Guía Cereza
Publicado hace 6 días Categoría: Hetero: Primera vez 562 Vistas
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Yo tenía 16 y él 18. Fue un compañero flaco del CCH, con sonrisa de perro perdido y manos que siempre sudaban. No era el que me gustaba, pero sí el que me más me buscaba. El que se quedaba enlelado mirando mis shorts desde atrás, tragando saliva como si yo no lo notara.

Ese día fuimos a su casa. Sus papás trabajaban todo el día me dijo. El sillón de su sala estaba lleno de pelo de gatos. No hubo flores ni canciones, sólo su cara de pendejo y su respiración agitada cuando le jalé la mano para ponerla en mis tetas.

Yo ya me había masturbado chingo de veces, claro. Sabía cómo hacer para que mi cuerpo respondiera aunque estuviera aburrida. Pero esa vez era algo distinto. No por él, sino por mí. Por el modo en que me imaginé con él como si estuviera en una peli porno: una Akemi con las piernas bien abiertas, fingiendo gemidos fuertes sin sentirlo, preguntándo si todos cogen así—con más ruido que verdad.

Sus dedos chuecos temblaban cuando me bajó el short y el calzón. No lo ayudé, pero tampoco lo detuve. Quería ver cómo se las arreglaba sólo. Ahora tenía los labios entreabiertos, la punta de la lengua asomándose cada vez que respiraba. Ya se le notaba la erección a través del pantalón, una línea tensa que subía hacia el ombligo.

Me recosté en el sillón, sintiendo los pelos de los gatos en las nalgas. Él se arrodilló frente a mí, como si fuera a rezar. Sus manos suavecitas me separaron las piernas torpemente. No me dio vergüenza, al contrario, me gustó que me mirara ahí, abierta de piernas con mi pantufla peluda expuesta, mientras yo observaba como abría mas sus ojos.

Se lamió los labios antes de tocarme. Un dedo, apenas un roce, como si temiera que me rompiera. Yo ya estaba bien húmeda tan solo por la expectativa, por el simple hecho de saber que algo estaba por pasar. Cuando su yema rozó mi clítoris contuve la respiración. No era lo que yo hacía cuando me tocaba. Ésta vez era lento, inseguro, como si mentalmente siguiera instrucciones de un manual que nunca había leído.

Intenté guiarlo con las caderas, pero él se detuvo. "¿Te duele?", dijo muy bajito, yo solo respondí “¡No mames!” y le tomé la mano haciendo que cubriera todo mi coño. Quería que sintiera cómo latía, cómo ya estaba lista aunque mi cabeza aún dudara. Él entendió, o al menos eso me hizo pensar. Se levantó para bajarse el pantalón, y ahí estaba su verga: erecta, con una gota transparente en la punta, el vello púbico oscuro y desordenado. No era tan grande, pero aun así yo dudaba si me cabría.

Se inclinó sobre mí, apoyando una mano junto a mi cabeza. Cuando la punta de su verga rozó mi entrada, ambos nos tensamos. Él empujó un poco, demasiado despacio para mi gusto, y sentí el ardor instantáneo de mi cuerpo abriéndose por primera vez. No grité, pero apreté los dientes. Él se detuvo, asustado, pero yo le clavé las uñas en los hombros. No quería que parara. No ahora.

El segundo intento fue más decidido. Un empujón seco que me hizo arquear la espalda. El dolor era distinto a lo que yo había imaginado—no un corte limpio, sino una presión que se expandía, como si algo dentro de mí tuviera que romperse para darle espacio. Respiré hondo, concentrándome en el peso de su cuerpo sobre el mío, el sudor que empezaba a pegarse en nuestra piel.

Cuando por fin estuvo completamente dentro, los dos nos quedamos quietos. Él jadeaba, yo trataba de adaptarme a la sensación de estar con la cuca llena de una nueva manera. Movió las caderas, apenas un poquito, y el dolor se mezcló con un cosquilleo profundo que no se nombrar.

No cerré los ojos porque quería recordarlo todo: la manera en que su cara se tensaba con cada embestida, el sonido de su respiración entrecortada, el modo en que mis muslos se pegaban a los suyos en cada clavada. No era placer lo que sentía todavía, era curiosidad. Era el descubrimiento de que mis entrañas podían ser invadidas y mi cuerpo usado, y que aun así seguiría siendo mío.

Él aceleró a lo pendejo, perdido en su propio ritmo, y yo me limité a observarlo. Sus músculos tensos, las gotas de sudor en la frente, la manera en que sus labios temblaban cuando estuvo a punto de venirse. Lo vi perderse, y en ese momento supe que esta primera vez no era sobre mí. Era sobre él, sobre su urgencia, su triunfo.

Y aun así, cuando retiró su verga—mojada y bien roja—y se derrumbó a mi lado, no me sentí vacía ni triste. Sentí algo más interesante: la certeza de que éste wey y esta cogida eran solo el principio de mi vida sexual.

El semen caliente goteó hacia mis nalgas mientras él se apartaba, se notaba avergonzado, buscando algo con qué limpiarse. Le alcancé un pañuelo arrugado que saqué de mi mochila, yo no me apuré por taparme. Me quedé ahí, con las piernas aún bien abiertas, con el deseo de que todo el mundo me viera con la cuca llena de semen y que me felicitaran por lograrlo.

Él no me miró. Se vistió rápido, como si ahora le diera pena que yo lo viera. Yo, en cambio, me senté lentamente, notando cómo el pequeño dolor corporal se transformaba en un latido bajo. Me toqué un poco con dos dedos, por curiosidad más que por placer, y al retirarlos vi el rosa pálido de mi sangre mezclada con él.

No lloré. No me sentí sucia. No pensé en promesas de amor. Solo era un cuerpo y otro cuerpo, y un sillón manchado de sangre y pelos de gato que nadie lavaría bien. Él murmuró algo sobre "volver a hacerlo", pero ya sabía que no lo haríamos. No de esta manera.

Me vestí despacito, sintiendo algo diferente en la forma de cómo la tela rozaba mi piel sensible. Al pasar frente al espejo del pasillo, me detuve. Mi pelo estaba revuelto, el rímel corrido. Pero mis ojos eran los mismos. Los de siempre.

Caminé a mi casa sin prisa, sintiendo ese pequeño ardor en la cuca que me recordaba lo que había pasado. No era felicidad lo que sentía, tampoco era tristeza, era algo más parecido al alivio, a la seguridad de haber dado un paso más en mi vida sin fanfarrias.

Esa noche cuando me bañaba me observé en el espejo empañado. Las mismas curvas, el mismo lunar en la nalga, las mismas manos que ya conocían mi propio placer. Solo que ahora sabían otra cosa más.

Me sequé, me vestí, y antes de dormir me toqué otra vez, esta vez despacio, sin espectadores, sin mentiras. El orgasmo llegó rápido, conocido, solo mío.

Afuera, la gente seguía indiferente. Y yo también.

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🍒 Pregunta Cereza

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