procedemos a la medición oficial!

Todos rieron.

Rodrigo no aguantó la risa y comentó:

—Esto parece olimpiadas de vestidor.

Alan, con toda la seriedad fingida del mundo, se agachó frente a Diego —guardando una distancia respetuosa pero suficiente para medir—, puso el principio de la cinta en la base y la extendió hasta la punta.

Silencio expectante.

Alan miró el número y, con una sonrisa de aprobación, anunció:

—Dieciocho. Dieciocho justos, cabrón.

Hubo silbidos de broma y hasta algunos golpecitos en la banca, como festejando.

—¡Pinche Diego, mano de oro! —rió Iván.

Mauricio soltó:

—Con razón se le notaba confianza —bromeó, todos muertos de risa.

Diego se tapó un poco, aunque se notaba que le daba más risa que pena.

Alan, todavía con la cinta en la mano, se volvió hacia los demás y, medio en broma, medio picándolos, preguntó:

—¿O qué? ¿Alguien más se anima?

Rodrigo, después de una carcajada, dijo:

—No sé, güey... después de ver dieciocho, uno duda en pasar el ridículo —rió.

Iván, relajado como siempre, se encogió de hombros.

—Bah, me vale madres. Yo dije que era catorce y medio, vamos a ver si es cierto.

Se bajó el short sin pensarlo mucho, dejando su bóxer abajo, dejando ver que ya tenía media erección de tanta risa y el ambiente cargado.

Mauricio silbó de nuevo.

—¡Este vestidor está más prendido que un sauna! —bromeó.

Alan, todavía con la cinta, se acercó y repitió el procedimiento.

Midió rápido y dijo:

—Casi quince, cabrón. No exageraste nada.

Iván levantó los brazos, celebrando en broma.

—¡De aquí soy!

Mauricio, viendo la dinámica y muerto de risa, también se puso de pie.

—Chingue su madre... si ya todos andan en esas.

Se quitó la toalla de la cintura, dejando ver que él sí estaba bastante endurecido también.

No era difícil notar que su "dieciséis" no era alarde.

Alan midió, ya en personaje completo de "juez oficial".

—Dieciséis clavados, sin mentiras ni nada —anunció.

Rodrigo, viendo que todos se habían animado, resopló y dijo:

—¡Ya qué! ¡Me aviento!

Se bajó el short, quitándose todo, mostrando su erección a medio camino, todavía un poco tímido pero animado por el ambiente.

Alan midió.

—Casi diecisiete, ¡ay cabrón! —dijo entre risas.

Todos bromearon, empujándose entre ellos como si estuvieran en un juego tonto pero real.

Finalmente, Alan, que había sido el medidor todo ese rato, terminó siendo el único que no había mostrado nada.

Iván, entre risas, lo picó:

—¿Y tú qué, juez? ¿No participas?

Mauricio agregó:

—Nada de juez parcial, todos parejos, cabrón.

Alan soltó una carcajada.

—¡Puta madre! ¡Me tendieron una trampa!

Pero entre las risas y la presión del grupo, terminó riéndose y bajándose también el bóxer.

Rodrigo, todavía carcajeándose, le arrancó la cinta de las manos y ahora él fue quien midió.

—¡Quince y cachito, juez imparcial! —gritó.

La cinta métrica quedó tirada en el piso, como un trofeo raro de su pequeña competencia improvisada.

Rodrigo, acomodándose el bóxer, dijo entre risas:

—Bueno, ya que andamos de confesiones... ¿qué sigue? ¿Otro reto?

Publica tu Experiencia

🍒 Pregunta Cereza

¿Crees que la pornografía que viste influyó en cómo veías el sexo y el consentimiento?🤔

Nuestros Productos

Vestido

MAPALE $ 95,000

Babydoll

MAPALE $ 139,500

Pretty Evil

HENTAI FANTASY $ 75,900

Set Muse

HENTAI FANTASY $ 75,900