
Compartir en:
Parte anterior... https://guiacereza.com/experiencias/post/72090/despues-del-partido-iii
Mauricio, limpiándose el sudor de la frente de tanto reír, propuso:
—Ok, última locura. Que cada quien... no sé, se la jale hasta terminar, pensando en lo que acaba de contar el de al lado. A ver quién llega primero. Pa’l desmadre total.
Todos se miraron, entre risas nerviosas y miradas de "¿neta vamos a hacer esto?". El silencio duró un segundo, pero la confianza entre ellos era tan sólida que nadie se rajó. Diego, ya sin nada que esconder, se rió y levantó las manos.
—Puta, yo ya estoy en desventaja, cabrones —dijo, señalando su erección, que estaba más que lista—. Pero va, yo le entro.
Iván, con una sonrisa pícara, asintió.
—Órale, pero que sea rápido. No quiero estar aquí toda la noche —bromeó, bajándose el bóxer otra vez, dejando ver que él también estaba listo.
Mauricio, quitándose la toalla, se rió.
—Chingue su madre, esto es de locos, pero va —dijo, acomodándose en la banca.
Rodrigo, resoplando pero metido en el desmadre, se bajó el bóxer también.
—Pinches enfermos, pero ni pedo —dijo, riendo.
Alan, el último, negó con la cabeza, pero con una sonrisa se bajó el bóxer también.
—Son un desmadre, pero ahí les voy —dijo, entrando al juego.
Se acomodaron en el círculo, cada quien con su espacio, pero sin perder de vista al grupo. Diego, pensando en el trío de Iván, empezó a moverse con ritmo, con una mezcla de risa y concentración. Iván, imaginando las nalgadas de Mauricio, siguió el paso, con una sonrisa traviesa. Mauricio, con la imagen del espejo de Rodrigo en la cabeza, se dejó llevar. Rodrigo, pensando en el baño riesgoso de Alan, no se quedó atrás. Y Alan, con la confesión de Diego sobre el toque con su cuate, cerró el círculo.
Los movimientos se aceleraron, y entre silbidos y comentarios pendejos, Mauricio fue el primero en soltar un gruñido bajo.
—¡No mames, ya! —dijo, riendo mientras se cubría con la toalla, claramente llegando al orgasmo.
Los demás estallaron en risas y aplausos, como si fuera un gol en el último minuto. Diego, no muy atrás, soltó una risa entrecortada y terminó también, tapándose con las manos mientras los demás silbaban.
—¡Pinche Diego, segundo lugar! —bromeó Iván, que seguía en la contienda.
Rodrigo, con la cara roja de tanto reír y del esfuerzo, terminó tercero, seguido de cerca por Alan. Iván, con una sonrisa de triunfo, fue el último, levantando los brazos como si hubiera ganado un campeonato.
—¡De aquí soy, cabrones! —gritó, entre risas.
Los cinco amigos estaban todavía en su círculo improvisado, sudados, medio desnudos, con la cinta métrica tirada en el suelo como un trofeo olvidado. Diego, aún encuerado por su apuesta perdida, estaba recostado en la banca, riéndose con los demás, su cuerpo relajado pero todavía con esa chispa de adrenalina.
—Chale, cabrones, esto ya fue épico. ¿Qué más se puede hacer después de esto?
Rodrigo, subiéndose el bóxer con una sonrisa, negó con la cabeza.
—Puta, yo ya no doy más. Esto fue como ganar la final y la copa en el mismo día —bromeó, ganándose risas.
Pero Iván, siempre con esa mirada traviesa, no parecía listo para dar por terminado el desmadre. Se inclinó hacia adelante, con los codos en las rodillas, y miró directamente a Diego, que seguía desnudo y relajado.
—Oye, Diego —dijo, con un tono que mezclaba broma y algo más serio—. Lo que contaste antes, lo de tu cuate... eso estuvo chido. La neta, no cualquiera lo suelta así. ¿Te sigues rayando con esa onda o ya lo superaste?
Diego alzó una ceja, riéndose, pero notó el brillo en los ojos de Iván. Se rascó la nuca, medio nervioso, medio divertido.
—Puta, Iván, ¿qué te traes? —dijo, pero no sonaba a rechazo, sino a curiosidad—. No sé, güey, fue una sola vez. Me dejó pensando, pero... no es como que ande buscando repetir.
Iván sonrió de lado, como si estuviera midiendo el terreno. Los demás, atentos, no interrumpieron, pero sus miradas decían que olían un nuevo reto en el aire.
—Ok, va —dijo Iván, enderezándose—. Nuevo reto, pero ahora es personal. Diego, tú y yo. Los demás que miren o se unan, como quieran —hizo una pausa, dejando que la tensión creciera—. ¿Y si hacemos algo como lo que contaste? No sé, un toque mutuo, aquí, rapidito. Pa’l desmadre, pero también pa’ ver qué pedo.
El vestidor se quedó en silencio un segundo, pero no era un silencio incómodo. Era como si todos estuvieran esperando a ver cómo reaccionaba Diego. Alan, con una sonrisa pícara, soltó un silbido bajo.
—Pinche vestidor, esto ya es puro fuego.
Diego, todavía desnudo y con el corazón latiéndole rápido, se rió, tapándose la cara un momento.
—¿Neta, cabrón? —dijo, mirando a Iván—. ¿Quieres que nos toquemos aquí, enfrente de todos, como si nada?
Iván se encogió de hombros, con una confianza que desarmaba cualquier tensión.
—Pus sí, güey. Ya todos nos vimos todo, ya todos confesamos todo. ¿Qué tiene? Es como tu historia, pero en vivo. Si te rajas, pos ni pedo, pero yo digo que le entres.
Rodrigo, que no podía contener la risa, empujó a Diego en el hombro.
—Va, Diego, no te rajes. Esto ya es leyenda —bromeó.
Diego miró al grupo, luego a Iván, y soltó una risa nerviosa pero genuina.
—Puta madre, están locos —dijo, pero se enderezó en la banca, dejando claro que no se iba a rajar—. Ok, Iván, tú pediste. Pero nada de cosas raras, ¿eh? Un toque y ya.
Iván rió, levantando las manos en señal de paz.
—Tranquilo, cuate. Nomás pa’l desmadre —dijo, y se bajó el bóxer de nuevo, dejando ver que ya estaba medio duro otra vez, como si la idea lo hubiera prendido desde antes.
Diego, todavía desnudo, se acercó un poco, sentándose más cerca de Iván. Los demás, en un círculo improvisado, estaban entre risas y miradas curiosas, como si estuvieran viendo el partido más intenso de sus vidas. Diego, con una mezcla de nervios y diversión, estiró la mano hacia Iván, quien hizo lo mismo al mismo tiempo. Sus manos se encontraron, y con una risa compartida, cada uno agarró el pene del otro, moviéndose con cuidado, como probando el terreno.
—Uno... dos... tres... —contó Alan en voz alta, como si fuera el árbitro de siempre, haciendo que todos estallaran en risas.
Diego e Iván se miraron, riendo, pero no pararon. Los movimientos eran lentos, casi experimentales, pero la energía en el vestidor era eléctrica. Mauricio silbó, bromeando:
—¡Esto ya es olimpiada de vestidor nivel dios!
Rodrigo, muerto de risa, agregó:
—Pinche Diego, ahora sí te coronaste, cabrón.
Diego, con la cara roja pero sin perder la sonrisa, dijo entre risas:
—Cállense, pendejos, que esto es más difícil con ustedes viéndome.
Iván, que parecía estar disfrutándolo más de lo que admitía, guiñó un ojo.
—Relájate, Diego. Nomás déjate llevar —dijo, con un tono que era mitad broma, mitad provocación.
Los movimientos se aceleraron un poco, y el ambiente se puso más intenso. Nadie hablaba de más, pero las risas se mezclaban con suspiros y algún que otro comentario pendejo. Diego, sintiendo la presión y la adrenalina, fue el primero en soltar un gruñido bajo, su cuerpo tensándose mientras llegaba al orgasmo, seguido casi de inmediato por Iván, que rió entre dientes mientras terminaba.
El vestidor explotó en silbidos, aplausos y risas. Alan, levantando la cinta métrica como si fuera un trofeo, gritó:
—¡Campeones, cabrones! ¡Eso fue épico!
Diego, todavía jadeando y riéndose, se tapó la cara.
—No mames, nunca pensé que haría algo así —dijo, pero su tono era más de diversión que de arrepentimiento.
Iván, subiéndose el bóxer, le dio un empujón amistoso.
—Chido, Diego. Eres de los míos —dijo, guiñando un ojo.
Mauricio, limpiándose una lágrima de tanto reír, dijo:
—Chale, esto ya no es un vestidor, es un pinche club privado.
El ambiente estaba en su punto más alto, una mezcla de risas, confesiones y una camaradería tan brutal que nada podía romperla. Pero de repente, un ruido fuerte en la puerta los hizo saltar. Esta vez no era el viento. Era el entrenador, gritando desde afuera:
—¡Ya, cabrones, apúrense que van a cerrar el estadio!
Todos se miraron, muertos de risa, y se apresuraron a subirse los bóxers, las toallas, lo que tuvieran. Diego, todavía encuerado, agarró su short a toda velocidad.
—¡Chinga, el profe! —dijo, riendo mientras se vestía.
Mientras se cambiaban a la carrera, entre empujones y risas, Mauricio susurró:
—Esto no se lo contamos a nadie, ¿eh?
Todos asintieron, con sonrisas cómplices, sabiendo que lo que pasó en el vestidor se quedaba en el vestidor.