Guía Cereza
Publicado hace 3 días Categoría: Hetero: General 126 Vistas
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Samuel me miró unos segundos en silencio. No había apuro en sus ojos. Solo una seguridad peligrosa, como si ya hubiera decidido lo que iba a hacerme y estuviera saboreando la espera.

Me tomó de la mano y me guió hacia el sofá. Nos sentamos juntos, las piernas rozándose, el silencio pesado entre nosotros. Tomó los caballitos de tequila y me pasó uno.

—Por tu vestido —dijo.

—Y por tus manos —respondí.

El tequila ardió apenas al pasar. Pero fue su mirada lo que encendió todo.

Apoyó su vaso con calma. Luego se volvió hacia mí y, con un solo dedo, recorrió el borde de mi muslo expuesto. El vestido, translúcido, no ocultaba nada a esa distancia. Se detuvo justo en la unión de mis piernas, y allí, sin quitarme la tanga aún, apoyó la palma entera.

—Estás empapada —dijo, con una sonrisa rota.

—Es culpa tuya.

—Entonces es justo que me encargue.

Se inclinó y me besó. Lento. Lleno. Esa clase de beso que no es solo boca, sino cuerpo, manos, intención. Me tomó del cuello con suavidad, con esa firmeza que no aprieta, pero contiene. Sentí sus dedos levantar el vestido, uno de sus brazos envolviéndome por la cintura mientras me recostaba sobre el sofá.

Sus labios se apartaron de los míos y bajaron por mi clavícula, luego por el centro de mi pecho. El vestido lo cubría, pero no lo detenía. Lamió a través de la tela, sintiendo el metal del piercing en mi pezón endurecido. Me miró. Sonrió.

—Esto… me obsesiona.

Tiró suavemente del aro con los dientes, mientras lo sujetaba con los labios. Yo me arqueé. La mezcla de dolor leve y placer intenso me desarmó. Lo hizo con uno, luego con el otro, alternando, provocando. Mis manos se enterraban en su cabello. No podía quedarme quieta. No quería.

Luego bajó. Apartó la tanga. No la quitó. Solo la corrió de lado, lo justo para tener acceso a mi humedad. Su lengua recorrió mi sexo con una precisión que me hizo cerrar los ojos y soltar un gemido que retumbó en la sala. Jugó con el piercing ahí también, tomándose su tiempo, como si cada contacto de su lengua con el metal fuese una frase nueva, un idioma privado.

—Samuel… —jadeé, perdida—, te juro que voy a venir otra vez…

—Eso quiero. Así, encima de mí.

Y sin soltarme del todo, se sentó de nuevo en el sofá, me atrajo sobre su regazo, me guió con las manos firmes. Yo me abrí, me acomodé sobre él, sintiendo su erección entre mis muslos, aún contenida en sus pantalones. Me moví lenta, rozándonos, acariciando nuestros cuerpos con el ritmo de la música que aún sonaba suave en el fondo.

Cuando me miró, lo entendí sin palabras.

—Hazlo —le dije.

Desabrochó su cinturón. Bajó lo justo. Me tomó por las caderas. Yo ya estaba lista, abierta, ardiendo. Me deslicé sobre él, y ambos gemimos al unísono. Era grueso, caliente, firme. Mi cuerpo lo recibió con hambre, y cuando estuve completamente dentro, quedamos quietos, mirándonos, respirando como si acabáramos de subir una montaña.

—No pares, Angie… muévete para mí…

Lo hice. En vaivén lento, profundo. Mis manos en su pecho, mi boca en su cuello. Sentía su aliento acelerado, su tensión, su control. Me dejó dominar el ritmo. Me dejó tomarlo. Hasta que el orgasmo me atravesó otra vez, como una ola dulce y brutal, haciéndome temblar contra su pecho.

Él no se detuvo. Me sujetó fuerte. Me levantó apenas y me embistió desde abajo, una, dos, tres veces, hasta que sus músculos se tensaron y vino dentro de mí con un suspiro grave, cerrado, como un rugido contenido.

Quedamos ahí. Unidos. Respirando. Aún temblando.

—No sabía que bailar podía terminar así —susurré contra su oído.

—Y apenas es la primera canción.

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🍒 Pregunta Cereza

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