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Vivo en una vereda perdida en las montañas de un corregimiento cerca de Medellín, donde el aire es frío y la niebla se cuela entre los árboles al amanecer. Mi casa, una cabaña sencilla de madera, está rodeada de cercas rústicas y un jardín que, la verdad, nunca he sabido cuidar bien.
Soy un tipo común, blanco, de unos 35 años, heterosexual de toda la vida, con una fascinación permanente por la delicadeza y la feminidad de las mujeres y más si son caderonas, o eso creía hasta hace poco.
Mi rutina aquí es tranquila: trabajar desde casa, saludar a los vecinos que pasan por el camino de tierra frente a mi propiedad, y tomar tinto en la ante sala de la cabaña mientras miro las nubes deslizarse sobre el valle.
Hace unos meses noté a Daniel. Es un moreno joven, de unos 25 años, con la piel como canela y unas caderas que, no voy a mentir, llaman la atención casi como balones de futbol. Tiene un andar suelto, casi como si bailara, y una expresión facial que parece esconder algo. Cada vez que pasaba por el frente de mi casa, cargando herramientas o un balde con flores del mercado, me saludaba con un “¡Buenos días, vecino!” y una mirada que duraba un segundo más de lo necesario. Yo le devolvía el saludo, siempre con un nudo en el estómago que no entendía. Al principio, pensé que era solo curiosidad por el nuevo en la vereda, pero con el tiempo, esos encuentros fugaces empezaron a sentirse como algo más.
Un día, mientras intentaba arreglar una cerca que se había caído por el viento, lo vi pasar de nuevo. Esta vez, se detuvo. “Vecino, ¿necesita ayuda con eso? Se le ve enredado”, dijo con esa voz suave, casi cantada, que tenía un dejo juguetón. Me reí, algo nervioso, y le dije que sí, que no era mi fuerte el trabajo manual. Se acercó, dejó su mochila en el suelo y se puso a trabajar conmigo. Sus manos eran rápidas, precisas, y no pude evitar notar cómo sus jeans ajustados marcaban cada curva de su cuerpo y esas enormes caderas que me confundían si eran de una mujer. Mientras clavábamos estacas, hablamos de todo y nada: el frío que calaba en las noches, las gallinas que se le escapaban a la vecina, y cómo él se ganaba la vida haciendo trabajos de mantenimiento en las fincas de la zona.
Ese día marcó el inicio de algo. Le ofrecí pagarle por ayudarme a arreglar el jardín y las cercas, y él aceptó con entusiasmo. Durante las semanas siguientes, Daniel venía a casa un par de veces por semana. Trabajábamos juntos, él con su camisa arremangada, dejando ver sus brazos, y yo tratando de no mirarlo demasiado, pero era imposible pasar por alto las enormes caderas que no eran muy naturales o comunes para mí en un hombre. Pero era imposible no hacerlo. Había algo en su forma de moverse, en cómo se reía de mis chistes malos, en cómo me miraba de reojo cuando pensaba que no me daba cuenta. Era como si supiera algo que yo aún no entendía.
Una tarde, después de terminar de podar unas matas, el cielo se puso gris y empezó a llover. “Mejor nos metemos antes de que esto se ponga peor”, le dije, y corrimos a la antesala. Adentro, le ofrecí un tinto para entrar en calor. Nos sentamos en el sofá, con el sonido de la lluvia golpeando el tejado. Estábamos más cerca de lo usual, y el silencio entre nosotros se sentía pesado, cargado. Fue él quien rompió el hielo. “¿Sabes, vecino? A veces siento que me miras como si quisieras decirme algo”. Su tono era suave, pero directo, y sus ojos oscuros me clavaron en el sitio.
No supe qué responder. Tengo que confesar que jamás he sentido atracción por la apariencia masculina u otro hombre, nunca me ha incitado o tenido el más mínimo remedo de atracción, ya que para mí no es atractiva estas apariencias toscas, me gusta verme a mí como hombre masculino macho varonil, pero por alguna extraña razón. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que él lo iba a escuchar. “No sé… yo…”, balbuceé, pero él se acercó un poco más, su rodilla rozando la mía. “Tranquilo”, dijo, con esa sonrisa suya. “No pasa nada si no lo entiendes todavía”. Y entonces, sin pensarlo, su mano tocó mi brazo. Fue un gesto pequeño, pero eléctrico. Sentí un calor que no tenía nada que ver con el tinto, decidí levantarme y cambiar del sofá, dije que tenía una buena botella de ron para compartir y él accedió a tomar unos tragos más luego del tinto, pasaron las horas hablando pendejadas sin más.
Luego que el lívido por el licor y la confianza avanzo, volvimos a estar relativamente cerca. No sé cómo pasó, pero de repente mis manos estaban en su cintura, y él no se apartó. Al contrario, se acercó más, “¿Estás seguro?”, susurró, y yo solo pude asentir. Apreté sus caderas, contra mi pelvis suavemente, haciéndole sentir mi grueso miembro, acomodándose entre esas enormes caderas, primero con cuidado, como probando el terreno, y luego con una intensidad que me tomó por sorpresa. se dio vuelta, Sus manos se deslizaron por mi pecho, y las mías encontraron esas caderas que tanto me habían distraído. Eran firmes, cálidas, y se movían contra mí de una manera que me hizo perder cualquier pensamiento coherente.
El tomo mi cinturón y lo aflojo buscando con su mano mi entre pierna, buscando mi miembro cálido, me pregunto que si me lo habían saboreado en una chupada anterior lo cual le dije que solo mujeres habían estado hay, el solo toco más y medio resbalo mi bóxer poniendo mi miembro en su boca lo cual volvió ese corrientazo, me sentía inseguro de lo que pasaba, pero sus besos en mi miembro y sus suaves lamidas para humedecerlo me dejaron atónito Nos dejamos llevar. La ropa fue cayendo al suelo, y cada roce de su piel contra la mía era como descubrir algo nuevo. Había una ternura en él, pero también una seguridad que me guiaba.
Cuando me susurró al oído lo que quería, su voz era una mezcla de deseo y vulnerabilidad que me volvió loco. el se retira sus pantalones y se deja ver esas enormes caderas enormes tal cual como las imagine, lo que más me sorprendió fue que estuviera lampiño con sus caderas depiladas. lo cual me enajenó mucho más, sentía como mi verga humedecida con su saliva palpitaba más estaba algo anonadado, pero dentro de mi la libido de animal salvaje en la primavera, me saco de mí, el tomo mi miembro me acercó a sus caderas mientras se ponía en cuatro, de repente escupió su mano con abundante saliva y humedeció entre sus caderas, luego volvió a tomar mi pene me miro a los ojos y me pregunto si estaba listo, lo cual no respondí estaba en éxtasis..
Luego el Puso la punta de mi miembro entre sus caderas que se sentían cálidas y eran enormes como las de una negra hermosa en carnaval, y luego sentí ese pequeño calor palpitante de sus caderas mientras tomaba mi miembro con fuerza para que acomodara y abriera espacio entre sus dos enormes jugosas carnes, empujo un poco con su mano y sentí más calor todavía mientras él solo hacia pequeños gemidos de gusto, luego tome un poco la iniciativa y empecé a empujar un poco más contra ese enorme y hermoso culo de ese moreno, ....para después sentir el espasmo del calor absoluto mientras mi miembro se sumergía en el interior de ese jugoso culo moreno, como rodeaba y se consumía mi grueso miembro como si fuera una paleta, y el calor la temperatura, la saliva y esa sensación de compresión alrededor de mi miembro venoso caliente me dejo en shock, no sabía que decir ni que pensar, estaba clavando ese enorme culo que me confundía, la sensación es sorprendente increíble y deliciosa, una sensación muy diferente cuando lo haces con una hermosa mujer, pero única y diferente en su sensación, solo estaba algo ya nervioso de no tener una eyaculación precoz, el solo hacia pequeños gemidos y me preguntaba, don señor le gusta lo que está haciendo, le gusta como se está clavando a esta zorra morena.
Yo solo callado sin decir una palabra, había roto lo que creía sobre mí de macho tóxico, opresor a un desquiciado enfermo que disfrutaba de un enorme culo de otro tipo, él solo decía que quería que fuera suave que sabía que estaba en abstinencia de sexo lo cual movía sus caderas con delicadeza para que disfrutara de la hermosa vista de tener mi miembro perdido en ese enorme culo, luego de acostumbrarme a la sensación de lo estrecho y caliente empecé a bombearle sus enormes caderas como macho en celo, no sé si era el relajo el licor o el frío, pero entre en modo opresor salvaje solo castigaba sus caderas con mi pelvis mirando con morbo como mi miembro entraba y salía de ese jugoso culo caliente sin misericordia, mientras él gemía como zorra en calor, yo en medio de mi euforia escupía mi miembro para lubricarlo más mientras bombeaba esas enormes caderas, le daba más y más nalgadas no podía creer que estaba siendo dominado y consumido por ese moreno nalgón, cambiamos de lugar par de veces hasta que me tumbo sobre el sofá, se posicionó dándome espalda, nuevamente escupió y lubrico mi miembro y se sentó en el, cabalgándolo como jinete en estampida..
Tenía que decirle que parara que ya estaba hipersensible sintiendo ese calor y estreches que se devoraba toda mi verga o de lo contrario me correría,, más euforia sintió el y más se movió hasta que ese espasmo muscular donde no puedes sentir más como tu glande bombeando sangre en los latidos del corazón, no pude detener más mi flujo y explote todo mi ser y cada gota de mí dentro de esas enormes caderas morenas a lo cual el al sentir el pálpito y como era llenado de mi esperma más se movió sin parar, hasta escurirr toda mi esencia dentro de el.
Lo hicimos ahí, en el sofá, con la lluvia de fondo como único testigo. Fue lento al principio, explorándonos, aprendiendo. Su cuerpo respondía a cada movimiento mío, y yo al suyo, como si hubiéramos estado esperando ese momento sin saberlo.
Después, nos quedamos ahí, envueltos en una manta, con su cabeza apoyada en mi pecho. No hablamos mucho, pero no hacía falta. El mundo afuera seguía girando, pero en ese instante, en mi cabaña en la vereda, su risa suave cuando me dijo que siempre supo que terminaríamos así.
No sé qué significa esto para mí, para mi vida, para lo que siempre creí que era. Pero por ahora, no me importa sigo teniendo para mi como dominio y unica tentacion las mujeres, pero de ese moreno nalgon llamado Daniel, cada vez pasa por el frente de mi casa, su mirada me recuerda que hay cosas que no se explican, solo se viven.