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Guardaba el deseo de vestirme de chica y lo había intentado a escondidas, pero nunca frente a alguien. Lo máximo que hice fue dejarme crecer el pelo. Cuando fui a estudiar en Bogotá, alquilé una habitación cerca de la casa de familiares. Con ellos vivía una prima unos cuatro o cinco años mayor, ennoviada con un chico a su vez unos cuatro o cinco años mayor que ella. Ella, Sandra, debía tener 24 y él, Carlos, cerca de 30. Yo tenía 19. Era finales de la década de 1990, cuando celulares, wifi, webcams, apps o cualquiera de esas cosas eran muy caras o poco comunes.
Sandra me invitó a la finca de Carlos, a pasar un puente y yo acepté. Ahora entiendo que acepté por ingenuidad. Visto en retrospectiva, no tiene mucho sentido que una pareja invite a alguien mas. Pero ella era muy atractiva y yo sentía que tenía que decirle que sí a todo, aunque tenía claro que ella no sentía ninguna atracción por mi. No imaginaba lo que estaba en la cabeza de ellos dos. Pero en una ciudad nueva, sin amistades, tenía pocos planes.
La tal finca era, en realidad, una casa de campo en Anapoima. Una pared de unos dos metros la aislaba de otras casas. No era muy grande, ni lujosa, pero era agradable. El dia en que llegamos, un jueves, ayudé a cocinar algo para la cena y vimos la tele. Ellos parecían una pareja muy cercana, así que no sospeché nada. A la mañana siguiente, Sandra me dijo que Carlos había ido a una reunión de trabajo en Bogotá y que volvería al dia siguiente y yo asumí, con total ingenuidad. que así sería.
Después de desayunar, Sandra vistió un bikini y se puso a asolearse en la terraza de la casa y yo me puse a leer, mientras ambos escuchábamos música, pero de vez en cuando sentía la necesidad de mirar su cuerpo de reojo. Ella era de una sensualidad sorprendente. De repente, se irguió y me miró diciendo: “¡Ayúdame a arreglarme para cuando venga Carlos!”
Ese fue el momento en que debí haber sospechado: ¿Por qué? ¿Acaso no llega mañana? Pero en vez de eso respondí con toda idiotez: “Ok” y ella se levantó, caminó hacia dentro de la casa en bikini, con la gracia de una modelo, me hizo señas para seguirla y yo sólo obedecí.
En la habitación me dijo que me sentara en la cama y empezó a sacar maquillaje, ropa y otro montón de cosas que traía en el equipaje. Se cambió un par de veces y me lució sus looks preguntándome si le quedaban bien y yo dije que sí a todo, porque todo se le veía espectacular.
Pero de repente se le ocurrió que la ayudara a maquillarse y yo respondí que no tenía ni idea de eso. Ella respondió de inmediato: “¡Te enseño y de paso experimento contigo!” Le dije que no varias veces, incluso salí del cuarto sintiéndo y mostrando mucha incomodidad, pero ella, como suelen hacer las mujeres que saben que son atractivas, insistió incansable y coqueta y yo, estúpidamente, acepté al final.
Antes de darme cuenta, no sólo tenía puesto maquillaje, uñas pintadas y un peinado casi de peluquería, sino ropa interior y un vestido de ella. Me quedaba un poco apretado, pero ella me dijo que estaba lindísima y me hizo mirar al espejo… debe haber sido una ilusión óptica total, pero una parte de mi sí se sentía bien.
Me dijo que saliéramos del cuatro, juntas (se empeñó en hablar de mi en femenino a partir de ese momento), que no me preocupara, que Carlos llegaría al dia siguiente, que podíamos estar así en la casa. Y, de nuevo, estúpidamente, acepté.
Poco a poco me empecé a tranquilizar estando así, por la forma en que ella me trataba. Era raro, sentía nervios, pero ella se comportaba con tanta naturalidad, que emepecé a sentir confianza. Probamos diferentes vestidos y luego vimos la tele hasta que anocheció, en esas pintas y con maquillaje, como si fuera una fiesta.
Estabamos viendo una peli, cuando la puerta principal abrió y Carlos entró y yo sentí que se me bajaba la presión del susto de que me viera así. Me congelé, enmudecí, porque estaba en el sofá y no había para donde correr. Él me vió y le dijo riendo a Sandra: “¡Siempre haces lo que te da la gana!”