Guía Cereza
Publicado hace 2 semanas Categoría: Voyerismo 503 Vistas
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A veces, las fantasías eróticas parecen lejanas, casi imposibles. Pero, con un poco de suerte, dejas de soñar y comienzas a vivirlas. Ese mensaje fue mi golpe de suerte. Muchas veces me había imaginado teniendo una cita furtiva con una chica. No sé cómo lo vivirán otras mujeres, pero para mí coquetear con alguien de mi mismo género no es fácil. Soy tímida, me considero inexperta y tiendo a adoptar un rol más pasivo. Aun así, admito que me atraen las mujeres, aunque conectar con alguien que realmente me guste no es sencillo. He tenido algunas experiencias, pero ninguna como esta.

Fernanda llegó a mi vida sin buscarla. Su mensaje incluía un saludo, un breve resumen de su situación sentimental, halagos por mis fotos y una propuesta directa. Entré a su perfil: su descripción proyectaba a una mujer centrada, sexy, discreta pero decidida. Tenía un par de fotos sugerentes, no explícitas, que mostraban su piel blanca, cabello negro rizado y unos pechos mucho más generosos que los míos. Su contextura era media, atractiva. Es raro recibir mensajes tan directos de una mujer; en mi imaginario, el sexo casual suele asociarse más a los hombres. No voy a mentir, dudé si realmente habría una chica detrás de ese mensaje, dispuesta a hacer realidad sus fantasías. Me lo pensé bastante antes de responder.

Pronto pasamos a charlar por WhatsApp, lo que me dio confianza, especialmente cuando me saludó con un audio. El tiempo se nos iba en confesiones lésbicas. Ella me decía que moría de ganas por sentir los labios de otra chica, por acariciar su piel, y yo estaba en la misma sintonía. Fernanda era mucho mayor que yo, gerente de una empresa de logística, con un tiempo muy limitado. Insistía en conocerme y propuso una cita. Era apenas la segunda vez que aceptaba salir con una chica, y los nervios me consumían. Su seguridad me intimidaba; me daba miedo no estar a la altura de sus fantasías (o de las nuestras). Me citó en el centro comercial Villanueva, cerca de su oficina, durante su hora de almuerzo.

Llegué primero. Mis manos sudaban, y mi mente recreaba mil escenarios. Aunque ya nos habíamos visto por fotos, videos y hasta videollamada, conocer a alguien en persona es la prueba definitiva de que realmente tienes feeling con esa otra persona, que estaba tras la pantalla. Ella llegó pocos minutos después (¡gracias por la corta espera!). Mis nervios se calmaron poco a poco. Llevaba un pantalón de tela ajustado que resaltaba sus curvas, una camisa blanca ceñida y un escote que dejaba ver la generosidad de sus pechos. Sonreí al verla, con una mezcla de excitación y cosquilleo en el estómago al confirmar que, sí, era totalmente de mi gusto. Yo había elegido un vestido blanco, ligero y accesible, pensando en lo que podría pasar. Ella también me respondió con un sonrisa cuando me vió.

Nos sentamos, pedimos dos refrescos y charlamos tímidamente. Yo estaba más nerviosa que ella, pero la tensión sexual era evidente. Fernanda, fiel a su estilo directo, propuso ir a un lugar más privado, recordándome su limitada disponibilidad. En la invitación original, había mencionado el Teatro Sinfonía, un cine XXX de la ciudad. Caminamos de la mano desde el centro comercial hasta el cine, como si fuéramos una pareja de siempre. Al llegar, nos pidieron identificaciones y, curiosamente, no hubo cobro (luego descubriríamos por qué).

El cine era oscuro, y al entrar encandiladas, era difícil distinguir si había más personas. Nos sentamos en una de las filas de atrás. En la pantalla se proyectaba una película XXX, pero no estábamos allí para verla. Fernanda puso sus manos en mis mejillas y me besó. Ese beso disipó todo mi miedo. Le respondí apretando sus pechos; ella desabotonó su blusa y me los ofreció para que los disfrutara. Nos dejamos llevar por besos, caricias, manoseos y suspiros, inmersas en nuestro mundo. De pronto, Fernanda sintió una caricia tosca, una mano ajena a la mía. Miramos a nuestro alrededor y, al estar ya acostumbradas a la penumbra, vimos que estábamos rodeadas de hombres, en su mayoría mayores. Uno de ellos, al notar nuestra sorpresa, dijo: "Tranquilas, si no quieren que las toquemos, las dejamos en paz, sigan con lo suyo". Nos miramos aterradas. Fernanda me tomó de la mano, nos levantamos y salimos de allí con una mezcla de fastidio y satisfacción. Aunque breve, habíamos vivido, al menos por un momento, las escenas que ambas habíamos imaginado.

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