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Iván, siempre el más suelto, propuso:
—Va, pero que sea uno chido. ¿Quién aguanta más sin tocarse?
Todos soltaron carcajadas.
—¿Así nomás? ¿Mirándonos las caras? —bromeó Mauricio.
Alan se acomodó, sonriendo.
—Podemos ir subiendo el nivel, ¿no? Primero así... luego, no sé, platicamos cosas cachondas, a ver quién se va calentando.
—Órale —dijo Diego, animado.
Se acomodaron en círculo, como si fuera un ritual secreto. Cada quien en su espacio, con las piernas relajadas, algunos todavía en calzones, otros ya completamente desnudos.
La primera ronda fue tranquila, solo miradas de broma y risitas nerviosas.
Mauricio, el más llevado, rompió el hielo.
—A ver, confesiones cachondas. ¿Quién ha fantaseado alguna vez con alguien del equipo?
Todos soltaron carcajadas, pero ninguno respondía de inmediato.
Hasta que Diego, que se veía pensativo, medio sonrió y dijo:
—La neta... yo sí.
Todos lo miraron, sorprendidos pero riéndose.
Rodrigo fue el primero en lanzarse:
—¡Qué pedo, güey! ¿Quién?
Diego se encogió de hombros, tímido.
—Nah, tampoco es que me enamorara... pero una vez, en otro equipo donde jugaba antes, un güey se me arrimó mucho en las duchas... y pues, no sé, me prendió poquito.
Se hizo un pequeño silencio, como si no supieran si reírse o tomárselo en serio.
Pero Iván, relajando el ambiente, soltó:
—¿Y qué pedo? ¿Pasó algo?
Diego dudó un segundo, luego, viendo que todos seguían riéndose y nadie lo juzgaba, confesó:
—Una vez... pues, nos quedamos solos después del entrenamiento.
Platicamos... empezamos a bromear, como ahorita... y pues, nos la terminamos jalando juntos.
Rodrigo silbó, sorprendido.
—¡No mames! ¿Neta?
Diego se encogió de hombros, con una media sonrisa.
—Fue más la curiosidad que otra cosa, güey. No pasó de eso.
Mauricio, sonriendo, bromeó:
—Pinche Diego, ya más experimentado que nosotros.
Todos rieron, relajando aún más el ambiente.
Alan, que había estado escuchando en silencio, comentó:
—Pues... la neta no está tan loco. Aquí todos andamos comparándonos como si nada.
Iván asintió.
—Sí, güey, ya estamos a dos de hacer taller de anatomía —bromeó.
Rodrigo, levantando una ceja de forma retadora, dijo:
—Entonces nuevo reto: el que se caliente primero, tiene que contar otra confesión... pero más cabrona.
Rodrigo, recargado en la banca con el bóxer a medio subir, alzó una ceja.
—No mames, Diego, tú eres el que está todo parado —bromeó, señalando su erección ya más controlada pero aún visible—. Pero va, nuevo reto. Algo más cabrón.
Iván, siempre el más suelto, se inclinó hacia adelante, con una chispa traviesa en los ojos.
—Va, pero que sea de verdad. Confesiones, pero de las buenas. Cada quien dice... no sé, una fantasía que nunca ha contado. Algo que los prenda cañón.
Diego se rió, todavía sin cubrirse del todo, como si ya le valiera todo.
—Puta, cabrones, me la están poniendo difícil —dijo, frotándose la cara—. Ok, va. La neta... una vez, en la prepa, me imaginé... no sé, algo con una maestra. No era mi tipo ni nada, pero tenía un escote que, pff, no sé cómo explicarlo. Me la pasaba pensando cómo sería meterle mano en el salón después de clases.
Todos rieron, empujándose entre ellos. El ambiente estaba cargado, no solo de risas, sino de esa energía rara donde la línea entre la broma y la curiosidad se ponía borrosa. Alan, todavía sosteniendo la cinta métrica como si fuera su deber oficial, señaló a Iván.
—Tu turno, cabrón. No te hagas.
Iván se estiró, relajado, con una sonrisa confiada.
—Ok, ok. La mía es... diferente. Una vez, en una peda en la playa, me imaginé con una chava que conocí ahí, pero... no sé, también con un cuate que estaba en la misma peda. Como que los dos nos la llevábamos a ella, pero también nos dábamos un chance entre nosotros.
Se hizo un pequeño silencio, pero no incómodo. Más bien, todos lo miraron con una mezcla de sorpresa y respeto, como si Iván acabara de tirar una bomba pero sin hacerla explotar.
Diego fue el primero en romper el hielo.
—No mames, Iván, ¿neta? —dijo, riendo pero sin burla—. ¿Y qué pedo? ¿Pasó algo?
Iván se encogió de hombros, todavía sonriendo.
—Nah, nomás fue la cabeza. Pero, no sé, me pareció... interesante. Como que no me rayé con la idea.
Rodrigo, curioso, se inclinó hacia él.
—¿O sea que sí te late la onda bi o qué?
Iván rió, sin ponerse nervioso.
—No sé, güey. A lo mejor. Nunca lo he probado, pero no me cierro. ¿Qué tiene?
Los demás asintieron, como procesando, pero sin juzgar. Alan, que había estado escuchando con atención, soltó una risa para relajar el momento.
—Pinche Iván, siempre sorprendiéndonos —dijo, dándole un empujón amistoso—. Ok, me toca. La mía... la neta, una vez me imaginé aquí, en el vestidor. Pero como si nos quedáramos solos después de un partido, y... no sé, como que alguien se ponía a jalarla frente a todos, y de repente todos nos animábamos.
Todos se quedaron callados un segundo, mirándolo. Luego Mauricio soltó una carcajada fuerte.
—¡No mames, Alan! ¡Eso ya está pasando ahorita! —señaló al círculo, con Diego todavía desnudo y los demás medio en calzones.
Alan se rió, tapándose la cara.
—¡No, güey, no así! Era más como... no sé, algo más intenso, todos en el mismo rollo, sin pedos.
Diego, que ya estaba más relajado con su propio desmadre, alzó una ceja.
—¿O sea que te imaginaste un desmadre grupal aquí? Pinche enfermo —bromeó, pero con una sonrisa cómplice.
Rodrigo, muerto de risa, agregó:
—Chale, esto ya se fue al carajo. Pero... la neta, no está tan loca la idea. Digo, aquí todos andamos bien confiados.
Iván, siempre el más relajado, propuso:
—Ok, nuevo reto entonces. Ya que todos confesamos... ¿quién se anima a hacer algo más cabrón? Tipo... no sé, un toque rápido, como en las fantasías esas.
—Puta, yo ya estoy encuerado, no me pidan más —dijo, pero su tono era más de juego que de rechazo.
Mauricio, con una sonrisa traviesa, se inclinó hacia adelante.
El vestidor estaba lleno de risas, silbidos y bromas. Nadie se lo estaba tomando demasiado en serio, pero la energía era distinta, como si estuvieran cruzando una línea invisible pero sin perder la confianza que los unía.
De repente, se escuchó un ruido en la puerta. Todos se congelaron, con el corazón en la garganta, mirando hacia la entrada.
Era solo el aire, la puerta que se movió un poco por el viento. Suspiraron aliviados, pero la adrenalina los hizo reír más fuerte.
—¡No mames, pensé que era el entrenador! —dijo Rodrigo, todavía con la mano en el bóxer.
Diego, todavía desnudo, se recostó en la banca, riéndose.
—Chale, esto ya es too much. Pero... la neta, está chido.
Alan, recuperando el aliento de tanto reír, propuso: —Va, pero que sea parejo. Todos jalamos un poco, como en mi fantasía. Pero sin pasarnos, nomás pa’l desmadre. Que cada quien... no sé, se dé una buena jalada. Pero en serio, no nomás un toque. Tipo, cinco segundos, frente a todos.
—Va, pero que sea el reto final. Algo que nos saque de onda a todos —propuso Mauricio, mirando de reojo a Diego, que seguía relajado pero con una erección que no terminaba de bajar—.
Se hizo un silencio, pero no de incomodidad. Era más como si todos estuvieran midiendo hasta dónde estaban dispuestos a llegar. Mauricio soltó una carcajada fuerte, rompiendo la tensión.
—¡No mames, Iván! ¿Quieres que armemos una porno aquí o qué? —bromeó, pero sus ojos brillaban con curiosidad.
Alan, todavía con su papel de juez, levantó las manos, riendo.
—Puta, están locos. Pero... la neta, ya llegamos hasta aquí. ¿Quién se raja?
Diego, que ya no tenía nada que perder, se encogió de hombros y se rió.
—Pendejos, yo ya estoy encuerado y a medio camino —dijo, señalando su miembro, que seguía medio erecto—. Si quieren, yo empiezo.
Todos silbaron, entre risas y empujones. Rodrigo, negando con la cabeza pero claramente metido en el juego, dijo:
—Chingue su madre, va. Pero que sea rápido, no quiero que esto se vuelva una orgía de vestidor —bromeó.
Diego, con una mezcla de pena y desmadre, se acomodó en la banca. Miró al grupo, como pidiendo permiso tácito, y
luego, con una risa nerviosa, se agarró el pene con una mano y empezó a moverse lentamente, contando en voz alta:
—Uno... dos... tres... cuatro... cinco.
Terminó con un suspiro exagerado, como si hubiera corrido un maratón, y todos estallaron en risas y silbidos.
—¡Pinche Diego, sin miedo! —gritó Mauricio, aplaudiendo.
Diego se tapó la cara, riendo.
—Listo, cabrones, ahora ustedes. No me dejen solo en el ridículo.
Iván, siempre el más relajado, no se hizo del rogar. Se bajó el bóxer de nuevo, dejando ver que ya estaba más que medio duro. Con una sonrisa confiada, se dio cinco jalones firmes, contando en voz alta como si fuera un juego.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco. ¡Listo! —dijo, subiéndose el bóxer como si nada.
Los demás aplaudieron, muertos de risa. Mauricio, que no quería quedarse atrás, se quitó la toalla por completo y, con una mirada pícara, siguió el ejemplo. Su mano se movió con ritmo, contando en voz baja:
—Uno... dos... tres... cuatro... cinco.
Terminó con un guiño al grupo, como diciendo “nada del otro mundo”. Los silbidos y risas no se hicieron esperar.
Rodrigo, que siempre seguía la corriente, resopló y dijo:
—Puta madre, qué pinche desmadre —pero se rió y se bajó el bóxer. Su erección ya era más que evidente, y con una mezcla de pena y diversión, se dio los cinco jalones, contando rápido.
—Uno-dos-tres-cuatro-cinco, ¡ya! —dijo, cubriéndose de nuevo entre risas.
Todos miraron a Alan, que seguía siendo el último en participar. Negó con la cabeza, riendo.
—Son unos enfermos, pero ni pedo —dijo, y se bajó el bóxer. Con una risa nerviosa, se dio los cinco jalones, contando en voz alta como los demás.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco.
El vestidor seguía vibrando con las risas y el aire denso de tantas confesiones. Los cinco estaban sentados en círculo, algunos en bóxer, otros ya sin nada, con Diego todavía desnudo como trofeo viviente de su apuesta perdida. La cinta métrica seguía tirada en el suelo, pero ahora el ambiente tenía un peso distinto, como si cada confesión hubiera abierto una puerta que nadie quería cerrar.
Diego, todavía desnudo y ahora más relajado, se recostó en la banca.
—Chale, esto ya es otro nivel —dijo, riendo—. Pero la neta, está chido. Nunca había estado tan de huevos con unos cabrones.