Guía Cereza
Publicado hace 1 día Categoría: Fantasías 222 Vistas
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Conocí a Vanessa cuando estudiábamos juntos en el colegio. Yo había llegado transferido desde otra ciudad, y ella fue una de las primeras personas en acercarse a ayudarme a familiarizarme con el entorno, las personas y el colegio. Siempre me pareció una mujer muy extrovertida, divertida y con cierto encanto. Por eso hemos sido amigos por más de diez años, viéndonos esporádicamente luego de graduarnos, pero siempre en contacto y al día con nuestras vidas, familias y relaciones.

Yo le contaba todo lo que pasaba con mis novias, y ella también me compartía sus aventuras con diferentes hombres —y a veces, mujeres. Sabía que era un alma libre, y eso me gustaba de ella, ya que yo siempre he sido un hombre reservado y discreto con mis cosas; solo me abro cuando hay confianza, y eso rara vez ocurre.

Con Vanessa nunca pasó nada más allá de un arrunche de amigos. Tenía la costumbre de ir a mi casa a ver películas en mi cama, pero jamás pasó de dormir abrazados. Obviamente soy hombre, y muchas veces mis instintos me ganaban, pero trataba de controlarme para no arruinar la amistad.

Durante la universidad nos veíamos un par de veces al año, siempre con nuestro grupo de amigos, pero más allá de eso era complicado, ya que ella se fue a otra ciudad a estudiar y yo me quedé en Bogotá. Luego de graduarse, volvió a la capital y nuestra amistad resurgió, ya que ambos teníamos el tiempo y la disposición de vernos. Solo había un inconveniente: los dos teníamos parejas muy celosas que no entendían nuestra amistad, a pesar de que casi no nos veíamos.

Hasta aquella ocasión… Mi novia de ese entonces había viajado por trabajo y yo me quedé esa semana solo, trabajando desde casa. En un momento de la mañana, miré el celular y vi un mensaje de Vanessa: me decía que estaba de vacaciones esa semana y que deberíamos tomarnos un trago para ponernos al día y relajar la semana. Accedí, ya que la propuesta me venía como anillo al dedo: mi novia no estaba, y pensé —inocentemente— que me vendría bien una copa con mi vieja amiga para despejarme.

Nos citamos a las 7 de la noche en un bar de Chapinero, que quedaba cerca de donde estábamos ambos. Desde el Uber la vi esperando afuera, y mis recuerdos de infancia con ella me sacaron una sonrisa. Al bajarme del carro y saludarla desde atrás, se volteó y me dio un abrazo fuerte, rodeándome el cuello con ambos brazos. Nunca había sentido esa calidez con ella, pero pensé que era la nostalgia de no haberla visto en tanto tiempo.

Nos sentamos, pedimos bebidas y algo de comer. Pasamos largo rato poniéndonos al día. Para entonces ya teníamos un par de tragos encima y, como la música estaba fuerte, teníamos que hablarnos al oído. En uno de esos momentos sentí su aliento cálido mezclado con alcohol, y mis instintos comenzaron a aflorar. Con esa mezcla de trago y calentura, empecé a coquetear: le hablaba cerca del cuello, rozando sus labios, y la miraba descaradamente. Ella, por su parte, también jugaba: me apretaba la pierna al acercarse y, de forma sugestiva, se acomodaba el sostén tocándose los senos.

Eran las 11 de la noche y afuera llovía a cántaros, como cualquier día en Bogotá. Pagué la cuenta y nos quedamos en la entrada fumando un cigarrillo mientras esperábamos que escampara. Entonces dijo lo que había estado esperando desde que nos vimos: "¿Quieres venir a mi casa? Puedes esperar a que deje de llover y ahí pides un taxi". Obviamente accedí.

Aprovechamos que la lluvia bajó un poco, pero a medio camino volvió con fuerza, y cuando llegamos a la portería de su edificio ya estábamos empapados. Entramos a su apartamento y lo primero que me dijo fue que debía quitarme la ropa o me iba a dar una gripa muy fuerte. Me reí por dentro. Le pedí el baño prestado y le dije que si podía bañarme, ya que no me gusta quedarme mojado con agua de lluvia; de pequeño me enseñaron que esa agua te baja las defensas (cosas de abuelas).

Abrí la ducha y disfrutaba del agua caliente cuando escuché la puerta abrirse. Era Vanessa, en ropa interior. Me dijo que no volteara a mirar, que se iba a meter conmigo a la ducha porque tenía mucho frío, pero que no la viera desnuda, que “eso no lo hacen los amigos” (yo pensaba que ya estábamos dando demasiadas vueltas a lo inevitable, jaja).

Nos turnábamos para recibir el agua caliente, y ese juego de cerrar los ojos cada vez que el otro pasaba se volvió un jugueteo erótico. Los roces se volvieron inevitables, luego descarados. Terminamos con los ojos abiertos, observando nuestros cuerpos desnudos. Jamás la había visto así, pero nuestros viajes a tierra caliente me habían dado buena idea de lo que escondía. Tenía unos senos de tamaño perfecto: no tan grandes, pero redondos; areolas grandes y pezones prominentes, como me gustan.

El vapor llenaba el baño. Le dije, jugando, que le había quedado jabón en la espalda, y me ofrecí a quitárselo. En ese momento aproveché para rozarle mi verga entre las nalgas. No solo no se apartó, sino que empujó levemente su trasero hacia mí. Mis manos bajaron de su espalda a su abdomen, y luego a sus senos. Los tomé suavemente desde abajo y ella soltó un leve gemido. Continué hasta que se volteó, me miró y nos besamos con desenfreno.

Nuestros cuerpos se exploraban sin pudor. Me agarró la base de la verga y empezó a masturbarme con firmeza. Ya estaba tan duro que dolía. Vanessa entendió la señal y se agachó para darme una mamada inolvidable: lamía desde la base hasta la punta, chupaba mis testículos, se atragantaba con todo mi pene y no dejaba de mirarme. En su mirada se veía toda la lujuria contenida por años. Sacó mi verga de su garganta y me pidió que le escupiera en la boca mientras sacaba la lengua. Lo hice sin dudar.

Salimos de la ducha y fuimos a su cama. Me llevó con la mano en mi verga, como guiándome. Se puso en cuatro, abriéndose de piernas, mostrándome todo lo que había imaginado por años. Su vagina babeaba, y su ano rosado palpitaba esperando el contacto.

Siempre me ha gustado dar sexo oral. Me encanta mojarme la cara con los jugos de una mujer y luego besarla para que pruebe su propio néctar. Me lancé sobre su clítoris y su ano, combinando mi lengua con mis dedos. Sus gemidos llenaban el cuarto y las sábanas se empapaban.

No aguantaba más. Me levanté y sin decir palabra le metí la verga hasta el fondo de una sola vez. Gritó, pero de placer. Su humedad me envolvía. Mientras la penetraba con una mezcla de deseo y ferocidad, ella se metía un dedo en el culo y me miraba con deseo salvaje. Entendí el mensaje. También introduje mis dedos en su culito mientras la seguía penetrando, lento y profundo. Luego puse la cabeza de mi verga en la entrada de su ano y ella me retó con la mirada. Empujé. Me susurró que siempre había fantaseado con tener mi verga adentro suyo.

Después se subió encima de mí, y mientras la seguía penetrando por atrás, le chupaba y mordía los pezones. Ella gemia y me daba palmadas en el pecho, me pidió que le cacheteara los senos y la cara. Lo hice suavemente al principio, pero pidió más. Sus tetas se enrojecieron con las cachetadas. Ya no aguantaba más y le dije que estaba a punto de venirme. Se bajó de inmediato y empezó a mamarme la verga como una loca. Me miró y me pidió toda mi leche en su boquita. Con esas palabras no aguanté y me exploté en su boca. Ella lo tragó todo mientras no dejaba de mirarme.

Después me besó con desenfreno, duramos besandonos varios minutos mientras compartiamos nuestra saliva y todo el sabor de nuestros cuerpos. Nos dormimos juntos, y a eso de las 3 de la mañana me desperté, me vestí y pedí un taxi. Vi varias llamadas perdidas de mi novia, pero también un mensaje que se había ido a dormir temprano porque estaba cansada del trabajo. (Nunca supe si fue verdad… o si también tuvo su escapada, jaja).

Desde entonces nos hemos visto con Vanessa un par de veces más. Cada encuentro ha sido mejor que el anterior. Ambos somos muy morbosos, y nos hemos complementado tan bien que hemos cumplido fantasías y fetiches que no habíamos explorado con otras personas. Pero eso será historia para otra ocasión...

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