Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Gay 632 Vistas
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Desde hacía un par de semanas, venía sintiendo un dolor constante en la parte baja de la espalda, con una especie de ardor que bajaba por los muslos. Al principio pensé que era cansancio o alguna mala postura, pero como no se quitaba, terminé yendo al médico. Tras unas preguntas y una revisión rápida, me recomendó inyecciones de complejo B, una cada noche durante varios días. Según él, eso ayudaría a relajar los nervios y mejorar la circulación muscular.

No tenía quién me las aplicara, así que me remitió a una farmacia del barrio, de esas tradicionales, con mostrador de madera y estantes llenos de frascos y cajas. La atendía Arturo, un hombre maduro, de unos cincuenta y cinco años, canoso, algo gordito pero fuerte, con brazos velludos y manos grandes. Su forma de hablar era tranquila, algo seca, pero correcta.

La primera noche me recibió con una media sonrisa. Me pidió la orden médica, leyó la dosis, y me señaló una camilla al fondo, separada del resto de la farmacia por una cortina blanca. Me aplicó la inyección con cuidado, sin hablar mucho, y me pidió que me quedara un par de minutos antes de vestirme de nuevo.

Volví la noche siguiente, y luego la otra. Nos saludábamos con un simple “buenas noches” y pocas palabras más. Pero había algo en la rutina que empezó a cambiar. Arturo comenzó a preguntarme cómo me sentía, si el dolor había cedido, si dormía bien. Yo le respondía, breve, pero notaba que lo hacía porque realmente le interesaba. Había algo en ese silencio cómodo entre los dos que hacía que esas “citas médicas” empezaran a sentirse como una especie de ritual compartido.

Para la penúltima inyección decidí ir vestido con una sudadera, sin boxers debajo. El dolor ya se había ido. No sabía si Arturo era gay, nunca lo había insinuado, pero quería saber qué pasaría si rompía un poco el guión. No era un plan exacto. Era más una sensación. Un impulso.

Esa noche, como siempre, entré, saludé y caminé directo a la camilla. Me bajé la sudadera de lado, dejándole acceso, y esperé en silencio. Arturo preparó la jeringa con calma, puso el algodón con alcohol sobre la nalga, y aplicó la inyección sin dificultad.

Pero al terminar, no dijo nada. No me pidió que subiera el pantalón. No se movió. Sentí que su mirada se detenía sobre mí más de la cuenta. Me giré apenas, lo suficiente para que pudiera ver mi pene, que, por la tensión del momento, se empezaba a endurecer. Él lo vio. No desvió la mirada.

Estiró la mano, con esos dedos gruesos y calientes, y tocó. Apenas un roce, pero firme. Respondí con un paso hacia él. Nuestros rostros quedaron cerca. Lo besé. O me besó. No lo sé. Solo recuerdo que nuestras bocas se encontraron, húmedas, profundas. Nuestras lenguas se enredaron en un baile desesperado, saboreando cada rincón, explorando con avidez. Sentí sus manos grandes y fuertes recorriendo mi espalda, apretándome contra él, haciendo que mi excitación creciera aún más.

Él se separó un momento. Fue a cerrar con llave la puerta de entrada, como solía hacerlo antes de aplicar las inyecciones en la trastienda, bajó la cortina metálica, y desapareció un momento por la parte trasera. Yo lo esperé sobre la camilla, desnudo de cintura para abajo, sintiendo cómo me latía el cuerpo, mi miembro palpitante y listo para más.

Volvió con un frasco de KY y una caja de condones Today en la mano. No dijo nada. No hacía falta. Su mirada lo decía todo. Me desnudó por completo y me acomodó boca abajo sobre la camilla, poniéndome en cuatro. Se agachó detrás de mí y comenzó a besarme entre las nalgas con una calma inesperada. Su lengua recorrió cada rincón, suave, cálida, mientras me separaba con las manos y respiraba hondo entre cada beso. Me dio un beso negro lento, húmedo, preciso. Me derretía con cada pasada, sintiendo cómo su saliva mezclada con mis fluidos creaban un contraste húmedo y caliente.

Sus dedos jugaban afuera, lubricando con cuidado, mientras su lengua no dejaba de explorarme. Mi cuerpo temblaba, y apenas podía contener los gemidos. Sentía cómo mis músculos se relajaban y se tensaban al mismo tiempo, respondiendo a cada caricia y beso.

Entonces lo sentí levantarse, pero en lugar de seguir sobre la camilla —que ya crujía bajo mi peso—, me hizo entender con un gesto que bajara. Me arrodillé en el suelo, entre sus piernas, y lo miré mientras él se quitaba el pantalón. Su verga estaba gruesa, palpitante, y la tomé con una mano antes de llevármela a la boca, lento, húmedo, saboreando su piel y su olor. Él soltó un gemido bajo y posó una mano en mi cabeza, sin apurarme, dejándome marcar el ritmo. La succioné despacio al principio, rodeándolo con los labios, jugando con la lengua en la punta, mientras mi otra mano acariciaba sus huevos con suavidad. Arturo respiraba agitado, murmurando palabras entrecortadas que no llegaba a entender. Lo miré desde abajo, con la boca llena, y él respondió con una caricia sobre mi mejilla. Su cuerpo temblaba, contenido.

Cuando sentí que estaba por perder el equilibrio, él me tomó de los brazos, me ayudó a incorporarme, y me abrazó con fuerza. Nos besamos de nuevo, con más deseo, con más hambre. Luego me dio la vuelta y me hizo apoyar las manos sobre la camilla, esta vez con los pies firmes en el suelo y las piernas abiertas, listo para lo que seguía. Escuché el crujir del envoltorio del condón, seguido por el sonido inconfundible del lubricante. Su respiración se hizo más pesada mientras se preparaba. Yo no dije nada. Solo me mantuve en esa posición, entregado, expectante. Me empiné con intención, curvando la espalda y alzando las caderas para que admirara mejor mi culo redondo, ofreciéndoselo como una invitación muda, provocadora.

Me sostuvo por la cadera con firmeza y acercó la punta, apoyándola suavemente, sin presión. Me acarició la espalda con una de sus manos, recorriéndola con los dedos como si leyera algo escrito en mi piel. Luego empujó, apenas un poco, lo suficiente para hacerme jadear.

Se detuvo. Esperó. Su otra mano seguía en mi espalda, dándome calma.

—¿Está bien así? —murmuró, su voz más grave que nunca.

Asentí, sin girarme, con un suspiro que le dio la señal para seguir.

Avanzó lento, muy lento, entrando apenas. Cada centímetro era una mezcla de ardor, placer, y esa tensión deliciosa de saber que estaba pasando algo inevitable. Me tomó con delicadeza, pero sin pausa.

Su cuerpo se apoyó contra el mío. Lo sentía, grueso, cálido, cubriéndome. Empezó a moverse con ritmo contenido, respirando sobre mi cuello, sus caderas marcando un vaivén firme. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, mezclándose con nuestros gemidos y jadeos.

Yo cerré los ojos, apretando la camilla con ambas manos. Cada embestida era más segura, más honda. El silencio solo lo rompían nuestras respiraciones, mis gemidos bajos, y el roce húmedo de nuestros cuerpos encontrándose.

La farmacia entera se volvió un espacio suspendido, como si fuera de esas cortinas blancas no existiera nada más. Solo existíamos nosotros, nuestros cuerpos entrelazados, y el placer que nos consumía.

En algún momento, entre sus embestidas y mis gemidos, Arturo me sostuvo por la cintura y nos fuimos al suelo, sobre la alfombra improvisada de una toalla que había junto a la camilla. Me monté sobre él, sintiendo su cuerpo caliente bajo el mío, y lo cabalgué con locura, soltando gemidos más fuertes con cada movimiento. Él me masturbaba con su mano grande y cálida, acariciando mi pene con ritmo firme, mientras con la otra pellizcaba mis pezones con fuerza justa, haciéndome estremecer. Me daba nalgadas entre gruñidos bajos, llenos de deseo, y yo respondía con gemidos cada vez más desesperados.

Nuestros cuerpos se encontraron en una danza frenética, húmeda, hasta que, como si nos hubiéramos sincronizado sin hablarlo, ambos alcanzamos el clímax al mismo tiempo. Sentí su cuerpo tensarse, un rugido contenido salir de su garganta, mientras su semen llenaba el condón caliente dentro de mí. Yo eyaculé sobre su pecho velludo, jadeando, temblando, dejando caer mi frente contra la suya mientras nuestras respiraciones se entrelazaban en la oscuridad silente de la trastienda.

No quería que saliera de mí, pero era inevitable; su miembro comenzaba a perder rigidez, y el condón lleno se escurría tibio entre sus piernas. Nos besamos con ternura, y cuando al fin salió de mi cuerpo, fue como si me descorcharan, ese sonido húmedo y profundo testigo de todo lo vivido. El condón cayó, arrastrado por la gravedad y el calor. Nos abrazamos tendidos en el piso, sudorosos, respirando al unísono, compartiendo ese silencio posterior al placer. Como una gata sigilosa, me acomodé entre sus piernas, bajando lentamente, y comencé a lamer su miembro con cuidado, limpiando cada rincón con la lengua, relamiéndome con el sabor de su leche mezclado con el lubricante, mientras él me acariciaba la cabeza con cariño, en un gesto íntimo y agradecido.

Ya limpio, se puso de pie con lentitud, como si no quisiera que el momento terminara. Se vistió en silencio, mientras yo hacía lo mismo, compartiendo miradas que decían más que cualquier palabra. Aún quedaba al menos una inyección por aplicarme al día siguiente, pero ambos sabíamos que algo más había comenzado. Lo que nació como una rutina médica ahora tenía el sabor anticipado de una promesa nocturna.

Al llegar a la entrada, Arturo subió con calma la cortina metálica que cubría la farmacia. El sonido del metal rasgando el silencio fue casi simbólico, como una despedida provisional. Antes de abrir la puerta por completo, se giró hacia mí, se acercó con suavidad y me besó, un beso profundo, sin prisa, lleno de complicidad. Al separarse apenas, me susurró con una sonrisa pícara:

—Las inyecciones de carne no necesitan cita previa… te espero mañana a la misma hora.

Salí con el corazón latiendo en el pecho y el culito aún palpitando, dilatado, como si extrañara la presencia que lo había llenado con tanta entrega, una sonrisa que no pude —ni quise— ocultar. Mientras caminaba por la calle vacía, supe que esa farmacia, con su luz cálida y su trastienda, se había convertido en algo más que un lugar de paso: era el inicio de una amistad deliciosa, peligrosa, y quizás inevitable.

AndreaSissyCol

Soy transexual, transito por el género Ver Perfil Leer más historias de AndreaSissyCol
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