
Compartir en:
Fue una noche a principios de enero de 2024, no sé en qué momento empezó. Quizás fue la forma en que me miró cuando serví el vino. O cuando su mano rozó la mía al pasarme el pan. Lo cierto es que algo se encendió aquella noche.
Ella, Alejandra (compañera del trabajo de mi ex) vino con su esposo. Una cena de parejas. Todo muy normal, muy de adultos que se conocen hace años. Pero había algo en sus ojos… algo que me hablaba en otro idioma. No era sólo simpatía. Era una chispa escondida, contenida, como una puerta entreabierta esperando que alguien la empuje.
Yo tenía 34 años. Alejandra tenía unos 38 o 40, piel clara con un tono ligeramente dorado, como si el sol la hubiera acariciado. El pelo, castaño oscuro, lacio. A veces se lo acomodaba detrás de la oreja mientras hablaba, y ese gesto era tan simple como hipnótico.
Su rostro era suave pero marcado. Ojos grandes, marrones con ese brillo que aparece cuando alguien tiene una energía increíble.
Su cuerpo... no era de gimnasio. Era real. Una mujer delgada, pero con curvas naturales y una cintura que se adivinaba bajo el vestido suelto que traía, piernas firmes, caderas anchas, y unos pechos que no buscaban atención, pero la tenían.
Yo también lo sentía. Esa atracción que no se puede fingir que no está. Nos reíamos de cualquier cosa, pero lo que pasaba debajo era otra historia. Yo veía cómo se humedecía los labios cuando me miraba. Cómo se cruzaba de piernas más lento de lo normal. Cómo bajaba la voz cuando me hablaba solo a mí.
En un momento, los demás salieron al jardín a fumar. Ella se quedó en la cocina conmigo. “Voy a ayudarte”, me dijo. Pero no ayudó. Me arrinconó con la mirada. Me pidió el sacacorchos como si no supiera usarlo, solo para acercarse más. Su perfume era suave, pero estaba en todas partes.
—¿Siempre miras así? —me preguntó en voz baja, casi como si fuera un secreto.No le respondí. Solo la miré. Le toqué la mano, sin pensarlo. No dijo nada. La apreté. No la soltó. Y en ese segundo, se rompió todo.
Nos besamos. Con hambre. Con culpa, pero sin remordimientos. Su respiración era rápida, su cuerpo temblaba apenas. Me empujó contra la mesa, se montó sobre mí como si estuviera escapando de algo. Yo la tomé de la cintura. Sentí su piel, sus uñas, su necesidad.
No hubo palabras. Solo jadeos y suspiros entrecortados.
Ambos entramos en un momento de adrenalina pura y excitación, teníamos a unos metros a nuestras respectivas parejas, me asomé de reojo y seguían fumando, recién habían empezado, lo que nos daba cierto tiempo.
Comencé a acariciarla desde sus piernas, subiendo lentamente por su vestido y sintiendo cada parte de ella debajo. Aproveché rápidamente y su vestido que era de tirantes, cayó como si pesara demasiado. Ella quería ser tocada, quería olvidarse de ser madre, esposa, profesional. Solo ser cuerpo. Ser deseo.
Levante su brasier y sus senos quedaron a mi merced, unos pezones cafés, proporcionados a su cuerpo, paraditos, senos hermosos que pude disfrutar, ella solo gemía suavemente, pero con locura.
De repente una de sus manos se lanzó sobre mi pantalón, mi pene ya estaba lo suficientemente duro para sentirlo, metió su mano entre el boxer y mi cuerpo, lo agarró como si siempre hubiese sido suyo, me puso a mil.
Seguíamos besándonos con pasión, lujuria, mi mano llego a su sexo húmedo y depilado, se sentía increíble, otra vez mire de reojo y seguían hablando tranquilos en el jardín, así que decidí girar a mi amante temporal, ponerla de espaldas y contra el mesón, corrí la tanga que llevaba y sin pensarlo la penetre, casi suena duro el gemido pero alcance a taparle la boca, para evitar ruidos, empecé lento pero generoso, sentía como temblaba y se mojaba, mi verga entraba fácil, con cada envión, fue así por un par de minutos, pude agarrarme de sus tetas preciosas, hasta que sentimos que estaban por entrar, me descargué dentro de ella, me lo había susurrado, quería sentirme por completo y eso hice.
Salió corriendo para el baño, yo me acomodé lo más rápido posible disimulando servirles más vino.
Nos interrumpieron los pasos. Risas desde el jardín. Nos miramos, desordenados, agitados. Regresaba arreglando el vestido en silencio. Me besó una última vez, sin promesas. Solo con fuego en los ojos.
Esa noche, cuando se fue, dejó su aroma en mis dedos. Y algo más: la certeza de que no todo se dice con palabras… y que hay mujeres que, aunque parezcan tenerlo todo, también quieren sentir que aún pueden ser deseadas como la primera vez.
Semanas después la busqué por redes, pero creando un perfil falso para no levantar sospechas, sin mucha conversación quedamos de vernos para tomar algo y hablar de lo que había pasado, dejando ambos claro que nos había encantado y queríamos más.
Así fue, pero eso es para la parte 2…
Espero encontrar aquí mujeres solteras o casadas para experimentar cosas así.